martes, 13 de noviembre de 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL? 3 parte

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
3ª parte


Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones,
Y crujían los dientes contra él
. (Hechos 7:54)

La exposición de la palabra de Dios siempre ha causado, en todas las épocas, una de dos posibilidades: obediencia o desacato flagrante, rebeldía abierta. La palabra de Dios, usada con destreza produce en el oyente una fuerte reacción que lo lleva, o bien a acatar humildemente la verdad enunciada o, por el contrario, a oponerse frontalmente contra lo expuesto. Por algo Jesús le dijo a Pablo que el aguijón de la palabra de Dios, empujada por el Espíritu Santo a través de los labios de Esteban, era difícil de eludir.

Una vez escuchada la palabra de Dios la gente tiene que tomar partido. Quiera o no quiera, la persona que la oye emprende una acción que la coloca al lado de Cristo o en contra suya. Es imposible permanecer neutral ante el mensaje del evangelio.

El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. (Mateo 12:30)

No hay una tercera opción. La espada del Espíritu es tan afilada y penetrante que deja lugar a permanecer neutral o alegar ignorancia. Divide aún a miembros de una familia cuando estos son movidos a colocarse a favor de Cristo o en contra de él. Y así seguirá actuando hasta que Jesús venga por su iglesia, sin mancha ni arruga de ninguna clase, purificada en la palabra de Dios, por el fuego del crisol que es el Espíritu Santo que refina "siete veces" esta palabra garantizando que la pureza del mensaje llegue al creyente.

Con esto en mente, sigamos con la última parte de esta consideración acerca de si para ser salvos debemos asistir a una iglesia denominacional.

¿Los concilios tienen la misma autoridad que las Escrituras..?
Sorprendentemente, y esto es evidente en Asambleas de Dios, los cristianos modernos creen que las conclusiones de varios hombres reunidos tienen la misma validez de las Escrituras y pueden ejercer coerción sobre la conciencia de cada individuo creyente.

Este concepto no es nuevo. Constantino, quien siendo pagano instituyó la Iglesia Católica, usó este argumento para presionar la obediencia de los cristianos y, de hecho, todo lo adoptado en ese concilio (de Nicea) llegó a ser ley para la iglesia y para el imperio. Declaró este pagano emperador que "pues lo que ha resultado aceptable para el juicio de trescientos obispos no puede ser otra cosa que la doctrina de Dios".

Y esa es la mentalidad de las confesiones e iglesias denominacionales hoy. Para apoyar este punto de vista citan el concilio de Jerusalén en tiempos apostólicos, registrado en Hechos 15, pasando por alto, de manera intencional o no, que lo convenido en esa reunión no fue de obligatorio cumplimiento para los cristianos. Es más, a pesar de ser portador de lo dicho en el concilio para todas las iglesias, Pablo mismo desafió la autoridad (que nunca fue pregonada) del concilio. En Hechos 16 vemos que, a pesar de que se había prohibido la circuncisión para los cristianos, Pablo hace que Timoteo se circuncide. Los alcances y el significado de este concilio eran mucho más profundos que el pretender colocarse como un cuerpo gobernante sobre los cristianos del mundo, pero ese no es el tema de este estudio.

En tiempos de Jesús, el gobierno de los reyes ya había cesado. Sin embargo, la organización sacerdotal todavía estaba plenamente funcionando. Los sacerdotes levíticos todavía ocupaban sus cargos como representantes nombrados por Dios, y los ancianos (presbíteros) seguían ayudando para conformar el tribunal de autoridad judicial y religiosa más alto de la nación judía. Ellos formaban un concilio cuya cabeza era el sumo sacerdote, lo que en la actualidad podría ser el papa católico, el superintendente de Asambleas de Dios o el pastor supremo del G12, Casa de Dios o Ministerios Benny Hinn, con sus obvias diferencias.

Cuando Jesús enfrentó su corrupción y sus prácticas, la organización religiosa, establecida originalmente por Dios, lo declaró inmediatamente como rebelde, vasallo de Satanás y abiertamente corruptor del orden establecido, y causa de divisiones. El resultado ya lo conocemos, fue la organización religiosa de entonces, que aparentemente tenía el favor de Dios, la que condenó y envió a la muerte al mismísimo Hijo de Dios hecho carne.

Así que, quienes alegan que la cantidad de miembros de un concilio, reunidos para dictar doctrina o decidir sobre cualquier asunto, es indicador del grado de aprobación divina y dignos de su aval per se, están muy equivocados. El único indicador de verdad de cualquier doctrina o posición será cuán solidamente esté apoyada por las Escrituras.

Muchos cristianos sinceros son conscientes del grado de corrupción de sus confesiones y denominaciones religiosas pero siguen asociados a estos con la convicción de que Dios tomará medidas de una u otra manera. Están convencidos de lo que enseñan hipócritamente sus mismos pastores quienes aseguran que si los líderes –es decir, ellos mismos- fallan, Dios hará las correcciones necesarias para enderezar su iglesia. Ciertamente, Dios nunca tomó las "correcciones" necesarias para enderezar organizaciones humanas. Jamás intentó enderezar a los fariseos y personalmente considero presuntuoso el que una denominación religiosa se autoproclame como "la" iglesia de Cristo. Es evidente que los hombres seremos juzgados individualmente y no como pertenecientes a algún sistema religioso. En nada aporta a nuestra salvación si pertenecemos como miembros carnetizados a Asambleas de Dios, Iglesia de Filadelfia, o cualquier otra denominación. No es nuestra membresía la que nos salva sino la fe en el sacrificio de Cristo.

Ni los hombres de fe de la antigüedad ni los hombres de fe modernos pusieron su fe en organización humana alguna; lo que los mantuvo firme fue su relación con Dios y la fe depositada en el Creador.

Hoy en día, cuando una persona entra a una organización altamente estructurada, como las iglesias del concilio Asambleas de Dios, bien pronto se les hace ver que su fidelidad a Dios solamente puede ser demostrada por su fidelidad a la iglesia denominacional, a sus programas y a sus pastores.

Son los mismos líderes de estas denominaciones las que atacan el sistema autoritario de César Castellanos pero avalan su propio sistema jerárquico aduciendo que el G12 es de inspiración jesuita porque sigue el modelo de "gobierno de los doce" además de otras cosas, pero haciéndose los de la vista gorda con sus propios modelos que, a pesar de que no se basan en el número 12, siguen el mismo espíritu autoritario y reclaman la misma obediencia que Castellanos exige con su G12. Estos líderes anti G12 no se quieren quitar la venda de los ojos que les impide ver que el verdadero problema está en usurpar la autoridad de Cristo sobre cada creyente (con el subsecuente derecho de éste para tomar decisiones sobre cualquier asunto) y no en sobre cuántos se ejerce esa autoridad. Así como los del G12 estructuran su autoridad sobre grupos de doce, las otras iglesias anti G12 la estructuran sobre un número indefinido de personas. Pero están haciendo exactamente lo mismo.

Teniendo por estima el sacrificio de Cristo
Con esto, podemos entender más claramente lo que nos dice Pablo:

Dios os ha comprado a gran precio; no dejéis que los hombres os hagan esclavos. (1 Corintios 7:23)

Hace poco, un creyente moderador de un foro cristiano en internet, después de haberme acusado de "vasallo de Satanás", parte de la "agenda satánica", "rebelde" "masón", "illuminati" y algunas cosas más, señalándome públicamente de buscar tumbar el gobierno de la iglesia, me aseguró que Dios aprobaba la esclavitud, supongo que basando su entendimiento en la lectura sesgada de Tito 2:9: 1 Timoteo 6:1; y 1 Pedro 2:18; y que siendo así, nosotros como cristianos debíamos estar en la misma condición espiritual frente a otros hombres.

Aunque Pablo ciertamente aseguró que por amor a sus hermanos se hizo esclavo de ellos, el contexto y la evidencia nos indican que sus actuaciones siempre fueron guiadas por el Espíritu Santo, y que su "esclavitud" fue temporal y exclusiva para los nuevos creyentes. Tal "esclavitud" consistía en evitar comer alimentos que podían ofender la conciencia de los nuevos creyentes, no polemizar con ellos sobre ciertos temas especialmente sensibles para los nuevos y, en resumen, hacer lo posible para conducirlos a la madurez espiritual.

Sin embargo, frente a cristianos "maduros" que se estaban desviando de la fe, Pablo fue combativo y frentero; no escatimó en discutir abiertamente con ellos sobre asuntos de fe y tampoco intentó suavizar sus palabras para denunciarlos como falsos maestros y superapóstoles suplantadores de la autoridad de Cristo.

Así que cuando Pablo escribe a los Corintios advirtiéndoles que no se dejen esclavizar por hombres, no se está contradiciendo.

El gran precio que Jesucristo pagó por nosotros fue su propia vida, su sangre preciosa. Un precio tan extremadamente elevado que no podemos tomarlo a la ligera ni despreciarlo haciéndonos esclavos de hombres. Fue gracias a ese gran precio que Cristo se convirtió en nuestro único amo y Señor comprando su derecho a que nosotros seamos sus siervos.

Cada uno de nosotros debe preguntarse si ese precio tiene algún significado para nosotros, para entonces ver la conveniencia de aceptar que cualquier hombre o grupo de hombres, reunidos en un concilio o no, se coloque como mediador entre Dios y nosotros. Es importante que cada uno de nosotros piense si hombre alguno puede reclamar el derecho de Jesucristo a ser obedecido y a convertirse en el camino.

Pablo rechazó ardientemente ese tipo de aberración que ya se empezaba a mostrar en sus días. Los creyentes de Corinto empezaron a colocar como su cabeza a varios hombres, incluso al mismo Pablo, así que les dijo:

Me refiero a que cada uno de vosotros va diciendo: "Yo soy de Pablo", "Yo, de Apolo", "Yo, de Cefas", "Yo, de Cristo". ¿Está dividido Cristo? ¿Es que Pablo fue crucificado por vosotros o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? (1 Corintios 1:12-13)

Es tan delicado este asunto, que cualquiera que pretenda suplantar a Cristo como cabeza de cada cristiano, reclamando obediencia para sí o permitiendo que hombres los sigan a él, está teniendo por inmunda su sangre preciosa con la que nos compró en exclusiva para Él.

¿Qué castigo más grave pensáis que merecerá el que haya pisoteado al Hijo de Dios y haya considerado impura la sangre de la alianza en la que fue santificado y haya ultrajado al Espíritu de la gracia? Pues conocemos bien al que dijo: "Mía es la venganza; yo daré lo merecido". Y otra vez: "Juzgará el Señor a su pueblo". ¡Es terrible caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10:29-31)

Con su sangre preciosa, Dios nos introduce en un nuevo pacto en el que ya no dependemos de la intermediación de hombres sino que nos coloca en una relación directa con Él. Esa relación es guiada constantemente mediante el Espíritu Santo y gracias a esto quedamos fuera del dominio de la ley y nos colocamos bajo la gracia. De ahí en adelante, ningún hombre, ni concilio, tiene derecho a juzgarnos así que no debemos buscar su aprobación sino únicamente la de Dios:

En cuanto a mí, poco me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo. Pues aunque en nada me remuerde la conciencia, no por eso quedo justificado. Quien me juzga es el Señor. Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor: él iluminará lo oculto de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones; entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza debida.
(1 Corintios 4:3-5)

¿Si no hay autoridad visible, esto alentaría el caos..?
Otro de los argumentos que esgrimen quienes están a favor de una estructura jerarquizada en la iglesia, es que alegan que sin autoridad no hay orden.

Quienes razonan así desconocen el obrar del Espíritu Santo y ponen en tela de juicio su capacidad para dirigir la iglesia de Cristo. Algunos pastores hasta han llegado a afirmar que el Espíritu Santo, "necesita ayudantes" en su gobierno.

Primeramente, al observar la iglesia apostólica, notamos que una congregación se formaba como resultado de que la gente se reuniera. No había necesidad de "legalizar" de ninguna otra manera la iglesia, ni se necesitaba el "reconocimiento" oficial del gobierno seglar establecido. Esto último es una de las características principales de la fornicaria Babilonia la Grande, la madre de todas las rameras, la Iglesia Católica.

Las circunstancias del primer siglo exigían claramente que la autoridad delegada de Cristo, presente clara e indiscutiblemente en los apóstoles, funcionara para el establecimiento fundacional de la iglesia. Las Escrituras no estaban completas, así que un cristiano de la época bien podía haberse encontrado a la deriva sin la dirección apostólica. Sin embargo, hoy no es el caso. El canon bíblico está completo y por tanto la autoridad apostólica ya no es necesaria ni funcional. Todo lo que necesitamos para crecer en Cristo lo podemos encontrar en las Escrituras.

Muchos cristianos reconocen que la autoridad apostólica cesó con la muerte del último de ellos, Juan. Sin embargo, aunque no afirman que son apóstoles, los líderes de las grandes y pequeñas denominaciones adoptan el fuero apostólico ya que exigen para ellos la obediencia que Cristo autorizó en sus apóstoles y que el Espíritu Santo confirmó con poder y señales.

Así que es perfectamente válido preguntarse de qué manera el Espíritu Santo guía a la iglesia.

La iglesia bajo el señorío del Espíritu Santo
Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. (2 Corintios 3:17)

Pablo señala el hecho fundamental de que el Espíritu Santo es Señor. En el Nuevo Testamento, la palabra "Señor", corresponde en uso y significado al nombre YHWH del Antiguo Testamento. Este vocablo se emplea como título exclusivo del Dios verdadero y se aplica tanto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo tiene señorío sobre cada creyente de manera individual y, por supuesto, colectivamente. En la Primera Carta los Corintios, en los capítulos 12 al 14, el apóstol nos habla de que el Espíritu Santo nos da dones pero que estos son para beneficio colectivo. Precisamente el capítulo 14 de esta carta, es quizá el único tratado sobre cómo debe efectuarse una reunión cristiana y deja muy claro que Dios no es Dios de confusión sino de paz, y que si se permite el Señorío del Espíritu, la iglesia se verá edificada.

Parecería una contradicción aquello de que donde el Espíritu es el Señor, allí hay libertad, pero no hay tal.

Sabiendo que el Espíritu Santo jamás pasa por encima de la voluntad del creyente, obligándolo a hacer algo en contra de su propia voluntad, entendemos la aseveración de Pablo:

Los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz. Como en todas la Iglesias de los santos.
(1 Corintios 14:32-33)

Es decir, cualquier manifestación espiritual que esté dirigida por Dios, como ésta de la profecía, producirá paz y bienestar. Cualquier persona que evidencie alguna manifestación espiritual que cause desorden y confusión, y asegure que no pudo evitarlo porque el Espíritu Santo la obligó a hacerlo, está mintiendo flagrantemente. En muchas iglesias pentecostales vemos a personas revolcándose en el piso como posesos, sin poder contener su risa, su llanto o sus convulsiones, hablando a gritos todos al mismo tiempo con una algarabía delirante y, aseguran, que estas manifestaciones proceden de Dios.

Pablo desautoriza tal cosa manifestando que "los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas", es decir, que el Espíritu Santo jamás pasa por encima de la voluntad del creyente obligándolo a hacer algo que éste no quiera.

Precisamente ésta es una de las principales características que distinguen a una auténtica manifestación del Espíritu Santo, de una posesión demoniaca o de una manifestación satánica. Las personas poseídas por los demonios son obligadas a hacer y decir cosas que por voluntad propia jamás estarían dispuestas a hacer. Los espíritus demoniacos anulan la voluntad de la persona mientras que el Espíritu Santo jamás actuará de esta manera con los creyentes ya que Dios dotó al ser humano de voluntad y personalidad, dos de los más preciosos talentos del ser humano, y jamás los usurpará. Es claro que Dios puede obrar a través de ellos si el hombre lo permite, pero no anulará su voluntad.

Así que, al igual que un cristiano puede permitir o no el Señorío del Espíritu Santo en su vida, de igual manera sucede con la congregación. Solamente podemos tener verdadera libertad cuando aceptamos el señorío del Espíritu Santo.

Reconociendo que el Espíritu Santo es tanto el autor como el intérprete de las Escrituras, podemos tener la certidumbre de que Él nunca guiará a un creyente a hacer o decir algo que vaya en contra de las Escrituras. Eso sería ilógico y contradictorio.

De esta manera, es responsabilidad de cada creyente, a nivel individual, el conocer y permitir que el Espíritu Santo lo guíe y le revele la verdad contemplada en las Escrituras.

Así, si cada creyente –de manera individual- permite la dirección del Espíritu Santo incluso cuando esté congregado con otros cristianos, podrá tener la certeza de que la congregación será edificada, de que no habrá confusión ni desorden y de que su libertad personal no transgredirá la libertad de su prójimo de tal manera que el provecho sea colectivo.

Precisamente, Pablo enfatiza que lo que nos debería unir como creyentes, en un tipo de relación de familia, debería ser el amor, "el vínculo perfecto de unión", no algún tipo de credenciales o membresía certificada, ni el llamado de algún hombre. Jesús dijo que sería el amor lo que identificaría a sus discípulos, no los carnets o las certificaciones de un pastor. Los cristianos demostraban su amor no entonando canciones ni asistiendo a los cultos dominicales, sino compartiendo las cosas propias con otros, incluso con extranjeros; acudiendo en ayuda de los necesitados, visitando los enfermos, orando por otros, incluso por los enemigos; y apoyándonos mutuamente en lo que fuera necesario para sobrellevar las pruebas y aflicciones. De la misma manera que lo haría una familia unida y amorosa.

El mostrar amor unos con otros sería la prueba máxima del discipulado cristiano; de que el Espíritu Santo gobierna nuestra vida.

La asociación dirigida por el espíritu correcto
¿Quiere decir esto que un cristiano tenga en menosprecio la asociación con otros cristianos..?

No, de ninguna manera. La asociación con otros cristianos es una exhortación directa ya que nos beneficia al tener la oportunidad de ser edificado y ayudar a edificar a otros. La asociación es algo que uno debe desear y buscar si realmente está guiado por El Espíritu Santo. Pero otra cosa es el llamado a asociarnos sacrificando nuestra propia libertad que Cristo compró con su sangre preciosa; si el buscar la asociación con otros compañeros nos obliga a claudicar de nuestra fe, a ser desleales con nuestra propia conciencia, entonces, la prioridad debería quedar muy clara para nosotros al tomar la decisión:

Todo lo que no proviene de fe, es pecado. (Romanos 14:23)

Sacrificar nuestra conciencia, nuestra fe en aras de requerimientos humanos –o de cualquier otro tipo-, nos conduce al pecado. Jesús nunca se dejó presionar de los líderes religiosos de su época para formar parte del sistema; los primeros cristianos tampoco lo hicieron.

La práctica de reunirse en hogares privados, como se hacía en la iglesia de tiempos apostólicos, es perfectamente bíblica y aplicable a la situación actual. La instrucción del escritor de Hebreos de congregarnos para animarnos a las obras excelentes y para mutua exhortación, no requiere de edificios ostentosos –ni de ningún tipo- especiales, no hace falta la presencia de un docto titulado en teología, escatología, homilética, ni alta crítica; en realidad no necesita de la presencia de ninguna persona que sobresalga por encima del común. Lo único necesario para la ekklesia cristiana, es congregarnos en nombre de Cristo para alabarlo, leer las Escrituras buscando su aplicación e influencia en cada uno de nosotros.

Cristo nunca dijo que él estaría presente solamente cuando algún pastor, ministro o sacerdote presidiera la reunión. El requisito es claro:

Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18:20)

Si debido al ejercicio de nuestra conciencia somos expulsados de alguna confesión o denominación religiosa, siguiendo siempre al Invisible bajo la guía del Espíritu Santo, y esto nos obliga a prescindir temporalmente de asociarnos con otros creyentes, no debemos dejarnos apabullar por las circunstancias ni llegar a creer que estamos siendo castigados por Dios. Si buscando a Dios nos granjeamos la enemistad y el odio de los hombres, no nos preocupemos; los hombres pueden fallar pero Dios jamás lo hará. Y Él nos alienta con esta maravillosa promesa de consuelo:

Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. (Juan 14:23)

El Padre y el Hijo siempre estarán con nosotros, prestos a nuestras necesidades, en una operación milagrosa por medio del Espíritu Santo, residiendo en cada persona que lo permita. ¿Necesita usted algo más...?

Bendiciones

Ricardo Puentes M.
Mayo 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL?

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
2ª parte


También debes saber esto: que en los postreros días
vendrán tiempos peligrosos.
(2 Tim. 3:1)

Las Escrituras predijeron la adulteración de la comunidad cristiana. Pablo hace clara referencia a estos tiempos peligrosos en 1 Timoteo 4:1:

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios.

Claramente, Pablo nos dice que seguir a los apóstatas es lo mismo que escuchar y seguir a doctrinas de demonios; también nos dice que los apóstatas tendrán apariencia de piedad, pero que su estilo de vida negará la eficacia de ella. De igual manera, coloca en el mismo lado de la balanza a los engañadores y a quienes se dejan engañar:

que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita (..) mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. (2 Timoteo 3:5,13)

Al criterio de algunas personas, parecería injusto que Dios coloque en la misma categoría a los engañadores y los engañados; pero de ninguna manera esto va contra la justicia de Dios. Él nos ha dado su palabra y nos ha dicho que allí es donde podemos encontrar la verdad y a donde debemos acudir para constatar la veracidad de cualquier doctrina que se nos presente.

Jesucristo nos advierte contra la aparición de estos falsos maestros:

Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. (...) Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; (Mateo 24: 4,5,9-11)

No obstante, nos deja una reconfortante promesa:

Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. (Mateo 24:13)

Nuestro Señor nos reitera versículos más adelante que estamos advertidos. Cierto que vendrían falsos profetas y falsos Cristos con señales y prodigios, pero no es menos cierto que Dios nos provee lo necesario para reconocerlos y apartarnos de ellos. Las Escrituras Cristianas nos advierten una y otra vez que no debemos creer en los hombres, sino que nuestra confianza debe estar centrada en Cristo, que es el único camino, verdad y vida. Lo único verdaderamente confiable es la palabra de Dios, las Escrituras; y si dudamos de la exactitud de tal o cual versión, siempre tendremos a mano muchas versiones, transliteraciones del griego y hebreo, etc., que, pidiendo guía al Espíritu Santo, podemos estar seguros de que Él nos conducirá a toda verdad.

A pesar de las advertencias en contra de los apóstatas, con todo, las Escrituras no establecen una fórmula exacta y definida para identificar alguna confesión religiosa en particular como la única asociación religiosa verdadera. Nos asegura Jesús que la separación entre cristianos genuinos y falsos es algo que va más allá de la capacidad humana y, por esto, el trabajo será realizado por los ángeles; también nos dice la Biblia que esta separación e identificación se hará evidente en el Día del Juicio; pero no nos muestra que exista algún grupo particular, alguna denominación especial a la que debamos ingresar para ser salvos. Lo que sí nos aseguran las Escrituras, es que Dios es el único que conoce nuestros corazones y lo más íntimo de nuestro ser y, por tanto, el juicio le pertenece a Él y a nadie más.

Sin embargo, aunque se nos dice que el juicio pertenece solamente a Dios, también se nos muestra que debemos tener una actitud valerosa contra los apóstatas, quienes entre otras características poseen la de negar la única soberanía de Dios sobre nosotros. (Carta de Judas)

Las Escrituras, pues, no nos dicen que debemos formar parte de alguna denominación o confesión religiosa para ser salvos; sino que nosotros seremos juzgados de acuerdo a la Palabra de Dios

En ninguna parte de las Escrituras Cristianas encontramos ejemplo de iglesias corporativas así como tampoco que la asistencia a esas iglesias definan nuestra salvación.

La iglesia del primer siglo

En ocasiones anteriores hemos analizado que el término griego ekklesia, que generalmente se traduce como "iglesia" o "congregación", sencillamente significa "asamblea o reunión"; y que cuando las Escrituras mencionan esta palabra, habitualmente se refieren a una reunión de personas que se congregan juntas como compañeros de creencia. Durante la época apostólica, esas personas reunidas eran, en sí mismas, una "asamblea" o "ekklesia" debido a que se congregaban o se reunían juntos. Excepto en los primeros tiempos, cuando los cristianos todavía eran recibidos en las sinagogas, las reuniones se celebraban principalmente y, en la práctica, casi exclusivamente, en hogares privados. (Ver artículo de Pastores y autoridad 1 parte publicado en este foro)

Así que la ekklesia no era un edificio ni una organización corporativa con algún nombre denominacional especial. Era el acto de reunirse o congregarse lo que los constituía a ellos como iglesia, no la pertenencia como miembros a un grupo constituido u "organizado" bajo cierta "cobertura". El término ekklesia se aplicaba a ellos como un pueblo reunido, una asamblea de gente, una congregación de personas, considerado de manera local o como un cuerpo colectivo que forma el pueblo de Dios, El formar una "iglesia" cristiana simplemente era reunirse para adorar a Dios, estudiar su palabra o, simplemente, para animarse unos a otros. Donde quiera que hubiera dos o más reunidos en el nombre de Cristo, allí ya había una iglesia cristiana. No había necesidad de nada más. Cualquier cosa que se agregue a este concepto enseñado por Cristo, es puro adorno. Si alguien afirma que se debe añadir algo más para ser iglesia, es evidente que las palabras de Cristo no le están apoyando.

La ekklesia se empieza a desviar de su esencia
Aunque el término ekklesia no dejó de ser utilizado con esos significados, en los siguientes siglos se apadrinó otra manera de entenderlo. El término "iglesia" (ekklesia) llegó a significar la autoridad religiosa apropiada por quienes ejercieron un control cada vez mayor sobre los reunidos. Lealtad a la "iglesia" ahora llegó a significar, no sencillamente lealtad a la comunidad cristiana, sino especialmente lealtad a los líderes de la misma y a su dirección. Así, cuando hablaba la "iglesia", no se refería a lo que expresaba la comunidad, sino a lo que decía la autoridad religiosa. Y esto sigue siendo cierto hasta el día de hoy.

Debido a que los miembros que ejercieron dominio sobre el resto del cuerpo reclamaron esa lealtad para sí mismos, la iglesia de Cristo empezó a dividirse en denominaciones cuyos líderes convirtieron a las ovejas en objeto de rapiña esgrimiéndolas como trofeo ante las otras denominaciones y arguyendo mayor o menor "unción" o aprobación divina de acuerdo al número de ovejas que siguieran a este líder.

Pablo y los demás apóstoles ya había advertido sobre este sutil pero peligroso cambio. Reiteraron que los cristianos no debían dejarse esclavizar por otros hombres que estaban usurpando a los apóstoles y que deberían seguir la guía del Espíritu Santo; también enseñaron que el servicio a Dios, la adoración, no consistía, no dependía, o ni siquiera se enaltecía por la asistencia a algún lugar especial, algún edificio "sagrado".

Durante el período apostólico, ni siquiera el reunirse juntos no se veía como algo distintivamente "religioso", es decir, más que otras facetas de la vida. Nos dice un comentarista bíblico que: "Los cristianos de la época llegaron a apreciar que el reunirse juntos era para edificación mutua y para expresión de amor fraternal, animándose unos a otros, manifestando amor unos por otros, como parte de una relación de familia bajo el Hijo de Dios, no para tener un sentimiento especial de "religiosidad" o un sentido de estar "religiosamente limpios" por el mero hecho de reunirse".

Aún durante la vida de los apóstoles, algunos que se apartaron de la fe comenzaron a enseñar la necesidad de regresar a lo "viejo", es decir, a la ley dada a Israel por medio de Moisés, y que requería de los ritos complicados, de la magnificencia, de lo visible para adorar a Dios; la exigüidad del cristianismo, con su ausencia de templos y clase clerical con un nivel espiritual diferente al del resto de creyentes, con sus sacrificios y ritos, y la inexistencia de la pompa y el ornamento característico de la adoración israelita, todo esto, fue visto por los falsos maestros ansiosos de poder como revolucionario y contrario a la verdadera adoración. En tiempos posteriores a la muerte de los apóstoles, ocurrió un retroceso gradual a mucho de lo viejo.

Muchos cristianos –la mayoría- regresaron a lo que apela a los sentidos físicos, contrarios a la fe (Romanos 1:17; 2 Corintios 5:7). A medida que transcurrieron los años, volvieron una vez más a edificios sagrados, altares visibles, una clase separada de "siervos de Dios" especiales (sea sacerdotes, pastores o ministros) vestidos distintivamente, y a muchas cosas similares que impresionan la vista y atraen el oído y que se pueden tocar.

Influidos por la magnificencia de los ritos, el entendimiento fue reemplazado por el sentimiento emocional. La conmemoración de la cena del Señor, caracterizada inicialmente por la informalidad y la familiaridad cálida de los congregados, en una expresión de fe compartida, se convirtió a menudo en una rito ceremonial, en la que el participante acudía al oficiante religioso quien, de modo sacerdotal, administraba el "sacramento".

La responsabilidad individual enseñada por Cristo y los apóstoles, se olvidó progresivamente porque el pueblo, el laicado, se sentía "cómodo" en su relación con Dios en virtud de su regularidad en los servicios religiosos, o por realizar ciertos actos religiosos de modo regular. El tener conocimiento de que formaban parte de un gran sistema religioso, reconocido políticamente, les fue dando a los "cristianos" un sentimiento de seguridad, de rectitud y de importancia. De ser perseguidos pronto se convirtieron en perseguidores, merced a su reconocimiento político, y antes de darse cuenta, ya estaban apartados de lñas enseñanzas de Cristo.

Desde esa época, se distorsionó el concepto cristiano de lo que envolvía el servicio sagrado, y se regresó al antiguo concepto de que practicar la "adoración" era "ir a la iglesia". Lo que se "hacía en la iglesia", adquirió de esta manera un nivel superior a lo que un creyente hiciera por "fuera" de la iglesia. Los edificios donde se reunían estos creyentes adquirieron pronto el concepto de "sagrados", "casa de Dios", así que los hombres que ministraban en tales edificios, fueron vistos también como si poseyeran un nivel espiritual diferente, más elevado, que el resto de fieles y su "servicio" a Dios fue catalogado como de mayor mérito. El sacerdote, ministro, pastor o anciano, fue visto como un "hombre de Dios" mientras que los demás eran catalogados como laicos (del pueblo). Los líderes religiosos se auto-endilgaron el derecho de todos los cristianos de administrar las cosas de Dios y, al carácter espiritual de este derecho le añadieron lo material encontrando excusa para administrar las finanzas y propiedades que pronto adquirieron convirtiéndose prontamente en hombres poderosos.

La simplicidad del acto de reunirse constituyendo automáticamente una "ekklesia", fue suplantada así por complicados requisitos de membresía, divisiones administrativas, pirámides jerarquizadas de autoridad religiosa y, en diferentes grados, por la suplantación legítima de Cristo como cabeza de la iglesia de parte de hombres que exigieron obediencia arguyendo la misma autoridad de Cristo; "quien desobedece al pastor, desobedece a Cristo", siguen clamando hoy en día los líderes religiosos de todas las denominaciones. La fe cristiana fue enjaulada dentro de las estructuras rígidas y vetustas de las confesiones existentes.

"Salgamos a Cristo, fuera del campamento"
Las denominaciones actuales han convertido el cristianismo en una poderosa institución política, en un reino visible, en una "ciudad" fortificada que contradice lo ordenado por el escritor inspirado:

Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. (Hebreos 13:12-14)

Interesante la exhortación del escritor para que salgamos fuera de la seguridad del "campamento" (dejando claro que no tenemos aquí "ciudad permanente"), llevando el vituperio de Cristo.

Antiguamente, las ciudades eran vistas como medios humanos para buscar refugio y seguridad. Caín fue el primer constructor de una ciudad evidenciando falta de confianza en la promesa de Dios de que su vida no sería tomada por ningún otro humano. Después del diluvio, los hombres buscaron la seguridad de una ciudad que, además, les proveía de un sentimiento de poder y prominencia. Lot prefirió la comodidad de la ciudad aún a pesar de la corrupción que reinaba allí. Por el contrario, hombres como Abraham, Isaac y Jacob, no buscaron la seguridad y la comodidad de las ciudades, sino que vivieron en tiendas porque esperaban y buscaban otra ciudad, la "por venir", la "Jerusalén celestial" que no engendra esclavos sino hijos (Gálatas 4).

La ciudad en términos escriturales se nos muestra como la búsqueda de seguridad por medios humanos, propios. Por el contrario, el vivir en "tiendas" esperando la ciudad celestial, la que tiene "fundamentos verdaderos cuyo edificador y hacedor es Dios", es la actitud correcta de fe.

Igual que las ciudades de la antigüedad, las organizaciones religiosas actuales proveen a la persona de un gran sentido de seguridad. Estas organizaciones, al igual que las ciudades, brindan al individuo una gran oportunidad de poder y prominencia. El ser cristiano hoy en día, depende de si uno pertenece a esa gran "ciudad", a esa gran organización corporativa compuesta de muchas organizaciones más pequeñas, y esto se demuestra –según los requerimientos de tales organizaciones- con una membresía, con una certificación emanada por la "autoridad" religiosa correspondiente. Al tener la membresía que lo acredita como perteneciente a cualquiera de las confesiones y denominaciones que componen esa gran "ciudad" en que se ha convertido la cristiandad, los creyentes se sienten seguros, cómodos y salvos.

No formar parte de esta "ciudad" lo convierte a uno en un paria, sin importar cuán grande sea la fe personal o cuán estrecha sea la relación con Dios. No formar parte de esta ciudad, hace que uno sea catalogado de rebelde y hasta siervo de Satanás, como fueron las acusaciones hechas por los fariseos contra Jesús, a quien señalaban y atacaban por no ser parte de su sistema religioso.

La exhortación del escritor de Hebreos era muy clara en cuanto a "salir fuera del campamento" llevando el vituperio de Cristo, lo que significaba ser catalogados como "vasallos de Satanás", proscritos sin autorización para enseñar y negados para tener los privilegios que tenían quienes estaban en el "campamento" de la religiosidad. Sin embargo, junto a este vituperio, estaba la seguridad de que se colocarían más cerca de Cristo. Al abandonar la seguridad del "campamento", esperando por la ciudad celestial, se pueden ofrecer a Dios esos sacrificios de alabanza que son aceptos por Él.

Las Escrituras nos muestran que las personas pueden ayudar a otras a crecer en conocimiento y entendimiento, pero nunca nos dice que hombre alguno, concilio, reunión o asamblea de hombres sean consustanciales a ese conocimiento y entendimiento de las Escrituras. Nadie, ninguna persona, puede alegar poseer el derecho de estar en el mismo rango de nuestro único cabeza, Cristo Jesús; pretenderlo sería negar automáticamente a nuestro gran Maestro y a nuestro guía autorizado para este tiempo, el Espíritu Santo.

Usurpando la autoridad de Cristo
Cipriano, así como otros "Padres de la Iglesia", que prepararon el camino para la gran Ramera, la iglesia Católica, advirtieron que el rechazo de las instrucciones de los obispos (superintendentes presidentes) equivalía a rechazar a Dios y a Jesucristo.

Ignacio de Antioquía dijo lo siguiente en el capítulo VII de su Epístola a los de Trales: Puesto que el obispo no es más que uno que por encima de todos los demás, detenta todo el poder y autoridad, al grado que una persona humana puede ejercerlo, quien conforme a sus cualidades se ha constituido en imitador del Cristo de Dios ... El que, por tanto, no le rinde tal obediencia, ha de ser alguien enteramente sin Dios, un hombre impío, el cual desprecia a Jesucristo y desestima sus mandamientos.

Increíblemente, este mismo argumento lo esgrimen pastores y demás líderes de iglesias "cristianas" hoy en día cuando hacen su estridente llamado a la obediencia debida a ellos. Se colocan al mismo nivel de Cristo suplantando su derecho a ser cabeza de cada cristiano.

Fue así como siguiendo este llamado a la obediencia a humanos, desde los primeros siglos, hombres tomaron control de cada congregación y de cada una de las "hijas" o iglesias que nacían de ésta. Pronto, dominaron áreas geográficas extensas y surgieron los "concilios" como cuerpos reguladores centralizados que con el transcurso del tiempo tomaron poder a nivel internacional. Así fue con la Iglesia Católica, así fue con Asambleas de Dios y, en general, así ha sido con todas las denominaciones con mayor o menor grado de "cobertura".

La usurpación del papel del Hijo de Dios como el único "camino" hacia la verdad y la vida, es especialmente notoria en las organizaciones religiosas de hoy. Sus poderosos líderes, y quienes aspiran a aumentar su influencia, alegan ser co-gobernantes con Cristo al exigir la misma obediencia (quien nos desobedece, desobedece a Cristo); suplantan al Hijo de Dios en su alegación de ser "el camino, la verdad y la vida" al colocarse como mediadores para la salvación; dicen que nadie puede entender las Escrituras si no han pasado por sus seminarios y colegios teológicos y que nadie puede obtener la salvación si no tiene la membresía de alguna de sus organizaciones religiosas; exigen sumisión semejante –si no igual- a la que cada individuo le debe sólo a Cristo y poner en tela de juicio su autoridad lo convierte a uno, de manera inmediata y automática, en un apóstata para ellos. Porque la cuestión de fondo es esa: la autoridad. Y el nivel de autoridad la miden por el número de sus subordinados o "fieles".

En un elevado número de las iglesias denominacionales (por no decir que en todas) existe una preocupación seria por el tamaño de sus iglesias, por la cantidad de fieles congregados. Solamente hay que ir a cualquier librería "cristiana" o encender la televisión para ver uno de estos canales "cristianos", para verse saturado con llamados a crecer. Los pastores de iglesias pequeñas son mirados con cierto pesar, y hasta desdén, mientras que los que dirigen grandes iglesias son admirados con respeto y reverencia. Rick Warren, Yonggi Cho, y otros apóstoles del "iglecrecimiento" venden por millones sus libros repletos de fórmulas para alcanzar el soñado crecimiento ignorando que la iglesia no es números sino personas, individuos y nuevos creyentes que necesitan de atención y guía. ¡Que gran contraste con el pastor de la parábola de Jesús, que estuvo dispuesto a abandonar las noventa y nueve ovejas para ir a rescatar la oveja perdida...!

La razón de esta concepción de iglesia es apenas obvia: mientras mayor sea el número de congregados subordinados, mayor será el poder que detente el pastor, ministro o sacerdote y menos incuestionable será su autoridad.

Algunos teólogos "cristianos", tratan de establecer una analogía entre la relación de Dios con los hombres durante el Antiguo Testamento y después del sacrificio de Cristo. Aducen que así como Israel tenía sus sacerdotes y reyes como intermediarios, hoy en día están los pastores y "ministros" cristianos. Sin embargo, ignoran abiertamente que el sacrificio de Cristo dejó atrás esas diferencias y que nos dio el derecho a todos los creyentes de ser parte de un nuevo tipo de sacerdocio real.

Teólogos y pastores que reclaman autoridad para el hombre citan continuamente el ejemplo de David y Saúl, arguyendo que David siempre reconoció y respetó la "autoridad" de Saúl. Con todo, y aunque Dios nunca le ordenó a David que se mantuviera subordinado a Saúl, al joven pastor le pareció prudente hacerlo y, de acuerdo con esta decisión personal, Dios lo apoyó. Usando este mismo ejemplo, podemos darnos cuenta de que Saúl era la cabeza de la organización establecida y que este corrupto rey proscribió a David, quien tenía la aprobación de Dios. O sea, ser el dirigente de una organización religiosa, poderosa o no, no lo convierte automáticamente en poseedor de la razón y el favor de Dios. Es notable que a pesar de que David vio más seguro vivir entre los filisteos paganos que en su propia tierra, Dios no se apartó de él.

También es notable que, descontando a David y a Salomón que formaban parte de la estructura organizacional humana, la mayoría de las Escrituras fueron inspiradas en hombres que no hacían parte de la estructura organizacional instituida y que eran vistos negativamente; estos hombres no tenían credenciales del sistema religioso y jamás pidieron la autorización de quienes detentaban el poder religioso y político para expresar sus opiniones siguiendo la guía directa de Dios. Su valiente proceder no reparó en reyes ni sacerdotes a la hora de denunciar sus malas actuaciones. En casi todos los casos, los profetas eran considerados como subvertidores del orden a los ojos de sacerdotes, reyes y del pueblo de Israel. Estos hombres santos no se detuvieron ante el ropaje de autoridad de soberanos ni sacerdotes y valientemente denunciaron públicamente las tergiversaciones de la voluntad de Dios y la apostasía en que cayó ese sistema supuestamente "aprobado" por Dios. Estos hombres aprobados por Dios no se detuvieron a considerar siquiera si esa organización visible, compuesta de reyes y sacerdotes de Israel, había sido establecida originalmente por Dios. Su fidelidad siempre estuvo al lado de Dios, no de ningún hombre ni sistema humano.

En la tercera y última parte de este estudio, veremos el papel de los concilios en el ámbito de la conciencia personal y las implicaciones espirituales de depositar nuestra obediencia en hombres antes que en Dios.

Dios los bendiga

Ricardo Puentes M.
Mayo 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL?

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
(1 parte)


La gran mayoría de cristianos responderían con un sí rotundo a esta pregunta. Muchos creen que el problema consiste en buscar la "iglesia ideal" denominacional donde podamos reunirnos para alabar a Dios, cuando el problema de base es, precisamente, entender que la iglesia de Cristo no es denominacional sino universal; la iglesia de Cristo jamás estará en manos y bajo control de los hombres sino del Espíritu Santo de Dios.

Ya se ha vuelto una costumbre que una persona se invente un nombre sonoro, alquile un sitio, compre algunas sillas y "funde" una iglesia cristiana donde él mismo (o con otros amigos) sea el representante legal y dueño de la iglesia que debería ser de Cristo.

Asambleas de Dios otorga un tipo de permisos para abrir iglesias. Los requisitos son básicamente que hayan pasado con éxito por la escalera de instrucción y méritos que incluyen los Encuentros, la asistencia a seminarios, cursos, el haber dirigido células, etc.; cuando un hombre ya ha sido carnetizado como pastor por el seminario bíblico, y quiere abrir iglesia propia, pasa por otro proceso de carnetización que abarca más peldaños hacia ese propósito. Cuando finalmente la nueva iglesia es un hecho, ésta debe diezmar y ofrendar a su "iglesia madre", de donde salió el nuevo pastor; y tal iglesia madre hace lo mismo con su propia "iglesia madre" hasta llegar a los miembros fundadores de Asambleas en el país y –supongo, esto no lo sé- hasta la gran central mundial en Estados Unidos.

El G12 funciona de manera similar. César Castellanos y su esposa Claudia de Castellanos –senadora de la República de Colombia- encontraron un método más efectivo para concentrar el poder en sí mismos. Ellos abren sucursales en algunas ciudades del país y del mundo entero directamente controladas administrativa y financieramente por ellos mismos pero, y ahí esta la innovación, también penetran iglesias denominaciones ya establecidas y los vinculan a la visión del G12 a cambio, por supuesto, de cierta cantidad de dinero y del diezmo regular de quienes aceptan la dirección espiritual de los Castellanos.

El sueño de muchos cristianos que ansían poder y dinero, es abrir una iglesia y, hay que decirlo, esto se ha convertido en un lucrativo negocio donde se puede vivir muy bien al mismo tiempo que se acalla la conciencia con el falso razonamiento de que se está haciendo la obra de Dios y que el Señor nos ordena vivir del evangelio a costa de los creyentes.

¿Ese fue el tipo de iglesia que vino a establecer Jesús y que los apóstoles fundaron...?

¿Qué es la iglesia de Cristo..? ¿Una organización religiosa o una comunidad de hermanos..?
Cuando un creyente ha nacido de nuevo, establece inmediatamente una relación personal con Dios a través del sacrificio de su Hijo. Esta relación personal es la que nos hace parte de un "pueblo libre" cuya ley no está escrita en piedras, tablas ni reglamentos corporativos, sino que se haya escrita en nuestros corazones.

Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; (...) Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. (Santiago 10:8,12)

Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra. (Romanos 7:6)

Quienes viven bajo el régimen del Espíritu, no de la letra, se les conoce como el cuerpo de Cristo.

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. (1 Corintios 10:16-17)

Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (...) Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:4-6;15-16)

Como es evidente, es la fe individual –no el pertenecer a alguna denominación- lo que nos conecta al cabeza, Cristo, de manera singular y no colectiva, para recibir guía personal. Aunque al recibir a Cristo en nuestros corazones nos convertimos en parte de ese cuerpo, nadie depende de la intervención de otro miembro del cuerpo para recibir la instrucción y guía de Cristo puesto que es él –y nadie más- la cabeza de todo varón:

Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón. (1 Corintios 11:3)

En el capítulo 15 de Juan, Jesús se define a sí mismo como la vid y a sus seguidores como sarmientos, unidos a la vid. Jesús no dice que él es la raíz y las denominaciones religiosas sean el tronco al cual deban estar unidos los sarmientos (los creyentes). Cristo nos dice que él es la vid y que solamente a él debemos estar unidos quienes lo consideramos nuestro Salvador. Cuando aceptamos su jefatura única ya formamos parte, de manera individual, de esa vid, y así conformamos la iglesia de Cristo.

Esto no significa que cada miembro esté aislado del otro. Por el contrario, se nos dice que nos pertenecemos unos a otros:

Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros
(Romanos 12:5)

Somos miembros, no de una organización o sistema religioso, sino de una comunidad de hermanos donde todos estamos bajo autoridad del Espíritu Santo y en donde a cada uno el Espíritu da dones de manera individual según su voluntad para provecho del resto de miembros del cuerpo.

Una familia, no una corporación.
Pablo asegura que los lazos que nos unen deben ser los mismos que unen a una familia. Como miembros de ese cuerpo, formamos parte por derecho propio y gracia de Dios, de la familia de la fe:

Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gálatas 6:10)

Por supuesto, Pablo también nos dice que somos "conciudadanos" y este término ha sido usado por algunos para enfatizar un concepto organizacional humano, una especie de reino terrestre donde, por deducción, deberían existir gobernantes humanos que hagan cumplir las órdenes de Dios convirtiéndose en sus intermediarios y representantes en la tierra. Veamos el pasaje:

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. (Efesios 2: 13-22)

Aunque a los cristianos se nos dice que somos miembros de la familia de Dios y conciudadanos, no se nos insinúa que debamos formar parte de una organización corporativa visible y terrenal.

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (Filipenses 3:20)

Es muy claro. Nuestra ciudadanía está en los cielos, no en la tierra; formamos parte de ese reino celestial, no de alguna organización terrenal. Como nos muestra el apóstol, nuestra relación con el Creador es directa y sin ninguna clase de intermediarios humanos:

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. (Hebreos 11:8-10)

Y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; Porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos.( Heb 8:11)

El hecho de que seamos todos "conciudadanos", significa que todos tenemos un solo gobernante, Cristo Jesús, y que no aceptamos ningún otro gobernante espiritual ni terrenal, ni a ninguna organización llámese Asambleas de Dios, MCI G12 o como se quiera llamar, que pretendan dictarnos leyes y normas como si vinieran de Dios. Nuestra instrucción proviene directamente del Espíritu Santo, que es el conducto de comunicación de nuestro Soberano, y es así que somos guiados y dirigidos. Con todo, es notorio que Pablo nunca se dirige a sus compañeros de creencia como "mis conciudadanos" sino como "mis hermanos"; la relación de familia es la que prima en la iglesia de Cristo.

La pregunta que surge es, ¿por qué razón los líderes religiosos pregonan que la iglesia de Cristo es más una organización que una familia...? La respuesta es muy simple: Porque un concepto de iglesia como "organización", se presta más para que puedan ejercer su dominio autoritario sobre los demás. Un concepto de familia, tal y como nos lo enseña el evangelio, los obligaría a reconocer que solamente existe un Padre y que el resto somos todos hermanos, sin jerarquías ni distinciones de ninguna clase que insinúen que un miembro del cuerpo posee un nivel espiritual diferente del resto.

Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. (Mateo 23:8-9)

Iglesias como la del concilio de Asambleas de Dios, el mismo G12 de Castellanos, y muchas más, han levantado alrededor del mundo un holding inmobiliario impresionante arguyendo que esta es la voluntad de Dios y que así se establece la iglesia como manifestación visible del reino de Dios en la tierra. Estas organizaciones, más que sencilla iglesia de Cristo, nos hacen recordar -con todo su poderío y riquezas- a la gran Ramera que comete fornicación con los reyes de la tierra. Estas iglesias presuntamente "cristianas" hacen acuerdos y alianzas adúlteras con políticos y gobernantes, forman parte del mismo gobierno y sus pastores son buscados –debido a su enorme poder- por todo aquel que tenga aspiraciones políticas ya que a una señal de mando de estos torcidos hombres, los creyentes acudirán en masa a votar por quien "sugiera" este falso representante de Cristo.

En ninguna parte de las Escrituras Cristianas encontramos ejemplos de este corrupto manejo.

Las autodenominadas "iglesias de Cristo", han desechado el poder del Espíritu Santo de Dios y lo han sustituido por organizaciones "eficientes" que reemplazan la guía del Espíritu arguyendo que Aquél necesita de "ayudantes" que le socorran en su dirección. El éxito mundano de estas organizaciones religiosas está basado en la suplantación de la dirección del Espíritu Santo por la guía autoritaria de hombres que se colocan como cabeza visible de la iglesia de Cristo.

Si originalmente la iglesia de Cristo no era una organización corporativa, entonces ¿cómo estaba constituida la iglesia cristiana en tiempos apostólicos...?

Esa pregunta la responderemos en la 2 parte de este estudio.

Dios los bendiga.

Ricardo Puentes M.
Mayo de 2007