domingo, 2 de diciembre de 2007

EL PLAN DE SALVACIÓN DE DIOS

¿Qué papel juega Israel allí...?

Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina,
sino que teniendo comezón de oír,
se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,
y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.
(2 Tim. 4:3-4)

Los falsos maestros de que nos habla Pablo, han enseñado erróneamente que el plan de salvación de Dios originalmente estaba diseñado en exclusiva para el pueblo de Israel pero que, debido a su desobediencia, Dios hizo “arreglos de última hora” para incluir a los gentiles. ¿Esto es lo que dice la Biblia...?

Para comprender el asunto es necesario remontarnos al momento de la caída del hombre y su pérdida del favor de Dios. Cuando Adán y Eva pecan, Dios le dice a la serpiente:

Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Génesis 3:15)

Dios dice que la serpiente heriría a la descendencia de Eva en el calcañar. Y que la descendencia de la mujer heriría a la de la serpiente en la cabeza.

Sabemos que la descendencia de la mujer es Jesús:

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. (Hebreos 2:14) (Ver Gálatas 4:4)

Debemos notar que la serpiente personalmente es quien hiere en el calcañar a Jesús, pero que ésta tiene una descendencia que hace enemistad con la descendencia de la mujer. Sin embargo, en realidad no fue Satanás quien personalmente hirió a Jesús. Fue la descendencia del diablo. ¿Quiénes son la descendencia de la serpiente, los hijos del diablo que hirieron a Jesús...? Que el mismo Jesús conteste:

¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?
(Mateo 23:33)

Jesús les estaba hablando a los judíos de su tiempo a quienes identificaría más explícitamente, como la descendencia del diablo:

Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. (Juan 8:44)

Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas padecieron de los judíos, los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres (1 Tesalonicenses 2:14-15)

Al hacer las obras del diablo, los judíos se convertían en sus hijos matando a Jesús. De igual manera que entonces, quienes hoy hacen las obras del diablo, sean judíos o no, se convierten en sus hijos:

Y respondiendo Él, dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre, y el campo es el mundo; y la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno. (Mateo 13:37-38)

Es evidente que los hijos del maligno son tan perversos como su padre. Camuflados entre los seguidores de Cristo, pasan como cristianos para extraviar a los hijos del reino.

En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia y que no ama a su hermano, no es de Dios.
(1 Juan 3:10)

Esta es la enemistad que predice Dios, entre la descendencia del diablo (quienes hacen sus obras) y la descendencia de la mujer (los seguidores de Cristo)

La sinagoga de Satanás
Jesús ordena en visión al apóstol Juan que le escriba a una iglesia, la de Esmirna, en los siguientes términos:

Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás. (Apocalipsis 2:9)

Las palabras de Jesús a la iglesia de Esmirna no son de reproche sino de aliento. Los advierte contra cierto tipo de cristianos, seguidores de alguna extraña doctrina que involucra cierta jactancia al proclamar ser judíos. Jesús dice que ellos son sinagoga de Satanás. Jesús dice que en esas sinagogas no está Dios sino su enemigo, el diablo. Respecto a los seguidores de esta extraña doctrina, Jesús dice a la iglesia de Filadelfia que hará que algunos de estos que dicen ser judíos, pueblo de Dios –pero que no lo son sino que mienten, como todos los hijos del diablo-, Él hará que algunos reconozcan al verdadero pueblo de Dios.

De la sinagoga de Satanás, de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten, te daré algunos. Yo haré que vengan y se postren a tus pies reconociendo que yo te he amado. (Apocalipsis 3:9)

Igual que lo había profetizado también el apóstol Pablo, algunos hombres, judíos, se introdujeron en la iglesia de Cristo para envenenarla con falsas doctrinas y llenarla de fábulas judaicas que trajeron como consecuencia la apostasía de muchos. Estos judíos, que no lo eran para Dios, sino Sinagoga de Satanás, implantaron en la iglesia de Cristo muchas herejías y blasfemias, llenándola también con ritos judíos cargados de misticismo espiritista. Sólo hay que ver lo que hacen estas denominaciones “cristianas” hoy día con sus rituales de ayuno vacíos, de “guerra espiritual” y otras fábulas judaicas que no tienen sustento neotestamenterio. Son estos falsos judíos, sinagoga de Satanás, quienes han sembrado en la iglesia de Cristo, mentiras tales como esa de que Dios restaurará la adoración en el Templo reconstruido de Jerusalén. También dicen que Cristo gobernará desde la Jerusalén carnal y que destruirá a quienes osen profanar el Tempo ya reconstruido de Salomón en Jerusalén. La Sinagoga de Satanás también ha logrado que creyentes mal informados consideren a la nación de Israel, el Estado político, como una nación digna de temor reverente. Citan textos del Viejo Pacto para sembrar pánico entre aquellos que no están de acuerdo con sus actuaciones bélicas y les dicen que tales acciones criminales tienen el favor de Dios y que quien se atreva siquiera a pensar que la nación de Israel está actuando mal, recibirá toda la ira de Dios con sus consecuentes maldiciones. ¡Qué falacia..! Pero de eso ya hemos hablado.

De hecho, desde los mismos inicios del cristianismo, los judíos de las sinagogas (antes para adorar a Dios y ahora convertidas en sinagogas de Satanás), expulsaron de ellas a quienes pusieran fe en Cristo. Las personas tenían que elegir entre ser cristianos o ser aceptados en las sinagogas.

Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. (Juan 9:22)

El pasaje anterior se refería a una pareja cuyo hijo había sido sanado por Jesús. No se atrevieron a confesar abiertamente que Jesús era el Mesías por miedo a los judíos.

Igual sucedió con muchos hombres importantes que pudieron comprobar que Jesús era el Mesías. No confesaron a Cristo por temor a los de la sinagoga de Satanás.

Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. (Juan 12:42-43)

Al amar más la gloria de los hombres que la gloria de Dios, no confesaron a Cristo para no ser expulsados de las sinagogas. Sin embargo, los verdaderos cristianos tendrían que ser expulsados de estos dominios de satanás:

Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. (Juan 16:2)

Jesús predijo una ruptura total entre los judíos que lo aceptaron como Mesías, y los que no. Los cristianos serían expulsados por los judíos de los antiguos lugares de adoración –ahora en manos de satanás-, y serían asesinados también por los judíos pensando que así estarían rindiendo servicio a Dios.

Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. (Juan 16:3)

Es absolutamente falso que los judíos conozcan al Padre. Si conocieran al Padre, también conocerían a Jesús.

El que me odia a mí, también a mi Padre odia. Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto, y me han odiado a mí y a mi Padre. (Juan 15:23-24)

Jesús se estaba refiriendo a los judíos, no a los romanos. Jesús estaba hablando específicamente de aquellos que lo odiaban a él al mismo tiempo que aseguraban amar al Padre. Jesús dice que no es posible esta dicotomía. Quien lo rechaza a él, rechaza al Padre; quien lo odia a él, odia al Padre. Los judíos han rechazado –y todavía lo hacen- a Jesús; y de esta manera su afirmación de que sirven a Dios es falsa y mentirosa, como todo lo que procede del diablo, su verdadero padre.

Jesús afirma que los judíos –al rechazarlo a él y a su Padre- ya no son un pueblo especial, sino son parte del mundo, son iguales a los impíos:

Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os odia. (Juan 15:18-19)

A Cristo lo odiaron los judíos, y lo mataron. Jesús dice que esos que lo odiaron son parte del mundo. Solamente los cristianos no somos parte del mundo. La humanidad se divide en dos, los que están con Cristo y los que están contra él. No hay términos medios ni pactos paralelos con los no cristianos. Quien no sea cristiano es parte del mundo y, por tanto, opositor de Dios:

El que no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama. (Lucas 11:23)

De igual manera, solamente son hijos de Dios aquellos que han sido comprados con la sangre de Cristo. Los judíos y todos aquellos que no han aceptado a Cristo, no pueden ser llamados hijos de Dios; los judíos y el resto del mundo son hijos del diablo porque no han querido conocer a quien los puede salvar:

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. (1 Juan 3:1)

Aunque los judíos aleguen conocer al Padre, eso es mentira. Nunca lo han conocido.

El plan de salvación de Dios incluyó desde el principio a toda la humanidad

Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que lo teme y hace justicia. (Hechos 10:34-35)

Pedro comprendió finalmente una gran verdad que había estado velada para los judíos durante siglos. Dios lo había enviado a la casa de Cornelio –un gentil- para que le predicase el evangelio de Salvación a él y a toda su casa. Cuando Pedro comprobó que el Espíritu Santo había sido derramado sobre esta familia de gentiles, avalando la aprobación de Dios, el apóstol pudo ver claramente esta gran verdad: Dios no hace acepción de personas.

Esto quiere decir que no interesa si se es judío de nacimiento o árabe o indígena americano. La única condición es que lo conozcan y lo obedezcan (como vimos antes, los judíos no conocen al Hijo ni al Padre).

Quienes aseguran que Dios, a última hora, decidió incluir en el plan de salvación a los gentiles, a causa de la desobediencia de los judíos, están evidenciando una total ignorancia escritural y desmienten a Dios al decir que, al preferir al pueblo de Israel, Dios sí hace acepción de personas.

La verdad es que, desde siempre, el plan de salvación de Dios incluía a los no-judíos. Toda la humanidad estaba incluida en la promesa de salvación.

Entonces, ¿por qué Dios escogió al pueblo de Israel...?

Para resumir algunas cosas que ya hemos hablado, podemos afirmar que Dios escogió al pueblo de Israel para darles la ley, por los siguientes motivos:

Para mostrarle a la humanidad su condición de pecado.

Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. (Romanos 3:19-20)

Antes de que la ley fuera dada a Israel, el pecado existía en la humanidad.. pero ésta no era consciente de ello.

Antes de la Ley ya había pecado en el mundo; pero donde no hay Ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán. (Romanos 5:13-14)

Pablo nos está diciendo aquí que antes de que la ley mosaica fuera dada a Israel, ya había pecado pero que, debido a que no había Ley, no se inculpaba de pecado. Con la entrega de la Ley, pues, llega el conocimiento del pecado.

Dios decide tomar a un pueblo para, por medio de él, mostrar al resto de la humanidad cómo son sus tratos con la humanidad.

El propósito primordial de la ley, lo dice Pablo, es que todo el mundo quede bajo el juicio de Dios, o según otra traducción, para que “todo el mundo sea hecho responsable ante Dios”. Es decir, la observancia de la Ley no haría justos a los hombres; su propósito era todo lo contrario: mostrar a la humanidad su condición pecadora o, como lo dice el apóstol: “por medio de la ley es el conocimiento del pecado.”

¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado..? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: “No codiciarás”. (Romanos 7:7)

En otras palabras, el propósito de la Ley era mostrar el pecado en sus verdaderas dimensiones con todas sus consecuencias fatales. Una vez dada la Ley no habría excusa para la humanidad para continuar ignorantes en cuanto al pecado.

Aunque la Ley fue dada únicamente al pueblo hebreo, no a los gentiles, cualquier gentil que quisiera formar parte del pueblo de Dios podría colocarse bajo ella por su propia voluntad.

2. Al Dios escoger a Israel y darle la ley, quiso demostrar que el hombre jamás podrá salvarse por sí mismo

Otro propósito de la Ley fue hacer que el hombre se diera cuenta de que jamás podría ser salvo por medio de sus propios méritos. Nadie pudo jamás cumplir la Ley –excepto Cristo- y esto mostró a la humanidad que los principios de Dios son tan elevados que, por nosotros mismos, jamás podremos alcanzar su justicia. Si no podemos salvarnos por nosotros mismos, cumpliendo la ley (lo cual es imposible), podremos ver claramente que necesitamos un Salvador.

Hablando del pueblo de Israel, Pablo dice:

Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios, pues el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. (Romanos 10:3-4)

Israel, ignorando la justicia de Dios, esto es, que la Salvación viene solamente gracias al sacrificio de Cristo, se empecinó en seguir bajo el yugo de la Ley de una manera soberbia y prepotente, afirmando de esta manera que ellos pueden salvarse por sí mismos, sin necesidad del sacrificio de Cristo.

Por otro lado, Pablo, quien antiguamente había perseguido a los cristianos alegando también que el único medio de justicia era la Ley, y no Cristo, pudo decir después:

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
(Romanos 7:18-23)

Dios escoge a Israel y les da la Ley para demostrarle a la humanidad que, por sí mismos, jamás podrán ser declarados justos. No importa cuánto se esfuercen, el pecado es parte integral del hombre. Por eso es que necesita alguien que lo salve de esa terrible condición.

La ley sirvió para prefigurar a Cristo.

Mediante la Ley, Cristo fue prefigurado en los diversos mandamientos y ceremonias. También, en la Ley, Cristo fue anunciado. De hecho, la ley tiene como propósito principal conducir a la humanidad a Cristo.

En muchos de los sacrificios y ceremonias de la Ley, Cristo está perfectamente prefigurado. Por ejemplo, en lo referente al cordero Pascual y a los corderos expiatorios, vemos el tipo del Salvador. Todos los sacrificios descritos en los primeros siete capítulos de Levítico prefiguran a Cristo. Por esta razón cuando Juan dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), todos los judíos que tenían sus corazones dispuestos pudieron reconocer al Mesías; siglos y siglos de observancia de la Ley y de ceremonias de sacrificio, prepararon a los judíos para aceptar a su Salvador. Cuando Cristo apareció en escena, los justos entendieron este propósito de la Ley.

Pablo lo dice claramente:

Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. (Gálatas 3:22-24)

Este texto es de importante claridad. Nos dice que Dios tomó a Israel y lo “confinó”, lo “encerró” con el propósito de que Cristo fuera revelado. Si Dios no hubiera tomado a un pueblo –en este caso Israel- encerrándolo en la Ley, revelándole por medio de ésta su condición pecadora y la necesidad de un Salvador, no hubiera sido posible la manifestación de Cristo a la humanidad.

Después de decir que la ley ha sido el ayo para llevarnos a Cristo, Pablo es enfático en asegurar que, llegado Cristo, ya no estamos bajo ese ayo de la Ley:

Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo.
(Gálatas 3:25)

Ya no estamos bajo ley.

Aquí surge un asunto sumamente importante –que también hemos tratado en otras ocasiones-, y es éste: Los cristianos no estamos bajo Ley

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos.
(Gálatas 4:4-5)


La salvación del cristiano no depende de que guarde parte alguna de la Ley:

Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. (Romanos 6:14)

En otras palabras: Los cristianos no estamos bajo ley sino bajo gracia; una cosa elimina a la otra. Una persona bajo gracia no puede estar bajo ley, y una persona bajo ley, no puede estar bajo gracia. O se está bajo la Ley o se está bajo la gracia... Nadie puede estar bajo la Ley y la gracia al mismo tiempo.

O, para que tengan más claridad:

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. (Romanos 8:14)

Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley. (Gálatas 5:18)

Es decir, la evidencia de que uno es hijo de Dios por la fe en Jesús, es que esté guiado por el Espíritu Santo; y si uno es guiado por el Espíritu Santo, no se está bajo Ley. O, en otras palabras: No se puede ser hijo de Dios y, al mismo tiempo, estar bajo Ley.

O, mucho más claramente: quienes viven bajo Ley (los judíos y aquellos que los siguen) no son hijos de Dios. Si los judíos no son hijos de Dios, entonces ¿qué fundamento tienen quienes alegan que ellos son el verdadero pueblo de Dios...?

Ellos basan sus temerarias afirmaciones en una interpretación torcida de un pasaje escrito por Pablo a los Romanos. En la siguiente entrega analizaremos este pasaje.


Dios los bendiga


Ricardo Puentes M.
Diciembre 2 de 2007