miércoles, 10 de octubre de 2007

GUERRA ESPIRITUAL

PARTE III

La noche está avanzada y se acerca el día.
Desechemos, pues, las obras de las tinieblas
y vistámonos las armas de la luz.

(Romanos 13:12)

Continuando con la descripción de la armadura necesaria para nuestra lucha espiritual, el apóstol Pablo llega a una parte vital –que no única- del equipamiento cristiano.

y tomad (....) la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. (Efesios 6:17)

Todas las partes de una armadura sirven solamente como defensa. Ninguna de ellas es para el ataque, excepto la espada. Ésta no solamente sirve para defenderse sino que también sirve para atacar, poner en fuga al enemigo. En el contexto, la espada –que es la Palabra de Dios- forma parte de la armadura que debemos colocarnos para resistir el ataque del enemigo.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6:13)

La orden es colocarnos TODA la armadura de Dios, no solamente una parte de ella.

“Resistir”, según el vocablo griego usado aquí, “anthistemi”, no significa una resistencia pasiva, sino una oposición frontal, un enfrentamiento directo. Aunque el resto de la armadura cumple la función de protección, la Palabra no solamente protege sino que también sirve para el ataque.

El texto es claro al asegurar que la espada del Espíritu es la palabra de Dios. Fíjense... No es nuestra espada... es la espada del Espíritu Santo; no es nuestra palabra, es la palabra de Dios. Es el bendito Espíritu Santo quien da poder a la Palabra, no nosotros. La espada también es símbolo de juicio, por eso podemos entender que nosotros no somos llamados a decretar juicio sino que esto solamente lo hace Dios.

Entonces, ¿qué significa tomar la espada de Dios..? Ni más ni menos que dedicarnos a su estudio personal y a darla a conocer a otros. Satanás sufre muchísimo daño cuando un creyente, limpiado de toda doctrina falsa por la Palabra, se entrega a la verdadera adoración aprobada por Dios obteniendo victoria sobre Satanás y sobre el pecado.

Cuando “tomamos” la espada, que es la Palabra de Dios, la obedecemos saliéndonos del control de Satanás y entrando a formar parte de la iglesia que Cristo compró con su sacrificio. Estudiando las Escrituras y obedeciéndolas, obtenemos la protección de Dios.

El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amara, y vendremos a él, y haremos morada con él. (Juan 14:23)

Si me amáis, guardad mis mandamientos. (Juan 14:15)

El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama, (Juan 14:21)

Al obedecer la Palabra de Dios, demostramos que lo amamos y, como promesa divina, lograremos que Dios venga y haga morada con nosotros. ¿Se le ocurre algo más poderoso que logre poner en fuga a Satanás, que la presencia del mismísimo Dios para defendernos...?

Es decir, la efectividad de la espada no reside en qué tan alto gritemos textos bíblicos, ni en que podamos citar de memoria pasajes enteros de la Biblia. Tampoco quiere decir, como asegura el señor Alfredo Díaz -cuyo libro cité en la primera parte de este estudio-, que la Biblia haya que blandirla como si fuera una espada literal. Solamente se nos pide que la estudiemos y que la obedezcamos.

Así como vestirse con todas las partes de la armadura es una orden, tomar la espada forma parte de esa orden. No se nos dice que permitamos que los líderes religiosos tomen la espada por nosotros. Cada uno de nosotros está obligado a tomar la espada; esto es lo único que garantiza nuestra protección. Y esto quiere decir, ni más ni menos, que estamos en la obligación de conocer las Escrituras y aprender a usarlas correctamente.

Al igual que una espada normal en manos inexpertas, la palabra de Dios en manos de personas inexpertas sirve poco o nada. Es imprescindible que todo creyente aprenda a usarla, que tenga un estudio minucioso de la Palabra de Dios y que aprenda cómo aplicarla en su vida. Si el creyente no aprende a usar correctamente las Escrituras, éstas no le servirán de nada.

Satanás sabe perfectamente esto y por esa razón es que ha impedido en muchas etapas de la historia de la iglesia cristiana, que los creyentes conozcan la verdadera naturaleza, autoridad y poder de la palabra de Dios. La inquisición católica surgió específicamente para atacar a todo aquel que leyera la Biblia. Todo aquel que pretendiera estudiar las Escrituras sin la supervisión y dirección de las autoridades católicas era acusado de hereje y condenado a la muerte con suplicio.

De igual manera, los protestantes pronto abandonaron el camino y se postraron ante líderes evangélicos, convirtiéndose en sus esclavos y creyendo solamente lo que pastores, apóstoles y profetas les obligaban a creer.

Entre las muchas tonterías, y enseñanzas verdaderamente espurias, los líderes evangélicos enseñan que la lucha espiritual solamente está destinada a cierta élite de “guerreros espirituales” y que se debe acudir a ellos para que hagan “guerra” por nosotros. También se han inventado estos líderes que los creyentes deben gritar a todo pulmón ciertas palabras y frases ya que, haciendo esto, el diablo sale huyendo. Aseguran que simplemente gritándole al demonio: “En el nombre de Jesús.. te ordeno que te vayas para el desierto del Sahara”, logrará que el espíritu maligno obedezca de inmediato. También se asegura, en el complicado ritual que han desarrollado, que uno debe nombrar al espíritu demoniaco ya que si se le nombra incorrectamente, éste no huirá. Para el efecto, ellos le han colocado nombres tales como: “espíritu de hemorroides”, “espíritu de los senos”, “espíritu de la caries”, entre muchos otros. Se supone que uno debe nombrarlos porque, de lo contrario, no obedecerán. También dicen que los demonios están cogidos de las manos o que se agarran fuertemente de nuestros órganos para evitar ser sacados del cuerpo humano. Yo no he encontrado nada de esto en la Biblia, ni he hallado que existan demonios que se llamen “espíritu de hemorroides”, o “espíritu de la televisión” por ninguna parte de las Escrituras. Honestamente, estos nombres me suenan más a mitología romana y babilónica que a doctrina de Dios.

Muchos cristianos creen que basta citar, como suponen que hizo Jesús, algunos pasajes de la Biblia para sacar corriendo a Satanás. Pero si nos fijamos bien en el pasaje de Lucas 4, vemos que el mismo Satanás usó las Escrituras para tentar a nuestro Señor. Satanás conoce las Escrituras y él no saldrá corriendo despavorido cuando alguien pronuncia un versículo bíblico. La única manera de ponerlo en fuga es –como ya vimos- apegándonos a las Escrituras, obedeciendo a Dios.

Tristemente, la mayoría de los cristianos creen que es suficiente con aprenderse de memoria algunos versículos y gritarlos a los cuatro vientos para vencer así al enemigo. Muchos otros creen que basta con cerrar los ojos y cantar las canciones de los artistas “cristianos”, con el convencimiento de que la música y letra de tales canciones puede limpiarnos y santificarnos de modo sobrenatural. Otros consideran que dar el diezmo o acudir regularmente a los cultos de sus denominaciones les ayudará a ganar su salvación y a vencer al enemigo. Otros recurren al “toque purificador” de pastores y demás falsos maestros convencidos de que el Espíritu Santo proviene del interior de estos hombres.

La condición natural del hombre es de depravación espiritual. Por su propia cuenta, es imposible que el ser humano busque a Dios. Es nuestro Creador quien, con misericordia, toca el corazón de los hombres para que lo busquen a Él. Sin la dádiva divina del arrepentimiento, el hombre está absolutamente muerto, sin reacción alguna, frente a las cosas de Dios.

Un hombre puede asistir a una denominación religiosa, estar en una religión y, con todo, no sentir ninguna necesidad de Dios. La religión le puede proveer de un falso sentimiento de seguridad pero ella solamente le está endureciendo su corazón ante la Palabra de Dios. Conozco muchísimos creyentes que están convencidos de que haciendo lo que su pastor o líder les ordena, o lo que a ellos les parezca –despreciando lo que dice la Biblia-, obtendrán la salvación. Nada más falso. Contra estos líderes religiosos nos advirtió Pablo; dijo que la gente más inicua y malvada no sería gente sin religión, sino que tendrían “apariencia de piedad pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:1-5)

Hay que recalcar que tomar la espada del Espíritu, que es la Palabra, no es repetir como cotorras algunos textos bíblicos. Solamente estudiándola y aplicándola es que el Espíritu Santo actúa en nuestro beneficio.

Tomar la espada del Espíritu implica también predicarla. Pero una predicación sin el aval del Espíritu Santo es algo inútil debido precisamente a que quien convence de pecado al mundo no somos quienes declaramos la Palabra de Dios, sino el mismo Espíritu:

Y cuando él (el Espíritu Santo) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. (Juan 16:8)

Cuando Pedro habló en Pentecostés, no fue él quien logró compungir a sus oyentes ni convencerlos de pecado. Fue el Espíritu Santo quien lo hizo. (Hechos 2:37) Por supuesto, la labor de Pedro fue hablar lo que Dios ya había dicho en su Palabra. Así que el Espíritu Santo avaló la predicación de Pedro convenciendo de pecado a los oyentes de Pentecostés.

Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. (1 Corintios 1:21)

Dios no ha ordenado que las personas se salven viendo hacer milagros o escuchando profecías o adivinaciones de desastres naturales por suceder. Dios no envía esa clase de mensajes extrabíblicos para convencer a la gente. Pablo nos dice que Dios salva a los creyentes por la predicación de su Palabra.

Cuando Pedro, en Pentecostés, habló a los judíos que estaban reunidos, fue el Espíritu Santo quien actuó blandiendo la espada para llegar a los corazones de las personas, hiriéndolos y haciendo que se arrepintieran. Si ustedes leen el pasaje de Hechos 2, podrán comprobar que Pedro siempre citó las Escrituras. Fue la poderosa Palabra de Dios la que logró penetrar hasta los tuétanos del auditorio de Pedro.

Por supuesto, la Palabra de Dios no solamente causa arrepentimiento. Cuando una persona tiene un corazón soberbio y duro, lo que la Palabra producirá en él, será odio y rabia. En Hechos 7:54 podemos ver tan solo un ejemplo del asunto; Esteban expuso las Escrituras para demostrar que Jesús era el Mesías y sus oyentes sintieron odio. La Palabra penetró hasta sus corazones pero ellos no se arrepintieron sino que avivaron su furia y mataron a Esteban.

De igual manera hoy, cuando la Palabra es expuesta ante los pastores, profetas y demás líderes religiosos, lo que se produce en sus corazones no es arrepentimiento sino odio y sentimientos de venganza. Ante la exposición de las Escrituras, esta clase de personas reacciona con maldiciones y furia.

Esto demuestra que la exposición ante la Palabra de Dios puede tener dos reacciones opuestas: arrepentimiento o furia. Pero nunca la predicación de la Palabra de Dios –cuando está avalada por el Espíritu Santo- puede producir indeferencia.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama. (Mateo 12:30)

Cuando se predica la Palabra de Dios, toda persona que la escucha toma partido inmediatamente: o con Cristo, o contra él. Es imposible permanecer imparcial.

Continuemos con las instrucciones del apóstol:

Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. (Efesios 6:18)

Siendo honestos, es imposible que una persona, por sus propias fuerzas, pueda orar en todo tiempo y sin cesar. (1 Tesalonicenses 5:17).

Sin embargo, cuando entendemos que estudiando y aplicando la Palabra de Dios, conseguimos que el Espíritu Santo more en nosotros, podemos entender eso de “orar en el Espíritu”, sin cesar y en todo tiempo. Cuando un creyente ha sido bautizado en el Espíritu Santo, permite que Él more dentro de sí de manera permanente. Así, de manera sobrenatural, es posible que el creyente nacido de nuevo verdaderamente pueda orar sin cesar y en todo tiempo. Y esto es porque el fuego del Espíritu Santo jamás se apaga si el creyente obedece la Palabra de Dios.

La exhortación es muy clara: Orar en todo tiempo y suplicar por los demás creyentes. A Dios le agrada que nosotros oremos por otras personas, especialmente por otros creyentes. Orar por nuestros hermanos es una prueba de nuestro amor, es la evidencia de que el amor de Dios está con nosotros. Cuando nosotros estamos en Cristo, nuestra oración por otros surge naturalmente y sin esfuerzo.

Porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Mateo 12:34)

Si nuestro corazón está rebosante de amor de Dios, nuestras oraciones a favor de otros surgirán sin dificultad. De la misma manera, si nuestro corazón está lleno del espíritu del mundo, que está bajo Satanás, nuestra boca proferirá maldición.

"Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo". Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. (Mateo 5:43-45)

Fíjense que la instrucción de nuestro Señor frente a alguien que nos maldiga, no es lanzar conjuros ni “contras”, tampoco proferir palabras como: “Anulo toda palabra de maldición”, “decreto que lo que usted me diga se le devolverá el doble”, “me cubro con la sangre de Cristo”, “lo ato y lo encadeno con doble y triple cadena”, ni nada de esas sandeces que enseñan los falsos maestros que extravían a los creyentes.

Ante una palabra de maldición, Jesús nos da un remedio tan sencillo como poderoso: bendecir a quienes nos maldigan y hacer el bien a quienes nos odian. Esto demostrará que somos hijos de Dios. En eso consiste la lucha espiritual.

Las enseñanzas de los falsos maestros, profetas, pastores y demás líderes que se ensalzan sobre el resto de la grey, son clara y llanamente enseñanzas falsas que perpetúan el error y hacen que las personas vivan en temor constante frente al enemigo. Este sentimiento de miedo ante Satanás logra que tanto él como los falsos maestros tengan más poder sobre quienes sienten ese temor.

Cuando estos falsos profetas y pastores inculcan temor entre las personas, y les hacen creer que Satanás tiene un poder comparable al de Dios, y –además- que el único antídoto contra el enemigo es que se sujeten a la autoridad pastoral y humana de estos líderes, estos servidores del maligno tienen la principal herramienta para seguir robando a las ovejas y continuar viviendo a costillas de ellas: la ignorancia escritural:

Mi pueblo se ha destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio. (Oseas 4:6)

Sin embargo nadie podrá alegar ignorancia como excusa. Dios dice que el pueblo se perdió porque le faltó conocimiento pero no justifica la razón. Si falta conocimiento, es porque se rechaza el conocimiento.

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. (Colosenses 2:8)

Nadie que haya escuchado la Palabra de Dios –repito- puede permanecer imparcial. Una vez escuchada la Palabra, la persona se coloca inmediata y automáticamente de uno de los lados: Al lado de Cristo o en contra de él.

Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. (Juan 12:47-48)

Esto nos revela que la autoridad final de todo juicio está investida en la bendita Palabra de Dios. Esta es la medida imparcial e inalterable de juicio ante la cual los hombres deberán rendir cuentas. Quien escuche la Palabra y no las guarde, será juzgado por la palabra misma. Y qué terrible será el juicio para esta clase de personas...!

Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10:26, 27, 29-31)

Una persona que escuche la palabra de Dios y la rechace se enfrenta a que Dios, a su vez, la rechace a ella. La pregunta que debe hacerse cada persona es “de qué lado me estoy colocando...? Con Cristo o contra él...?”

Dios les dé paz.


Ricardo Puentes M.
Octubre 5 de 2007.