sábado, 22 de marzo de 2008

VATICANO, WALL STREET Y SOCIALISMO. PARTE VI

VATICANO, WALL STREET Y SOCIALISMO
Destruir los pensamientos por la fuerza es una constante de la Iglesia Católica
Parte VI.


Es bien conocido por todos el odio visceral que la Iglesia católica siente desde siempre hacia los judíos. No obstante, los jesuitas no han dudado en aprovecharse de ellos para conseguir sus propósitos y, lo que es aún mucho más macabro, hay demasiados ejemplos de judíos que intentan destruir a sus hermanos de raza. Incluso desde los tiempos de Jesús, él denunció a esta clase de personas que “dicen ser judíos sin serlo”. Hombres como Hitler, Marx, Lenin y otros, olvidaron bien pronto su origen y, tratando de ocultar su sangre judía, hicieron lo posible –cada cual en su estilo- para aniquilar a sus hermanos. Por eso, no es extraño ver que judíos, ocupando altas posiciones en el Vaticano, hayan intentado devastar al pueblo judío donde quiera que éste se haya encontrado. Como veremos más adelante, la creación del Estado de Israel obedecerá a esta dinámica fraticida.

Jesuitas de alto rango son judíos que odian a los judíos; la banca internacional está en manos de judíos que también odian a su pueblo.

Así, encontramos una declaración de un jesuita-judío, quien escribió en la “Civilta Católica”, publicación oficial de los jesuitas: “La emancipación de los judíos fue el resultado de los llamados principios de 1789 cuyo yugo pesa fuertemente sobre los franceses. Los judíos tienen en sus manos a la República, que es más hebrea que francesa. El judío fue creado por Dios para ser usado como espía dondequiera que se planea una traición. Los judíos no solo deben ser eliminados de Francia, sino también de Alemania, Austria e Italia. Luego, al restablecerse la gran armonía de tiempos pasados, las naciones otra vez hallarán la felicidad que perdieron.” (Febrero 5 de 1898)

Cuando este periódico jesuita habla de “los principios de 1789”, se refiere a aquellos que inspiraron la Revolución Francesa, los derechos del hombre, cuya proclamación de igualdad y justicia siempre han odiado los hijos de Loyola. Lo aterrador es que este llamado a la eliminación de los judíos se hace tan temprano como en 1898, más de 30 años antes de que Hitler, usado por el Vaticano, avanzara exitosamente hacia esta aniquilación.

Por otro lado, el tiempo de la “gran armonía”, al que se refieren los jesuitas, no es otro que aquel cuando ellos gozaban de plenos poderes en todo el mundo, aconsejando a reyes y confesando a los poderosos de las naciones para inducirlos a hacer lo que ellos pretenden todavía.

El asunto es que esta publicación, órgano oficial de los jesuitas, intentaba exaltar aún más los ánimos de los franceses hacia los judíos comunes y corrientes. En 1894 los jesuitas habían inventado un fraude contra la reputación de Alfredo Dreyfus, logrando que fuera acusado de traición a la República mediante la falsificación de una supuestas cartas y otros documentos que se le endilgaban falsamente a Dreyfus. Este caso llevó a Francia a una división. Aunque se descubrió la intriga, causando indignación mundial contra las autoridades francesas (católicas), Dreyfus fue condenado. Pocos católicos estaban de parte de este hombre de origen judío, y quienes buscaban la verdad, casi todos protestantes, laicos y judíos, no tuvieron mayor peso en la decisión judicial.

Ante las protestas de este reducido grupo de valerosos hombres que denunciaron la injusticia, el padre Didon, rector de la Escuela Albert.le-Grand, pronunció un elocuente discurso que fue aplaudido por el generalísimo Jamont, vicepresidente del Consejo Superior de Guerra. En éste, el monje dijo, refiriéndose a Dreyfus: “¿Debemos permitir que el malvado quede libre..? ¡Por supuesto que no..! El enemigo es el intelectualismo que pretende menospreciar la fuerza, y los civiles que desean subordinar a los militares. Cuando falla la persuasión, cuando el amor no es eficaz, debemos blandir la espada, difundir el terror, cortar cabezas, declarar la guerra, atacar...” Un discurso puramente jesuita, de esos que continuamente lanza el padre Alfonso Llano, S.J, en Colombia, y que son publicados religiosamente por El Tiempo. También hay un asombroso parecido con los discursos de las FARC y los paramilitares.

¿Qué buscaban los jesuitas con esta infamia..? Lo de siempre. Exaltar las diferencias y dividir al país –en este caso a Francia- en una guerra civil.

En esta labor no solamente había colaborado la “Civilta Católica”, sino también “La Croix”, un periódico fundado por Vicent-de-Paul Bailly, un asuncionista que en realidad no era más que un jesuita camuflado en esta orden fundada –como no- por los jesuitas como disfraz para evadir las eventuales acciones en contra de la Compañía de Jesús. Bailly intentó por todos los medios –incluso el de la injuria- reestablecer la persecución contra los judíos y asesinar a quienes osaran defenderlos. Bailly fue principal instigador en contra de Dreyfus y continuamente, en “La Croix”, aplaudía las manifestaciones violentas en donde furibundos católicos atacaban a quienes defendían a Dreyfus.

Una actitud tan católica y tan común tanto antes como ahora. Precisamente Tomás de Aquino, uno de los santos hombres de la Iglesia Católica, inspirador de mucha de su teología, afirma: “Para que los santos disfruten más de su bienaventuranza, y aumente su gratitud hacia Dios, se les permite contemplar lo espantoso de la tortura de los impíos.. Los santos se regocijarán con los tormentos de los impíos..” (Sancti de poenis impiorum gaudebunt)

Con estos “padres de la iglesia” podemos ir entendiendo el prontuario de la Iglesia Católica, tan proclive a la tortura, el horror y el homicidio.

Obviamente, el padre Bailly también figura ya en el santoral católico.

¿Por qué es tan importante el caso Dreyfus..?
Por qué en el año en que comenzó, en 1894, también se llevó a cabo la alianza franco-rusa contra la “Triple Alianza” (Alemania, Italia, Austria-Hungría)

La Triple Alianza había sido firmada en 1882 por el II Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro e Italia. Su objetivo era conceder a Alemania la garantía de la neutralidad austro-húngara en caso de ataque por parte de Francia, con quien persistía el peligro de un conflicto armado desde la Guerra Franco-prusiana (1870-1871), que perdió Francia, como vimos anteriormente; este acuerdo también proporcionaba a Austria-Hungría un poderoso aliado para hacer frente al creciente expansionismo de Rusia en la península de los Balcanes y evitaría que los austro-húngaros iniciaran una guerra con Rusia obligando a que este país buscara la ayuda de la poderosa Francia. La Triple Alianza era, en pocas palabras, el brazo armado del papa, su espada contra los herejes.

Obviamente, al “Santo Padre” le convenía más que Rusia y Francia permanecerían sin alianzas para que los defensores del papa, los países de la Triple Alianza, obtuvieran una victoria mucho más fácil en el golpe que ya se estaba gestando para aniquilar cualquier reducto de protestantismo y de los rezagos de “los principios de 1789” que tanto daño estaban haciendo a la Santa Sede en todo el mundo donde tenían sus dominios. Lamentablemente para el papa, en 1918 serían derrotados sus aliados.

Durante las guerras, los jesuitas habían tenido muchos triunfos y derrotas en Alemania y Francia cuyos pueblos pelearon por emanciparse del yugo de la curia católica romana. Como consecuencia de tales guerras, estos países fueron continuamente desolados.

Como siempre, los ejércitos católicos iban seguidos de jesuitas que los animaban a pelear por la supremacía del papa. Así, mientras los jesuitas alistaban las hogueras para los herejes, los protestantes alemanes y escandinavos llevaban horcas para colgar a los jesuitas. Cuando los católicos ganaban alguna plaza, los jesuitas encendían hogueras en las que quemaban la Biblia y cuantos libros cristianos encontraban. Luego, los lugares protestantes eran “purificados” llenándolos de reliquias, retablos, vírgenes y santos, para luego ser consagrados al culto católico.

Dreyfus fue usado por los jesuitas, difamándolo y acusándolo falsamente de traición, con el doble propósito de preparar el camino para el exterminio de los judíos, y para ocasionar la guerra civil en Francia con el fin de debilitarla impidiendo su alianza con Rusia. Esto haría a Francia fácil presa de la Triple Alianza pro-papal; y la República que depuso la tiranía y abogó por las libertades del hombre, sería finalmente castigada por la Compañía de Jesús.

Para entender la razón por la cual los jesuitas y sus discípulos mienten y calumnian tan fácilmente, podemos ver algunas de las leyes morales que dictan sus teóricos:

El jesuita Moullet escribió en su Compendium: “¿A qué se obliga el que jura ficticiamente y con ánimo de engañar? A nada, en virtud de la religión”.

Cárdenas, dice en su Crisis teológica: “Permitido es, jurar sin intención de cumplir, si hay razones graves para ello.”

El padre jesuita Sánchez afirma en su Operae moralis: “Se puede jurar que no se hizo una cosa aunque se hiciera; esto es cómodo en casos críticos, y justo cuando es útil para la salud, el honor o el bien.”

Por su parte, el jesuita Arbault dice que “Los hombres pueden sin escrúpulos, atentar unos a otros por la detracción, la calumnia y los falsos testimonios.” Y luego añade que: “Para cortar las calumnias se puede asesinar al calumniador, pero a escondidas, a fin de evitar el escándalo.”

El jesuita Amicis, dice que, “un religioso debe matar al hombre capaz de dañarle a él o a su religión, si cree que abriga tal intento”.

Con estas normas morales, es de entender por qué la Iglesia Católica se ha destacado en dirigir las peores guerras y masacres de la historia.

Y también, en hacer lo que consideren necesario para conseguir su máximo fin: consolidar el poder temporal del papa.

Adam Weishaupt, un jesuita que buscaba consolidar un tipo de gobierno mundial –cuya cabeza debía (y debe) ser el papa- al cual llamó el Nuevo Orden Mundial, buscó por todos los medios controlar a los países europeos protestantes, y a los Estados Unidos que se erigían como una nación protestante. Para ello, infiltró las logias masónicas de América y se valió del uso de poderes ocultitas, tan comunes a los jesuitas y a los gobernantes del mundo (del uso de los poderes ocultistas en los gobiernos del mundo, hablaremos después). Para 1789, Weishaupt controlaba todas las logias masónicas de Europa. Y esas logias infiltradas fueron las que produjeron hombres como Simón Bolívar, autócratas y déspotas que buscaban ser las cabezas seudomonárquicas en esa “independencia” latinoamericana.

Weishaupt decía que el establecimiento de ese Nuevo Orden Mundial nunca ocurriría en forma pacífica y democrática, y que éste sistema sólo podría ser establecido por la revolución violenta.

Esta teoría fue perfeccionada años más tarde por otro discípulo jesuita, Hegel, quien dijo en 1823 que “El conflicto provoca el cambio, y el conflicto planificado provocará el cambio planificado”.

Hegel sabía que, para conseguir este “cambio planificado”, había que “planificar” el conflicto. Algo en lo que los jesuitas estaban incursionando desde hacía siglos. Los hijos de Loyola habían experimentado con estos cambios “planificados” y habían tenido un relativo éxito. Sabiendo que las ideas de la Revolución Francesa los habían cogido desprevenidos, ocasionándoles mucho daño en los regímenes monárquicos europeos y en las colonias donde actuaban en contubernio con las coronas, eran conscientes de que debían reparar los errores del pasado y “controlar los cambios”, con guerras cuidadosamente planificadas. Las ideas de Hegel fueron propagadas en colegios y universidades católicas originando acalorados debates juveniles en las aulas, hasta que poco a poco el furor Hegeliano se fue apagando. O, al menos, eso parecía.

Pero los jesuitas sabían lo que había que hacer. Hegel les había dado la fórmula: del conflicto de la Tesis con la Antítesis, surgiría la Síntesis resultante. La tesis ya existía: eran los gobiernos de Europa y América: democracias y monarquías “cristianas”. Así que la Antítesis debía inventarse.

Compton, un autor católico eclesial, escribió al respecto: “En 1846, había un sentimiento de cambio en el aire. Un cambio que se extendería más allá de las fronteras de la Iglesia y transformaría muchas facetas de la existencia... Dos años después un selectísimo cuerpo de iniciados secretamente que se llamaban a sí mismos “la Liga de Doce Hombres Justos de los Iluminati”, financió a Carlos Marx para que escribiera el Manifiesto comunista..." ["The Broken Cross: Hidden Hand In the Vatican" (La cruz torcida: mano oculta en el Vaticano)

Es importante anotar que esta liga de “Doce hombres justos”, o Gobierno de los 12 (G12) fue posteriormente implantada en el Opus Dei. También César Castellanos y su esposa Claudia Rodríguez de Castellanos (senadora colombiana) implantaron esta “visión” del G12 en su iglesia “cristiana”, copiando el modelo del Opus Dei e implantando los “Encuentros Espirituales” de Loyola en sus propios “Encuentros”, todo para lograr la obediencia mística de sus seguidores usando el ocultismo. Pero sigamos.

Estos “illuminati” que financiaron a Marx no son otros que los pertenecientes a la orden ocultista creada por Adam Weishaupt. A su vez, este sacerdote jesuita, en su empeño por establecer los Illuminati e infiltrarlos en la masonería mundial, fue financiado así, como indica Compton: "El (Weishaupt) recibió respaldo financiero de un grupo de banqueros de la Casa de Rothschild. Fue bajo su dirección que se elaboraron los planes a largo plazo y a nivel mundial de los Iluminati..."

El comunismo era la Antítesis necesaria para este Nuevo Orden Mundial jesuita. Aunque fue teóricamente creado cuando el Manifiesto comunista fue publicado por Carlos Marx y Federico Engels (ambos judíos educados por jesuitas) en 1848, los jesuitas ya habían ensayado este sistema en Paraguay, con sus famosas Reducciones. Estas Reducciones funcionaban como lo hacen los regímenes socialistas modernos: como una dictadura en manos de una oligarquía “socialista” donde no existía la propiedad privada, sino que ésta era totalmente controlada por el Estado Socialista; el mismo Estado controla la educación (el sueño dorado de los jesuitas), los medios de producción y la vida privada de las personas. Tanto las reducciones jesuitas como el comunismo coartan las libertades individuales y eliminan a los intelectuales quienes, como dijo el monje francés ya mencionado, “el enemigo es el intelectualismo” y, para exterminarlo, hay que “cortar cabezas, declarar la guerra, atacar..” Con el tiempo, en el Concilio Vaticano II, en 1960, los jesuitas lograron que el papado apoyara todos los movimientos comunistas del mundo. A partir de este Concilio, la Santa Sede, en política abierta, ordenó a todos sus sacerdotes y obispos que apoyaran a Cuba, China y Moscú. Fue a partir de 1960 que la Iglesia, como política clara y sin ambages, aceptó patrocinar otro invento jesuita: La Teología de la Liberación. Pero eso lo trataremos después.

Obedeciendo estas premisas jesuíticas, los regímenes comunistas (o socialistas) de Mao, Stalin, Fidel Castro y otros, no han dudado en exterminar a los intelectuales de sus países. Saben claramente que los intelectuales son peligrosos alborotadores y que es mejor la obediencia ciega de las masas incultas, analfabetas y místicas. Si se observa bien, esta es la premisa de los movimientos guerrilleros de América Latina quienes, siguiendo las instrucciones jesuitas de que “el fin justifica los medios” y que cualquier acción, incluso la matanza de personas, es loable si se hace por “motivos altruistas”. Las mismas normas morales jesuíticas que son constantemente enunciadas por el Polo Democrático, movimiento político apoyado por las FARC, en vocería de su actual presidente el ex magistrado Carlos Gaviria que pregona constantemente que los delitos que cometan los guerrilleros, así estos sean atroces, deben ser considerados como delitos “políticos” y juzgados con benevolencia. Por “benevolencia” se entiende que no pueden ser castigados. Gaviria también ha publicado en El Tiempo, periódico pro eclesial, que las acciones encaminadas a derrocar el gobierno legítimo de Álvaro Uribe, son legítimas ya que el gobierno de Uribe –dice él- es ilegítimo. Las mismas normas morales enunciadas por “evangélicos cristianos” que tanto en Estados Unidos, como en Venezuela y Colombia, apoyan a los líderes políticos a quienes ordenan apoyar sus pastores para declarar que cualquier guerra que estos adelanten, tiene “el favor de Dios”. Jesuitismo puro.

Cualquiera diría, entonces, que los dos regímenes, la democracia capitalista y el comunismo, son antagónicos. La verdad es que sí y no. Son antagónicos en cuanto a sus premisas pero ambos tienen en común sus patrocinadores y beneficiarios. En ambos casos, quienes manejan los hilos del poder, subrepticia o abiertamente, son los jesuitas, quienes al mismo tiempo controlan la banca internacional en manos de judíos a su servicio.

Por tal razón, no es raro que los capitalistas gringos de Wall Street estuvieran dichosos con este nuevo sistema –el socialismo- recién impuesto en Rusia.

Anthony Sutton, en su libro, “Wall Street And The Bolshevik Revolution”, reimprime una caricatura política que fue creada por Robert Minor, publicada originalmente en el St. Louis Dispatch en 1911.

Aunque en 1911 el comunismo no se había establecido aún en Rusia, donde gobernaba todavía el zar, esta caricatura muestra a Carlos Marx en medio de la calle en la zona de Wall Street (Nueva York); en su brazo izquierdo sostiene sus tesis sobre el socialismo. Al fondo se ve el Empire State Building mientras una muchedumbre de personas levantan sus puños con un gesto de victoriosa alegría. En la caricatura, Carlos Marx está desfilando triunfalmente mientras George Perkins, socio del archimillonario J.P. Morgan, estrecha jubiloso su mano. Detrás de Marx se ven a Andrew Carnegie, a J.P. Morgan y John D. Rockefeller esperando su turno para estrechar la mano de Marx. Otro personaje, que parece ser el anfitrión, observa complacido el estrechón de manos: Es nada menos que Theodore Roosevelt, el nefasto presidente norteamericano que robó el Canal de Panamá a Colombia.

¿Por qué los capitalistas estarían interesados en apoyar el sistema comunista..?

La respuesta es cosa de niños. A los dueños del capital internacional no les importa quién gobierne con tal de que ello no afecte su monopolio, sus intereses financieros.

En Estados Unidos, aunque ciertamente controlan el poder financiero, y el Banco de Reserva Federal -que debería ser estatal porque dicta políticas estatales, pero que pertenece a capitalistas privados- en ese país estos depredadores tienen un contrapeso importante en una población educada cuyos Derechos son garantizados efectivamente por la Constitución –de inspiración mayoritariamente protestante.

Indiscutiblemente, en un régimen socialista, donde los medios de producción, los canales de distribución y todos los bienes –además de los medios de comunicación y el aparato educativo- estén controlados por el gobierno (Estado), los beneficios para los monopolios internacionales son alucinantes. Mientras sean ellos quienes controlen al gobernante del régimen socialista, controlarán también toda la riqueza y la propiedad del país sometido.

Por ello es que en Cuba, Nicaragua y Venezuela –por citar algunos casos- el discurso anti yanqui no concuerda con la realidad de los contratos estatales. Mientras Hugo Chávez denigra a los cuatro vientos contra el imperialismo norteamericano, no tiene ningún problema en asociarse con poderosos hombres de negocios, como Morgan y Rockefeller, para que sean ellos quienes construyan las refinerías y manejen los oleoductos. En este tipo de regímenes totalitarios socialistas (todos los totalitaristas son socialistas), las ganancias económicas son fabulosas ya que no se permite la libre competencia, que se desestimula tildándola de “imperialista”, y todos los procesos productivos son controlados por los todopoderosos Morgan y Rockefeller, patrocinadores del socialismo.

Sin lugar a dudas, los verdaderos dueños de Venezuela y Cuba deberían buscarse en Wall Street, que es manejada –a su vez- desde la Santa Sede.

Entonces, poco antes de 1900, los jesuitas ya tenían muy claro que el país ideal para ejercer como “antítesis” sería Rusia. Por eso, hicieron que sus marionetas, los poderosos de Wall Street, financiaran a Lenin, un judío educado por jesuitas, para que derrocara al zar ruso.

Con Estados Unidos ejerciendo como la “Tesis”, y Rusia como “la Antítesis”, la síntesis podría empezar a tomar forma.

Por supuesto, para que la “síntesis” (el Nuevo Orden Mundial) sea posible, no debe haber vencedores entre la “tesis” y la “antítesis”. Ninguno debe prevalecer sobre el otro.

Este es el modelo que han aplicado con relativo éxito en muchas partes del mundo. En el caso de Estados Unidos contra Cuba, es evidente la superioridad gringa. Estados Unidos, tal y como hizo con Noriega en Panamá, podría fácilmente deponer al dictador Fidel Castro. Pero no lo hará... hasta que el Vaticano no lo considere necesario.

Igual sucede con las FARC. Durante años se ha vendido la idea –promovida desde el Cinep (jesuita) y las facultades de Ciencias Políticas de las Universidades -controladas por los mismos jesuitas- que las FARC no pueden ser derrotadas y que es necesario un diálogo que sintetice los deseos de ambas partes. La iglesia Católica siempre ha manejado a su antojo la problemática de la guerrilla y el narcotráfico (este será otro tema) y ha tratado de dilatar la victoria del gobierno democrático sobre la guerrilla. Han manipulado presidentes que han estado a punto de la victoria, haciéndolos desistir del golpe de gracia a la guerrilla y han vendido la idea de que concederles prerrogativas políticas a los terroristas derrotados es “gracia divina”.

Recientemente hemos visto en Colombia el accionar de estos infames del Vaticano. Uribe designó a la Iglesia Católica como mediadora para el acuerdo humanitario entre el gobierno y la guerrilla pero, al mismo tiempo, no ha cejado en sus ofensivas militares que han desencadenado la crisis que todos conocen.

Hugo Chávez, ficha jesuita, ha patrocinado, apoyado, financiado y protegido a los terroristas de las FARC durante muchos años. Busca la consolidación del proyecto bolivariano, que no es otro que el proyecto jesuita. Por otro lado, Chávez ha apoyado financieramente a candidatos socialistas en otros países latinoamericanos. Aquí en Colombia, apoya al Polo Democrático; en Argentina a la Kischner; en Ecuador a Correa; en Nicaragua, a Daniel Ortega. Chávez la emprendió contra Perú y México donde sus candidatos fueron derrotados.

Cuando fue innegable el patrocinio de Chávez y Correa a las FARC, la OEA y el Grupo de Río se vieron enfrentados a la disyuntiva entre apoyar el justo derecho de Colombia de luchar contra el terrorismo, o el llamado de Correa a sancionar a Colombia por “atacar” militarmente al pueblo ecuatoriano. Los gobiernos latinoamericanos han sido religiosamente comprados con regalos y dádivas con los petrodólares venezolanos, así que darle la razón a Colombia, sancionando a Chávez y Correa por patrocinar terroristas, llevaría a la pérdida de los donativos de Chávez.

Pero la opinión internacional observa. Así que se llegó a un arreglo amigable e hipócrita: El estrechón de manos y los abrazos.

Nada de lo que sucedió en Río cambiará las intenciones de Chávez. Lo único que variará será su estrategia.

Álvaro Uribe Vélez, aunque discípulo de jesuitas y favorecedor de las clases altas, ha resultado un hueso duro de roer para los jesuitas –quienes le sienten antipatía. La razón es muy sencilla: las FARC asesinaron a su padre y él prometió acabar con esa guerrilla. Y lo está logrando.

La iglesia Católica ha influido de diferentes maneras en el presidente Uribe. Lo convenció de que Hugo Chávez sería un buen facilitador; a través del ultracatólico –y judío- Sarkozy, convenció al presidente de la conveniencia de soltar a Granda, el canciller de las FARC, quien inmediatamente fue hospedado por monseñor Castro en la Conferencia Episcopal y luego escoltado por el mismo obispo, y otros, hasta Cuba.

La iglesia Católica –en cabeza de monseñor Castro- también convenció a Uribe con la fórmula “salvadora” de un centro de encuentro –en cambio de un despeje de Florida- para que las FARC y el gobierno dialogaran. Uribe cedió a esta idea y, de paso, le concedió a la Iglesia Católica la potestad para que ella –y nadie más que ella- fuera la mediadora autorizada en el conflicto.

“Raúl Reyes” era muy cercano a la Iglesia Católica, muy cercano a monseñor Castro quien lamentó públicamente la muerte del terrorista al tiempo que ensalzaba las supuestas virtudes de alias “Reyes” y su disposición al diálogo. Increíble pero cierto. Recordemos uno de los apartes de su declaración:

Se perdió una buena oportunidad de que un hombre con esa capacidad de diálogo hubiera tenido una vida distinta y le hubiera aportado más al país: (monseñor Luis Augusto Castro, opispo de Tunja, presidente de la Conferencia Episcopal, en El Tiempo, 3 de marzo de 2008)

Lo que nos dice aquí monseñor Castro, es que el terrorista “Raúl Reyes” le aportó cosas al país. Él sabrá cuáles fueron esos “aportes”.

Iguales apreciaciones le regaló la jerarquía de la iglesia Católica a Julio César Mezzich, jesuita y número dos de Sendero Luminoso, la tenebrosa guerrilla terrorista de Perú.

¿Quiere decir esto que todos los jerarcas católicos saben y están de acuerdo con las directrices del Vaticano en este sentido..?

La inmensa mayoría sí lo sabe y sí lo apoya. Pero hay ruedas sueltas –como siempre suele suceder- a las que el Vaticano –también casi siempre- ha logrado meter en cintura. Sin embargo, sacerdotes valerosos como Charles Chiniquy, Jeremiah Crowley y Alberto Rivera, éste último un jesuita de muy alto rango que denunció públicamente los planes de la Orden, y quien muriera asesinado por ello, son algunos ejemplos de hombres que han estado involucrados con la Prostituta Romana y que han tenido el valor de salirse de sus filas para desenmascararla.

También tenemos el caso de otros “opositores” tibios, que no discuten abiertamente las instrucciones de Roma pero que, a veces, caen en comentarios que van en contravía de las órdenes papales respecto a ciertos temas. Aquí en Colombia tenemos el caso del cardenal Pedro Rubiano quien públicamente se atreviera a cuestionar la vida personal del entonces presidente Julio César Turbay Ayala, hombre corrupto, depravado sexual, ocultista, borracho, libertino, a quien en numerosas ocasiones le comprobaron sus nexos con el narcotráfico. Turbay Ayala fue consentido de El Vaticano, miembro de sectas procatólicas, como la Secta de Moon. Turbay logró que el papa Juan Pablo II le diera el divorcio de su esposa, doña Nidia Quintero, para poder casarse de nuevo; una cosa casi imposible de lograr para cualquier católico. Sus bacanales y sus orgías en el Palacio de Nariño, sede del gobierno colombiano, son legendarias; igual que legendarias fueron las torturas a las que sometió a miles de intelectuales colombianos durante su presidencia. Fue protector del M-19, guerrilla cuyos integrantes desmovilizados dieron origen al Polo Democrático. Turbay Ayala fue posteriormente nombrado como embajador ante la Santa Sede, cargo que ocupó hasta poco antes de su muerte. Su cadáver fue velado en la Catedral Primada de Bogotá, y a su funeral asistieron la aristocracia colombiana, los jerarcas católicos y –como siempre- miles de analfabetas a quienes Turbay Ayala llenó de “regalos” como servicio de acueducto, y legalización de tugurios paupérrimos, amén de millones de litros de cerveza y lechonas. También durante su presidencia, las decisiones gubernamentales más importantes las tomaba después de hablar con su bruja personal, la misma que asesoraba a los narcotraficantes más peligrosos de la época. En los comienzos de su vida pública, fue apadrinado por el presidente Alfonso López Pumarejo y mantuvo una relación muy estrecha con Alfonso López Michelsen, su hijo y también presidente, y también éste con extrañas relaciones con el narcotráfico. Su hijo, Julio César Turbay Quintero, es hoy día Contralor General de la República.

Pero regresemos a nuestra historia. La Santa Sede sabe que no ha podido controlar totalmente a Álvaro Uribe, como sí lo hizo con presidentes anteriores, y es por eso que mientras los jesuitas lo atacan frontalmente, otros jerarcas tratan de conciliar con él para que no destruya totalmente la guerrilla sino que, en cambio, le dé la oportunidad de reinsertarse a la vida civil con los mismos privilegios que obtuvieron los guerrilleros del M-19: millones de dólares en efectivo, noticieros de televisión, prensa escrita, participación ministerial en los gobiernos –porque sí-, y jugosas partidas presupuestales en contratos y auxilios para sus cabecillas. Gustavo Petro, miembro de esa guerrilla, es hoy un acaudalado congresista; Antonio Navarro Wolf es gobernador de Nariño (en frontera con Ecuador), León Valencia tiene una ONG que capta millones, y es obligatoriamente consultado como “analista político”, y hay muchos más casos de éxito que muestran que, en nuestro país, el crimen sí paga. Todos esos guerrilleros son hoy riquísimos y forman parte del Polo Democrático, partido político de corte socialista-católico, apoyado abierta y desvergonzadamente por los jesuitas, y que desde hace cinco años se apropió de Bogotá con el apoyo –por supuesto- de la guerrilla de las FARC y de los hijos de Loyola. Y a nadie se le hace extraño esto.

El asunto es que, a pesar de que el representante del papa en Colombia, o el presidente de la Conferencia Episcopal –controlada por los jesuitas, claro que sí- apoye públicamente las gestiones de Uribe al mismo tiempo que le rinde homenajes a los guerrilleros, nada de esto debe parecernos excepcional. Bellarmino, un influyente jesuita, escribe:

“No es dudoso que se pueda matar a un tirano a puerta abierta, acometiéndole en su palacio, o engañándole y sorprendiéndole en una emboscada”.

Verdad es que es más grande y generoso atacar abiertamente al enemigo; pero no es prudencia menos recomendable, aprovechar alguna favorable ocasión para engañarle y sorprenderle, a fin de que la cosa produzca menos emoción y peligro para el público y los particulares. (De Summi Pontificis potestate)

También dice el jesuita Bellarmino, de manera sospechosamente exacta a la tesis defendida por Carlos Gaviria, presidente del Polo Democrático, que:

Permitido es a un particular matar a un tirano, a título de derecho de propia defensa: porque aunque la república no lo manda así, se sobreentiende que quiera ser siempre defendida por cada uno de sus ciudadanos en particular, y hasta por los extranjeros; por consiguiente, si no puede defenderse más que con la muerte del tirano, a cualquiera le está permitido matarle.

Obviamente, quien define cuándo un gobernante es tirano o no, es el General jesuita. Siguiendo está lógica, los hijos de Loyola asesinaron –por sus manos o por manos de terceros- a hombres valiosos como Lincoln, Kennedy, McKinley y otros.

Mientras declaraban que estos hombres, amados por sus pueblos, eran tiranos y enemigos de Dios, los jesuitas han glorificado y apoyado a los verdaderos tiranos. Ahí está el caso de Luis XIV de Francia quien aseguraba que “El Estado soy yo”; Fernando VII de España, los Borbones de Nápoles, Parma y Modena, los dictadores Pinochet, Rojas Pinilla, Jorge Videla, Fidel Castro, tiranos infames todos -protectores de los jesuitas- que han sido ensalzados como modelo de virtudes, dignos mandatarios y estadistas justos. Estos tiranos, sin ninguna excepción, les entregaron a los jesuitas el manejo de los sistemas educativos de sus respectivos países.

Regresando atrás, con el panorama de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los jesuitas estaban ya planeando una guerra mundial que les diera el control de Rusia para su experimento hegeliano y, de paso, castigar y someter definitivamente a la revolucionaria Francia utilizando a Bismarck.

Dos veces durante esta época, el cónsul Otto Von Bismarck dirigió a Alemania (Prusia) hasta obtener victorias militares sobre los países controlados por los Jesuitas; en 1866 ganó a Austria, y en 1870 derrotó a Francia. Bismarck había prohibido la Orden Jesuita mediante una Ley llamada “Kulturkampf” en el 1862. Estos “crímenes” contra Roma y los Jesuitas tenían que ser vengados. Por lo que, muchos miles de alemanes fueron asesinados en el baño de sangre de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, esta victoria del papa sobre Bismarck fue –al estilo jesuita- por medio de adulaciones y no con guerra frontal. Bismarck, quien en el pasado había promovido una feroz política contra la Iglesia Católica, llamada “La Lucha Cultural”, ahora estaba recibiendo muchos favores de la Santa Sede. Fue el primer protestante en recibir la “Orden de Cristo”, con joyas, uno de los más altos honores de la Iglesia Católica con las cuales condecora a sus leales súbditos. Luego, poco después, el canciller alemán ordenó publicar en todos los diarios que estaba dispuesto a reconocer las pretensiones del papa respecto a una restauración parcial de su poder temporal.

Como contraprestación, León XIII intervino en la política interna de Alemania ordenando al partido político católico, el Centro, que apoyara y promoviera todos los proyectos de los militares, “en vista de la inminente revisión de la legislación religiosa”.

Este mismo partido católico, Centro, que controlaba la política de Alemania, promovió la participación de este país en la Primera Guerra Mundial, convencidos de que, como lo había dicho el papa, los líderes de Alemania eran personas íntegras cuyos programas y planes estaban de acuerdo con los programas divinos.

Como lo dijo monseñor Fruhwirth en 1914, en plena guerra: “Alemania es la base sobre la cual el Santo Padre puede y debe establecer sus grandes esperanzas..”

Sin embargo, poco antes de establecer el comunismo en Rusia y de provocar la Primera Guerra Mundial, teniendo ya las bases ideológicas y “científicas” del “socialismo científico” de Marx y Engels, los jesuitas habían logrado infiltrar a uno de los suyos en la presidencia de los Estados Unidos. Theodore Roosevelt todavía, antes de la guerra mundial, tenía que hacer algo muy importante en Colombia que beneficiaría a los financistas de los bolcheviques: Se tomaría a Panamá.

Pero eso lo dejaremos para después.


Ricardo Puentes M.

miércoles, 12 de marzo de 2008

“NO PERMITO A LA MUJER ENSEÑAR”

"NO PERMITO A LA MUJER ENSEÑAR"

No permito a la mujer enseñar,
ni ejercer dominio sobre el hombre,
sino estar en silencio.
(1 Timoteo 2:12)

Esta carta de Pablo, dirigida a Timoteo, estaba encaminada a prevenir a los cristianos de Éfeso sobre los errores doctrinales que condujeron a muchos a la apostasía.

Después de recalcar la importancia de mantenerse en la sana doctrina enseñada por Cristo y los apóstoles, Pablo brinda instrucciones precisas para los cristianos que se reunían en Éfeso. Luego de mencionar que “quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1 Timoteo 2:8), el apóstol entra de lleno con las exhortaciones y mandatos para las mujeres.

Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad. (1 Timoteo 2:9-10)

El llamado era a guardar el pudor hacia los hombres y la reverencia hacia Dios; se trataba de controlar la naturaleza femenina de querer llamar la atención sobre sí misma y sus adornos. En vez de eso, insta el apóstol, las mujeres deberían “ataviarse” con buenas obras.

Debido a la gran libertad que las mujeres consiguieron como resultado del fin de la ley y el nuevo Pacto mediante Cristo, muchas de ellas abusaron de tal libertad y se desmandaron en conseguirse vestidos costosos y adornos vistosos para atraer la atención de una forma contraria el evangelio. El Espíritu Santo, pues, guía al apóstol para que este asunto sea tenido en cuenta para prevenir una desviación del evangelio cristiano.

Después de hablar sobre el vestido y los adornos, Pablo es rotundo con el siguiente tema:

La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. (1 Timoteo 2:11-12)

Algunos creyentes se sonrojan con esta clara orden divina, mientras otros la “suavizan” diciendo que Pablo estaba hablando solamente a las mujeres de su época o a las de Éfeso, y que tales órdenes no deben tomarse literalmente ni como “palabra de Dios” ya que son –dicen ellos- opiniones “personales” del apóstol Pablo que no son de obligatorio cumplimiento para el cristiano. A ellos, debemos recordarles las palabras del Espíritu Santo:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Timoteo 3:16-17)

Es muy claro. TODA escritura (no una parte o algunas partes) es inspirada por Dios. Es decir, esto abarcaría también la 1 carta a Timoteo. TODA escritura nos sirve para instruirnos en justicia y verdad, con el propósito de que estemos preparados para toda buena obra. Y, ciertamente, esto incluye la prohibición de apóstol respecto a que las mujeres enseñen a la iglesia.

Entonces, si la Biblia es clara en este asunto; si la prohibición a las mujeres de enseñar a la congregación es posterior a la ley mosaica, y forma parte del Nuevo Pacto, ¿por qué razón algunas personas pretenden ignorarlo..?

La “liberación femenina”, ¿doctrina de demonios..?

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios. (1 Timoteo 4:1)

Las Escrituras predijeron claramente la corrupción de la comunidad cristiana, calificando como “apóstatas” a quienes prefieren escuchar a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios. Las iglesias denominacionales de hoy son un clarísimo ejemplo de tales enseñanzas plagadas de influencia demoniaca que millones y millones de creyentes siguen como si fueran doctrinas de Dios. Entre éstas están el establecimiento de una jerarquía espiritual humana donde apóstoles modernos, profetas, maestros, evangelistas y demás sarta de categorías, se colocan por encima de las ovejas de Cristo exigiendo hacia ellos la misma obediencia debida a Cristo, con la pobre excusa sin fundamento bíblico alguno, de que Cristo ha designado ayudantes humanos a quienes los cristianos deben reverencia y obediencia absolutas. También está el asunto del diezmo, que estos mercenarios de la fe cobran bajo la amenaza de terribles maldiciones a quien no ofrende religiosamente a las arcas del pastor y su familia. Todas estas cosas –además de otras- no forman parte del evangelio enseñado por Cristo y sus apóstoles. Al respecto, el apóstol advirtió:

Sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. (Gálatas 1:7-9)

Anatema es alguien maldito para Dios; anatema es alguien que no tiene posibilidad de ser rescatado por el sacrificio de Cristo. Esto está prefigurado en la ley:

Ninguna persona separada como anatema podrá ser rescatada; indefectiblemente ha de ser muerta. (Levítico 37:29)

Otra doctrina engañosa que enseñan los maestros de una clase de evangelio pervertido, es esta de la “liberación femenina”, corriente bajo la cual muchas mujeres se ampararon a mediados del siglo XX y que trajeron como consecuencia la relajación de las costumbres morales, el abandono y la destrucción de hogares debido al “derecho” de las mujeres para salir a competir con el hombre en el mercado laboral, o el alegato del “derecho” a la promiscuidad sexual, el uso de tabaco, alcohol y drogas cuyos usos y abusos, hasta entonces, habían sido monopolizados casi en su totalidad por el sexo masculino.

Es de todos conocidas las consecuencias que, para la sociedad, trajo esta “revolución” de género. La violencia se disparó en forma alarmante, el delito escaló de manera increíble y los hijos de estas madres “liberadas” fueron más proclives a las conductas antisociales, al suicido y a las drogas.

Hasta mujeres “cristianas” han cedido a lo llamativo de la oferta de la “liberación femenina” y han caído en una forma de dominación y control sobre sus esposos que la Escritura condena abiertamente.

No vamos a discutir aquí sobre la obviedad de la conveniencia acerca de obedecer los mandatos bíblicos. Eso es muy claro para quienes se llaman creyentes. La Biblia afirma claramente que la esposa debe estar sujeta al esposo y que éste debe proveer para su familia; mientras la mujer instruye a sus hijos en justicia, el hombre es el responsable ante Cristo de que así se haga. Mientras que la esposa debe estar sujeta al marido, el esposo debe ejercer su jefatura de manera amorosa, tal y como Cristo ejerce su jefatura sobre la iglesia. Ese es el orden divino. Lo contrario, es enseñanza de demonios, doctrina torcida; y quien enseñe estas desviaciones como si fueran doctrina de Dios, son anatema.

Sorprendentemente, este arreglo bíblico ha sido violado flagrantemente por líderes y denominaciones que se autoproclaman como “cristianas”. Vemos hoy iglesias y “ministerios” dirigidos por mujeres; esposas creyentes que manipulan a sus esposos mediante amenazas, chantaje emocional y sexual, o con órdenes directas para que –a su vez- ellos sigan a tal o cual pastor, iglesia o doctrina. Alegan estas mujeres, que “los tiempos han cambiado y la mujer cristiana de hoy debe progresar al ritmo de la civilización”, una manera eufemística para coaccionar a que el evangelio sea desobedecido.

En la mayoría de las iglesias denominacionales de hoy, vemos a jovencitas –y no tan jovencitas- aprovechando las reuniones de culto para lucir escotes pronunciados, pantalones ajustados, maquillaje exagerado, vestidos costosos, o el “último grito de la moda”, desatendiendo las exhortaciones bíblicas a la castidad, la sujeción al esposo y la decencia y el pudor necesario ante los hombres, mucho más proclives al “deseo de los ojos” que las mujeres.

Conozco personalmente el caso de la Misión Carismática Internacional, donde las reuniones dominicales se convierten en un desfile de modas atrevidas y poco discretas, con jovencitas que danzan contoneándose exageradamente al ritmo de “regaetton cristiano”, “rock cristiano” u otras danzas sensuales que han sido “cristianizadas” bajo la excusa de estarse meneando sensualmente para la “gloria de Dios”. También, en la MCI, su líder Claudia Rodríguez de Castellanos insta a las mujeres a desarrollar su “ministerio” independientemente de la opinión de sus esposos a quienes se refieren como simples proveedores materiales. Algunas de las “pastoras” menores que están un poco más abajo en la pirámide de autoridad del G12, son animadas a “realizarse” como mujeres profesionales para que abandonen sus hogares, dejando a sus pequeños hijos al cuidado de terceros y convirtiendo a sus esposos en simples espectadores o apoyadores de esta “liberación femenina cristiana”. Los hombres que se opongan a este extraño arreglo, son vistos con malos ojos y censurados por sus líderes inmediatos. Fui testigo presencial de la manera en que algunas mujeres desatendieron a sus esposos y sus pequeños hijos –aún lactantes- en aras de esta falacia que no es más que un burdo engaño del mayor de todos los mentirosos. Vi hogares destruidos porque las mujeres, envalentonadas por Claudia de Castellanos, se rebelaban contra la autoridad del hombre y, buscando su autorrealización personal y profesional, sacrificaban sus familias creyendo que esto era algo aprobado por Dios. Prefirieron la gloria del mundo que el arreglo divino.

Enseña Claudia de Castellanos que la esposa es quien debe manejar las finanzas del hogar, que el hombre debe trabajar y proveer pero que la mujer tiene más sabiduría para definir cómo, cuándo y en qué se debe invertir el dinero. Una de las cosas en que se debe invertir, según esta “sabiduría”, es -por supuesto- en ofrendar generosamente a los pastores Castellanos. También, dicen, se debe invertir en maquillaje, perfumes costosos y ropa de moda para las esposas. Todo esto lo enseñan de manera jocosa, divertida; pero a pesar de su aparentemente inofensiva frivolidad, tales doctrinas han logrado socavar muchos matrimonios de esa denominación. Y no solamente de esa.. de muchas más.

Por supuesto, los líderes religiosos saben que las mujeres son mucho más influenciables que los hombres, más obedientes y sumisas con sus guías místicos y, al mismo tiempo, saben del poder femenino para influenciar a sus esposos y controlarlos mediante la persuasión, la frontal confrontación, o el chantaje de todo tipo. Todo eso lo conocen estos líderes perversos y por ello el centro de sus mensajes y discursos va dirigido a la “emancipación” de la mujer del supuesto “yugo” de sus maridos, mientras –obviamente- las van sujetando a su propio control. Las “liberan” de la dirección de sus esposos pero, al mismo tiempo, las sujetan bajo el influjo de ellos, los líderes espirituales. ¿Para qué..? Para satisfacer su codicia:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. (Mateo 23:14)

Los líderes religiosos de todas las religiones saben muy bien que primero deben conquistar la voluntad de las mujeres ya que, por medio de ellas, ganarán las finanzas del esposo, sea este creyente o no. Pablo también habló del asunto:

También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. (2 Timoteo 3:1-7)

Pablo advierte contra los líderes religiosos que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella, y dice que ellos son los que entran a las casas y engañan a las mujeres para su propio provecho y la ruina de ellas y sus familias.

Por supuesto, la enseñanza de que la mujer debe estar sujeta a su esposo, no goza de mucha popularidad en esta época moderna. Pablo lo sabía. Y también Judas quien escribió advirtiendo de las enseñanzas falsas que convierten en libertinaje la gracia de Dios y que apuntan a valerse de los deseos propios del humano pecador, para sacar provecho de ello:

Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo. Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho. (Judas 1:4,16)

Y es que, a pesar de la claridad de la norma bíblica, quienes tuercen la verdad arguyen esgrimiendo filosofías o valiéndose de explicaciones tales como “es que los tiempos cambian”, “Dios no odia a las mujeres” “Dios no puede ser machista”, etc., para corromper principios divinos que han sido diseñados para nuestro beneficio.

Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. (Efesios 5:22-24)

Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor. (1 Pedro 3:1-6)

Aunque esta doctrina no sea muy popular en esta época, no hay razón para pensar que Dios acomoda sus normas morales de acuerdo a los tiempos en que se vive. Por otro lado, para reafirmar que la jefatura del hombre debe ser amorosa, Pedro sigue diciendo:

Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo. (1 Pedro 3:7)

Las mujeres no son, de ninguna manera, cristianas de tercera categoría; son coherederas de la gracia de Dios conjuntamente con el hombre. Pero el arreglo, al menos antes de recibir el galardón de la vida eterna, es que las esposas sean obedientes a sus esposos.

Por otro lado, contrario a las enseñanzas de las líderes religiosas, de “emancipación” de la mujer, Pablo es muy claro en el rol de la mujer cristiana:

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada. (Tito 2:3-5)

Como se mencionó atrás, hoy, “pastoras” y otras líderes religiosas hacen estridentes llamados a “libertad de la mujer” –que confunden con el abuso de ella- y a la revolución contra la jefatura de sus esposos. Las instan a que entreguen el cuidado de sus hijos a otras personas y a que salgan de casa en búsqueda de su independencia y su realización como profesionales. Eso no tiene sustento bíblico.

Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene. (Tito 1:10-11)

Ciertamente, enseñanzas como las de Claudia de Castellanos, o las Moreno Piraquive (todas metidas en el poder político de Colombia) –que las esposas deben buscar su realización profesional a costa de sus hogares, que deben ser “líderes” políticas y poderosas industriales o prósperas empresarias- no son enseñanzas cristianas; son enseñanzas de engañadores que, como ellas, César Castellanos (y muchos más, a decir verdad) trastornan la verdad para sacar provecho y lucro personal de la mentira. Los Castellanos han esclavizado a decenas de miles de incautos que los obedecen ciegamente y que, en cada época de elecciones políticas electorales, corren a depositar sus votos por quienes ellos ordenen, o sus ofrendas y diezmos que los hace cada vez más ricos y poderosos. Y es que los Castellanos, al igual que todos los líderes religiosos, exigen una obediencia ciega cuando instan a sus fieles a diezmar, ofrendar o regalar sus propiedades a los Castellanos, porque el trasfondo de todo este control totalitario mediante la desviación perversa del evangelio, es el amor al dinero. Eso es lo que mueve al mundo.

¿Cuál es la razón por las cuáles la mujer no puede enseñar a la iglesia?

Después de que Pablo dice que “no permito a la mujer enseñar”, pasa a explicar la razón:

Pues Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. (1 Timoteo 2:13-14)

Esa es, dice Pablo bajo inspiración divina, la razón por la cual la mujer no puede enseñar a la congregación: que Adán fue creado primero y que Eva fue engañada.

Si repasamos el relato de Génesis, vemos que Dios formó primero al hombre y que luego, de la costilla de él, hizo a la mujer como “ayuda idónea” para el hombre. “Ayuda idónea” no significa que sea inferior a él; pero sí que quien lleva la delantera es el hombre mientras que la mujer debe convertirse en el apoyo y ayuda en el camino que abre y dirige el hombre.

De acuerdo al relato de Génesis, Eva fue engañada por la serpiente y cayó en transgresión. Adán, aunque no fue engañado, prefirió correr la suerte de su compañera cediendo a sus encantos, en cambio de haber seguido las órdenes de Dios. Sin embargo, aunque Adán no fue engañado, sino que fue seducido por la mujer para desobedecer a Dios, esto no disminuyó su responsabilidad ante el Creador; lo que sucedió no fue excusa para pecar. En Romanos 5, Pablo responsabiliza a Adán de la introducción del pecado en el mundo. Sin embargo, es claro que el apóstol sabe que Eva jugó un papel significativo en la caída en el pecado. De alguna manera, todas las mujeres han heredado este influjo sobre el sexo masculino. Un influjo poderoso que puede acarrear la desgracia de apartarse de Dios.

Y he hallado más amarga que la muerte a la mujer cuyo corazón es lazos y redes, y sus manos ligaduras. El que agrada a Dios escapará de ella; mas el pecador quedará en ella preso. (Eclesiastés 7:26)

Contrario a la mujer sensata, que obedece las normas de Dios y está sujeta a su marido, las Escrituras nos muestra a la otra clase de mujeres, las insensatas y alborotadoras que no obedecen el mandamiento de Dios:

La mujer insensata es alborotadora; Es simple e ignorante. Se sienta en una silla a la puerta de su casa, En los lugares altos de la ciudad, Para llamar a los que pasan por el camino, Que van por sus caminos derechos. Dice a cualquier simple: Ven acá. A los faltos de cordura dijo: Las aguas hurtadas son dulces, Y el pan comido en oculto es sabroso. Y no saben que allí están los muertos; Que sus convidados están en lo profundo del Seol. (Proverbios 9:13-18)

Hay muchísimos casos en las Escrituras acerca de las mujeres que hicieron apartar a hombres y pueblos enteros de la adoración exclusiva de Dios. El mismo Salomón, famoso por su sabiduría, cayó en las mieles femeninas de las extranjeras y apostató.

¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Bien que en muchas naciones no hubo rey como él, que era amado de su Dios, y Dios lo había puesto por rey sobre todo Israel, aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras. (Nehemías 13:26)

También, además de Salomón, muchísimos hombres desatendieron el mandato divino y cayeron en desgracia.

No des tu fuerza a las mujeres, ni tus caminos a las que destruyen a los reyes.
(Proverbios 31:3)

Los opresores de mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él. ¡Pueblo mío, los que te guían te engañan y tuercen el curso de tus caminos!
(Isaías 3:12)


¿Quiere decir esto que las mujeres juegan un papel secundario en el arreglo divino para la predicación del evangelio...?

No. Cualquier que haya leído juiciosamente el Nuevo Testamento, puede darse cuenta de que las mujeres jugaron un rol importante en el establecimiento de la fe.

Además de sus esposas, hubo mujeres valientes que acompañaron a los apóstoles en el anuncio del evangelio. Cuando Apolos llegó a Éfeso -habiendo conocido del Señor, pero siendo solamente discípulo de Juan el bautista-, Aquilas y su esposa Priscila lo instruyeron en el camino de Dios. Priscila siempre acompañó a su esposo en la obra de evangelización, hospedando y atendiendo a los cristianos que visitaban su casa.

Así que las mujeres pueden orar y profetizar en público (1 Corintios 11:5). Pero no pueden llevar la delantera en las congregaciones, en la iglesia de Cristo. Ellas deben callar y aprender en silencio:

Las mujeres guarden silencio en las congregaciones; porque no se les permite hablar, sino que estén sujetas, como también lo dice la ley. Si quieren aprender acerca de alguna cosa, pregunten en casa a sus propios maridos; porque a la mujer le es impropio hablar en la congregación. (1 Corintios 14:34-35)

De esto se colige que las mujeres pueden enseñar en privado o en sus hogares a otras mujeres. Pueden enseñar cosas buenas, hábitos útiles (Tito: 2:3) pero siempre en la doctrina de Cristo y sin usurpar el papel del padre en enseñar tal doctrina. (Proverbios 1:8) Timoteo recibió, él mismo, instrucción de su madre creyente y de su abuela. Pero las mujeres no enseñaban en las congregaciones. El Espíritu Santo reitera una y otra vez que son los hombres quienes deben enseñar en las iglesia (sin que por “iglesia”, se entiendan los templos o las denominaciones “cristianas”, en las cuales existen jerarquías que Dios reprueba).

En el texto citado (1 Corintios 14: 34-ss) Pablo dice que si una mujer quiere aprender algo, debe preguntar en casa a su marido porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. Pablo estaba seguro que una enseñanza así iba a levantar un gran descontento en la iglesia de Corinto. Pero aún así, lo dijo con valentía.

Tan serio es el asunto, que Pablo sigue diciendo, respecto a esta orden de que la mujer no enseñe:

¿Salió de vosotros la palabra de Dios? ¿O llegó a vosotros solos? Si alguien cree ser profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo es mandamiento. Pero si alguien lo ignora, él será ignorado. (1 Corintios 14:36-38)

Pablo es muy claro al afirmar que la prohibición a las mujeres de enseñar públicamente, proviene de Dios. Quienes afirmen ser cristianos, deben reconocer que esto es mandamiento de Cristo para su iglesia. Quien no lo haga, quien prefiera seguir el “buen juicio” del mundo, ignorando a Cristo, será –a su vez- ignorado y desechado por el Cabeza: Cristo Jesús.

Como Priscila, las mujeres pueden enseñar la Palabra, pero deben hacerlo ajustándose a las limitaciones que les impone el Nuevo Testamento. Es decir, pueden enseñar a otras mujeres, pueden enseñar a los niños, pueden enseñar uno a uno. Pero cuando la iglesia está reunida, la mujer debe aprender en silencio.

Así que, las mujeres que violan mandamiento de Dios ocupando un púlpito para predicar y enseñar, están en realidad deshonrando al mismo Cristo. No pueden tener su aprobación. Y, la verdad sea dicha, esta costumbre de las denominaciones “cristianas”, de permitir que las mujeres conduzcan y enseñen, está mostrando claramente que no provienen de Dios sino de la misma serpiente que engañó a Eva y que hoy hace que los hombres transgredan los mandamientos de Dios al seguir a mujeres que, como las extranjeras y rameras de las que hablan Proverbios y el resto del Antiguo Testamento, hacen que el pueblo de Dios siga a otros dioses en vez de seguir a Cristo.

Así que la decisión es suya –como siempre lo permite Dios. Cada uno debe escoger si sigue, por miedo a la burla o a ser considerado anacrónico, las filosofías mundanas de diversos movimientos “liberacionistas femeninos”; o, por el contrario, si obedece la inalterable Palabra de Dios que es la única en la que reside la verdadera libertad. Una libertad que Cristo ganó para quienes escogemos seguirlo.

Todas las denominaciones “cristianas”, organizaciones de hombres que se yerguen sobre otros alegando haber sido delegados por el mismo Dios para someter a sus ovejas, son empresas para producir dinero y utilizarán cualquier argumento posible para mantener bajo su yugo a quienes buscan a Cristo.

Mi posición personal es que los cristianos deberían aceptar la libertad que nos da Cristo (libertad bajo control por su Palabra) y rehusar ser incluido en cualquier organización religiosa donde sus líderes reclaman la obediencia debida solamente a Cristo; es decir, los cristianos deberían apartarse de las denominaciones, que no son más que organizaciones corporativas donde se sigue a hombres en vez de a Cristo.

Todo cristiano debería obedecer solamente al Evangelio y formar parte de la comunidad cristiana como un todo, mediante la fe, que es diferente a asistir regularmente a templos y demás sedes de esas organizaciones. Esto, por supuesto –y lo digo por experiencia propia-, demandará fortaleza de cada cristiano para oponerse al autoritarismo y a las exigencias “oficiales” de las diversas ramas institucionales de lo que erróneamente se conoce como “iglesia”. Quien decida obedecer a Cristo debe saber que atraerá sobre sí el escarnio público, la persecución y las burlas, aún de quienes digan llamarse cristianos.

Habrá quienes aleguen que esta actitud es un llamado al libertinaje. No es así. Cuando un creyente decide obedecer a Cristo, se comunicará con otros cristianos y los considerará como sus hermanos; por lo tanto, las normas universales bíblicas respecto a la convivencia entre cristianos, aplicará más universalmente sin que esté delimitada por sesgos denominacionales.

Creo firmemente que la única religión verdadera es el cristianismo mismo, no alguna denominación, confesión, iglesia o sistema religioso que alegue ser cristiana. Así mismo, estoy plenamente seguro de que la verdad no se encuentra en ninguna organización religiosa humana, sino que se halla en las Escrituras. Cada persona, de manera individual, tiene la responsabilidad de encontrarla; ya sea que alguien lo guíe o no, cada individuo responderá personalmente ante Dios por el camino que haya decidido tomar.

En la búsqueda de esa verdad, cada persona podrá disentir sobre algunos puntos no relevantes ni explícitos en las Escrituras. Pero jamás podrán existir dos verdades simultáneas que se opongan entre sí. O es cierto que Jesús delegó hombres para que gobiernen espiritualmente sobre otros, o solo tenemos un Cabeza, Cristo; o las mujeres sí pueden enseñar públicamente y dirigir la iglesia de Cristo, o ellas deben callar en las congregaciones; o es cierto que Jesús es Dios, o no lo es. No pueden existir dos verdades opuestas; si reconocemos que una cosa es verdad, su opuesto debe ser mentira.

Si estamos gobernados por el Espíritu Santo –y es él quien nos guía a toda verdad- no deberíamos tener problema en reconocer la verdad ni en estar unidos en una sola fe y bajo un solo Cabeza: Cristo:

Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo. (Efesios 4:13-15)


Ricardo Puentes M.
Marzo 11 de 2008.

lunes, 3 de marzo de 2008

VATICANO Y MAGNICIDIOS PARTE V

VATICANO, GUERRAS Y MAGNICIDIOS
Parte V


Como ya vimos, Tomás Cipriano de Mosquera había expulsado a los jesuitas del país y estos habían iniciado una ofensiva en todos los frentes para anular la Constitución de Rionegro y establecer otra que se acomodara a sus ambiciones y que, por supuesto, permitiera la firma de un Concordato con la Santa Sede.

Hacia 1870, pese a que muchos de los bienes desamortizados de la Iglesia habían sido comprados por las familias poderosas de la época, estas operaciones comenzaron a tener un riguroso descenso. A pesar de que se seguían sacando fincas para remate, la inexistencia de compradores logró que la Iglesia Católica conservara millones de hectáreas.

Esto fue posible debido a la posición que tomó la jerarquía Católica, respecto a defender férreamente sus bienes materiales mediante sus poderes espirituales. Desde el púlpito y mediante numerosas guerras intestinas, los sacerdotes y obispos lograron que los fieles católicos tomaran las armas para defender las riquezas de la Iglesia, demostrando el inmenso poder que tenía –y sigue teniendo- el Vaticano en las mentes de una sociedad aún adicta a la dominación.

Los liberales creyeron ilusamente que podrían terminar con un imperio –el del Papa- que llevaba más de 400 años trabajando laboriosamente sobre la ideología popular, logrando superar al propio Estado tanto en influencia social como en riquezas, organización, manejo internacional y capacidad política. Creyeron tontamente que si enunciaban ideales de libertad, el pueblo los apoyaría inmediatamente; confiaron ilusamente en que los colombianos tenían el suficiente uso de razón para diferenciar la libertad de la esclavitud. Cosa más que descartada hasta el día de hoy si se analiza por qué los bogotanos votaron masivamente por Samuel Moreno, un candidato apoyado por la Iglesia y por la guerrilla colombiana.

Así, pues, se inicia la guerra de 1876-1878, instigada desde los púlpitos y ejecutada por los conservadores proeclesiales, bajo la comandancia del conservador Francisco de Paula Madriñán; guerra que se extendió por todo el país, con excepción de algunos departamentos de la Costa Atlántica. El resultado fue que ganaron los liberales y, como consecuencia, el presidente Aquileo Parra firmó un contrato con Francia para la apertura de un Canal Interoceánico en Panamá. En 1878 vino la presidencia del “liberal” Julián Trujillo, un general apoyado por Rafael Núñez, también “liberal” bajo cuyo gobierno se inició el movimiento conocido como “La Regeneración” que, entre otras cosas, buscaba solucionar el conflicto de las relaciones entre Iglesia y Estado mediante un Concordato con la Santa Sede. Decía Trujillo que la única manera de evitar las guerras civiles, de raíces evidentemente religiosas, era mediante la firma del Concordato, el restablecimiento del poder papal y la conmutación de las penas de destierro impuestas a varios obispos y prelados acusados de sedición y de propiciar la violencia en el país. El Congreso de la República se negó a estas medidas. Y eso enfureció aún más a los jesuitas quienes confiaban en que Trujillo lograría convencer al poder legislativo.

Finalmente, durante el gobierno de Rafael Núñez, ideólogo en el gobierno de Trujillo, él impuso sus medidas de manera autoritaria y, en otros casos, sobornando a los congresistas de los partidos políticos opositores para suprimir la tuición de cultos y permitir el regreso de los obispos desterrados. Creó el Banco Nacional e implantó el papel moneda. Favoreció ampliamente a los banqueros privados entregándoles el manejo de las finanzas públicas. Los banqueros más poderosos, aliados del régimen, quebraron a los más pequeños y empezaron a gestarse los grandes monopolios bancarios que prevalecen hasta el día de hoy. Los poderosos banqueros acapararon la exportación de café y, aunque a ellos les iba bastante bien, no sucedía lo mismo con los pequeños agricultores y obreros que vieron decrecer su poder adquisitivo.

Ya los jesuitas habían regresado al país gracias a la gestión de Eusebio Otálora, ferviente seguidor del papa. Y el propósito de la Compañía de Jesús, de reformar la Constitución para beneficiar los intereses de la Iglesia Católica, ya iba bastante adelantado.

Durante el segundo mandato de Núñez, en 1884, él dejó ver claramente su intención de reformar la Constitución de 1863 (de Rionegro) para respaldar el imperio del papa. Entonces, los liberales “radicales”, como eran conocidos los defensores de la Constitución de Rionegro, se levantaron contra Núñez, mientras que los conservadores apoyaron a este presidente que no era más que un instrumento de los jesuitas. Los seguidores de Núñez, compuestos por los conservadores y algunos liberales, crearon el “Partido Nacional”, para concretar todos los cambios necesarios enunciados por la “Regeneración”.

Los liberales defensores de la Constitución de Rionegro fueron vencidos y diezmados, razón por la cual se rindieron el 26 de agosto de 1885. Como en guerras anteriores, quienes pusieron los muertos fueron los campesinos y la clase obrera. Y quienes resultaron favorecidos fueron, como siempre, la Iglesia Católica y sus apoyadores.

Sin tiempo que perder, los jesuitas convencieron a Núñez de realizar una nueva Constitución. Así, este oscuro personaje, altamente alabado por la educación eclesial, presentó su propuesta de Constitución con la dramática frase: “Regeneración o catástrofe”; alegando la suma urgencia de una centralización política que diera entierro de tercera a la libre autodeterminación regional plasmada en la Constitución de Rionegro. Inmediatamente declaró: “La Constitución de Rionegro ha dejado de existir”.

Dijo también Núñez, en defensa de su proyecto político: “Las repúblicas deben ser autoritarias, so pena de incidir en permanente desorden y aniquilarse en vez de progresar”, un principio claramente jesuita, mírese por donde se mire.

Con esta Constitución del 1886, Núñez reestableció la pena de muerte y declaró que “solo el gobierno puede introducir, fabricar y poseer armas y municiones de guerra”, como una medida para evitar futuras rebeliones en contra de la nueva Constitución. También declaró que se debía “prevenir y reprimir todos los abusos de la prensa”, para amordazar al periodismo de oposición, avanzando hacia la “República autoritaria” como proclamara Núñez el orden político, económico y social impuesto desde el Vaticano.

Núñez, conociendo que Napoleón también propició el camino para el poder temporal del papa, mediante el Concordato entre Francia y la Santa Sede, dijo: “A principio de este siglo se palpó también en Francia la necesidad de ocurrir al sentimiento religioso allí predominante, para dar nueva savia moral a aquella nación, hondamente turbada por el jacobinismo”. Todo estos adornos para que en la Constitución de 1886 quedara establecido esto:

La religión Católica, Apostólica, Romana, es de la Nación: los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada, como esencial elemento del orden social.” De ñapa, se le entregó a la iglesia el poder total sobre la educación: “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica.” También quedó como mandato constitucional que en todos los centros de enseñanza, “la educación e instrucción pública se organizará y dirigirá en conformidad con los dogmas y la moral de la Religión Católica. La enseñanza religiosa será obligatoria en tales centros, y se observarán en ellos las prácticas piadosas de la Religión Católica”. “El gobierno impedirá que en el desempeño de asignaturas literarias, científicas y, en general, en todos los ramos de la instrucción, se propaguen ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”. De igual manera, a cambio de los bienes de la iglesia que ya habían sido adquiridos por los poderosos terratenientes, la oligarquía le cedió a la Iglesia la administración de los cementerios y todo lo referente a la existencia civil de las personas, para quienes era obligatorio acudir a la curia en búsqueda de registros de nacimientos, defunciones, matrimonios y todo lo demás.

Cuando ya estuvo todo concluido, cuando la Iglesia finalmente venció sobre los ideales de libertad del pueblo que dio su vida en pro de aquella, la Santa Sede proclamó su triunfo con la firma del Concordato en 1887. Fueron casi setenta años de guerras planeadas sistemáticamente por la Iglesia para llegar a esta meta.

Núñez abandonó su disfraz de liberal y proclamó su “conversión” al partido conservador, eminentemente clerical. Declaró, además de lo anterior, que los párrocos y, en general, la Iglesia, podían cobrar a los colombianos lo que consideraran conveniente por ejercer sus funciones como administradores de la situación civil de los ciudadanos. Núñez alegaría poco tiempo después que él había entregado el país a manos de la Iglesia Católica a cambio de la paz nacional. Fue un chantaje que nos volvió a sumir en la esclavitud de la cual, en realidad, nunca hemos salido.

Con el control total de la educación, los jesuitas pudieron moverse a sus anchas. Pudieron comprobar plenamente que, como dijo Ignacio de Loyola, “Si los niños han hecho una buena comunión, ellos serán sumisos al Papa, ¡Como el bastón en la mano del viajero, no tendrán ni voluntad ni pensamiento propio!”.

También dijo Loyola, en sus “Ejercicios Espirituales”: “...debemos siempre mantener como principio fijo que lo que veo que es blanco, creeré que es negro si las autoridades superiores de la Iglesia así lo definen.” Todos saben que Roma siempre ha declarado abiertamente su deseo de colocar la educación pública en manos de los Jesuitas, porque, dice la gran Ramera Católica, que ellos son los mejores maestros y modelos. ¿Por qué?

La respuesta es también sencilla: Porque los jesuitas han demostrado mucha más audacia y éxito que las otras órdenes religiosas, en destruir la inteligencia, la conciencia y la inclinación a la libertad de sus alumnos. La Historia ha demostrado que cuando un hombre ha sido entrenado por ellos durante el suficiente tiempo, se convierte en un cadáver moral, en un instrumento fácil del general jesuita. Sus superiores pueden hacer con él lo que les dé la gana, pueden ordenarle cualquier cosa con la certeza de que obedecerá ciegamente. Esto lo plasmó muy bien el papa Gregorio XVI en su celebrada Encíclica del 15 de Agosto de 1832: “Si la santa Iglesia así lo requiere, sacrificaremos nuestras propias opiniones, nuestro conocimiento, nuestra inteligencia, los sueños espléndidos de nuestra imaginación y las realizaciones más sublimes del entendimiento humano.”

Los jesuitas, maestros de la injuria, el engaño y las conspiraciones, no solamente controlan el sistema educativo en Colombia y en casi la totalidad de Latinoamérica, sino que prácticamente han cumplido su meta de controlar la educación en Estados Unidos, país al cual empezaron a ingresar desde cuando arribó el segundo grupo de peregrinos, abriendo el camino para que miles de familias católicas de Inglaterra, Irlanda y Francia –enviadas por el Vaticano- migraran hacia este país protestante, haciendo que estas familias católicas pasaran como protestantes para integrarse a las colonias.

A través de los años, los jesuitas han logrado infiltrar todas las escuelas protestantes de Estados Unidos y han entrado a formar parte de las juntas escolares en los Estados de la Unión. Lograron erradicar la enseñanza de la Biblia para reemplazarla con la psicología evolutiva en un fiel reflejo de los Ejercicios Espirituales de Loyola. Luego, establecieron sus propias escuelas y universidades controladas por jesuitas y hoy, éstas superan en número a todas las escuelas y universidades protestantes de Estados Unidos.

Harvard y Yale, antes protestantes, ahora están bajo el control jesuita; igual sucede con Penn, UCLA, Princenton y Cornell, por mencionar solamente algunas; además de la de Georgetown donde se educaron Clinton y otros presidentes. Clinton también estudió en la ultracatólica Yale, donde se conoció con su actual esposa, Hillary, hoy candidata presidencial. También en Yale se graduaron George Bush y George W. Bush, todos, nefastos gobernantes para Estados Unidos, un país que nació con ideales protestantes y que hoy día está controlado por los asesinos jesuitas.

Así, aunque Colombia y el resto de Latinoamérica han sido presas fáciles de la ideología jesuítica, debido a siglos de adoctrinamiento, en Estados Unidos, el asunto se puso más difícil para ellos. Desde el Congreso de Viena, Verona y Chieri –que ya vimos anteriormente- los jesuitas dejaron muy claro que recurrirían al asesinato de líderes en Estados Unidos si estos se oponían a sus planes. Fue por eso que desde 1841 hasta 1857 tres presidentes fueron atacados por ellos. Dos murieron y uno logró escapar con dificultad. Como declaró el papa en ese Congreso: “Nosotros también estamos determinados a tomar posesión de los Estados Unidos; pero debemos proceder con el mayor secreto”.

Con suma paciencia y sigilo, procedieron a masificar a los norteamericanos mediante el control de la educación y de la industria del entretenimiento. Implantaron millares de católicos en las principales ciudades con la convicción absoluta de uno de los prelados que dijo: “el voto de cualquier individuo aunque esté cubierto de harapos tiene tanto peso en la escala de poderes como el del millonario, Astor y que si tenemos dos votos en contra de los suyos él se convertirá en alguien con tan poco poder como el de una ostra”. Por eso gestionaron desde Roma la migración de millones de irlandeses e italianos pobres pero fieles al papa, y los colocaron en los cinturones de miseria de Washington, Nueva York, Boston, Chicago, Buffalo, Albano, Troy, Cincinnati y San Francisco.

La meta era, y es, que el voto católico sea esencial para elegir quien regirá los destinos de esa nación. Como narró Charles Chiniquy, un exsacerdote canadiense que, en el siglo XIX, dedicó el final de su vida a desenmascarar a Roma; él revela lo expresado por el general jesuita en documentos descubiertos: “Entonces ¡sí! gobernaremos a los Estados Unidos y los pondremos a los pies del Vicario de Jesucristo (el papa), para que le ponga fin a su sistema de educación que se encuentra ausente de Dios y a sus leyes impías de libertad de conciencia, que son un insulto a Dios y al hombre!” (Charles Chiniquy, Fifty Years in the Church of Rome. Chick Pulications, pp. 281-282.)

Precisamente, Chiniquy fue objeto de los ataques de los jesuitas, quienes montaron un tinglado de injurias para desprestigiar al entonces sacerdote. Lincoln sabía que a Chiniquy se le había acusado injustamente y aceptó defenderlo. Y ganó.

Debido al éxito de la defensa, Chiniquy salió victorioso y la conjura de los jesuitas fue descubierta; pero esto también desembocó en que Abraham Lincoln se ganara un odio más profundo de los hijos de Loyola. Un odio que ya se estaba gestando debido a que Lincoln era partidario y defensor de la libertad de los esclavos, algo que atentaba contra los intereses económicos de la Santa Sede en Estados Unidos. Los jesuitas controlaban el tráfico de esclavos y se beneficiaban directamente de ellos en sus enormes plantaciones de algodón que tenían en el sur. Igual que se habían beneficiado en Paraguay hacía siglos. Y, debido a las pretensiones de Lincoln –y de otros gobernantes que fueron asesinados también-, esta maléfica Orden desató la guerra civil estadounidense usando como detonante a su súbdito, Jeff Davis.

El mismo Lincoln escribió, refiriéndose a esta guerra: “Desgraciadamente, siento más y más cada día que la lucha que estoy librando no es únicamente contra los americanos del Sur, es más que nada en contra del Papa de Roma, sus perversos Jesuitas y sus esclavos ciegos y sedientos de sangre. Mientras esperen conquistar el Norte, ellos salvarán mi vida; pero el día que eliminemos su ejército, tomemos sus ciudades y los forcemos a someterse entonces me da la impresión de que los Jesuitas quienes son los gobernadores principales del Sur harán lo que casi invariablemente han hecho en el pasado. El cuchillo o la pistola lograrán lo que los guerreros no pueden lograr. La guerra civil parece ser un mero asunto político para aquellos que no ven lo que yo veo. El secreto surge de ese drama terrible. Pero es una guerra más religiosa que civil. Es Roma la que quiere gobernar y degradar al Norte como ya ha gobernado y degradado al Sur, desde el mismo día de su descubrimiento. Hay sólo unos pocos de los líderes del Sur quienes no están más o menos bajo la influencia de los Jesuitas a través de sus esposas, parientes y sus amigos. Algunos miembros de la familia de Jeff Davis pertenecen a la iglesia de Roma”.

Morse, el inventor del telégrafo, supo de las conjuras desde Roma contra Abraham Lincoln y así se lo advirtió al presidente. Por esta razón, cuando el sacerdote Chiniquy también lo alertó del plan para asesinarlo, Lincoln dijo: “(Morse) me dijo que cuando estaba en Roma no hacía mucho tiempo encontró las pruebas de que existe una conspiración formidable en contra de este país y de sus instituciones. Sin duda le debemos a las intrigas y a los emisarios del papa la mayor parte del terror que estamos viviendo con esta guerra civil que está amenazando con cubrir todo el país de sangre y de ruinas. (...) El Papa y los Jesuitas, con su infernal Inquisición, son el único poder organizado en el mundo que tiene el recurso de la daga del asesino para asesinar a aquellos a quienes ellos no puedan convencer con sus argumentos o conquistar con la espada. Los Jesuitas son tan expertos en esos hechos de sangre, que Enrique IV dijo que era imposible escapar de ellos, y él llegó a ser su víctima, aunque él hizo todo lo que podía haber hecho para protegerse a sí mismo. Mi escape de sus manos, desde la carta del papa a Jeff Davis que ha aguzado un millón de cuchilleros para partir mi pecho, sería más que un milagro".

Se le hicieron varios atentados, aún antes de que Lincoln se convirtiera en presidente de los Estados Unidos. Contrataron a un barbero italiano para que lo atacara con granadas, pero éste y otros intentos fallaron.

Mientras iba en un tren se le cayó una carta a John Wilkes Booth, el actor que disparó contra Lincoln; la carta le había sido enviada por Charles Shelby y cuando fue encontrada, se la enviaron al presidente Lincoln quien, después de haberla leído, escribió sobre ella la palabra “asesinato” y la archivó en su oficina. Después de su muerte, esta carta fue encontrada y utilizada como evidencia en la corte. Un extracto de la carta dice: “Abe debe morir y debe ser ahora. Pueden escoger sus armas, la copa, las balas o el cuchillo. La copa (veneno) nos falló una vez y podría volver a fallarnos... Sabes donde encontrar tus amigos. Tus disfraces son tan perfectos y completos... Realicen su misión por su hogar, por su país, aprovechen su tiempo, asegúrense de hacer lo que tienen que hacer. “Los amigos” a los que se refiere, eran los emisarios del Papa: los Jesuitas.
Un conocido investigador de este episodio, nos dice: “Me siento seguro al afirmar que ninguna otra parte puede ser encontrada en un libro acerca de la presentación coordinada de la historia completa de la muerte de Abraham Lincoln, la cual fue instigada por el papa “negro”, el General de la Orden Jesuita, camuflado por el papa “blanco”, Pío IX; ayudado, instigado y financiado por otros abogados del "Derecho Divino" de Europa, y finalmente consumado por la Jerarquía Romana y sus agentes pagados en este país y Canadá Francesa en “Viernes Santo” a la noche, el 14 de Abril, en 1865, en el Teatro de Ford, Washington, D.C.” (La Verdad Suprimida Sobre El Asesinato De Abraham Lincoln, Burke McCarty, 1973, originalmente publicado en 1924)

Lincoln tenía muy en claro que “Esta guerra nunca habría sido posible sin la influencia siniestra de los Jesuitas. Nosotros se lo debemos al papado, el hecho que ahora nosotros vemos nuestra tierra enrojecida con la sangre de sus hijos más nobles.”

Esa misma influencia siniestra fue la que llevó a la piadosa católica Mary Surrat a prestar su casa para planear cuidadosamente el asesinato, con la visita permanente y profusa de muchos sacerdotes católicos que los vecinos veían entrar y salir. Los sacerdotes jesuitas eran los confesores de John y Mary Surrat, de Booth y de Davis, quien puso el dinero para el asesinato. Booth, antes de morir, escribió: “Nunca podré arrepentirme, Dios me hizo el instrumento de su castigo”.

Cuando uno compara estas palabras con los principios y doctrinas que se enseñan y se decretan como de obligatorio cumplimiento desde los Concilios y las escuelas controladas por los jesuitas, se entiende cuál fue el origen de la ciega obediencia, sin importar las consecuencias, como si la orden de asesinar emanara del mismo Cristo. Mary Surrat, una de las conspiradoras, fiel comulgadora católica, declaró al día siguiente del crimen, que “La muerte de Abraham Lincoln no es más que la muerte de cualquier negro en el ejército”. Veamos algunas de las doctrinas católicas que inspiran a los magnicidas y demás asesinos:

“¿Será lícito a un hijo matar a su padre cuando está proscrito? Muchos autores sostienen que sí, y si el padre fuera nocivo a la Sociedad, opino lo mismo que esos autores.” (Dicastillo, jesuita español, en el tomo 2º de La justicia del Derecho, página 511)

El también jesuita, Amicis, dice que, “un religioso debe matar al hombre capaz de dañarle a él o a su religión, si cree que abriga tal intento”.

Con estas enseñanzas “divinas” no es raro que los fieles seguidores católicos cumplan cualquier capricho de sus amos, los sacerdotes, ya que creen que estos tienen autoridad delegada de Dios sobre la tierra. Igual sucede por los lados de las iglesias evangélicas cuyos pastores se endilgan la autoridad de Cristo y hacen que sus fieles ataquen, en toda forma, a quienes pongan en duda las órdenes de estos pastores. Y es que estas iglesias, supuestamente “cristianas”, también están controladas por la Orden. Pero continuemos.

Después del juicio, Mary Surrat, Lewis Paine, David Herold y George Atzerodt fueron colgados en la horca. Los cuatro eran católicos y dos de ellos eran sacerdotes jesuitas.

John Surratt, otro de los conspiradores, logró tomar un vuelo a Montreal y, desde allí, fue llevado a Liverpool, Inglaterra, y luego a Roma. Un oficial de Estados Unidos lo encontró en Roma, formando parte del ejército personal del papa. El Sumo Pontífice patrocinó protegió a este asesino hasta su muerte, igual que protegió y patrocinó a Hitler, Mussolini, Lenin, Franco, los Borbones, Fidel Castro, Pinochet y demás marionetas del Vaticano. Por supuesto, la protección solamente llega hasta donde empiece a peligrar la integridad del papa.

Por eso, hoy no es extraño ver que en un régimen supuestamente ateo, como es el de Cuba, el segundo a bordo en el Vaticano sea recibido con todos los honores de un jefe de Estado. No es raro, por eso, que lo mismo suceda en Nicaragua, México y, en general en todos los países latinoamericanos que han estado –y estarán- bajo el control del Vaticano, sean “democracias”, dictaduras, movimientos bolivarianos, revolución cubana, sandinismo, o como quiera que se llamen, los jesuitas están detrás de todos los regímenes controlando los destinos del país mediante el uso de las guerras civiles, la mafia, el narcotráfico, la corrupción moral, el analfabetismo y la pobreza. Con todo esto, ellos salen ganando.

Así como en Estados Unidos los jesuitas lograron introducirse en las Cortes y las instancias del poder judicial, como también en la CIA, ocupando cargos como magistrados y legisladores para manipular la constitución a su favor, lo mismo sucede en nuestros países latinoamericanos de una manera mucho más descarada. Por eso vemos a hampones, secuestradores, genocidas, mafiosos y rateros amnistiados mediante el amañamiento de las leyes y decretos que usan a su favor. Por eso el presidente Samper fue declarado inocente por el Congreso, por eso los guerrilleros del M-19 y los narcotraficantes –sus financiadores- fueron amnistiados y no extraditados: llegaron al descaro de cambiar una Constitución solamente para beneficio de unos pocos. César Gaviria fue el principal promotor de esta nueva Constitución, junto a los carteles de la droga que presionaron a los constitucionalistas para aprobar lo necesario para escapar de la justicia norteamericana. Por eso no es raro que asesinos guerrilleros sean huéspedes de honor de la curia colombiana, ni que ésta funja como agencia de viajes y compañía de guardaespaldas para escoltar a estos hampones hasta Cuba, otro fortín del Vaticano. Por eso los paramilitares siguen delinquiendo desde la cárcel; por eso las víctimas nunca serán reparadas; por eso las tierras que los paramilitares les quitaron a los campesinos, ahora pretenden dárselas a poderosos industriales para que se lucren de ellas y sigan esclavizando a los impotentes agricultores. Por eso nadie dice nada. (El Tiempo mencionó algo, pero lo hizo buscando beneficiar la candidatura de Santos para las próximas elecciones presidenciales)

En Estados Unidos, el plan jesuita incluye el control de los partidos políticos. Ya han avanzado mucho en eso: han colocado a Clinton, a Bush –padre e hijo- y a algunos más antes de ellos. En Colombia, esto ha sido mucho más evidente debido a que este país siempre ha estado bajo el dominio de la Iglesia Católica. Hasta los partidos de izquierda, como el Polo Democrático, están controlados abierta y descaradamente por ellos. El mismo Francisco de Roux, importante e influyente sacerdote jesuita, no tiene reparo en declarar públicamente su respaldo a este partido socialista católico. Un hermano de este jesuita es miembro importante del partido. Igual con las guerrillas. Éstas han nacido en los púlpitos y han sido apoyadas por muchos sacerdotes, algunos de los cuales han entrado a formar parte de sus filas armadas. El ELN, al igual que Sendero Luminoso, en el Perú, ha tenido entre sus ideólogos al mando, a jesuitas.

Todos los presidentes colombianos han sido fieles a Roma, son devotos de la Virgen María, del Divino Niño y del infernal rosario de patronos ante cuyas estatuas no dudan en hincarse. Los prelados católicos influyen en las decisiones del presidente, lo asesoran, le hablan al oído, le exigen usando el nombre de Dios. Recientemente han sido nombrados como únicos mediadores autorizados entre el gobierno y la guerrilla. ¿Por qué? Porque son amigos de ambos lados. Son los confesores y asesores de ambos bandos, como confesores y asesores fueron de Pablo Escobar y el resto de narcotraficantes que sumieron al país en una cruenta cadena de masacres financiadas y planeadas desde Medellín, el gran fortín de Roma en Colombia.

Por último, en la etapa de penetración en los Estados Unidos, el Vaticano planeó tomar el control de las fuerzas militares y de los medios de comunicación. Hoy en día, en Estados Unidos, hay un gran número de generales fieles a Roma. Si en los tiempos de Lincoln, el Vaticano controlaba más de la mitad de los periódicos norteamericanos, imagínense cómo estará la situación hoy día.

¿Sucede en Colombia lo mismo...? No lo duden. El Tiempo, cuyo dueño fue el presidente Eduardo Santos, quien acogió a los asesinos nazis embarcados por el papa en Roma para que huyeran de la justicia, ahora está en manos de esa misma familia cuyos principales miembros pertenecen a logias masónicas y están muy altos en los círculos de poder. Uno de ellos, Juan Manuel Santos, es Ministro de Defensa, mientras el otro –Francisco Santos- es el vicepresidente. Enrique Santos, director del periódico, fue y es un importante militante de izquierda que ha apoyado al Polo Democrático y a los jesuitas. Precisamente, en el editorial del 23 de febrero de 2008, El Tiempo felicita al nuevo general jesuita, el sacerdote español Nicolás, y hace una apología de las acciones de estos asesinos, la orden de Loyola que, como bien lo aseguró Lincoln, son los peores enemigos de la libertad.


Ricardo Puentes M.
Febrero 23 de 2008