lunes, 17 de diciembre de 2007

“TODO ISRAEL SERÁ SALVO”

¿Qué significa..?

Los judaizantes, quienes manifiestan que no basta con creer en Cristo sino que es necesario guardar parte de la Ley mosaica, también aseguran que Israel es el “pueblo de Dios”, argumento que desmentimos en un artículo pasado.

Los falsos maestros aseveran que la nación de Israel actual tiene todo el derecho de despojar de sus tierras a los palestinos, debido a que –dicen- Dios les prometió esa tierra y que en este tiempo el Creador la está restableciendo a sus “legítimos” dueños, los judíos.

El texto en cuestión es el siguiente:

Estableceré un pacto contigo y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: un pacto perpetuo, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti. Te daré a ti y a tu descendencia después de ti la tierra en que habitas, toda la tierra de Canaán, en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos. (Génesis 17:7,8)

Como ya vimos, la descendencia de Abraham se compone de todos los que colocamos nuestra fe en Cristo. Recordémoslo:

Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham. (...) Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa. (Gálatas 3:17,29)

Eso significa que la posesión de la tierra de Canaán por parte de los judíos no puede ser el cumplimiento de la promesa dada a Abraham, ya que los judíos no son los herederos “según la promesa” sino que lo somos todos los creyentes.

Por otro lado, la promesa de posesión de la tierra tiene que ser literal ya que Dios es muy explícito: “la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán”. Dios le estaba diciendo a Abraham que esa tierra donde se encontraba en ese momento, sería posesión de Abraham y de su descendencia. Ya vimos que la descendencia somos los cristianos, entonces, ¿cómo puede ser...?

Lo primero que hay que considerar, es que Dios promete un orden estricto en que esta posesión de Canaán se daría para el cumplimiento de esta promesa: “a ti, y a tu descendencia después de ti..”. Lo que quiere decir esto es que, primero, Abraham mismo poseería la tierra de Canaán y, luego, su descendencia.

Abraham nunca poseyó la tierra de Canaán. Así que, para ver el cumplimiento de esta promesa, primero es necesario que Abraham posea la tierra para que posteriormente la pueda poseer su descendencia.

¿Cuál es la única manera en que Abraham puede poseer primero la tierra de Canaán..? La respuesta es apenas obvia: Para que el cumplimiento de esta promesa se produzca, Abraham primero tiene que resucitar para, luego, entrar a poseer la tierra prometida por Dios.

O sea, el cumplimiento de esta promesa no tendrá lugar sino hasta después de la resurrección de los muertos. No hay otra manera.

Esto quiere decir que lo que está haciendo la nación de Israel, entrando a poseer la antigua tierra de Canaán, no es el cumplimiento de la promesa. Y no puede serlo porque, además de que primero tiene que resucitar Abraham, la nación de Israel no es la descendencia del patriarca.

Si Dios hizo promesas a los israelistas, ¿por qué ahora estas promesas se aplican a los cristianos...?

La explicación nos la da Pablo:

No que la palabra de Dios haya fallado, porque no todos los que descienden de Israel son israelitas. (Romanos 9:6)

Esto es importante: no todos los que descienden de Israel son israelitas. Así que aquí ratificamos lo dicho en Gálatas. También, aquí Pablo también aclara quién es la descendencia de Abraham:

Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos suyos, sino: “En Isaac te será llamada descendencia”. Esto es: no son hijos de Dios los hijos según la carne, sino que son contados como descendencia los hijos según la promesa. (Romanos 9:7,8)

Aquí queda todavía más claro que solamente quien ha recibido a Cristo es hijo de Dios. Pablo dice más adelante que el nuevo pueblo de Dios se compone tanto de judíos como de gentiles que han aceptado a Cristo:

A estos también ha llamado, es decir, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Como también en Oseas dice: “Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: “Vosotros no sois pueblo mío”, allí serán llamados ‘hijos del Dios viviente.’" También Isaías proclama acerca de Israel: “Aunque el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, tan solo el remanente será salvo, porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra con justicia y prontitud”. (Romanos 9:24-28)

Aquí hay varias cosas para destacar:

Dios escoge dentro de los judíos y dentro de los gentiles, a personas que conformarán su pueblo.
Dios había anunciado que los gentiles, que antes no eran su pueblo, ahora serían llamados “hijos del Dios viviente”, “pueblo mío”.

Solamente un remanente de los hijos carnales de Israel será salvo, sin importar que la descendencia carnal de Israel haya sido como “la arena del mar”. Pocos serán los escogidos.

El trato con el Israel carnal
De acuerdo a lo anterior, ¿quiere decir esto que las promesas dadas por Dios a Israel, no se cumplirán..?

Sabiendo que no todo el que desciende de Israel es israelita y, por tanto, no todo el que se llame israelita tiene derecho a recibir la promesa (Romanos 9:6), Pablo recalca que el Israel carnal se excluyó a sí mismo del cumplimiento de la promesa debido a su desobediencia y a la mala inclinación de su corazón:

¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mientras Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino dependiendo de las obras de la Ley, de modo que tropezaron en la piedra de tropiezo. (Romanos 9:30-32)

Israel no alcanzó la justicia de Dios porque iba tras ella por obras, no por fe; dependía soberbiamente de las obras de la Ley y no de la gracia inmerecida de Dios.

Por otro lado, Israel no podía alegar ignorancia acerca de Jesús. Dios les había presentado claramente al Mesías pero ellos lo negaron y lo asesinaron:

Ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: “Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero yo pregunto: ¿Acaso no han oído? Antes, bien, “Por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los fines de la tierra sus palabras”. También pregunto: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: “Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; con pueblo insensato os provocaré a ira”. E Isaías dice resueltamente: “Fui hallado por los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí”. Pero acerca de Israel dice: “Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde”. (Romanos 10:13-21)

La incredulidad de Israel se debió a que ellos se negaron a creer que no eran el pueblo de Dios en exclusiva; sintieron rabia y soberbia y no quisieron creer en que la misericordia de Dios, desde el mismo principio, incluiría a las naciones gentiles.

Debido a esa incredulidad, Pablo recuerda la profecía dada a Israel por medio de Isaías, acerca de que solamente un pequeño grupo de israelitas, un remanente, alcanzaría la salvación. (Ver Romanos 9:27)

Y la razón es que la inmensa mayoría de judíos prefirieron seguir con sus ojos puestos en la Ley mosaica, en vez de aceptar que Cristo era el fin de esa ley.

Porque yo soy testigo de que tienen celo por Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento. Ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios, pues el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. (Romanos 10:2-4)

La palabra que usa Pablo aquí, cuando dice que los judíos tienen “celo” por Dios, es un término desfavorable que indica un sentimiento de “celos” y envidia. Eso era lo que los judíos sentían por Dios: envidia y celos. Querían que Dios solamente fuera para ellos.

Debido a esto, ignoraron la voluntad de Dios y quisieron creer en su propia justicia. No obedecieron a Dios ni quisieron aceptar que el fin de la Ley era Cristo y que cualquier persona podría alcanzar la salvación teniendo fe en él.

Los judíos se negaron a aceptar que solamente teniendo fe en Cristo se podría alcanzar la salvación. Durante siglos, ellos habían tratado infructuosamente de cumplir la Ley y, ahora, Dios les estaba diciendo que lo único que había que hacer era, precisamente, “dejar de hacer” y solamente “invocar el nombre del Señor”.

Cosa difícil para los judíos ya que, como dice Pablo, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?” (Romanos 10:14). En realidad, el pueblo de Israel no tiene excusa alguna. Son ellos quienes no han querido creer; se han negado a ser obedientes al evangelio.

¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: “Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10:14b-16)

Así pues, la responsabilidad de la condenación de Israel no se debe a que la palabra de Dios no se haya cumplido, sino a que Israel hizo oídos sordos a la voluntad de Dios. No obedeció. Para lograr que las personas invoquen el nombre del Señor para su salvación, debe haber mensajeros que prediquen el mensaje; así, las personas pueden oír el mensaje de salvación con fe. Los judíos lo escucharon pero no quisieron obedecerlo: “Pero no todos obedecieron al evangelio”.

Pablo demuestra en su carta a Romanos que Dios, desde el principio, había planeado incluir a los gentiles en el plan de salvación y hacerlos pueblo suyo (Romanos 10) pero que Israel, a pesar de que le ha extendido su mano todo el tiempo, es un pueblo rebelde.

El remanente de Israel que será salvo
Después de asegurar que el Israel carnal ha sido un pueblo desobediente y rebelde, Pablo pregunta y contesta:

Por tanto, pregunto: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera!, porque también soy israelita, descendiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. (Romanos 11:1-2 a)

Pablo asegura que Dios no ha desechado totalmente al pueblo de Israel, y la prueba es que Pablo mismo es israelita. Eso quiere decir que Dios acepta a israelitas que pongan su fe en Cristo, al igual que Pablo lo hizo.

¿O no sabéis lo que dice la Escritura acerca de Elías, de cómo se quejó ante Dios contra Israel, diciendo: “Señor, a tus profetas han dado muerte y tus altares han derribado; solo yo he quedado y procuran matarme”? Pero ¿cuál fue la divina respuesta? “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal”. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. (Romanos 11:2b- 5)

El pasaje es muy claro. A pesar de que Israel, como nación, ha sido idólatra, Dios escoge a miembros de esa nación para santificarlos. Y los escoge por gracia, por misericordia, porque no han imitado al resto de sus hermanos de sangre que siguen adorando a satanás.

¿Qué, pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos; (Romanos 11:7)

Solamente unos pocos, los escogidos, el remanente que puso su fe en Cristo, alcanzaron la justicia de Dios. El resto, la gran mayoría fueron endurecidos.

Cuando Dios reveló a los israelitas que ellos y los gentiles que pusieran fe en Cristo serían ahora su pueblo, no los estaba rechazando. En realidad, fueron los judíos inconversos quienes estaban rechazando el llamado de Dios a formar parte de su pueblo, aquél que él había predicho cuando se refirió a la “descendencia de Abraham”.

En los versículos 11 al 24 vemos claramente la razón de esta reflexión que hace Pablo. Allí él nos menciona que los gentiles cristianos se jactaron de una supuesta superioridad sobre los judíos no cristianos. Pablo asegura que la caída de Israel no es total. Su tropiezo no es definitivo ni su endurecimiento eterno.

Pablo dice que el plan de salvación de Dios se desarrolla de la siguiente manera: Dios planea salvar a toda la humanidad y escoge a los judíos para introducir la salvación al mundo. La transgresión de los judíos abre el camino para la salvación de los gentiles y, de esta manera, esa salvación de los gentiles hace posible la salvación final de los judíos. Es sorprendente.

Y si su transgresión (la de los judíos) ha servido para enriquecer al mundo, y su caída, a los gentiles, ¿cuánto más lo será su plena restauración? (...) porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Si algunas de las ramas fueron desgajadas y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, recuerda que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Tal vez dirás: “Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado”. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. Así que no te jactes, sino teme, porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad, pues de otra manera tú también serás eliminado. Y aun ellos, si no permanecen en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más estos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? (Romanos 11:12, 15-24)

El llamado de Pablo a quienes despreciaban a los judíos por su incredulidad, es a no jactarse de la desventura de los israelitas. Pero esto no quiere decir que, por el contrario, se les deba mirar a los judíos como dignos de reverente temor. No debemos caer en los extremos: así como no debemos odiar ni despreciar a los judíos (ni a ningún hombre, a decir verdad), tampoco debemos considerarlos como si ellos fueran quienes nos salvan, y no Cristo, quien es nuestro verdadero Salvador. Nuestro sentimiento debería ser de esperanza para que la mayoría de ellos alcancen la salvación.

La iglesia de Cristo, el pueblo de Dios al que pertenecen los gentiles cristianos de Roma, les dice Pablo, es la continuación del pueblo único de Dios que empezó a formarse en el Antiguo Testamento. Así como los judíos han perdido su lugar en el pueblo de Dios debido a su incredulidad, los cristianos gentiles de Roma deberían reconocer que correrían la misma suerte si caen en pecado. No hay diferencia, pues, para Dios.

Pablo nos deja muy claro que la inclusión de los judíos será algo que sucederá en los últimos tiempos:

No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Luego todo Israel será salvo. (Romanos 11:25-26 a)

Pero la salvación de los israelitas carnales no se producirá sino en aquellos que acepten a Cristo como su Salvador. De igual manera, el apóstol nos revela que el endurecimiento de los judíos será parcial. Durará únicamente hasta que se complete la cantidad de gentiles escogidos por Dios y estos hayan entrado en el reino de Dios.

Caerán a filo de espada y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan. (Lucas 21:24)

Tanto las palabras de Pablo como la profecía de nuestro Señor, nos da a entender que este acontecimiento ocurrirá al final de la historia de la humanidad, cuando Cristo regrese en gloria. Cuando Pablo dice “todo Israel será salvo”, lo que significa es que un número importante de miembros de esta etnia alcanzará la justicia mediante su fe en Cristo. No puede significar literalmente que todos los israelitas vivos serán salvos, de igual manera que tampoco quiere decir que todos los gentiles lo serán.

Muchos predicadores enseñan que Dios salvará a Israel sin necesidad de que pongan fe en Cristo. Es más, temerariamente afirman que Dios hará que se reconstruya el templo de Jerusalén para restituir la adoración al estilo Viejo Pacto, algo que –como vimos- es antiescritural.

La salvación de Israel será posible únicamente en la medida en que, cada persona individualmente ponga su fe en Cristo. Pablo lo aclara en el mismo pasaje:

Y aun ellos (los judíos), si no permanecen en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. (Romanos 11:23)

La condición para que sean reincorporados como pueblo de Dios, es que no permanezcan en incredulidad, como hasta ahora lo han hecho. Recordémoslo:

La Escritura dice: “Todo aquel que en él cree, no será defraudado”, porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan; ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:11-13)

Por qué actúa Dios de esta manera, es algo que no podremos entender a cabalidad.

¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!, porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero, para que le fuera recompensado?, porque de él, por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Romanos 11:33-36)

De alguna manera, un número importante y representativo de judíos darán un giro hacia Cristo. Aunque no sobra recordar que, hoy en día, es muy difícil saber quién sería o no judío, y si esta clasificación se haría por su religión o por su ADN. A través de los siglos, millones de descendientes de Isaac mezclaron su sangre con la sangre de naciones gentiles. Para la muestra, está este servidor con sangre judía pero no practicante, y está una familiar con quien comparto el mismo antepasado sefardita: ella sí es practicante. ¿Quién tiene mayor proporción de sangre “de la tierra” en sus venas..? No hay manera de saberlo.

El asunto es que es poco probable que existan judíos de raza puros, cuyos antepasados no se hayan mezclado con los gentiles. Ni siquiera el mismo Jesús fue 100% descendiente de israelitas; Rahab, la ramera de Jericó, figura entre sus antepasados, y ella no era israelita.

Podemos, en resumen, asegurar que el llamado que nos hace Dios no es ensalzar a Israel y a los judíos, pero tampoco a despreciarlos. Nuestra responsabilidad con ellos es, al igual que con todos, a predicarles el evangelio de Cristo. Apoyar las incursiones que hace Israel en Palestina (donde hay cristianos) es apoyar las acciones del mismo satanás. De igual manera, apoyar las incursiones militares que hace George Bush Jr. en el Medio Oriente, como las apoyan miles de iglesias que se dicen “cristianas”, fomentando el odio contra musulmanes y mintiendo descaradamente al afirmar que Dios apoya el exterminio de musulmanes y palestinos, está demostrando claramente que estos que “se dicen judíos y no lo son”, no son hijos de Dios sino hijos del diablo, esas iglesias no son realmente cristianas sino que son “sinagoga de Satanás”.


Dios les bendiga


Ricardo Puentes M.
Diciembre 13 de 2007