viernes, 23 de noviembre de 2007

EL SERVICIO A DIOS

¿Dónde y cómo...?

Les suplico por las compasiones de Dios, hermanos,
que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo,
santo, acepto a Dios,
un servicio sagrado con sus facultades de raciocinio.
Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas.
(Romanos 12:1, 2)

Los judíos estaban estupefactos. Pedro les estaba diciendo que estaban viviendo en un error terrible. Sus líderes religiosos los habían llevado a asesinar al Mesías y hasta ese momento estos judíos habían aceptado el crimen, habían aplaudido la crucifixión como si ésta tuviera el aval del mismo Dios. Hasta ese momento, ellos habían dado por cierto todo lo que sus pastores, maestros y demás líderes les predicaban como la verdad.

Ahora, estaban escuchando a Pedro hablando en el poder del Espíritu Santo, revelándoles que todo el sistema religioso que ellos creían aprobado por Dios, era culpable de la muerte del Hijo de Dios.

Ante la evidencia escritural sustentada por Pedro, con el poder del Espíritu, los judíos no tuvieron más alternativa que aceptar que Jesús –a quien habían crucificado- era el Mesías esperado. Y se sintieron muy compungidos. Con el corazón profundamente herido, como si hubiera sido atravesado por una lanza, ellos le preguntaron a Pedro y los demás apóstoles: "Varones hermanos, ¿qué haremos...? (Hechos 2: 37)

La respuesta de Pedro fue sencilla y poderosa: "Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo" (v.38)

¿Qué significaba esto para aquellos judíos...? Lo que Pedro les estaba diciendo era que repudiaran las acciones de sus líderes religiosos, que se apartaran de ellos aceptando a Cristo como su Salvador para que pudieran recibir de ahí en adelante la dirección invisible del Espíritu Santo, la promesa, que los conduciría personalmente hacia la verdad. A nosotros nos puede parecer muy sencillo este acto. Sin embargo, lo que Pedro les estaba exhortando a hacer, era a abandonar su organización religiosa, aquella a la que ellos y sus antepasados habían servido durante muchas generaciones, para servir de ahí en adelante a Jesucristo de una manera totalmente nueva y desconocida.

Es exactamente lo mismo que si hoy se le dijera a una persona que se considera a sí misma como cristiana, que abandone su denominación religiosa porque Jesucristo requiere que se le sirva de otra manera a como se le está "sirviendo" en las llamadas "iglesias cristianas". Traumático ¿verdad..? ¿Cómo respondería usted...?

Casi con seguridad, podemos afirmar que la mayoría de los creyentes ni siquiera tomarían en consideración contemplar la posibilidad de cambiar su forma de adoración, sus ritos y servicios religiosos. Multitudes de cristianos se sienten cómodos con asistir a sus templos, células y demás reuniones, diezmando, cantando, llorando, ayunando, clamando y haciendo todo lo que sus líderes religiosos les dicen que es correcto hacer. Nunca se han preguntado si a Dios le agrada lo que hacen y si a Él le agrada la manera en que ellos lo están adorando. Y, la verdad sea dicha, a muy pocos creyentes les interesa averiguarlo. Se convencen fácilmente con dos o tres pasajes bíblicos que sus líderes les enseñan sin contexto alguno, y no ahondan más allá de lo que sus líderes les permitan profundizar.

La situación en la fiesta de Pentecostés era exactamente la misma. Pedro les estaba diciendo a los judíos que su forma de adoración estaba mal y que era necesario que se arrepintieran, que se volvieran a Dios. Los judíos aceptaron el mensaje sustentado en las Escrituras e inmediatamente se bautizaron en el nombre de Jesús, en el nombre de aquel a quien hacía pocos días sus líderes habían asesinado con el consentimiento del resto de judíos.

Evidentemente, hoy en día los líderes religiosos "cristianos" no rechazan de palabra a Jesús. Pero, aún así, la situación en el primer siglo era asombrosamente similar: los líderes religiosos de entonces no renegaban de Dios con palabras; es más, creían firmemente en un Mesías que los salvaría.... pero cuando éste llegó lo crucificaron. Y lo paradójico del asunto es que quienes enviaron a Jesús a la muerte estaban convencidos de que con ese acto estaban rindiendo servicio a Dios.

De igual manera sucede hoy. Aunque los líderes religiosos crean que están rindiendo servicio a Dios, es muy posible que la verdad sea totalmente lo contrario: pueden estar rechazando a quien aseguran estar sirviendo.

Las formas de adoración bajo el Viejo Pacto y el Nuevo Pacto
Los judíos del Pentecostés aceptaron a Cristo y de inmediato quisieron saber qué hacer para adorarle. La respuesta de Pedro, "arrepentíos y bautícese cada uno" significaba que debían dar un giro total a su forma de adoración ya que esa forma de servicio no agradaba a Dios. Debían ir en una dirección totalmente nueva.

A lo largo del Nuevo Testamento, vemos que esa dirección totalmente nueva, esa adoración aprobada por Dios, no requería de edificios especiales de adoración, ni ritos particulares, ni códigos de ley escritos ni actividades ceremoniales distintivas. La diferencia entre el viejo sistema y el Nuevo Pacto eran evidentes: La vieja forma de adoración requería de edificios especiales (ostentosos, por cierto), ritos ceremoniales, una clase sacerdotal mediadora entre Dios y los hombres, un extenso compendio escrito de leyes y ordenanzas que los israelitas debían obedecer. Cada judío sabía qué hacer ya que cada aspecto de su forma de adoración estaba explícito en la ley.

Por el contrario, esa nueva forma de adoración, el cristianismo, no estaba orientado hacia organizaciones religiosas, edificios especiales, sacrificios ceremoniales ni código de leyes; en el cristianismo tampoco estaban destinados ciertos días especiales para la adoración ni lugares específicos para tal fin. Los nuevos creyentes debieron haberse sentido aturdidos cuando, en su nuevo estado de libertad, se preguntaron qué tipo de adoración requería ahora Dios, y de qué manera debían llevarla a cabo.

Los judíos cristianos debieron aprender que "El Altísimo no habita en templos hechos de mano" (Hechos 7:48)

Sino que: ¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está en vosotros? (1Co 3:16)

Eso significaba que ya no era necesario acudir a edificios o templos religiosos para rendir servicio sagrado a Dios. Siendo –como somos- cada uno templo de Dios, eso significa que de manera individual estamos permanentemente en presencia del Altísimo. No acudimos a su presencia yendo a templos –que Dios no mora en ellos- sino que la casa de Dios somos cada uno de los creyentes que hemos nacido de nuevo. Si no hay tal cosa como templos "cristianos", entonces, ¿cuál es hoy día el altar del sacrificio prefigurado por el altar del Viejo Pacto..? ¿Cuál sería hoy el sacrificio...?

La respuesta la podemos encontrar en Hebreos:

Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. (Hebreos 9:28-10:1).

Es decir, el sacrificio único y perfecto de Cristo reemplazó a los sacrificios expiatorios del Antiguo Testamento, aquellos sacrificios levíticos se describen como "la sombra de los bienes venideros". El pasaje nos explica que el sacrificio de Cristo fue suficiente para pagar por todos nuestros pecados, por lo que no es necesario repetirlo. Es el medio que Dios escogió para nuestra salvación y, como tal, fue prefigurado por los sacrificios del Antiguo Testamento. No hay necesidad de más sacrificios expiatorios.

Siendo que los sacrificios del Viejo Pacto fueron reemplazados con el único y solo sacrificio de nuestro Señor, es fácil encontrar lo que el altar levítico prefiguró: la cruz del calvario. Esto no quiere decir que debamos acudir a una cruz literal, que debamos rendir algún tipo de adoración o reverencia a una representación de la cruz, tal y como hacen los católicos y el G12 en sus "Encuentros". Cristo hizo de una sola vez y para siempre su sacrificio para perdonar nuestros pecados. No hay necesidad de otros sacrificios.

Y así, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (Hebreos 10:14)

Pretender que se necesitan más ofrendas o sacrificios es un insulto al sacrificio expiatorio de Cristo.

En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (Hebreos 10:10)

En el Antiguo Pacto eran necesarios los sacrificios y ofrendas recurrentes y, con todo, estos no hacían posible la salvación: "porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados (Hebreos 10:4). Con el único y todo suficiente sacrificio de Cristo, ya recibimos la santificación.

Llegamos a otra conclusión interesante: Puesto que ya no necesitamos de templos o edificios religiosos (nosotros somos templo de Dios) para ir a ofrecer sacrificios expiatorios (Cristo ya lo hizo de una vez y para siempre), ¿qué hay de las iglesias "cristianas" (los edificios) a las que los pastores y demás líderes se refieren como "la casa de Dios"..? Naturalmente, esto no tiene sustento neotestamentario. Somos nosotros la Casa de Dios, no edificio alguno.

Surge otra pregunta: Puesto que nosotros somos el Templo de Dios, ¿no necesitamos otro lugar externo "adicional" especial para ir a orar, cantar y a congregarnos...?

No. Los cristianos del primer siglo se reunían en hogares comunes y corrientes. No había días especiales para que se reunieran ni ningún hombre "espiritualmente superior" que los convocara a la reunión. Cristo ya lo había dicho:

Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18:20)

El sencillo hecho de estar reunidos en el nombre de Jesús, es suficiente para que nuestro Señor esté allí. Ya no hacen falta líderes espirituales, una clase de clero sacerdotal, para que acredite la reunión. La iglesia cristiana no es un sistema humano, una organización, una denominación o un edificio. La iglesia somos todos de manera individual y colectiva. No necesitamos un clero para ser considerados por Dios como iglesia. Donde quiera que haya dos o más reunidos en el nombre de nuestro Señor, ahí estará Él. Es una promesa. No hay necesidad de acudir los domingos a un lugar específico, no hay necesidad de hacer rituales de alabanza, bailes "cristianos", "bandas cristianas", ni nada de esa parafernalia absurda y seudo levítica que vemos en las "iglesias cristianas" de hoy alrededor del mundo.

Así que, puesto que no necesitamos a una clase clerical (todos somos sacerdotes) que dirija nuestras reuniones, ni son necesarios los rituales ni los sacrificios.. ¿por qué nos deberíamos reunir..?

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Heb 10:25)

Nos reunimos para exhortarnos unos a otros...No para que un "pastor" o líder espiritual nos exhorte. Todos debemos exhortarnos unos a otros. En el versículo 24 se nos dice algo importante: "Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.."

Ese es el objetivo de las reuniones cristianas: estimularnos a las buenas obras, exhortarnos mutuamente, ayudarnos mutuamente, apoyarnos unos a otros. No hay nada en el Nuevo Testamento que nos indique que las reuniones deberían tener una especie de "orden del día", un itinerario especial a seguir. El único requisito que recomienda Pablo, es el de que todas las cosas deben hacerse "decentemente y con orden" (1 Cor.14:40), instrucciones necesarias porque algunos "cristianos" de Corinto sembraban mucho desorden, haciendo escándalo, hablando a los gritos, "profetizando" desordenadamente alegando que el Espíritu Santo los obligaba a hacerlo así. Pablo los reprendió severamente recordando que tales "manifestaciones del Espíritu" no podían provenir de Dios puesto que Él no era Dios de desorden. Valiosa exhortación para muchas iglesias pentecostales donde todos al mismo tiempo, gritan, lloran, patalean, se desmayan, claman, hablan en lenguas, son poseídos por el "espíritu de risa", el del llanto u otros espíritus más cuya procedencia es fácil suponer.

En la iglesia primitiva tampoco era imperativa la presencia de algún miembro especialmente "ungido" o sabio. Cada asistente cristiano era –de por sí- un ministro (servidor). Cada asistente a una de estas iglesias servía a los demás de la manera en que Dios le daba el servir. Así, mientras uno tenía especial disposición para la enseñanza, otro la tenía para el obispado, que era un servicio de superintendencia o visitas; el "obispo" o "superintendente" visitaba a los hermanos en la fe que estuvieran en cárceles, o que tuvieran algún tipo de problemas. El servicio que "pastores" o "maestros" prestaban a los nuevos creyentes, era el de enseñarles la doctrina básica hasta que los conversos estuvieran en capacidad propia de seguir adelante por su cuenta. Nunca existió algo así como una "autoridad espiritual" en las congregaciones, alguien a quien los creyentes debieran obedecer. Todos sabían que el único Cabeza era Cristo y no hombre alguno. También estaban los "ancianos", cuyo término es traducido errónea e indistintamente como "obispo". Los ancianos sólo eran eso: ancianos, hombres de mayor edad y experiencia que eran buscados en busca del sabio consejo que podía emanar de su edad y fe. (Para más detalles, ver la serie de artículos "¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional..?." y "Pastores y autoridad" publicados en este foro)

El servicio a Dios... ¿Qué es...?
La pregunta es, de nuevo: Siendo que ya no necesitamos de lugares especiales "sagrados", ni ceremonias, ni una clase clerical, ni sacrificios expiatorios, ni nada de lo que era obligatorio bajo el Viejo Pacto de la Ley, ¿Cómo debe ser nuestro servicio a Dios hoy, bajo el Nuevo Pacto, la ley de la libertad...?

Conociendo que, como cristianos, somos nosotros Templo de Dios, es obvio suponer que Dios habita permanentemente en cada uno de nosotros: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él" (Juan 14:23) Siendo así, nuestro servicio sagrado a Dios ya no es esporádico ni está destinado a ciertos días especiales; cada día de nuestras vidas, cada actividad, cada pensamiento se convierte, a partir del Nuevo Nacimiento, en un servicio sagrado a Dios:

Sigan haciendo todo como para Jehová, sea el comer o el beber, o el hacer cualquier otra cosa. (1 Cor. 10:31)

Les suplico por las compasiones de Dios, hermanos, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, acepto a Dios, un servicio sagrado con sus facultades de raciocinio. Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas. (Romanos 12:1, 2)

Así que cada rasgo de nuestra vida se convierte en servicio sagrado a Dios. Siendo nosotros "sacrificio vivo" significa que absolutamente TODO lo que envuelva nuestra vida debe hacer "como para Jehová". Comer, dormir, trabajar, divertirse... todo debe hacerse pensando en que es un servicio sagrado a Jehová. De esta manera, entendemos que las madres creyentes que cuidan de sus hijos, los hijos que cuidan de sus padres, los esposos que proveen para sus hogares, los cristianos que ayudan amablemente a sus vecinos.. cuando se hacen todas estas cosas "como para el Señor", se está rindiendo servicio sagrado a Dios, se está dando testimonio del evangelio con nuestra conducta.

La forma de adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de nuestro Dios y Padre es esta: cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación, y mantenerse sin mancha del mundo (Santiago 1:27)

Esto es lo que requiere nuestro Dios de nosotros; esa es la forma de adoración que Él reclama. Hacer el bien y mantenernos sin mancha del mundo. ¿Hacer el bien a quién..? ¿Solamente a nuestros hermanos en la fe...?

Sed hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol igualmente sobre buenos y malos, y envía la lluvia sobre honestos y deshonestos. Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué recompensa podéis esperar? Seguramente los recaudadores de impuestos hacen tanto como eso. Y si sólo saludáis a vuestros hermanos, ¿qué hay de extraordinario en eso? Hasta los paganos hacen eso. No debe haber límite a vuestra bondad, igual que no conoce confines la bondad de vuestro Padre celestial. (Mateo 5:45-48)

Veamos de nuevo el texto de Romanos:

Les suplico por las compasiones de Dios, hermanos, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, acepto a Dios, un servicio sagrado con sus facultades de raciocinio. Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas. (Romanos 12:1, 2)

La palabra griega usada aquí para "servicio sagrado" es "latreuo". The New International Dictionary of New Testament Theology comenta el uso que hace el apóstol de este término:

Envuelve la dedicación de la persona entera a Dios de un modo racional, abarcando la mente entera, y de un modo práctico, extendiéndose a la práctica de la vida diaria en la iglesia y en el mundo.

Cuando Pablo define cómo se ofrece esa "ofrenda viva", no menciona en ningún lugar la asistencia a las reuniones, el servicio en alguna sede institucional religiosa, el dedicar el día domingo al Señor, ni otra actividad de ese tipo. El considerar el servicio a Dios del modo en que insisten las iglesias "cristianas" de hoy, es una regresión al viejo pacto de la Ley según lo vivían los israelitas: es decir, con una actitud legalista, orientada a las obras, carente de aprobación por parte de Dios.

Es a través de la fe en el sacrificio de Cristo que entramos en una relación personal con Dios. Es por medio de la fe que hacemos parte de ese "pueblo libre" cuya ley ya no es la ley mosaica sino la "ley de la Libertad", "la ley del amor"

porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gálatas 5:14)

Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace. (Santiago 1:25)

Si ciertamente vosotros cumplís la ley real conforme a la Escritura, es a saber: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; bien hacéis.
(Santiago 2:8)

Esta ley del amor, llamada por Santiago como "ley real" o "ley de la libertad" no está escrita en tablas ni papiros sino en corazones humanos.

Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días -declara el Señor-. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (Jer 31:33)

El Nuevo Pacto que habla el profeta, es éste que estableció Dios mediante el sacrificio de Jesús en la cruz. Es mediante este Nuevo Pacto que somos libres; es mediante este nuevo pacto que cada uno de nosotros es guiado de manera personal e invisible por el Espíritu Santo a través de su Palabra.

Mediante la fe en el sacrificio de Jesús, entramos a formar parte del cuerpo de Cristo. Nos convertimos en parte de ese cuerpo cuando aceptamos de manera personal a Cristo como nuestro único Cabeza. El formar parte de ese pueblo libre que es el cuerpo de Cristo, no tiene nada que ver con el ingreso a una organización o denominación religiosa. Es la fe individual de cada uno de nosotros, lo que nos conecta al Cabeza, Cristo; para formar parte del cuerpo de Cristo no necesitamos de pastores, maestros, ancianos, sacerdotes ni como sea que se llamen quienes pretenden ejercer como intermediarios humanos; es mediante nuestra fe personal que podemos obtener la jefatura directa de nuestro Señor.

Cualquiera de nosotros, cualquier ser humano, que pretenda "organizar" la iglesia de Cristo definiendo lo que Cristo no definió, "ordenando" lo que Dios no ordenó, "delegando autoridad" que Cristo no delegó o tratando de reglamentar lo que Cristo no reglamentó, está evidenciando ser un petulante jactancioso. Pero su condición empeora cuando tal persona, además, procura que los otros se sientan obligados a obedecerle sin más respaldo que sus propias pretensiones.


Que la paz de Dios esté con todos nosotros.


Ricardo Puentes M.
Julio de 2007

martes, 13 de noviembre de 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL? 3 parte

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
3ª parte


Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones,
Y crujían los dientes contra él
. (Hechos 7:54)

La exposición de la palabra de Dios siempre ha causado, en todas las épocas, una de dos posibilidades: obediencia o desacato flagrante, rebeldía abierta. La palabra de Dios, usada con destreza produce en el oyente una fuerte reacción que lo lleva, o bien a acatar humildemente la verdad enunciada o, por el contrario, a oponerse frontalmente contra lo expuesto. Por algo Jesús le dijo a Pablo que el aguijón de la palabra de Dios, empujada por el Espíritu Santo a través de los labios de Esteban, era difícil de eludir.

Una vez escuchada la palabra de Dios la gente tiene que tomar partido. Quiera o no quiera, la persona que la oye emprende una acción que la coloca al lado de Cristo o en contra suya. Es imposible permanecer neutral ante el mensaje del evangelio.

El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. (Mateo 12:30)

No hay una tercera opción. La espada del Espíritu es tan afilada y penetrante que deja lugar a permanecer neutral o alegar ignorancia. Divide aún a miembros de una familia cuando estos son movidos a colocarse a favor de Cristo o en contra de él. Y así seguirá actuando hasta que Jesús venga por su iglesia, sin mancha ni arruga de ninguna clase, purificada en la palabra de Dios, por el fuego del crisol que es el Espíritu Santo que refina "siete veces" esta palabra garantizando que la pureza del mensaje llegue al creyente.

Con esto en mente, sigamos con la última parte de esta consideración acerca de si para ser salvos debemos asistir a una iglesia denominacional.

¿Los concilios tienen la misma autoridad que las Escrituras..?
Sorprendentemente, y esto es evidente en Asambleas de Dios, los cristianos modernos creen que las conclusiones de varios hombres reunidos tienen la misma validez de las Escrituras y pueden ejercer coerción sobre la conciencia de cada individuo creyente.

Este concepto no es nuevo. Constantino, quien siendo pagano instituyó la Iglesia Católica, usó este argumento para presionar la obediencia de los cristianos y, de hecho, todo lo adoptado en ese concilio (de Nicea) llegó a ser ley para la iglesia y para el imperio. Declaró este pagano emperador que "pues lo que ha resultado aceptable para el juicio de trescientos obispos no puede ser otra cosa que la doctrina de Dios".

Y esa es la mentalidad de las confesiones e iglesias denominacionales hoy. Para apoyar este punto de vista citan el concilio de Jerusalén en tiempos apostólicos, registrado en Hechos 15, pasando por alto, de manera intencional o no, que lo convenido en esa reunión no fue de obligatorio cumplimiento para los cristianos. Es más, a pesar de ser portador de lo dicho en el concilio para todas las iglesias, Pablo mismo desafió la autoridad (que nunca fue pregonada) del concilio. En Hechos 16 vemos que, a pesar de que se había prohibido la circuncisión para los cristianos, Pablo hace que Timoteo se circuncide. Los alcances y el significado de este concilio eran mucho más profundos que el pretender colocarse como un cuerpo gobernante sobre los cristianos del mundo, pero ese no es el tema de este estudio.

En tiempos de Jesús, el gobierno de los reyes ya había cesado. Sin embargo, la organización sacerdotal todavía estaba plenamente funcionando. Los sacerdotes levíticos todavía ocupaban sus cargos como representantes nombrados por Dios, y los ancianos (presbíteros) seguían ayudando para conformar el tribunal de autoridad judicial y religiosa más alto de la nación judía. Ellos formaban un concilio cuya cabeza era el sumo sacerdote, lo que en la actualidad podría ser el papa católico, el superintendente de Asambleas de Dios o el pastor supremo del G12, Casa de Dios o Ministerios Benny Hinn, con sus obvias diferencias.

Cuando Jesús enfrentó su corrupción y sus prácticas, la organización religiosa, establecida originalmente por Dios, lo declaró inmediatamente como rebelde, vasallo de Satanás y abiertamente corruptor del orden establecido, y causa de divisiones. El resultado ya lo conocemos, fue la organización religiosa de entonces, que aparentemente tenía el favor de Dios, la que condenó y envió a la muerte al mismísimo Hijo de Dios hecho carne.

Así que, quienes alegan que la cantidad de miembros de un concilio, reunidos para dictar doctrina o decidir sobre cualquier asunto, es indicador del grado de aprobación divina y dignos de su aval per se, están muy equivocados. El único indicador de verdad de cualquier doctrina o posición será cuán solidamente esté apoyada por las Escrituras.

Muchos cristianos sinceros son conscientes del grado de corrupción de sus confesiones y denominaciones religiosas pero siguen asociados a estos con la convicción de que Dios tomará medidas de una u otra manera. Están convencidos de lo que enseñan hipócritamente sus mismos pastores quienes aseguran que si los líderes –es decir, ellos mismos- fallan, Dios hará las correcciones necesarias para enderezar su iglesia. Ciertamente, Dios nunca tomó las "correcciones" necesarias para enderezar organizaciones humanas. Jamás intentó enderezar a los fariseos y personalmente considero presuntuoso el que una denominación religiosa se autoproclame como "la" iglesia de Cristo. Es evidente que los hombres seremos juzgados individualmente y no como pertenecientes a algún sistema religioso. En nada aporta a nuestra salvación si pertenecemos como miembros carnetizados a Asambleas de Dios, Iglesia de Filadelfia, o cualquier otra denominación. No es nuestra membresía la que nos salva sino la fe en el sacrificio de Cristo.

Ni los hombres de fe de la antigüedad ni los hombres de fe modernos pusieron su fe en organización humana alguna; lo que los mantuvo firme fue su relación con Dios y la fe depositada en el Creador.

Hoy en día, cuando una persona entra a una organización altamente estructurada, como las iglesias del concilio Asambleas de Dios, bien pronto se les hace ver que su fidelidad a Dios solamente puede ser demostrada por su fidelidad a la iglesia denominacional, a sus programas y a sus pastores.

Son los mismos líderes de estas denominaciones las que atacan el sistema autoritario de César Castellanos pero avalan su propio sistema jerárquico aduciendo que el G12 es de inspiración jesuita porque sigue el modelo de "gobierno de los doce" además de otras cosas, pero haciéndose los de la vista gorda con sus propios modelos que, a pesar de que no se basan en el número 12, siguen el mismo espíritu autoritario y reclaman la misma obediencia que Castellanos exige con su G12. Estos líderes anti G12 no se quieren quitar la venda de los ojos que les impide ver que el verdadero problema está en usurpar la autoridad de Cristo sobre cada creyente (con el subsecuente derecho de éste para tomar decisiones sobre cualquier asunto) y no en sobre cuántos se ejerce esa autoridad. Así como los del G12 estructuran su autoridad sobre grupos de doce, las otras iglesias anti G12 la estructuran sobre un número indefinido de personas. Pero están haciendo exactamente lo mismo.

Teniendo por estima el sacrificio de Cristo
Con esto, podemos entender más claramente lo que nos dice Pablo:

Dios os ha comprado a gran precio; no dejéis que los hombres os hagan esclavos. (1 Corintios 7:23)

Hace poco, un creyente moderador de un foro cristiano en internet, después de haberme acusado de "vasallo de Satanás", parte de la "agenda satánica", "rebelde" "masón", "illuminati" y algunas cosas más, señalándome públicamente de buscar tumbar el gobierno de la iglesia, me aseguró que Dios aprobaba la esclavitud, supongo que basando su entendimiento en la lectura sesgada de Tito 2:9: 1 Timoteo 6:1; y 1 Pedro 2:18; y que siendo así, nosotros como cristianos debíamos estar en la misma condición espiritual frente a otros hombres.

Aunque Pablo ciertamente aseguró que por amor a sus hermanos se hizo esclavo de ellos, el contexto y la evidencia nos indican que sus actuaciones siempre fueron guiadas por el Espíritu Santo, y que su "esclavitud" fue temporal y exclusiva para los nuevos creyentes. Tal "esclavitud" consistía en evitar comer alimentos que podían ofender la conciencia de los nuevos creyentes, no polemizar con ellos sobre ciertos temas especialmente sensibles para los nuevos y, en resumen, hacer lo posible para conducirlos a la madurez espiritual.

Sin embargo, frente a cristianos "maduros" que se estaban desviando de la fe, Pablo fue combativo y frentero; no escatimó en discutir abiertamente con ellos sobre asuntos de fe y tampoco intentó suavizar sus palabras para denunciarlos como falsos maestros y superapóstoles suplantadores de la autoridad de Cristo.

Así que cuando Pablo escribe a los Corintios advirtiéndoles que no se dejen esclavizar por hombres, no se está contradiciendo.

El gran precio que Jesucristo pagó por nosotros fue su propia vida, su sangre preciosa. Un precio tan extremadamente elevado que no podemos tomarlo a la ligera ni despreciarlo haciéndonos esclavos de hombres. Fue gracias a ese gran precio que Cristo se convirtió en nuestro único amo y Señor comprando su derecho a que nosotros seamos sus siervos.

Cada uno de nosotros debe preguntarse si ese precio tiene algún significado para nosotros, para entonces ver la conveniencia de aceptar que cualquier hombre o grupo de hombres, reunidos en un concilio o no, se coloque como mediador entre Dios y nosotros. Es importante que cada uno de nosotros piense si hombre alguno puede reclamar el derecho de Jesucristo a ser obedecido y a convertirse en el camino.

Pablo rechazó ardientemente ese tipo de aberración que ya se empezaba a mostrar en sus días. Los creyentes de Corinto empezaron a colocar como su cabeza a varios hombres, incluso al mismo Pablo, así que les dijo:

Me refiero a que cada uno de vosotros va diciendo: "Yo soy de Pablo", "Yo, de Apolo", "Yo, de Cefas", "Yo, de Cristo". ¿Está dividido Cristo? ¿Es que Pablo fue crucificado por vosotros o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? (1 Corintios 1:12-13)

Es tan delicado este asunto, que cualquiera que pretenda suplantar a Cristo como cabeza de cada cristiano, reclamando obediencia para sí o permitiendo que hombres los sigan a él, está teniendo por inmunda su sangre preciosa con la que nos compró en exclusiva para Él.

¿Qué castigo más grave pensáis que merecerá el que haya pisoteado al Hijo de Dios y haya considerado impura la sangre de la alianza en la que fue santificado y haya ultrajado al Espíritu de la gracia? Pues conocemos bien al que dijo: "Mía es la venganza; yo daré lo merecido". Y otra vez: "Juzgará el Señor a su pueblo". ¡Es terrible caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10:29-31)

Con su sangre preciosa, Dios nos introduce en un nuevo pacto en el que ya no dependemos de la intermediación de hombres sino que nos coloca en una relación directa con Él. Esa relación es guiada constantemente mediante el Espíritu Santo y gracias a esto quedamos fuera del dominio de la ley y nos colocamos bajo la gracia. De ahí en adelante, ningún hombre, ni concilio, tiene derecho a juzgarnos así que no debemos buscar su aprobación sino únicamente la de Dios:

En cuanto a mí, poco me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo. Pues aunque en nada me remuerde la conciencia, no por eso quedo justificado. Quien me juzga es el Señor. Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor: él iluminará lo oculto de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones; entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza debida.
(1 Corintios 4:3-5)

¿Si no hay autoridad visible, esto alentaría el caos..?
Otro de los argumentos que esgrimen quienes están a favor de una estructura jerarquizada en la iglesia, es que alegan que sin autoridad no hay orden.

Quienes razonan así desconocen el obrar del Espíritu Santo y ponen en tela de juicio su capacidad para dirigir la iglesia de Cristo. Algunos pastores hasta han llegado a afirmar que el Espíritu Santo, "necesita ayudantes" en su gobierno.

Primeramente, al observar la iglesia apostólica, notamos que una congregación se formaba como resultado de que la gente se reuniera. No había necesidad de "legalizar" de ninguna otra manera la iglesia, ni se necesitaba el "reconocimiento" oficial del gobierno seglar establecido. Esto último es una de las características principales de la fornicaria Babilonia la Grande, la madre de todas las rameras, la Iglesia Católica.

Las circunstancias del primer siglo exigían claramente que la autoridad delegada de Cristo, presente clara e indiscutiblemente en los apóstoles, funcionara para el establecimiento fundacional de la iglesia. Las Escrituras no estaban completas, así que un cristiano de la época bien podía haberse encontrado a la deriva sin la dirección apostólica. Sin embargo, hoy no es el caso. El canon bíblico está completo y por tanto la autoridad apostólica ya no es necesaria ni funcional. Todo lo que necesitamos para crecer en Cristo lo podemos encontrar en las Escrituras.

Muchos cristianos reconocen que la autoridad apostólica cesó con la muerte del último de ellos, Juan. Sin embargo, aunque no afirman que son apóstoles, los líderes de las grandes y pequeñas denominaciones adoptan el fuero apostólico ya que exigen para ellos la obediencia que Cristo autorizó en sus apóstoles y que el Espíritu Santo confirmó con poder y señales.

Así que es perfectamente válido preguntarse de qué manera el Espíritu Santo guía a la iglesia.

La iglesia bajo el señorío del Espíritu Santo
Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. (2 Corintios 3:17)

Pablo señala el hecho fundamental de que el Espíritu Santo es Señor. En el Nuevo Testamento, la palabra "Señor", corresponde en uso y significado al nombre YHWH del Antiguo Testamento. Este vocablo se emplea como título exclusivo del Dios verdadero y se aplica tanto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo tiene señorío sobre cada creyente de manera individual y, por supuesto, colectivamente. En la Primera Carta los Corintios, en los capítulos 12 al 14, el apóstol nos habla de que el Espíritu Santo nos da dones pero que estos son para beneficio colectivo. Precisamente el capítulo 14 de esta carta, es quizá el único tratado sobre cómo debe efectuarse una reunión cristiana y deja muy claro que Dios no es Dios de confusión sino de paz, y que si se permite el Señorío del Espíritu, la iglesia se verá edificada.

Parecería una contradicción aquello de que donde el Espíritu es el Señor, allí hay libertad, pero no hay tal.

Sabiendo que el Espíritu Santo jamás pasa por encima de la voluntad del creyente, obligándolo a hacer algo en contra de su propia voluntad, entendemos la aseveración de Pablo:

Los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz. Como en todas la Iglesias de los santos.
(1 Corintios 14:32-33)

Es decir, cualquier manifestación espiritual que esté dirigida por Dios, como ésta de la profecía, producirá paz y bienestar. Cualquier persona que evidencie alguna manifestación espiritual que cause desorden y confusión, y asegure que no pudo evitarlo porque el Espíritu Santo la obligó a hacerlo, está mintiendo flagrantemente. En muchas iglesias pentecostales vemos a personas revolcándose en el piso como posesos, sin poder contener su risa, su llanto o sus convulsiones, hablando a gritos todos al mismo tiempo con una algarabía delirante y, aseguran, que estas manifestaciones proceden de Dios.

Pablo desautoriza tal cosa manifestando que "los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas", es decir, que el Espíritu Santo jamás pasa por encima de la voluntad del creyente obligándolo a hacer algo que éste no quiera.

Precisamente ésta es una de las principales características que distinguen a una auténtica manifestación del Espíritu Santo, de una posesión demoniaca o de una manifestación satánica. Las personas poseídas por los demonios son obligadas a hacer y decir cosas que por voluntad propia jamás estarían dispuestas a hacer. Los espíritus demoniacos anulan la voluntad de la persona mientras que el Espíritu Santo jamás actuará de esta manera con los creyentes ya que Dios dotó al ser humano de voluntad y personalidad, dos de los más preciosos talentos del ser humano, y jamás los usurpará. Es claro que Dios puede obrar a través de ellos si el hombre lo permite, pero no anulará su voluntad.

Así que, al igual que un cristiano puede permitir o no el Señorío del Espíritu Santo en su vida, de igual manera sucede con la congregación. Solamente podemos tener verdadera libertad cuando aceptamos el señorío del Espíritu Santo.

Reconociendo que el Espíritu Santo es tanto el autor como el intérprete de las Escrituras, podemos tener la certidumbre de que Él nunca guiará a un creyente a hacer o decir algo que vaya en contra de las Escrituras. Eso sería ilógico y contradictorio.

De esta manera, es responsabilidad de cada creyente, a nivel individual, el conocer y permitir que el Espíritu Santo lo guíe y le revele la verdad contemplada en las Escrituras.

Así, si cada creyente –de manera individual- permite la dirección del Espíritu Santo incluso cuando esté congregado con otros cristianos, podrá tener la certeza de que la congregación será edificada, de que no habrá confusión ni desorden y de que su libertad personal no transgredirá la libertad de su prójimo de tal manera que el provecho sea colectivo.

Precisamente, Pablo enfatiza que lo que nos debería unir como creyentes, en un tipo de relación de familia, debería ser el amor, "el vínculo perfecto de unión", no algún tipo de credenciales o membresía certificada, ni el llamado de algún hombre. Jesús dijo que sería el amor lo que identificaría a sus discípulos, no los carnets o las certificaciones de un pastor. Los cristianos demostraban su amor no entonando canciones ni asistiendo a los cultos dominicales, sino compartiendo las cosas propias con otros, incluso con extranjeros; acudiendo en ayuda de los necesitados, visitando los enfermos, orando por otros, incluso por los enemigos; y apoyándonos mutuamente en lo que fuera necesario para sobrellevar las pruebas y aflicciones. De la misma manera que lo haría una familia unida y amorosa.

El mostrar amor unos con otros sería la prueba máxima del discipulado cristiano; de que el Espíritu Santo gobierna nuestra vida.

La asociación dirigida por el espíritu correcto
¿Quiere decir esto que un cristiano tenga en menosprecio la asociación con otros cristianos..?

No, de ninguna manera. La asociación con otros cristianos es una exhortación directa ya que nos beneficia al tener la oportunidad de ser edificado y ayudar a edificar a otros. La asociación es algo que uno debe desear y buscar si realmente está guiado por El Espíritu Santo. Pero otra cosa es el llamado a asociarnos sacrificando nuestra propia libertad que Cristo compró con su sangre preciosa; si el buscar la asociación con otros compañeros nos obliga a claudicar de nuestra fe, a ser desleales con nuestra propia conciencia, entonces, la prioridad debería quedar muy clara para nosotros al tomar la decisión:

Todo lo que no proviene de fe, es pecado. (Romanos 14:23)

Sacrificar nuestra conciencia, nuestra fe en aras de requerimientos humanos –o de cualquier otro tipo-, nos conduce al pecado. Jesús nunca se dejó presionar de los líderes religiosos de su época para formar parte del sistema; los primeros cristianos tampoco lo hicieron.

La práctica de reunirse en hogares privados, como se hacía en la iglesia de tiempos apostólicos, es perfectamente bíblica y aplicable a la situación actual. La instrucción del escritor de Hebreos de congregarnos para animarnos a las obras excelentes y para mutua exhortación, no requiere de edificios ostentosos –ni de ningún tipo- especiales, no hace falta la presencia de un docto titulado en teología, escatología, homilética, ni alta crítica; en realidad no necesita de la presencia de ninguna persona que sobresalga por encima del común. Lo único necesario para la ekklesia cristiana, es congregarnos en nombre de Cristo para alabarlo, leer las Escrituras buscando su aplicación e influencia en cada uno de nosotros.

Cristo nunca dijo que él estaría presente solamente cuando algún pastor, ministro o sacerdote presidiera la reunión. El requisito es claro:

Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18:20)

Si debido al ejercicio de nuestra conciencia somos expulsados de alguna confesión o denominación religiosa, siguiendo siempre al Invisible bajo la guía del Espíritu Santo, y esto nos obliga a prescindir temporalmente de asociarnos con otros creyentes, no debemos dejarnos apabullar por las circunstancias ni llegar a creer que estamos siendo castigados por Dios. Si buscando a Dios nos granjeamos la enemistad y el odio de los hombres, no nos preocupemos; los hombres pueden fallar pero Dios jamás lo hará. Y Él nos alienta con esta maravillosa promesa de consuelo:

Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. (Juan 14:23)

El Padre y el Hijo siempre estarán con nosotros, prestos a nuestras necesidades, en una operación milagrosa por medio del Espíritu Santo, residiendo en cada persona que lo permita. ¿Necesita usted algo más...?

Bendiciones

Ricardo Puentes M.
Mayo 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL?

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
2ª parte


También debes saber esto: que en los postreros días
vendrán tiempos peligrosos.
(2 Tim. 3:1)

Las Escrituras predijeron la adulteración de la comunidad cristiana. Pablo hace clara referencia a estos tiempos peligrosos en 1 Timoteo 4:1:

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios.

Claramente, Pablo nos dice que seguir a los apóstatas es lo mismo que escuchar y seguir a doctrinas de demonios; también nos dice que los apóstatas tendrán apariencia de piedad, pero que su estilo de vida negará la eficacia de ella. De igual manera, coloca en el mismo lado de la balanza a los engañadores y a quienes se dejan engañar:

que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita (..) mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. (2 Timoteo 3:5,13)

Al criterio de algunas personas, parecería injusto que Dios coloque en la misma categoría a los engañadores y los engañados; pero de ninguna manera esto va contra la justicia de Dios. Él nos ha dado su palabra y nos ha dicho que allí es donde podemos encontrar la verdad y a donde debemos acudir para constatar la veracidad de cualquier doctrina que se nos presente.

Jesucristo nos advierte contra la aparición de estos falsos maestros:

Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. (...) Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; (Mateo 24: 4,5,9-11)

No obstante, nos deja una reconfortante promesa:

Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. (Mateo 24:13)

Nuestro Señor nos reitera versículos más adelante que estamos advertidos. Cierto que vendrían falsos profetas y falsos Cristos con señales y prodigios, pero no es menos cierto que Dios nos provee lo necesario para reconocerlos y apartarnos de ellos. Las Escrituras Cristianas nos advierten una y otra vez que no debemos creer en los hombres, sino que nuestra confianza debe estar centrada en Cristo, que es el único camino, verdad y vida. Lo único verdaderamente confiable es la palabra de Dios, las Escrituras; y si dudamos de la exactitud de tal o cual versión, siempre tendremos a mano muchas versiones, transliteraciones del griego y hebreo, etc., que, pidiendo guía al Espíritu Santo, podemos estar seguros de que Él nos conducirá a toda verdad.

A pesar de las advertencias en contra de los apóstatas, con todo, las Escrituras no establecen una fórmula exacta y definida para identificar alguna confesión religiosa en particular como la única asociación religiosa verdadera. Nos asegura Jesús que la separación entre cristianos genuinos y falsos es algo que va más allá de la capacidad humana y, por esto, el trabajo será realizado por los ángeles; también nos dice la Biblia que esta separación e identificación se hará evidente en el Día del Juicio; pero no nos muestra que exista algún grupo particular, alguna denominación especial a la que debamos ingresar para ser salvos. Lo que sí nos aseguran las Escrituras, es que Dios es el único que conoce nuestros corazones y lo más íntimo de nuestro ser y, por tanto, el juicio le pertenece a Él y a nadie más.

Sin embargo, aunque se nos dice que el juicio pertenece solamente a Dios, también se nos muestra que debemos tener una actitud valerosa contra los apóstatas, quienes entre otras características poseen la de negar la única soberanía de Dios sobre nosotros. (Carta de Judas)

Las Escrituras, pues, no nos dicen que debemos formar parte de alguna denominación o confesión religiosa para ser salvos; sino que nosotros seremos juzgados de acuerdo a la Palabra de Dios

En ninguna parte de las Escrituras Cristianas encontramos ejemplo de iglesias corporativas así como tampoco que la asistencia a esas iglesias definan nuestra salvación.

La iglesia del primer siglo

En ocasiones anteriores hemos analizado que el término griego ekklesia, que generalmente se traduce como "iglesia" o "congregación", sencillamente significa "asamblea o reunión"; y que cuando las Escrituras mencionan esta palabra, habitualmente se refieren a una reunión de personas que se congregan juntas como compañeros de creencia. Durante la época apostólica, esas personas reunidas eran, en sí mismas, una "asamblea" o "ekklesia" debido a que se congregaban o se reunían juntos. Excepto en los primeros tiempos, cuando los cristianos todavía eran recibidos en las sinagogas, las reuniones se celebraban principalmente y, en la práctica, casi exclusivamente, en hogares privados. (Ver artículo de Pastores y autoridad 1 parte publicado en este foro)

Así que la ekklesia no era un edificio ni una organización corporativa con algún nombre denominacional especial. Era el acto de reunirse o congregarse lo que los constituía a ellos como iglesia, no la pertenencia como miembros a un grupo constituido u "organizado" bajo cierta "cobertura". El término ekklesia se aplicaba a ellos como un pueblo reunido, una asamblea de gente, una congregación de personas, considerado de manera local o como un cuerpo colectivo que forma el pueblo de Dios, El formar una "iglesia" cristiana simplemente era reunirse para adorar a Dios, estudiar su palabra o, simplemente, para animarse unos a otros. Donde quiera que hubiera dos o más reunidos en el nombre de Cristo, allí ya había una iglesia cristiana. No había necesidad de nada más. Cualquier cosa que se agregue a este concepto enseñado por Cristo, es puro adorno. Si alguien afirma que se debe añadir algo más para ser iglesia, es evidente que las palabras de Cristo no le están apoyando.

La ekklesia se empieza a desviar de su esencia
Aunque el término ekklesia no dejó de ser utilizado con esos significados, en los siguientes siglos se apadrinó otra manera de entenderlo. El término "iglesia" (ekklesia) llegó a significar la autoridad religiosa apropiada por quienes ejercieron un control cada vez mayor sobre los reunidos. Lealtad a la "iglesia" ahora llegó a significar, no sencillamente lealtad a la comunidad cristiana, sino especialmente lealtad a los líderes de la misma y a su dirección. Así, cuando hablaba la "iglesia", no se refería a lo que expresaba la comunidad, sino a lo que decía la autoridad religiosa. Y esto sigue siendo cierto hasta el día de hoy.

Debido a que los miembros que ejercieron dominio sobre el resto del cuerpo reclamaron esa lealtad para sí mismos, la iglesia de Cristo empezó a dividirse en denominaciones cuyos líderes convirtieron a las ovejas en objeto de rapiña esgrimiéndolas como trofeo ante las otras denominaciones y arguyendo mayor o menor "unción" o aprobación divina de acuerdo al número de ovejas que siguieran a este líder.

Pablo y los demás apóstoles ya había advertido sobre este sutil pero peligroso cambio. Reiteraron que los cristianos no debían dejarse esclavizar por otros hombres que estaban usurpando a los apóstoles y que deberían seguir la guía del Espíritu Santo; también enseñaron que el servicio a Dios, la adoración, no consistía, no dependía, o ni siquiera se enaltecía por la asistencia a algún lugar especial, algún edificio "sagrado".

Durante el período apostólico, ni siquiera el reunirse juntos no se veía como algo distintivamente "religioso", es decir, más que otras facetas de la vida. Nos dice un comentarista bíblico que: "Los cristianos de la época llegaron a apreciar que el reunirse juntos era para edificación mutua y para expresión de amor fraternal, animándose unos a otros, manifestando amor unos por otros, como parte de una relación de familia bajo el Hijo de Dios, no para tener un sentimiento especial de "religiosidad" o un sentido de estar "religiosamente limpios" por el mero hecho de reunirse".

Aún durante la vida de los apóstoles, algunos que se apartaron de la fe comenzaron a enseñar la necesidad de regresar a lo "viejo", es decir, a la ley dada a Israel por medio de Moisés, y que requería de los ritos complicados, de la magnificencia, de lo visible para adorar a Dios; la exigüidad del cristianismo, con su ausencia de templos y clase clerical con un nivel espiritual diferente al del resto de creyentes, con sus sacrificios y ritos, y la inexistencia de la pompa y el ornamento característico de la adoración israelita, todo esto, fue visto por los falsos maestros ansiosos de poder como revolucionario y contrario a la verdadera adoración. En tiempos posteriores a la muerte de los apóstoles, ocurrió un retroceso gradual a mucho de lo viejo.

Muchos cristianos –la mayoría- regresaron a lo que apela a los sentidos físicos, contrarios a la fe (Romanos 1:17; 2 Corintios 5:7). A medida que transcurrieron los años, volvieron una vez más a edificios sagrados, altares visibles, una clase separada de "siervos de Dios" especiales (sea sacerdotes, pastores o ministros) vestidos distintivamente, y a muchas cosas similares que impresionan la vista y atraen el oído y que se pueden tocar.

Influidos por la magnificencia de los ritos, el entendimiento fue reemplazado por el sentimiento emocional. La conmemoración de la cena del Señor, caracterizada inicialmente por la informalidad y la familiaridad cálida de los congregados, en una expresión de fe compartida, se convirtió a menudo en una rito ceremonial, en la que el participante acudía al oficiante religioso quien, de modo sacerdotal, administraba el "sacramento".

La responsabilidad individual enseñada por Cristo y los apóstoles, se olvidó progresivamente porque el pueblo, el laicado, se sentía "cómodo" en su relación con Dios en virtud de su regularidad en los servicios religiosos, o por realizar ciertos actos religiosos de modo regular. El tener conocimiento de que formaban parte de un gran sistema religioso, reconocido políticamente, les fue dando a los "cristianos" un sentimiento de seguridad, de rectitud y de importancia. De ser perseguidos pronto se convirtieron en perseguidores, merced a su reconocimiento político, y antes de darse cuenta, ya estaban apartados de lñas enseñanzas de Cristo.

Desde esa época, se distorsionó el concepto cristiano de lo que envolvía el servicio sagrado, y se regresó al antiguo concepto de que practicar la "adoración" era "ir a la iglesia". Lo que se "hacía en la iglesia", adquirió de esta manera un nivel superior a lo que un creyente hiciera por "fuera" de la iglesia. Los edificios donde se reunían estos creyentes adquirieron pronto el concepto de "sagrados", "casa de Dios", así que los hombres que ministraban en tales edificios, fueron vistos también como si poseyeran un nivel espiritual diferente, más elevado, que el resto de fieles y su "servicio" a Dios fue catalogado como de mayor mérito. El sacerdote, ministro, pastor o anciano, fue visto como un "hombre de Dios" mientras que los demás eran catalogados como laicos (del pueblo). Los líderes religiosos se auto-endilgaron el derecho de todos los cristianos de administrar las cosas de Dios y, al carácter espiritual de este derecho le añadieron lo material encontrando excusa para administrar las finanzas y propiedades que pronto adquirieron convirtiéndose prontamente en hombres poderosos.

La simplicidad del acto de reunirse constituyendo automáticamente una "ekklesia", fue suplantada así por complicados requisitos de membresía, divisiones administrativas, pirámides jerarquizadas de autoridad religiosa y, en diferentes grados, por la suplantación legítima de Cristo como cabeza de la iglesia de parte de hombres que exigieron obediencia arguyendo la misma autoridad de Cristo; "quien desobedece al pastor, desobedece a Cristo", siguen clamando hoy en día los líderes religiosos de todas las denominaciones. La fe cristiana fue enjaulada dentro de las estructuras rígidas y vetustas de las confesiones existentes.

"Salgamos a Cristo, fuera del campamento"
Las denominaciones actuales han convertido el cristianismo en una poderosa institución política, en un reino visible, en una "ciudad" fortificada que contradice lo ordenado por el escritor inspirado:

Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. (Hebreos 13:12-14)

Interesante la exhortación del escritor para que salgamos fuera de la seguridad del "campamento" (dejando claro que no tenemos aquí "ciudad permanente"), llevando el vituperio de Cristo.

Antiguamente, las ciudades eran vistas como medios humanos para buscar refugio y seguridad. Caín fue el primer constructor de una ciudad evidenciando falta de confianza en la promesa de Dios de que su vida no sería tomada por ningún otro humano. Después del diluvio, los hombres buscaron la seguridad de una ciudad que, además, les proveía de un sentimiento de poder y prominencia. Lot prefirió la comodidad de la ciudad aún a pesar de la corrupción que reinaba allí. Por el contrario, hombres como Abraham, Isaac y Jacob, no buscaron la seguridad y la comodidad de las ciudades, sino que vivieron en tiendas porque esperaban y buscaban otra ciudad, la "por venir", la "Jerusalén celestial" que no engendra esclavos sino hijos (Gálatas 4).

La ciudad en términos escriturales se nos muestra como la búsqueda de seguridad por medios humanos, propios. Por el contrario, el vivir en "tiendas" esperando la ciudad celestial, la que tiene "fundamentos verdaderos cuyo edificador y hacedor es Dios", es la actitud correcta de fe.

Igual que las ciudades de la antigüedad, las organizaciones religiosas actuales proveen a la persona de un gran sentido de seguridad. Estas organizaciones, al igual que las ciudades, brindan al individuo una gran oportunidad de poder y prominencia. El ser cristiano hoy en día, depende de si uno pertenece a esa gran "ciudad", a esa gran organización corporativa compuesta de muchas organizaciones más pequeñas, y esto se demuestra –según los requerimientos de tales organizaciones- con una membresía, con una certificación emanada por la "autoridad" religiosa correspondiente. Al tener la membresía que lo acredita como perteneciente a cualquiera de las confesiones y denominaciones que componen esa gran "ciudad" en que se ha convertido la cristiandad, los creyentes se sienten seguros, cómodos y salvos.

No formar parte de esta "ciudad" lo convierte a uno en un paria, sin importar cuán grande sea la fe personal o cuán estrecha sea la relación con Dios. No formar parte de esta ciudad, hace que uno sea catalogado de rebelde y hasta siervo de Satanás, como fueron las acusaciones hechas por los fariseos contra Jesús, a quien señalaban y atacaban por no ser parte de su sistema religioso.

La exhortación del escritor de Hebreos era muy clara en cuanto a "salir fuera del campamento" llevando el vituperio de Cristo, lo que significaba ser catalogados como "vasallos de Satanás", proscritos sin autorización para enseñar y negados para tener los privilegios que tenían quienes estaban en el "campamento" de la religiosidad. Sin embargo, junto a este vituperio, estaba la seguridad de que se colocarían más cerca de Cristo. Al abandonar la seguridad del "campamento", esperando por la ciudad celestial, se pueden ofrecer a Dios esos sacrificios de alabanza que son aceptos por Él.

Las Escrituras nos muestran que las personas pueden ayudar a otras a crecer en conocimiento y entendimiento, pero nunca nos dice que hombre alguno, concilio, reunión o asamblea de hombres sean consustanciales a ese conocimiento y entendimiento de las Escrituras. Nadie, ninguna persona, puede alegar poseer el derecho de estar en el mismo rango de nuestro único cabeza, Cristo Jesús; pretenderlo sería negar automáticamente a nuestro gran Maestro y a nuestro guía autorizado para este tiempo, el Espíritu Santo.

Usurpando la autoridad de Cristo
Cipriano, así como otros "Padres de la Iglesia", que prepararon el camino para la gran Ramera, la iglesia Católica, advirtieron que el rechazo de las instrucciones de los obispos (superintendentes presidentes) equivalía a rechazar a Dios y a Jesucristo.

Ignacio de Antioquía dijo lo siguiente en el capítulo VII de su Epístola a los de Trales: Puesto que el obispo no es más que uno que por encima de todos los demás, detenta todo el poder y autoridad, al grado que una persona humana puede ejercerlo, quien conforme a sus cualidades se ha constituido en imitador del Cristo de Dios ... El que, por tanto, no le rinde tal obediencia, ha de ser alguien enteramente sin Dios, un hombre impío, el cual desprecia a Jesucristo y desestima sus mandamientos.

Increíblemente, este mismo argumento lo esgrimen pastores y demás líderes de iglesias "cristianas" hoy en día cuando hacen su estridente llamado a la obediencia debida a ellos. Se colocan al mismo nivel de Cristo suplantando su derecho a ser cabeza de cada cristiano.

Fue así como siguiendo este llamado a la obediencia a humanos, desde los primeros siglos, hombres tomaron control de cada congregación y de cada una de las "hijas" o iglesias que nacían de ésta. Pronto, dominaron áreas geográficas extensas y surgieron los "concilios" como cuerpos reguladores centralizados que con el transcurso del tiempo tomaron poder a nivel internacional. Así fue con la Iglesia Católica, así fue con Asambleas de Dios y, en general, así ha sido con todas las denominaciones con mayor o menor grado de "cobertura".

La usurpación del papel del Hijo de Dios como el único "camino" hacia la verdad y la vida, es especialmente notoria en las organizaciones religiosas de hoy. Sus poderosos líderes, y quienes aspiran a aumentar su influencia, alegan ser co-gobernantes con Cristo al exigir la misma obediencia (quien nos desobedece, desobedece a Cristo); suplantan al Hijo de Dios en su alegación de ser "el camino, la verdad y la vida" al colocarse como mediadores para la salvación; dicen que nadie puede entender las Escrituras si no han pasado por sus seminarios y colegios teológicos y que nadie puede obtener la salvación si no tiene la membresía de alguna de sus organizaciones religiosas; exigen sumisión semejante –si no igual- a la que cada individuo le debe sólo a Cristo y poner en tela de juicio su autoridad lo convierte a uno, de manera inmediata y automática, en un apóstata para ellos. Porque la cuestión de fondo es esa: la autoridad. Y el nivel de autoridad la miden por el número de sus subordinados o "fieles".

En un elevado número de las iglesias denominacionales (por no decir que en todas) existe una preocupación seria por el tamaño de sus iglesias, por la cantidad de fieles congregados. Solamente hay que ir a cualquier librería "cristiana" o encender la televisión para ver uno de estos canales "cristianos", para verse saturado con llamados a crecer. Los pastores de iglesias pequeñas son mirados con cierto pesar, y hasta desdén, mientras que los que dirigen grandes iglesias son admirados con respeto y reverencia. Rick Warren, Yonggi Cho, y otros apóstoles del "iglecrecimiento" venden por millones sus libros repletos de fórmulas para alcanzar el soñado crecimiento ignorando que la iglesia no es números sino personas, individuos y nuevos creyentes que necesitan de atención y guía. ¡Que gran contraste con el pastor de la parábola de Jesús, que estuvo dispuesto a abandonar las noventa y nueve ovejas para ir a rescatar la oveja perdida...!

La razón de esta concepción de iglesia es apenas obvia: mientras mayor sea el número de congregados subordinados, mayor será el poder que detente el pastor, ministro o sacerdote y menos incuestionable será su autoridad.

Algunos teólogos "cristianos", tratan de establecer una analogía entre la relación de Dios con los hombres durante el Antiguo Testamento y después del sacrificio de Cristo. Aducen que así como Israel tenía sus sacerdotes y reyes como intermediarios, hoy en día están los pastores y "ministros" cristianos. Sin embargo, ignoran abiertamente que el sacrificio de Cristo dejó atrás esas diferencias y que nos dio el derecho a todos los creyentes de ser parte de un nuevo tipo de sacerdocio real.

Teólogos y pastores que reclaman autoridad para el hombre citan continuamente el ejemplo de David y Saúl, arguyendo que David siempre reconoció y respetó la "autoridad" de Saúl. Con todo, y aunque Dios nunca le ordenó a David que se mantuviera subordinado a Saúl, al joven pastor le pareció prudente hacerlo y, de acuerdo con esta decisión personal, Dios lo apoyó. Usando este mismo ejemplo, podemos darnos cuenta de que Saúl era la cabeza de la organización establecida y que este corrupto rey proscribió a David, quien tenía la aprobación de Dios. O sea, ser el dirigente de una organización religiosa, poderosa o no, no lo convierte automáticamente en poseedor de la razón y el favor de Dios. Es notable que a pesar de que David vio más seguro vivir entre los filisteos paganos que en su propia tierra, Dios no se apartó de él.

También es notable que, descontando a David y a Salomón que formaban parte de la estructura organizacional humana, la mayoría de las Escrituras fueron inspiradas en hombres que no hacían parte de la estructura organizacional instituida y que eran vistos negativamente; estos hombres no tenían credenciales del sistema religioso y jamás pidieron la autorización de quienes detentaban el poder religioso y político para expresar sus opiniones siguiendo la guía directa de Dios. Su valiente proceder no reparó en reyes ni sacerdotes a la hora de denunciar sus malas actuaciones. En casi todos los casos, los profetas eran considerados como subvertidores del orden a los ojos de sacerdotes, reyes y del pueblo de Israel. Estos hombres santos no se detuvieron ante el ropaje de autoridad de soberanos ni sacerdotes y valientemente denunciaron públicamente las tergiversaciones de la voluntad de Dios y la apostasía en que cayó ese sistema supuestamente "aprobado" por Dios. Estos hombres aprobados por Dios no se detuvieron a considerar siquiera si esa organización visible, compuesta de reyes y sacerdotes de Israel, había sido establecida originalmente por Dios. Su fidelidad siempre estuvo al lado de Dios, no de ningún hombre ni sistema humano.

En la tercera y última parte de este estudio, veremos el papel de los concilios en el ámbito de la conciencia personal y las implicaciones espirituales de depositar nuestra obediencia en hombres antes que en Dios.

Dios los bendiga

Ricardo Puentes M.
Mayo 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL?

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
(1 parte)


La gran mayoría de cristianos responderían con un sí rotundo a esta pregunta. Muchos creen que el problema consiste en buscar la "iglesia ideal" denominacional donde podamos reunirnos para alabar a Dios, cuando el problema de base es, precisamente, entender que la iglesia de Cristo no es denominacional sino universal; la iglesia de Cristo jamás estará en manos y bajo control de los hombres sino del Espíritu Santo de Dios.

Ya se ha vuelto una costumbre que una persona se invente un nombre sonoro, alquile un sitio, compre algunas sillas y "funde" una iglesia cristiana donde él mismo (o con otros amigos) sea el representante legal y dueño de la iglesia que debería ser de Cristo.

Asambleas de Dios otorga un tipo de permisos para abrir iglesias. Los requisitos son básicamente que hayan pasado con éxito por la escalera de instrucción y méritos que incluyen los Encuentros, la asistencia a seminarios, cursos, el haber dirigido células, etc.; cuando un hombre ya ha sido carnetizado como pastor por el seminario bíblico, y quiere abrir iglesia propia, pasa por otro proceso de carnetización que abarca más peldaños hacia ese propósito. Cuando finalmente la nueva iglesia es un hecho, ésta debe diezmar y ofrendar a su "iglesia madre", de donde salió el nuevo pastor; y tal iglesia madre hace lo mismo con su propia "iglesia madre" hasta llegar a los miembros fundadores de Asambleas en el país y –supongo, esto no lo sé- hasta la gran central mundial en Estados Unidos.

El G12 funciona de manera similar. César Castellanos y su esposa Claudia de Castellanos –senadora de la República de Colombia- encontraron un método más efectivo para concentrar el poder en sí mismos. Ellos abren sucursales en algunas ciudades del país y del mundo entero directamente controladas administrativa y financieramente por ellos mismos pero, y ahí esta la innovación, también penetran iglesias denominaciones ya establecidas y los vinculan a la visión del G12 a cambio, por supuesto, de cierta cantidad de dinero y del diezmo regular de quienes aceptan la dirección espiritual de los Castellanos.

El sueño de muchos cristianos que ansían poder y dinero, es abrir una iglesia y, hay que decirlo, esto se ha convertido en un lucrativo negocio donde se puede vivir muy bien al mismo tiempo que se acalla la conciencia con el falso razonamiento de que se está haciendo la obra de Dios y que el Señor nos ordena vivir del evangelio a costa de los creyentes.

¿Ese fue el tipo de iglesia que vino a establecer Jesús y que los apóstoles fundaron...?

¿Qué es la iglesia de Cristo..? ¿Una organización religiosa o una comunidad de hermanos..?
Cuando un creyente ha nacido de nuevo, establece inmediatamente una relación personal con Dios a través del sacrificio de su Hijo. Esta relación personal es la que nos hace parte de un "pueblo libre" cuya ley no está escrita en piedras, tablas ni reglamentos corporativos, sino que se haya escrita en nuestros corazones.

Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; (...) Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. (Santiago 10:8,12)

Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra. (Romanos 7:6)

Quienes viven bajo el régimen del Espíritu, no de la letra, se les conoce como el cuerpo de Cristo.

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. (1 Corintios 10:16-17)

Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (...) Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:4-6;15-16)

Como es evidente, es la fe individual –no el pertenecer a alguna denominación- lo que nos conecta al cabeza, Cristo, de manera singular y no colectiva, para recibir guía personal. Aunque al recibir a Cristo en nuestros corazones nos convertimos en parte de ese cuerpo, nadie depende de la intervención de otro miembro del cuerpo para recibir la instrucción y guía de Cristo puesto que es él –y nadie más- la cabeza de todo varón:

Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón. (1 Corintios 11:3)

En el capítulo 15 de Juan, Jesús se define a sí mismo como la vid y a sus seguidores como sarmientos, unidos a la vid. Jesús no dice que él es la raíz y las denominaciones religiosas sean el tronco al cual deban estar unidos los sarmientos (los creyentes). Cristo nos dice que él es la vid y que solamente a él debemos estar unidos quienes lo consideramos nuestro Salvador. Cuando aceptamos su jefatura única ya formamos parte, de manera individual, de esa vid, y así conformamos la iglesia de Cristo.

Esto no significa que cada miembro esté aislado del otro. Por el contrario, se nos dice que nos pertenecemos unos a otros:

Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros
(Romanos 12:5)

Somos miembros, no de una organización o sistema religioso, sino de una comunidad de hermanos donde todos estamos bajo autoridad del Espíritu Santo y en donde a cada uno el Espíritu da dones de manera individual según su voluntad para provecho del resto de miembros del cuerpo.

Una familia, no una corporación.
Pablo asegura que los lazos que nos unen deben ser los mismos que unen a una familia. Como miembros de ese cuerpo, formamos parte por derecho propio y gracia de Dios, de la familia de la fe:

Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gálatas 6:10)

Por supuesto, Pablo también nos dice que somos "conciudadanos" y este término ha sido usado por algunos para enfatizar un concepto organizacional humano, una especie de reino terrestre donde, por deducción, deberían existir gobernantes humanos que hagan cumplir las órdenes de Dios convirtiéndose en sus intermediarios y representantes en la tierra. Veamos el pasaje:

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. (Efesios 2: 13-22)

Aunque a los cristianos se nos dice que somos miembros de la familia de Dios y conciudadanos, no se nos insinúa que debamos formar parte de una organización corporativa visible y terrenal.

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (Filipenses 3:20)

Es muy claro. Nuestra ciudadanía está en los cielos, no en la tierra; formamos parte de ese reino celestial, no de alguna organización terrenal. Como nos muestra el apóstol, nuestra relación con el Creador es directa y sin ninguna clase de intermediarios humanos:

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. (Hebreos 11:8-10)

Y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; Porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos.( Heb 8:11)

El hecho de que seamos todos "conciudadanos", significa que todos tenemos un solo gobernante, Cristo Jesús, y que no aceptamos ningún otro gobernante espiritual ni terrenal, ni a ninguna organización llámese Asambleas de Dios, MCI G12 o como se quiera llamar, que pretendan dictarnos leyes y normas como si vinieran de Dios. Nuestra instrucción proviene directamente del Espíritu Santo, que es el conducto de comunicación de nuestro Soberano, y es así que somos guiados y dirigidos. Con todo, es notorio que Pablo nunca se dirige a sus compañeros de creencia como "mis conciudadanos" sino como "mis hermanos"; la relación de familia es la que prima en la iglesia de Cristo.

La pregunta que surge es, ¿por qué razón los líderes religiosos pregonan que la iglesia de Cristo es más una organización que una familia...? La respuesta es muy simple: Porque un concepto de iglesia como "organización", se presta más para que puedan ejercer su dominio autoritario sobre los demás. Un concepto de familia, tal y como nos lo enseña el evangelio, los obligaría a reconocer que solamente existe un Padre y que el resto somos todos hermanos, sin jerarquías ni distinciones de ninguna clase que insinúen que un miembro del cuerpo posee un nivel espiritual diferente del resto.

Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. (Mateo 23:8-9)

Iglesias como la del concilio de Asambleas de Dios, el mismo G12 de Castellanos, y muchas más, han levantado alrededor del mundo un holding inmobiliario impresionante arguyendo que esta es la voluntad de Dios y que así se establece la iglesia como manifestación visible del reino de Dios en la tierra. Estas organizaciones, más que sencilla iglesia de Cristo, nos hacen recordar -con todo su poderío y riquezas- a la gran Ramera que comete fornicación con los reyes de la tierra. Estas iglesias presuntamente "cristianas" hacen acuerdos y alianzas adúlteras con políticos y gobernantes, forman parte del mismo gobierno y sus pastores son buscados –debido a su enorme poder- por todo aquel que tenga aspiraciones políticas ya que a una señal de mando de estos torcidos hombres, los creyentes acudirán en masa a votar por quien "sugiera" este falso representante de Cristo.

En ninguna parte de las Escrituras Cristianas encontramos ejemplos de este corrupto manejo.

Las autodenominadas "iglesias de Cristo", han desechado el poder del Espíritu Santo de Dios y lo han sustituido por organizaciones "eficientes" que reemplazan la guía del Espíritu arguyendo que Aquél necesita de "ayudantes" que le socorran en su dirección. El éxito mundano de estas organizaciones religiosas está basado en la suplantación de la dirección del Espíritu Santo por la guía autoritaria de hombres que se colocan como cabeza visible de la iglesia de Cristo.

Si originalmente la iglesia de Cristo no era una organización corporativa, entonces ¿cómo estaba constituida la iglesia cristiana en tiempos apostólicos...?

Esa pregunta la responderemos en la 2 parte de este estudio.

Dios los bendiga.

Ricardo Puentes M.
Mayo de 2007

sábado, 10 de noviembre de 2007

LA NACIÓN DE ISRAEL ES EL PUEBLO DE DIOS

¿O... esto es una fábula judaica...?

Por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe,
no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos
de hombres que se apartan de la verdad.

(Tito 1:13-14)

En la mayoría de las denominaciones “cristianas” de hoy día, sus líderes y maestros están enseñando que la nación de Israel, como Estado político, es el pueblo de Dios. Dicen que los judíos son los “hermanos mayores” de los cristianos y que la nación de Israel es la escogida de Dios para gobernar su Reino aquí en la tierra.

También aseguran que al final de los tiempos Dios restaurará la adoración en el Templo de Jerusalén, a la manera del Viejo Pacto, que se reconstruirá para tal efecto. Aseguran que las naciones se enfurecerán porque se ha restaurado la adoración verdadera -a la manera de la ley mosaica- y como consecuencia de ello atacarán a Israel. Y que en ese momento es cuando ocurre el fin del mundo.

Como resultado de esta interpretación, millones de creyentes observan con interés cómo se desenvuelven los acontecimientos en el Oriente Medio y esperan ansiosamente a que un hombre (el anticristo, dicen) haga la paz entre Israel y las naciones árabes, porque eso marcaría –aseguran ellos- el inicio del tiempo del fin descrito en el libro de Apocalipsis. Alrededor del mundo, los líderes de la cristiandad evangélica teorizan sobre quién puede ser este hombre que será el anticristo, y especulan sobre varias personalidades del ámbito de la política actual. Han convertido sus especulaciones en doctrina de Dios y condenan al infierno a quienes vemos con escepticismo cómo dan tumbos de aquí para allá, como ciegos que guían a otros ciegos.

Un conocido escatólogo nos dice lo siguiente:

¡Todavía Jesucristo, el León de la tribu de Judá ha de volver en gloria y reinar desde Jerusalén sobre el Israel nacional e histórico, y sobre el resto de las naciones que queden después del Armagedón! El Reino universal sobre la tierra, el visible, tangible, establecido; la verdadera Teocracia sobre este mundo, todavía no ha llegado. Todavía debemos orar: “Venga a nosotros tu Reino”. Esta bendición fue prometida a Israel, al Israel nacional. Las promesas de dominio y paz sobre esta tierra pertenecen a los judíos, lo cual nos lleva a la fácil conclusión de que no son para la Iglesia ni para este tiempo. (Miguel Rosell, “¿Es el Israel de la Biblia la iglesia de Jesucristo..?”, en www.centrorey.org)

Básicamente, esta teología afirma que el Israel, como entidad político-geográfica, tiene la promesa de Dios de gobernar toda la tierra. También afirma que Jesús establecerá su centro de gobierno desde Jerusalén y que la adoración en el Templo de Salomón será restaurada. Además aseguran que los judíos tienen el derecho de despojar a las naciones gentiles de sus riquezas y que estas naciones gentiles serán finalmente destruidas como naciones y sus gentes servirán a los israelitas. Ninguna de estas afirmaciones tiene sustento neotestamentario, están basadas en interpretaciones sesgadas del Antiguo Testamento.

Debido a esto, los líderes evangélicos enseñan a sus seguidores que quien se atreva a hablar en contra de un judío –como individuo o como nación-, sufrirá todo el castigo de Dios, recaerán sobre él maldiciones y tragedias, y acarreará sobre su descendencia vejaciones e infortunios. Por el contrario, se le enseña al creyente que debe orar por Israel con especial devoción. Cientos de miles de cristianos utilizan palabras en hebreo como “shalom”, creyendo que esto les da un cierto toque de distinción espiritual que le agrada a Dios. Es interesante notar que Benny Hinn, César Castellanos, Cash Luna, Antonio Bolainez, Dawlin Ureña y otros falsos maestros de la teología de la prosperidad enseñan a sus incautos seguidores sobre esta exaltación especial de Israel y fomentan el odio contra las naciones musulmanas que están en conflicto con este país. También enseñan que los judíos son los “hermanos mayores” de los cristianos y que, como tal, hay que rendirles especial reverencia. Es notable que Juan Pablo II dijo esto mismo.

Antes de seguir adelante, sin preconcepciones de ningún tipo, creo que vale la pena aclarar que, llevando sangre judía en mis venas, no soy antisemita, no comparto masacres de judíos ni musulmanes y creo que todos los seres humanos somos iguales ante Dios, sin distingo de raza, nacionalidad, lengua, nivel de educación ni estrato socioeconómico.

Con esta necesaria aclaración, sigamos adelante.

Quienes aseguran que la nación de Israel es el pueblo de Dios, se enfrentan a un problema teológico importante. Por un lado aceptan que Jesús fue el comienzo de un Nuevo Pacto, pacto que uniría a gentiles y judíos como un solo pueblo; y, por el otro, al asegurar que los judíos son el pueblo de Dios, están afirmando que a Dios no le interesa que hayan rechazado y asesinado a Jesús y que esto no sería importante a la hora de ser llamados “pueblo de Dios”. Esto no tiene sentido. Al defender esta extraña creencia, de que la nación de Israel es el pueblo de Dios, quienes lo afirman están diciendo que el sacrificio de Cristo no sirve; si fuera cierto que Israel es el pueblo de Dios, esto significaría que Cristo murió solamente por los gentiles ya que los judíos estarían bajo otro pacto, el viejo pacto mosaico. Si fuera cierto que Israel fuera el pueblo de Dios, esto significaría que Jesús murió en vano y que los dos pactos, el Antiguo y el Nuevo, ambos están vigentes. La Biblia dice todo lo contrario.

Por otro lado, si fuera cierto que Dios tuviera como propósito el que los judíos, como nación, gobernaran la tierra y despojaran a los gentiles de sus riquezas, es de suponer que Jesús nos hubiera hablado del asunto, o que hubiera hecho referencia a esto. Veamos lo que dijo Jesús acerca de los judíos y de la salvación.

Jesús y los judíos
Es de todos sabido que Jesús nunca se llevó bien con los judíos. Habiendo nacido como judío el Señor mismo, su pueblo lo rechazó y lo mató prefiriendo la vida de Barrabás a la del Mesías.

Si los lazos de sangre hubieran sido importantes para Dios, él nos lo hubiera dicho. Su madre, María, y sus hermanos tendrían un lugar preferencial para el Señor. Pero no fue así. Al contrario, Jesús dejó bien en claro que no tiene preferencias:

Mientras él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar. Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar. Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre. (Mateo 12:46-50)

Si fuera cierto que ser judío confiere una relación especial con Dios, cuánto más especial debería ser la relación de la madre y los hermanos de Jesús, escogidos para que el Señor naciera en medio de ellos. Pero Jesús dejó muy claro que solamente haciendo Su voluntad tendremos su favor, seremos su familia. ¿Sería la voluntad del Padre el que negaran al Hijo...?

Jesús dijo a los judíos: “Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros.” (Juan 5:42) ¿Puede alguien que no tenga el amor de Dios, ser aceptado por Él y destinado para gobernar su Reino...? Lo dudo mucho.

Tal vez, el mejor ejemplo de lo que pensaba Jesús acerca de los judíos de su tiempo, se encuentra registrado en Juan 8:22-59:

Decían entonces los judíos: ¿Acaso se matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir? Y les dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. (vv22-23)

Jesús dejó muy claro que los judíos y él tenían profundas diferencias. Estos judíos jamás podrían estar donde está Jesús. Ellos procedían de las tinieblas de este mundo bajo el dominio de Satanás. Jesús venía del Padre y no formaba parte del mundo al que pertenecían los judíos.

Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada. Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él. (vv. 24-30)

Jesús advierte que quien no crea en él, morirá en condenación. No menciona nada de un trato especial por el mero hecho de ser judíos, no menciona que el Viejo Pacto también seguirá vigente. Dice que solamente quien crea en él será salvo. Y, efectivamente, “muchos creyeron en él”.

Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (vv. 31-32)

Jesús es muy claro al afirmar a quienes creyeron en él, que si permanecían en su palabra, serían verdaderamente sus discípulos. Que esa permanencia en la palabra los haría conocer la verdad y, sólo entonces, serían libres. No basta, pues, ni siquiera creer en Jesús; hay que creer y permanecer en la palabra.

A continuación, los judíos que creyeron en él, le esgrimen su condición de judíos, de hijos de Abraham, de poseedores legítimos de la promesa. Los judíos tratan de decirle a Jesús que es más importante ser judíos que seguidores suyos. Ellos le dicen al Señor lo mismo que aseguran hoy día los líderes evangélicos: que Dios tiene un trato especial y preferente con los judíos, así que el creer en Cristo no es vital; ellos consideran que, de una u otra manera, la promesa que Dios hizo a Abraham se cumplirá obligatoriamente en ellos por el sencillo hecho de llevar en sus venas la sangre del patriarca. Miremos qué contesta Jesús:

Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. (vv. 33-36)

Ciertamente, los descendientes de Abraham que obedecieron a Dios, tuvieron el cumplimiento de la promesa del antiguo pacto acerca de bienes y libertad terrenales. Estos judíos estaban diciendo que nunca habían sido esclavos de nadie, así que no entendían cómo podía Jesús liberarlos. La respuesta de Jesús es una gran enseñanza: En realidad, los judíos son esclavos, no hijos de Dios.

La única manera de constituirse en hijo de Dios, es colocando fe en el sacrificio de Jesús. Los judíos no han colocado fe en Cristo, por tanto no pueden ser considerados ni hijos, ni pueblo de Dios. Al respecto, Pablo nos dice que el sacrificio de Cristo es necesario para redimir a quienes están bajo ley mosaica, es decir, a los judíos. Solamente mediante esa redención, los judíos podrían ser considerados como hijos de Dios. En caso de negar a Cristo, seguirán siendo esclavos.

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. (Gálatas 4:4-7)

Los que están bajo ley, los judíos, necesitan ser redimidos de la esclavitud. La única manera de recibir las promesas de Dios, es siendo hijo suyo. Y la única manera de ser hijo suyo, es aceptando a Cristo. Los judíos no recibirán nada de Dios hasta que no se conviertan a Cristo. Así que es espurio afirmar que Dios les dio la nación de Israel a ellos y que los bendice continuamente apabullando a las naciones enemigas. Bíblicamente, la nación de Israel no es el pueblo de Dios porque no acepta a Cristo; no puede recibir bendiciones de Dios porque niegan al hijo; son esclavos, no hijos de Dios.

Pablo nos explica esto. Nos dice que los judíos son esclavos, hijos de la esclava; mientras que los cristianos somos hijos de Dios, herederos de la promesa hecha a Abraham:

Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley? Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. (Gálatas 4:21-25)

¿Alguien necesita más claridad...?

Pablo nos está diciendo que los judíos, el pueblo de Israel, fueron prefigurados por la esclava Agar. El apóstol nos dice que el pacto de la ley mosaica, hecho en el monte Sinaí, produjo esclavos. Pablo nos está diciendo que la Jerusalén actual, al igual que todos sus hijos, son esclavos, no hijos de la promesa.

Al contrario de lo que afirman los falsos maestros del evangelio de la prosperidad, la actual nación de Israel no es el pueblo de Dios sino una nación de esclavos del pecado que serán condenados al infierno si no se arrepienten.

A continuación, Pablo nos habla de la verdadera nación de Israel, la Israel espiritual a la que pertenecen quienes colocan su fe en Cristo.

Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; Porque más son los hijos de las desolada, que de la que tiene marido. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre. (Gálatas 4:26-31)

Los verdaderos cristianos somos hijos de la Jerusalén de arriba, somos libres. Somos los herederos de la promesa dada a Abraham. Por otro lado, los hijos de la esclava, los judíos bajo ley, serán echados fuera; no heredarán nada. La nación de Israel, a pesar de ser la novia “natural” de Cristo, prefirió fornicar con los reyes de la tierra. Más que esposa, se ha comportado como ramera; ha negado al Hijo y alega tener derechos que en realidad no posee. Es sintomático que tanto el papa como los jerarcas evangélicos mientan descaradamente asegurando que los judíos bajo ley son el verdadero pueblo de Dios. Lo que vemos aquí es a los hijos de la ramera, los hijos de la fornicación, tratando de desviar al pueblo verdadero de Dios, los cristianos. Jesús pudo identificar correctamente que estos judíos bajo ley eran, en realidad, hijos del diablo.

Después de decirles a los judíos que solamente si el Hijo los libertara serían verdaderamente libres, Jesús les habló acerca de una supuesta posición favorable por el mero hecho de ser descendientes carnales de Abraham:

Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre. Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. (Juan 8:37-41)

Jesús está a punto de soltarles la verdad. Ellos, los judíos, no son hijos de Abraham; no son hijos de Dios.

Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. (Juan 8:42-44)

A pesar de estar bajo ley, los judíos no son libres, son esclavos; no son hijos de Dios sino hijos del diablo.

El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios. (Juan 8:47)

Los judíos no oyen la palabra de Dios, niegan a Cristo. ¿Cómo, pues, pueden ser el pueblo de Dios y, al mismo tiempo, no pertenecer a Dios...?

Al ser hijos del diablo y querer obedecer a su maligno padre, los judíos mataron al Hijo de Dios, a su propio Salvador. La nación judía, como nación, negó a Jesucristo y lo entregó a muerte (Juan 18:14,35,36)

Hasta el día de hoy, los judíos niegan a Cristo y propagan mentiras acerca de él. Tratan de hacer creer al mundo que Cristo no existió, o que no resucitó... que no era el Hijo de Dios. Ellos quieren hacer creer a la humanidad que siguen siendo el pueblo de Dios.

Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos. Y si esto lo oyere el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo. Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy. (Mateo 28:12-15)

Hasta el día de hoy, las mentiras judaicas, las fábulas judaicas siguen negando a Cristo. Y, como todos sabemos, quien niega a Cristo es el anticristo. Son mentirosos, igual que su padre el diablo:

¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo. (1 Juan 2:22)

Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo. (1 Juan 4:3)

¿Cómo puede un anticristo –puesto que niega a Cristo- ser el pueblo de Dios...?

¿Dios tiene preferencia por los judíos...?
Si reconocemos que los judíos no pueden ser el pueblo de Dios, ¿al menos son merecedores de algún tipo de simpatía especial por parte del Creador...? Dejemos que el mismo Espíritu Santo sea quien responda:

Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas padecieron de los judíos, los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres (1 Tesalonicenses 2:14-15)

En este texto hay varias verdades profundas e importantes:
Los cristianos han padecido a manos de los judíos, no al revés.
Los judíos mataron a Jesús.
Los judíos no agradan a Dios. (¿Cómo pueden ser su pueblo si no agradan a Dios...?)
Los judíos se oponen a todos los hombres.

La gran verdad, es que los verdaderos cristianos no persiguen ni han perseguido a los judíos. Como cristianos, no somos llamados a perseguir a nadie por sus creencias ni sus actuaciones pasadas o presentes, sino a predicar el evangelio; los cristianos no matamos bajo el nombre de Jesús, son los judíos quienes han propiciado las matanzas usando el nombre de Cristo, ellos no agradan a Dios y se oponen a todos los hombres. Pablo explica luego que los judíos han tratado de impedir que el nombre de Jesús sea predicado en todo el mundo. Ciertamente, ellos se “oponen a todos los hombres” haciendo que estos se lleven una falsa idea del verdadero cristianismo. Han traído oprobio sobre el nombre de Dios y han hecho que la humanidad no crea en Jesús.

Si echamos una mirada al Talmud, nos daremos cuenta que los judíos “se oponen a todos los hombres” asegurando que son el pueblo de Dios y que, gracias a esto, pueden hacer cualquier cosa con las naciones gentiles porque –dicen- Dios aprobará cualquier acción en contra de los no judíos.

Es notable mencionar que exactamente lo mismo aseguran los “cristianos” seguidores de la teología de la prosperidad. César Castellanos, Benny Hinn, Cash Luna, Marcos Witt, Ricardo Rodríguez y los demás, enseñan que los cristianos han sido llamados a apropiarse de las naciones. Por eso se hacen a puestos políticos en posiciones de gobierno. Personalmente, he conocido muchos cristianos de estas iglesias que hacen trampa y cometen fraudes sin mostrar remordimiento; dicen que Dios aprueba el que los cristianos les quiten a los impíos sus riquezas. La misma teología de los judíos. Y no es casualidad.

Así, quienes defienden una pretendida superioridad espiritual de los judíos sobre los no judíos, están demostrando que desconocen totalmente el plan de salvación de Dios, y que están escuchando fábulas judaicas en vez de la palabra de Dios. Y, repito, les habla alguien que tiene sangre judía en sus venas, igual que la tenía Pablo pero que, sin embargo, esto no fue obstáculo para que pudiera escribir a Tito que:

Por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe, no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. (Tito 1:13-14)

En el siguiente artículo analizaremos qué papel juegan los judíos en el plan de salvación de Dios.

Dios los bendiga,

Ricardo Puentes M.
Noviembre 7 de 2007