miércoles, 31 de octubre de 2007

El bautismo en agua ¿Qué significa?


La importancia del bautismo en agua
y su relación con el sacrificio de Cristo





Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir
(la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles,
como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo,
como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

(1 Pedro 1:18-19)

Cuando Dios envió a Moisés para liberar a Israel del dominio de Egipto, ellos eran esclavos y sufrían hambre y miseria. Así, Israel pudo ser salvo de la ira y el juicio de Dios mediante su fe en la sangre del sacrificio que Dios había ordenado: el cordero pascual. Provisto este pacto mediante la sangre del cordero, Dios sacó a Israel de Egipto y lo hizo su pueblo identificándolo con una serie de ordenanzas, leyes, decretos y mandamientos que conocemos como “la ley” o la “ley mosaica”, que sirvió –entre otras cosas- para prefigurar al Salvador que habría de venir.

El cumplimiento de este propósito de la ley llegó siglos después cuando Juan identificó a Jesús con el cordero de Dios: El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29)

Todos los judíos sabían que el tipo del cordero pascual –al igual que la ley- prefiguraba al Salvador. Todos entendieron que el cordero pascual significaba el pacto de salvación, y todos entendieron que los corderos de sacrificio expiatorio habían sido tipo para el Mesías. Juan identificó a Jesús como el cumplimiento de ese tipo de cordero pascual y del cordero expiatorio. Los judíos sabían de qué estaba hablando Juan. Por eso, Pablo pudo afirmar, acerca de la muerte y resurrección de Cristo:

Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. (1 Corintios 5:7)

¿Cómo fue prefigurado Cristo mediante el cordero pascual..? Mientras el cordero pascual proporcionó a Israel liberación temporal de la esclavitud física, el sacrificio de Jesucristo proporcionó salvación eterna para todos los que pusieran fe en su sangre derramada en propiciación por todos sus pecados. Por otro lado, así como Israel fue urgida a salir de Egipto, ya liberado de la esclavitud, Dios libera al esclavo del pecado de sus ataduras y miserias e, inmediatamente, le hace un llamado a una vida nueva. Así como la acción de aceptar la sangre del cordero pascual dependía de cada persona, la aceptación de la sangre de Cristo es personal; así como cada hebreo debió salir por sus propios medios de la esclavitud –mediante la liberación que proporcionó Dios-, cada creyente en Cristo debe iniciar su camino personal hacia esa vida nueva de libertad. Guiados por el Moisés Mayor, Cristo Jesús.

De igual manera, es importante anotar que la muerte de Cristo no perdonó nuestros pecados, sino que sirvió y sirve como propiciación de ese perdón. Esto significa que, aunque Jesús murió por los pecados de todo el mundo, solamente se beneficiarán de este sacrificio quienes aprovechen esta propiciación mediante la obediencia a Aquél que murió por nosotros.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1 Juan 4:10)

Los dos bautismos de Israel
Luego de la salida de Egipto, Israel debió pasar por dos bautismos: uno en la nube y otro en el mar. Pablo nos dice esto:

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. (1 Corintios 10:1-4)

Pablo nos está diciendo que no debemos ignorar que estas experiencias de Israel en el Antiguo Testamento corresponden con la experiencia de los cristianos del Nuevo Testamento.

Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros. (1 Corintios 10:6)

Un ejemplo es un modelo. Lo que nos está diciendo Pablo es que esas cosas que sucedieron en la liberación de Israel del yugo egipcio sucedieron como modelo para nosotros hoy.

Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos (1 Corintios 10:11)

Cuando Pablo habla de “amonestarnos”, es lo mismo que “instruirnos y advertirnos”, a quienes “han alcanzado los fines de los siglos” es decir, a nosotros, quienes vivimos en el final de la era presente.

Podemos ver la tremenda importancia de CONOCER estos hechos para poder tener FE en ellos y, de esta manera, poder ganar nuestra salvación. Así como el SABER que el cordero pascual y el cordero expiatorio prefiguraron a Cristo, debemos SABER que las experiencias de Israel en el Antiguo Testamento no son simples anécdotas sino que contienen un mensaje apremiante y de urgencia para quienes vivimos en estos días. Debemos saber que las cosas que están escritas sirven como ejemplo, instrucción y advertencia para nosotros.

Con el bautismo en agua, morimos con Cristo
Hay una relación muy estrecha entre la expiación del Cordero de Dios y la ordenanza del bautismo cristiano. En el plano natural, sabemos que a toda muerte le sigue una sepultura; lo mismo sucede en el plano espiritual: primero hay muerte y después sepultura. Mediante la expiación de Cristo, de acuerdo con la bendita Palabra de Dios, nosotros nos consideramos muertos con él; consideramos que nuestro viejo hombre, el cuerpo del pecado, está muerto. ¿Qué hay que hacer con ese cadáver que es nuestro viejo hombre...? Las Escrituras nos lo dicen: hay que sepultar a este viejo hombre, a este cuerpo de pecado muerto.

¿Cómo lo sepultamos...? Mediante el bautismo cristiano. En cada bautismo cristiano hay dos etapas continuadas: Primero hay sepultura y luego resurrección, igual que en el plano natural.

¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él en la muerte por el bautismo, para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. (Romanos 6:3-4)

En el bautismo cristiano plasmamos algo que ya ha ocurrido en nuestro interior: la muerte al pecado; y la resurrección a la nueva vida para Dios y la justicia. Previo al bautismo cristiano en agua, ya ha habido una transformación interna en el creyente que acepta la expiación de Cristo en su favor.

Sepultados juntamente con él en el bautismo, en el cual también resucitasteis con él por la fe de la operación de Dios, que le levantó de entre los muertos. (Colosenses 2:12)

Así que, el bautismo ÚNICAMENTE debe ser validado por nuestro Señor Jesús. Nadie más puede avalar el bautismo; ninguna iglesia, ningún pastor, ninguna denominación. Somos bautizados en Cristo y así entramos a formar parte de su iglesia, por fe en su sacrificio expiatorio.

Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (Gálatas 3:27)

Si no creemos que morimos con Cristo mediante el bautismo y que, de la misma manera, resucitamos para una vida totalmente nueva, el bautismo no tendrá ninguna validez. Y para creerlo, primero hay que SABERLO. ¿Cuántas personas “bautizadas” pueden decir esto..?

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?, porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado, porque, el que ha muerto ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él, y sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. En cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:1-11)

Recordemos que hay dos condiciones para estar muerto al pecado y vivos para Dios y su justicia: “Saber esto” y “considerarnos muertos al pecado”

“Saber” en qué consiste el sacrificio de Cristo y cómo nos afecta a nosotros, es importante para “considerarnos muertos al pecado”.

El creyente que es bautizado, debe saber que el mismo poder que resucitó a Jesús, el Espíritu Santo, es el mismo Espíritu que lo levanta a él del bautismo para una vida nueva, lo sustenta para esa nueva vida y lo guía totalmente en ese nuevo camino. Esta guía no la puede suministrar ningún hombre. Sólo el Espíritu Santo, sin intermediarios de ninguna clase.

Pablo nos dice que si Cristo está en nosotros, nuestro cuerpo está muerto par el pecado.

Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (Romanos 8:10)

Únicamente el bendito Espíritu de Dios puede dar al creyente bautizado el poder que necesita para esta nueva vida de justicia.

La importancia de esta verdad concerniente a la expiación de Cristo jamás podrá ser entendida por los creyentes hasta que no sepan y comprendan el verdadero significado del bautismo cristiano: muerte y sepultura para el viejo hombre de pecado, y resurrección y vida nueva para Dios y su justicia.

Esto no quiere decir que el bautismo produce, por sí solo, la condición de muerte para el pecado. Como vimos en Romanos 6, primero hemos muerto con Cristo para el pecado, y luego somos bautizados en la muerte de Cristo. Quien es bautizado YA HA ENTRADO en esta condición de muerte para el pecado. El bautizo es la confirmación externa de una condición interna ya existente para ese momento del bautismo.

Recordemos que así como hay paralelo entre el cordero pascual y Cristo, también lo hay entre el paso del mar y el bautismo cristiano en agua:

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. (..) Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos (1 Corintios 10:1-4, 11)

Cuando los israelitas cruzaron el mar, estaban siendo bautizados en éste. Aunque iniciaron la salida de Egipto como un pueblo libre, esta libertad quedó completa cuando emergieron al otro lado del mar. Quedaron a salvo de Egipto. De la misma manera, cuando cada creyente ha puesto su fe en Cristo, ya es libre; pero esa libertad se completa únicamente mediante la obediencia a Cristo. Cuando el creyente obedece y sale del mundo (Egipto) aceptando que su único líder es Cristo, simboliza esa separación definitiva mediante el bautismo en agua.

De la misma manera, nosotros morimos juntamente con Cristo cuando somos bautizados y, también –al igual que Cristo- resucitamos espiritualmente para una vida totalmente nueva y libre del pecado. Cuando morimos y resucitamos con Cristo, ya le pertenecemos a él; ya somos parte de su iglesia. Con el sacrificio de Cristo –y nuestra fe en éste- nuestro cuerpo y espíritu ya son de Dios.

Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
(1 Corintios 6:20)

El precio que Cristo pagó por nosotros fue su propia vida, derramada cuando fue sacrificado; Cristo llevó “nuestros pecados en su propio cuerpo” para que “muriéramos al pecado y viviéramos para la justicia”. El precio que pagó Cristo por nosotros fue con sangre preciosa, un precio demasiado elevado para que tomemos a la ligera lo que le debemos en gratitud y devoción a Aquel que lo pagó.

Gracias a ese precio, y de acuerdo a la voluntad del Padre, Jesús, el Hijo de Dios –y nadie más que él- se convierte en nuestro amo y Señor.

Esto parecería ser de poca importancia para millones de creyentes alrededor del mundo que permiten que otros hombres se conviertan en sus amos y señores. Millones están permitiendo que pastores, profetas, apóstoles, cuerpos gobernantes, concilios, sacerdotes, papas, etc, se coloquen entre ellos y aquél que pagó con su sangre preciosa el precio. Estos jerarcas y líderes religiosos se interponen como mediadores entre Cristo y sus ovejas, aduciendo que tienen autoridad delegada de nuestro Señor para hacerlo. Eso es mentira. Nadie tiene derecho ni autorización para gobernar las ovejas que solamente son de Cristo. Y si lo permitimos, estamos despreciando el alto precio que pagó Cristo por nosotros.

Cuando Pablo vio que los cristianos de Corinto tenían profundos desacuerdos como consecuencia de ver a los hombres, incluso a él mismo, como si se les estuviera siguiendo a ellos en vez de a Cristo, les dijo lo siguiente:

Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolo”, “Yo de Cefas”, “Yo de Cristo”. ¿Está dividido Cristo?. ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? ¡Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Crispo y Gayo! Así nadie puede decir que habéis sido bautizados en mi nombre. (1 Corintios 1:12-15)

Pablo los insta a reconocer que ningún hombre –ni él mismo- fue quien murió por los cristianos. Solamente Jesús. Él es nuestro único dueño y amo, y nadie debe osar suplantarlo porque estaría manifestando el espíritu del anticristo.

Cuando algunos hombres que profesan ser seguidores de Cristo se colocan a sí mismos como gobernantes espirituales sobre otros, cuando aseguran que son co-gobernantes con Cristo, cuando les ordenan a otros que los obedezcan y que acepten callada y sumisamente cualquier orden o directiva que ellos quieran dar, cuando aseguran que los creyentes deben ser leales a las organizaciones que estos hombres dirigen; cuando los hombres hacen esto, deben responder la pregunta que formuló Pablo:

¿Fueron ustedes crucificados por nosotros? ¿Pagaron ustedes el precio de su propia vida y nos compraron con ella para poder exigir nuestra obediencia y sumisión?

Como es evidente que estos que se llaman pastores, apóstoles y demás, no pueden responder afirmativamente a esta pregunta planteada por Pablo, nosotros no podemos concederles nuestra obediencia ni sumisión. Si lo hacemos, si decidimos obedecer y seguir a seres humanos, entonces no estamos siendo leales a Aquél que sí nos compró.

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. (Mateo 6:24)

No podemos ser esclavos de dos amos. Obedecemos y seguimos a Cristo, o escogemos obedecer y seguir a quienes suplantan la autoridad de Cristo.

Así que cuando nos bautizamos en Cristo, quiere decir precisamente eso: EN CRISTO, no en alguna iglesia, secta o denominación particular. Pablo lo dice:

Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (Gálatas 3:27)

No hay espacio para nadie más que Cristo; nuestra fidelidad es con Él, no con hombres ni organizaciones de hombres. Estamos personalmente con Cristo en su muerte expiatoria y en su resurrección triunfal.

Recordemos, de nuevo, que hay dos condiciones para estar muerto al pecado y vivos para Dios y su justicia: “Saber esto” y “considerarnos muertos al pecado” (Romanos 6:1-11)

Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. (1 Pedro 1:18-19)

Es de tan vital importancia SABER, CONOCER lo que nos enseña la palabra de Dios, que la advertencia viene explícita:

Mi pueblo se ha destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio. (Oseas 4:6)


Dios les dé paz,


Ricardo Puentes M.
Octubre 30 de 2007

martes, 30 de octubre de 2007

CRISTO QUITA EL PECADO DEL MUNDO

¿Qué significa eso para nosotros..?

Una persona a la que aprecio mucho, un cristiano que defiende con mucho celo sus creencias, me compartió hace unos meses alguna inquietud procedente de alguien que aparentemente anda en búsqueda de demostrar que los evangelios y algunos apartes de las epístolas paulinas, son un fraude.

La “prueba reina” de aquella persona era asegurar que el Cordero Pascual no tenía como propósito el perdón de los pecados y que, por tanto, cuando Juan dijo que Jesús era “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, estaba haciendo una afirmación espuria; y que eso demostraba que las palabras de Pablo en 1 Corintios 5:7 (nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros) fueron añadidas fraudulentamente para inducirnos al error . Según este hombre, así quedaba demostrado que los evangelios del Nuevo Testamento eran falsos y que los pasajes que los mencionaban estaban adulterados.

El cordero pascual y el cordero expiatorio
Si bien es cierto que el cordero pascual no tenía como propósito la expiación de pecados, cuando Juan identificó a Jesús como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” estaba hablando tanto del cordero pascual como del cordero expiatorio; ambos diferentes en función y propósito pero, ambos, tipo de nuestro Señor Jesucristo.

El propósito del cordero pascual era el sellar con sangre el pacto que estaba siendo establecido por Dios para Israel. Quien quisiera aceptar ese pacto tendría que tomar la sangre del cordero, rociarla sobre los postes y el dintel de su puerta. Esta sangre, en efecto, no era para perdón de pecados, sino para salvación. Así como la sangre del cordero proveía salvación, la sangre de Cristo hizo exactamente lo mismo. Por supuesto, los israelitas, después de haber aceptado la sangre del cordero, debieron emprender su camino hacia la salvación definitiva, lejos del dominio de faraón. Pero dejemos que la misma Escritura nos hable del significado del cordero pascual:

Y cuando os pregunten vuestros hijos: “¿Qué significa este rito?”, vosotros responderéis: “Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios y libró nuestras casas” (Exodo 12:26-27)

Así como el castigo de Dios vino sobre quienes no aceptaron la sangre del cordero pascual, la condenación vendrá sobre quienes no acepten la sangre del Cordero –Jesús- como señal de un nuevo pacto. Así como ellos fueron “librados” de la esclavitud egipcia, los creyentes que acepten ese pacto serán librados de la esclavitud de Satanás. Pero no basta con aceptar simplemente la sangre como señal de un nuevo pacto. La obediencia es primordial en la aceptación de la sangre del Cordero. Una vez se acepta a Cristo, se es salvo solamente si se obedece de ahí en adelante. Cuando los israelitas aceptaron la sangre del Cordero Pascual, aceptaron obedecer a Yahvé. De ahí en adelante, la obediencia fue asunto de vida o muerte para ellos. Quienes aceptaron la sangre de ese pacto y no obedecieron, sufrieron las consecuencias –en muchos casos- mortales.

Así como los israelitas obedecieron, es decir, emprendieron inmediatamente la huída de Egipto, los cristianos que acepten la sangre del nuevo pacto provista por Jesús, deben emprender también la retirada de los dominios de Satanás y seguir obedeciendo a Cristo.

Es importante anotar que la misma noche en que Israel sacrificó el cordero pascual, inició su éxodo, ya no como una turba de esclavos, sino como un pueblo libre. La salida fue de urgencia, inmediata. De igual manera hoy, quien acepte la sangre de Cristo debe salir de “Egipto” (que prefigura el dominio de Satanás) con la misma urgencia porque su vida puede correr verdadero peligro. Así como Dios protegió a los hebreos mediante la sangre del cordero pascual –a quien la aceptara- Él dispuso de manera inmediata su salida hacia la tierra prometida, llevó al pueblo hacia una forma de vida nueva, los separó de Egipto y sus pecados y lo santificó mediante el bautismo en la nube (Espíritu) y en el mar (agua).

En la inmensa mayoría de iglesias “cristianas” de hoy, se enseña que cuando una persona hace “la oración de fe” (una oración aceptando a Cristo como su Señor), ya es salva. Se enseña que cada cristiano debe llevar a un inconverso a hacer esa oración, así éste no tenga idea de lo que realmente significa. Es, ni más ni menos, que una especie de trampa que se tiende a personas que realmente no quieren aceptar a Cristo. Así, cuando un creyente logra que el inconverso haga esa vacía oración –que no sale de su corazón- se convence de que tal persona ya es salva. Eso es falso.

Así que, si bien es cierto que el cordero pascual no sirvió para expiación de pecados, eso no proporciona a nadie razón para limitar la prefiguración de Cristo en los corderos circunscritos a la ley mosaica.

Cuando Juan el Bautista identificó a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, en la mente de sus oyentes se asoció correctamente con el cordero pascual que, además, quitaba el pecado del mundo; es decir, también se asoció con los corderos expiatorios. Porque uno de los propósitos de la ley mosaica fue, precisamente, prefigurar a Cristo.

Uno de los propósitos de la ley fue el profetizar y servir de figura o tipo al Mesías Salvador que habría de venir y por medio de quien únicamente podía ser posible que el hombre recibiera la verdadera salvación y se le declarara justo. Esto se logró mediante dos formas: el Salvador fue anunciado mediante profecías directas, y también fue prefigurado a través de los tipos y ceremonias de los mandamientos de la ley.

Por ejemplo, en el caso de una profecía directa contenida en la ley, tenemos en Deuteronomio una profecía donde Dios habla a través de Moisés:

Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará de todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. (Deuteronomio 18:18-19)

El apóstol Pedro cita estas palabras de Deuteronomio y las aplica a Jesucristo:

Pues Moisés dijo a los padres: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable, y toda alma que no oiga a aquel profeta será desarraigada del pueblo”. “Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas y del pacto que Dios hizo con nuestros padres diciendo a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”.A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijera, a fin de que cada uno se convierta de su maldad”.(Hechos 3:22-26)

De esta manera, el profeta anunciado por Moisés se cumple en la persona de Cristo en el Nuevo Testamento.

Así mismo, en los sacrificios y ceremonias de la ley, muchos tipos prefiguran a Jesucristo como el Salvador que había de venir. Por ejemplo, en Éxodo 12, el mandamiento del cordero pascual es figura de la salvación mediante la fe en la sangre expiatoria de Jesucristo, derramada durante el tiempo de la Pascua en la cruz del Calvario. De la misma manera, los distintos sacrificios relacionados con la expiación del pecado y el acercamiento a Dios, descritos en los primeros siete capítulos de Levítico, prefiguran todos, diversos aspectos del sacrificio expiatorio que fue la muerte de Jesús en la cruz (cabe anotar que los sacrificios expiatorios podían ser de ganado vacuno u ovejuno). Así, cuando Juan comparó a Cristo con un cordero de sacrificio, estaba guiando al pueblo de Israel a apreciar a Cristo como aquél que había sido prefigurado, representado por todos los mandamientos relacionados con los sacrificios de la ley mosaica. [He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29)]

Morir al pecado para vivir en justicia
Una falsa creencia de muchos creyentes, es pensar que con decir una oración aceptando a Cristo, ya se es salvo y se vive para la justicia. Si bien es cierto que la confesión con la boca es importante, no es menos cierto que una confesión que no nazca del corazón, como producto de la fe (y la fe es un proceso adquirido mediante el estudio de la Biblia) no tiene ningún valor. Por otro lado, como ya se dijo antes, aceptar a Cristo es obedecerlo, y no podremos obedecerlo si no conocemos las Escrituras.

Acerca del sacrificio de Cristo relacionado con el perdón de pecados nos habla Pedro:

Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas habéis sido sanados. (1 Pedro 2:24)

Cuando Pedro nos dice que por el sacrificio de Cristo nosotros hemos muerto para el pecado para, luego, vivir para la justicia, eso significa que la muerte de Cristo va mucho más allá que el simple perdón de los pecados pasados. Saber y aceptar que morimos para el pecado, pero que vivimos para la justicia, nos debe llevar a una dimensión completamente diferente en la experiencia espiritual. Es muy, pero muy importante saber esto.

La inmensa mayoría de los cristianos de todas las denominaciones, están convencidos de que sus pecados pasados pueden serles perdonados. Sin exagerar, podemos afirmar que ésta es la razón por la cual asisten a las iglesias y se someten a la autoridad de los pastores y demás jerarcas eclesiásticos. Ellos creen que con ir a sus iglesias denominacionales y confesar (a Dios o al hombre), pueden lograr el perdón de los pecados que han cometido. Pero jamás experimentan ninguna transformación interna en su propia naturaleza. Estas personas creen erróneamente que al morir Cristo por nuestros pecados, lo único que se necesita de ellos es una confesión. Y la triste realidad es que no “viven para la justicia” y mucho menos han muerto al pecado.

Todos esos “cristianos” que ven en el sacrificio expiatorio de Cristo una especie de permiso divino para seguir pecando, jamás alcanzarán el perdón por ellos. Estas personas van a la iglesia, cantan, lloran, claman y confiesan sus pecados, y salen de sus iglesias sin cambiar realmente su naturaleza para continuar cometiendo la misma clase de pecados. A los ocho días regresan al mismo ritual vacío. Y es que, honestamente, no pueden ir más allá.

Todo cristiano auténtico debe entender que el propósito central de Dios en la expiación de Cristo no fue para que el hombre pudiera recibir el perdón de sus pecados anteriores sino más bien que, una vez perdonado por su vida pasada, el creyente pudiera entrar en una dimensión completamente nueva de experiencia espiritual. Cuando una persona acepta el sacrificio de Cristo, a partir de ese momento, debe estar muerta para el pecado pero viva para Dios y la justicia; ya no debe ser esclavo del pecado; el pecado no debe tener ningún dominio sobre él. Por supuesto, esto se logra solamente con la aceptación del sacrificio de Cristo que nos abre la puerta para la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Esa operación tiene que ver con el nuevo nacimiento.

Aceptar el sacrificio del Cordero de Dios no es hacerlo de manera pasiva, como bajo el Viejo Pacto, sino aceptarlo de manera activa, morir juntamente con Cristo. Nuestra naturaleza pecadora debe morir (como murió Cristo); luego, debemos ser sepultados (como lo fue Cristo –eso simboliza el bautismo), y debemos resucitar (igual que Jesús) hacia una forma de vida totalmente nueva.

Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado (Romanos 6:6)

Noten que la crucifixión del viejo hombre juntamente con Cristo, fue un evento histórico que sucedió en el pasado. Eso no quiere decir que debamos crucificarnos ya que cuando Jesús lo fue, murió como sacrificio expiatorio una sola vez y para siempre.

Así, pues, también vosotros haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. (Romanos 6:11) NC

Antes de este versículo, Pablo habla de la importancia de saber esto, y de considerar el asunto. Esto es importante:

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?, porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado, porque, el que ha muerto ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él, y sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. En cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:1-11)

Fíjense que la muerte expiatoria de Cristo difiere de la muerte expiatoria de los corderos del sacrificio en que bajo el Viejo Pacto muere solamente el cordero, pero bajo el Nuevo Pacto nosotros morimos conjuntamente con el Cordero de Dios.

Hay dos condiciones para estar muerto al pecado y vivos para Dios y su justicia: “Saber esto” y “considerarnos muertos al pecado

“Saber” en qué consiste el sacrifico de Cristo y cómo nos afecta a nosotros, es tan importante como “considerarnos muertos al pecado”.

Es necesario, como lo asegura Pablo, “saber” lo que la palabra de Dios enseña acerca del propósito principal de la muerte de Cristo (que muramos al pecado para que, luego, andemos en vida nueva). Tambien debemos “considerarnos muertos al pecado”; para poder ser sepultados en su muerte –que es el bautismo- y, de la misma manera que lo hizo Cristo, podremos resucitar a una vida nueva aquí y ahora.

El propósito principal de la expiación de Cristo
Con respecto al propósito principal de la expiación de Cristo –para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia- podemos asegurar dos cosas:

1)Ninguna otra verdad tiene mayor importancia en todo el Nuevo Testamento.
2)Ninguna otra verdad hay acerca de la cual exista mayor ignorancia, indeferencia o incredulidad entre los que profesan ser cristianos. Si usted hace una encuesta entre sus conocidos que profesan ser cristianos, podrá constatarlo.

Este es el centro de nuestra fe. Saber que con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo somos justificados porque morimos al pecado juntamente con él en el bautismo y emergemos resucitados a una vida nueva, es un asunto que nadie entiende realmente y casi nadie conoce. Es así como podemos aplicar a esta realidad lo que dice el Señor en Oseas 4:6: Mi pueblo se perdió por que le faltó de conocimiento.

El primer gran requisito que Pablo estableció para disfrutar del propósito principal de la expiación de Cristo es “sabiendo esto”. Si el pueblo de Dios no conoce esta verdad, no podrá creer en ella; si no cree en ella, no podrá experimentarla. Así que podemos entender la necesidad imperiosa de dar a conocer estos hechos a la iglesia de Cristo para que cada persona la recuerde permanentemente.

Y aquí tenemos que considerar la importancia real del bautismo cristiano. En el próximo artículo analizaremos el bautismo cristiano en agua, uno de los diferentes bautismos que menciona la Biblia y que todos debemos conocer ya que es una de las doctrinas fundamentales del cristianismo. (Hebreos 6:2)


Dios los cuide

Ricardo Puentes M
Octubre 29 de 2007

miércoles, 10 de octubre de 2007

GUERRA ESPIRITUAL

PARTE III

La noche está avanzada y se acerca el día.
Desechemos, pues, las obras de las tinieblas
y vistámonos las armas de la luz.

(Romanos 13:12)

Continuando con la descripción de la armadura necesaria para nuestra lucha espiritual, el apóstol Pablo llega a una parte vital –que no única- del equipamiento cristiano.

y tomad (....) la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. (Efesios 6:17)

Todas las partes de una armadura sirven solamente como defensa. Ninguna de ellas es para el ataque, excepto la espada. Ésta no solamente sirve para defenderse sino que también sirve para atacar, poner en fuga al enemigo. En el contexto, la espada –que es la Palabra de Dios- forma parte de la armadura que debemos colocarnos para resistir el ataque del enemigo.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6:13)

La orden es colocarnos TODA la armadura de Dios, no solamente una parte de ella.

“Resistir”, según el vocablo griego usado aquí, “anthistemi”, no significa una resistencia pasiva, sino una oposición frontal, un enfrentamiento directo. Aunque el resto de la armadura cumple la función de protección, la Palabra no solamente protege sino que también sirve para el ataque.

El texto es claro al asegurar que la espada del Espíritu es la palabra de Dios. Fíjense... No es nuestra espada... es la espada del Espíritu Santo; no es nuestra palabra, es la palabra de Dios. Es el bendito Espíritu Santo quien da poder a la Palabra, no nosotros. La espada también es símbolo de juicio, por eso podemos entender que nosotros no somos llamados a decretar juicio sino que esto solamente lo hace Dios.

Entonces, ¿qué significa tomar la espada de Dios..? Ni más ni menos que dedicarnos a su estudio personal y a darla a conocer a otros. Satanás sufre muchísimo daño cuando un creyente, limpiado de toda doctrina falsa por la Palabra, se entrega a la verdadera adoración aprobada por Dios obteniendo victoria sobre Satanás y sobre el pecado.

Cuando “tomamos” la espada, que es la Palabra de Dios, la obedecemos saliéndonos del control de Satanás y entrando a formar parte de la iglesia que Cristo compró con su sacrificio. Estudiando las Escrituras y obedeciéndolas, obtenemos la protección de Dios.

El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amara, y vendremos a él, y haremos morada con él. (Juan 14:23)

Si me amáis, guardad mis mandamientos. (Juan 14:15)

El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama, (Juan 14:21)

Al obedecer la Palabra de Dios, demostramos que lo amamos y, como promesa divina, lograremos que Dios venga y haga morada con nosotros. ¿Se le ocurre algo más poderoso que logre poner en fuga a Satanás, que la presencia del mismísimo Dios para defendernos...?

Es decir, la efectividad de la espada no reside en qué tan alto gritemos textos bíblicos, ni en que podamos citar de memoria pasajes enteros de la Biblia. Tampoco quiere decir, como asegura el señor Alfredo Díaz -cuyo libro cité en la primera parte de este estudio-, que la Biblia haya que blandirla como si fuera una espada literal. Solamente se nos pide que la estudiemos y que la obedezcamos.

Así como vestirse con todas las partes de la armadura es una orden, tomar la espada forma parte de esa orden. No se nos dice que permitamos que los líderes religiosos tomen la espada por nosotros. Cada uno de nosotros está obligado a tomar la espada; esto es lo único que garantiza nuestra protección. Y esto quiere decir, ni más ni menos, que estamos en la obligación de conocer las Escrituras y aprender a usarlas correctamente.

Al igual que una espada normal en manos inexpertas, la palabra de Dios en manos de personas inexpertas sirve poco o nada. Es imprescindible que todo creyente aprenda a usarla, que tenga un estudio minucioso de la Palabra de Dios y que aprenda cómo aplicarla en su vida. Si el creyente no aprende a usar correctamente las Escrituras, éstas no le servirán de nada.

Satanás sabe perfectamente esto y por esa razón es que ha impedido en muchas etapas de la historia de la iglesia cristiana, que los creyentes conozcan la verdadera naturaleza, autoridad y poder de la palabra de Dios. La inquisición católica surgió específicamente para atacar a todo aquel que leyera la Biblia. Todo aquel que pretendiera estudiar las Escrituras sin la supervisión y dirección de las autoridades católicas era acusado de hereje y condenado a la muerte con suplicio.

De igual manera, los protestantes pronto abandonaron el camino y se postraron ante líderes evangélicos, convirtiéndose en sus esclavos y creyendo solamente lo que pastores, apóstoles y profetas les obligaban a creer.

Entre las muchas tonterías, y enseñanzas verdaderamente espurias, los líderes evangélicos enseñan que la lucha espiritual solamente está destinada a cierta élite de “guerreros espirituales” y que se debe acudir a ellos para que hagan “guerra” por nosotros. También se han inventado estos líderes que los creyentes deben gritar a todo pulmón ciertas palabras y frases ya que, haciendo esto, el diablo sale huyendo. Aseguran que simplemente gritándole al demonio: “En el nombre de Jesús.. te ordeno que te vayas para el desierto del Sahara”, logrará que el espíritu maligno obedezca de inmediato. También se asegura, en el complicado ritual que han desarrollado, que uno debe nombrar al espíritu demoniaco ya que si se le nombra incorrectamente, éste no huirá. Para el efecto, ellos le han colocado nombres tales como: “espíritu de hemorroides”, “espíritu de los senos”, “espíritu de la caries”, entre muchos otros. Se supone que uno debe nombrarlos porque, de lo contrario, no obedecerán. También dicen que los demonios están cogidos de las manos o que se agarran fuertemente de nuestros órganos para evitar ser sacados del cuerpo humano. Yo no he encontrado nada de esto en la Biblia, ni he hallado que existan demonios que se llamen “espíritu de hemorroides”, o “espíritu de la televisión” por ninguna parte de las Escrituras. Honestamente, estos nombres me suenan más a mitología romana y babilónica que a doctrina de Dios.

Muchos cristianos creen que basta citar, como suponen que hizo Jesús, algunos pasajes de la Biblia para sacar corriendo a Satanás. Pero si nos fijamos bien en el pasaje de Lucas 4, vemos que el mismo Satanás usó las Escrituras para tentar a nuestro Señor. Satanás conoce las Escrituras y él no saldrá corriendo despavorido cuando alguien pronuncia un versículo bíblico. La única manera de ponerlo en fuga es –como ya vimos- apegándonos a las Escrituras, obedeciendo a Dios.

Tristemente, la mayoría de los cristianos creen que es suficiente con aprenderse de memoria algunos versículos y gritarlos a los cuatro vientos para vencer así al enemigo. Muchos otros creen que basta con cerrar los ojos y cantar las canciones de los artistas “cristianos”, con el convencimiento de que la música y letra de tales canciones puede limpiarnos y santificarnos de modo sobrenatural. Otros consideran que dar el diezmo o acudir regularmente a los cultos de sus denominaciones les ayudará a ganar su salvación y a vencer al enemigo. Otros recurren al “toque purificador” de pastores y demás falsos maestros convencidos de que el Espíritu Santo proviene del interior de estos hombres.

La condición natural del hombre es de depravación espiritual. Por su propia cuenta, es imposible que el ser humano busque a Dios. Es nuestro Creador quien, con misericordia, toca el corazón de los hombres para que lo busquen a Él. Sin la dádiva divina del arrepentimiento, el hombre está absolutamente muerto, sin reacción alguna, frente a las cosas de Dios.

Un hombre puede asistir a una denominación religiosa, estar en una religión y, con todo, no sentir ninguna necesidad de Dios. La religión le puede proveer de un falso sentimiento de seguridad pero ella solamente le está endureciendo su corazón ante la Palabra de Dios. Conozco muchísimos creyentes que están convencidos de que haciendo lo que su pastor o líder les ordena, o lo que a ellos les parezca –despreciando lo que dice la Biblia-, obtendrán la salvación. Nada más falso. Contra estos líderes religiosos nos advirtió Pablo; dijo que la gente más inicua y malvada no sería gente sin religión, sino que tendrían “apariencia de piedad pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:1-5)

Hay que recalcar que tomar la espada del Espíritu, que es la Palabra, no es repetir como cotorras algunos textos bíblicos. Solamente estudiándola y aplicándola es que el Espíritu Santo actúa en nuestro beneficio.

Tomar la espada del Espíritu implica también predicarla. Pero una predicación sin el aval del Espíritu Santo es algo inútil debido precisamente a que quien convence de pecado al mundo no somos quienes declaramos la Palabra de Dios, sino el mismo Espíritu:

Y cuando él (el Espíritu Santo) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. (Juan 16:8)

Cuando Pedro habló en Pentecostés, no fue él quien logró compungir a sus oyentes ni convencerlos de pecado. Fue el Espíritu Santo quien lo hizo. (Hechos 2:37) Por supuesto, la labor de Pedro fue hablar lo que Dios ya había dicho en su Palabra. Así que el Espíritu Santo avaló la predicación de Pedro convenciendo de pecado a los oyentes de Pentecostés.

Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. (1 Corintios 1:21)

Dios no ha ordenado que las personas se salven viendo hacer milagros o escuchando profecías o adivinaciones de desastres naturales por suceder. Dios no envía esa clase de mensajes extrabíblicos para convencer a la gente. Pablo nos dice que Dios salva a los creyentes por la predicación de su Palabra.

Cuando Pedro, en Pentecostés, habló a los judíos que estaban reunidos, fue el Espíritu Santo quien actuó blandiendo la espada para llegar a los corazones de las personas, hiriéndolos y haciendo que se arrepintieran. Si ustedes leen el pasaje de Hechos 2, podrán comprobar que Pedro siempre citó las Escrituras. Fue la poderosa Palabra de Dios la que logró penetrar hasta los tuétanos del auditorio de Pedro.

Por supuesto, la Palabra de Dios no solamente causa arrepentimiento. Cuando una persona tiene un corazón soberbio y duro, lo que la Palabra producirá en él, será odio y rabia. En Hechos 7:54 podemos ver tan solo un ejemplo del asunto; Esteban expuso las Escrituras para demostrar que Jesús era el Mesías y sus oyentes sintieron odio. La Palabra penetró hasta sus corazones pero ellos no se arrepintieron sino que avivaron su furia y mataron a Esteban.

De igual manera hoy, cuando la Palabra es expuesta ante los pastores, profetas y demás líderes religiosos, lo que se produce en sus corazones no es arrepentimiento sino odio y sentimientos de venganza. Ante la exposición de las Escrituras, esta clase de personas reacciona con maldiciones y furia.

Esto demuestra que la exposición ante la Palabra de Dios puede tener dos reacciones opuestas: arrepentimiento o furia. Pero nunca la predicación de la Palabra de Dios –cuando está avalada por el Espíritu Santo- puede producir indeferencia.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama. (Mateo 12:30)

Cuando se predica la Palabra de Dios, toda persona que la escucha toma partido inmediatamente: o con Cristo, o contra él. Es imposible permanecer imparcial.

Continuemos con las instrucciones del apóstol:

Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. (Efesios 6:18)

Siendo honestos, es imposible que una persona, por sus propias fuerzas, pueda orar en todo tiempo y sin cesar. (1 Tesalonicenses 5:17).

Sin embargo, cuando entendemos que estudiando y aplicando la Palabra de Dios, conseguimos que el Espíritu Santo more en nosotros, podemos entender eso de “orar en el Espíritu”, sin cesar y en todo tiempo. Cuando un creyente ha sido bautizado en el Espíritu Santo, permite que Él more dentro de sí de manera permanente. Así, de manera sobrenatural, es posible que el creyente nacido de nuevo verdaderamente pueda orar sin cesar y en todo tiempo. Y esto es porque el fuego del Espíritu Santo jamás se apaga si el creyente obedece la Palabra de Dios.

La exhortación es muy clara: Orar en todo tiempo y suplicar por los demás creyentes. A Dios le agrada que nosotros oremos por otras personas, especialmente por otros creyentes. Orar por nuestros hermanos es una prueba de nuestro amor, es la evidencia de que el amor de Dios está con nosotros. Cuando nosotros estamos en Cristo, nuestra oración por otros surge naturalmente y sin esfuerzo.

Porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Mateo 12:34)

Si nuestro corazón está rebosante de amor de Dios, nuestras oraciones a favor de otros surgirán sin dificultad. De la misma manera, si nuestro corazón está lleno del espíritu del mundo, que está bajo Satanás, nuestra boca proferirá maldición.

"Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo". Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. (Mateo 5:43-45)

Fíjense que la instrucción de nuestro Señor frente a alguien que nos maldiga, no es lanzar conjuros ni “contras”, tampoco proferir palabras como: “Anulo toda palabra de maldición”, “decreto que lo que usted me diga se le devolverá el doble”, “me cubro con la sangre de Cristo”, “lo ato y lo encadeno con doble y triple cadena”, ni nada de esas sandeces que enseñan los falsos maestros que extravían a los creyentes.

Ante una palabra de maldición, Jesús nos da un remedio tan sencillo como poderoso: bendecir a quienes nos maldigan y hacer el bien a quienes nos odian. Esto demostrará que somos hijos de Dios. En eso consiste la lucha espiritual.

Las enseñanzas de los falsos maestros, profetas, pastores y demás líderes que se ensalzan sobre el resto de la grey, son clara y llanamente enseñanzas falsas que perpetúan el error y hacen que las personas vivan en temor constante frente al enemigo. Este sentimiento de miedo ante Satanás logra que tanto él como los falsos maestros tengan más poder sobre quienes sienten ese temor.

Cuando estos falsos profetas y pastores inculcan temor entre las personas, y les hacen creer que Satanás tiene un poder comparable al de Dios, y –además- que el único antídoto contra el enemigo es que se sujeten a la autoridad pastoral y humana de estos líderes, estos servidores del maligno tienen la principal herramienta para seguir robando a las ovejas y continuar viviendo a costillas de ellas: la ignorancia escritural:

Mi pueblo se ha destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio. (Oseas 4:6)

Sin embargo nadie podrá alegar ignorancia como excusa. Dios dice que el pueblo se perdió porque le faltó conocimiento pero no justifica la razón. Si falta conocimiento, es porque se rechaza el conocimiento.

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. (Colosenses 2:8)

Nadie que haya escuchado la Palabra de Dios –repito- puede permanecer imparcial. Una vez escuchada la Palabra, la persona se coloca inmediata y automáticamente de uno de los lados: Al lado de Cristo o en contra de él.

Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. (Juan 12:47-48)

Esto nos revela que la autoridad final de todo juicio está investida en la bendita Palabra de Dios. Esta es la medida imparcial e inalterable de juicio ante la cual los hombres deberán rendir cuentas. Quien escuche la Palabra y no las guarde, será juzgado por la palabra misma. Y qué terrible será el juicio para esta clase de personas...!

Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10:26, 27, 29-31)

Una persona que escuche la palabra de Dios y la rechace se enfrenta a que Dios, a su vez, la rechace a ella. La pregunta que debe hacerse cada persona es “de qué lado me estoy colocando...? Con Cristo o contra él...?”

Dios les dé paz.


Ricardo Puentes M.
Octubre 5 de 2007.

jueves, 4 de octubre de 2007

GUERRA ESPIRITUAL PARTE II

He peleado la buena batalla,
he acabado la carrera,
he guardado la fe.
(2 Timoteo 4:7)

En la primera parte de este estudio vimos parte de la armadura necesaria para nuestra lucha espiritual.

Después de ceñirnos las caderas con la verdad, y de tomar la coraza de la justicia, el apóstol nos insta al siguiente paso:

Y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. (Efesios 6:15)

Los pies son considerados de manera figurativa en las Escrituras, como los que nos pueden conducir a la piedad o a la iniquidad. Por algo, el rey David, quizá el escritor bíblico que más recalcó la autoridad suprema de la Palabra, pudo decir:

Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino. (Salmo 119:105)

Los pies que son alumbrados en su camino por la bendita palabra de Dios, nunca se extraviarán de la senda. Pablo reconoce esta gran verdad:

Como está escrito: "¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Romanos 10:15)

En el contexto de Romanos 10, Pablo dice que no todos obedecen el evangelio y que esto sucede porque les falta fe. Es de especial importancia anotar que –a su vez- Pablo explica la falta de fe diciendo que se debe a que no quieren oír el mensaje del evangelio.

Si ustedes se fijan, la armadura viene en orden: primero, hay que ajustarse las caderas con la verdad (la Palabra de Dios), luego, hay que proteger con la justicia de Dios lo que la Palabra ha producido en nuestro corazón; una vez nuestro corazón esté lleno de la fe que provee el Espíritu Santo, nuestro lógico siguiente paso es anunciar el evangelio de paz.

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:8-9)

Un corazón rebosante de fe hará que ésta se abra paso a través de la boca. La palabra griega para “confesar” traduce: “decir lo mismo que”; es decir, confesar con la boca es decir lo mismo que Dios ha dicho en su Palabra y que ya está en el corazón renacido. La relación entre lo que hay en el corazón y lo confesado por la boca, es un principio básico de las Escrituras: Porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Mateo 12:34)

Una fe reprimida, guardada en silencio, es una fe incompleta o no es fe en absoluto. Una fe bíblica calzará nuestros pies con el evangelio y nos llevará por el camino que Cristo ha designado para cada uno de nosotros y que incluye confesarlo a él como nuestro Señor y Salvador.

Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. (Efesios 6:16)

El escudo descrito aquí es uno que cubre todo el cuerpo, es decir, que protege todo nuestro ser, cada aspecto de nuestra vida. El escudo de la fe logra apagar todos los dardos o flechas que el maligno nos lanza para causarnos daño. En la antigüedad, estas flechas incendiadas causaban estragos –hasta la muerte- en los que alcanzaba. Era prácticamente imposible apagar estos proyectiles debido a que eran recubiertos con un material altamente inflamable que combustionaba con lentitud suficiente para ocasionar enormes desastres antes de apagarse.

La palabra griega usada aquí para “de fuego” indica no solamente que las flechas vienen encendidas, sino que son lanzadas con furia y que pueden traer aflicción o lujuria.

En cuanto a esta parte de la armadura, es interesante saber que las Escrituras describen a Dios como un escudo protector:

¡Bienaventurado tú, Israel! ¿Quién como tú, pueblo salvado por Jehová? Él es tu escudo protector. (Detureronomio33:26)

Jehová, roca mía y castillo mío, mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. (Salmo 18:2)

Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza. (Salmo 3:3)

Él provee de sana sabiduría a los rectos: es escudo para los que caminan rectamente. (Proverbios 2:7)

El escudo protege del enemigo. La relación que hace Pablo entre escudo y fe no es casual. Teniendo fe es que podemos conseguir que Dios nos proteja del enemigo; teniendo fe, Dios apagará las flechas ardientes que éste nos lanza con furia.

Y, de nuevo, ¿qué es la fe..?

Al contrario de lo que muchos creyentes opinan, fe no es creer todo lo que nos parezca bien a nosotros. Se habla de tener fe en un médico, en un jerarca eclesiástico; se dice tener fe en cierto medicamento o en que se cumplirán nuestros deseos personales. De todas maneras, la palabra “fe” se ha tomado muy ligeramente y la inmensa mayoría de creyentes no saben realmente lo que es la fe.

Siendo que la fe es un asunto vital en las Escrituras, todos deberíamos saber exactamente lo que es.

Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (Romanos 10:17)

Si observamos con cuidado, nos damos cuenta que la fe no llega de inmediato sino que es un proceso que se origina y crece solamente mediante escuchar la palabra de Dios. Dependiendo del interés y del tiempo que se dedica a escuchar la palabra de Dios, dependerá también la fortaleza de nuestra fe. La fe no significa creer en lo que a nosotros nos plazca, sino que tiene relación directa con la palabra de Dios; es ella la que la produce y es ella el mismo objeto de la fe.

Fe es, básicamente, creer que Dios hará todo lo que ha dicho en su palabra. María pudo expresarlo de manera plena cuando dijo:

Hágase conmigo conforme a tu palabra. (Lucas 1:38)

Ese es el gran secreto de la fe bíblica: Pedir que se haga “conforme a tu palabra”. La fe bíblica se forma dentro de nosotros solamente escuchando la palabra de Dios, y se pronuncia consecuentemente pidiendo el cumplimiento de lo que Dios ya ha dicho en las Escrituras.

Conozco el caso de muchos sinceros creyentes que han levantado su fe en sus propias deducciones, no en lo que dice la Palabra. Toman las Escrituras y cambian lo que ellos consideran “pasado de moda” y cifran su fe en sus nuevas conclusiones extrabíblicas. También hay quienes depositan su fe en personas, profetas que hablan cosas que Dios no ha dicho en las escrituras. Otros creyentes escuchan voces extrañas, de la región espiritual, y ponen fe en lo que éstas dicen. Esto no es fe bíblica.

La fe es tan importante, que resulta primordial para nuestra relación con Dios:

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11:6)

Quien no tenga fe, no agrada a Dios. Quien no tenga fe, no puede ser protegido por Dios. Ese escudo de la fe se adquiere mediante el estudio diligente y personal de las Escrituras bajo la guía del Espíritu Santo. Solo así podemos tener la certeza que Dios nos protegerá del enemigo.

Continuemos con las otras partes de la armadura:

Tomad el yelmo de la salvación. (Efesios 6:17)

El yelmo es la parte de la armadura que cubre la cabeza. El apóstol nos dice que todos nuestros pensamientos deben estar protegidos con el yelmo de la salvación. ¿Qué significa esto..?

Veamos lo que nos dice en otro pasaje:

Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. (1 Tesalonicenses 5:8)

La esperanza es bien diferente de la fe. Mientras que la fe es una condición del corazón, establecida claramente en el presente, la esperanza apunta hacia el futuro.

Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo, porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. (Romanos 8: 23-25)

La esperanza es una actitud de espera relacionada con lo que todavía no ha sucedido; mientras que la fe es algo real, una confianza plena dentro de nosotros, algo que poseemos aquí y ahora.

Claramente, la esperanza está fijada en la mente mientras que la fe es una facultad del corazón. En los textos citados, la esperanza se describe como el yelmo, para la cabeza o la mente. Así que, la esperanza es una actitud mental de expectativa relacionada con el futuro.

Tenemos fe en lo que nos dice la Palabra de Dios y por eso vivimos, aquí y ahora, con la convicción plena de que Dios y todo lo que él nos promete, es una realidad. Nuestra esperanza, basada en esa fe, hace que esperemos confiadamente en que Jesús vendrá por segunda vez por nosotros para entregarnos el galardón inmerecido de la vida eterna; la esperanza hace que esperemos confiadamente en que la palabra de Dios se cumplirá. Tener la salvación como yelmo, significa que nuestros pensamientos –basados en la fe- deben estar centrados en nuestra salvación. Eso nos protegerá del enemigo.

Nuevamente, es necesario recordar que nuestra esperanza debe estar edificada sobre la fe bíblica, no sobre lo que nosotros queramos creer o sobre lo que los líderes religiosos nos obligan a creer. Una esperanza basada en la fe que se ha adquirido con el estudio de las Escrituras y la oración, será una esperanza que no terminará en amarga desilusión.

Como ejemplo puedo mencionarles el caso de los Testigos de Jehová. La esperanza de millones de ellos ha terminado en desilusión debido a que han puesto su fe en lo que sus líderes les han dicho, no en la Palabra de Dios. El Cuerpo Gobernante de los Testigos, usurpando el papel de Cristo como cabeza espiritual de cada creyente, ha ordenado en múltiples ocasiones que sus seguidores crean ciegamente y sin derecho a cuestionar, todo lo que han afirmado. Asegurando que son el canal que Dios utiliza para comunicarse con los hombres, los dirigentes de los Testigos han profetizado el fin del mundo en varias ocasiones. Pero siempre han fallado. Esto ha ocasionado que muchos Testigos caigan en depresión y angustia. La razón: Su fe está edificada sobre hombres, no sobre Cristo.

De igual manera, recuerdo múltiples ocasiones en que César Castellanos profetizó que cada miembro de la iglesia, en determinado tiempo específico, tendría sobreabundancia de riquezas y salud plena. Obviamente, el no cumplimiento de estas promesas hicieron que la esperanza de muchos creyentes terminara en decepción. No se colocaron el yelmo de la salvación sino que quisieron creer el engaño de hombres.

En la tercera y última parte de este estudio veremos las siguientes partes de la armadura espiritual.

Dios los bendiga


Ricardo Puentes M.
Octubre 3 de 2007.