lunes, 3 de septiembre de 2007

¿Estamos los cristianos bajo Ley..?

Porque todos los que dependen de las obras de la ley
están bajo maldición, pues escrito está:
"Maldito todo aquel que no permaneciere
en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas".
(Gálatas 3:10)

Hace poco pude constatar que muchísimos cristianos permanecen en total confusión respecto al tema de la ley mosaica y si ésta es de cumplimiento parcial o total para los seguidores de Cristo. Y esta es la razón por la cual cientos de cristianos se enredan preguntándose si deben diezmar, guardar cierto día o abstenerse de algunos alimentos.

En estudios anteriores hemos visto que nuestra fe no se basa en obras, pero que éstas son el resultado coherente de nuestra fe. Nuestras obras no producen fe salvadora, pero la fe salvadora sí produce obras. Basamos nuestra fe en lo que creemos, no en lo que hacemos.

Recordemos que, cuando Jesús entregó su vida en la cruz, antes de morir pronunció las palabras: "Consumado es" (Juan 19:30). El término griego para esta palabra es "teléo", una palabra que expresa fuerza y determinación; es el término más contundente que Jesús pudo haber usado en ese momento; significa hacer algo perfección, terminar una tarea de manera perfecta, pagar una deuda completa y definitivamente.

¿Cuál era ese trabajo que Jesús realizó a la perfección culminándolo en la cruz..? ¿Cuál era esa deuda que nuestro Señor se encargó de pagar por nosotros..?

La deuda es el pecado. No en vano la palabra griega usada para deudor puede traducirse igualmente como "delincuente", "culpable", "transgresor" (contra Dios).

Debido a nuestros pecados heredados y propios, nos constituimos en deudores, en transgresores contra Dios imposibilitados por nosotros mismos para poder pagar alguna vez esa deuda y restablecer nuestra condición de hombres libres que han dejado de ser esclavos del pecado. Debido al pecado, nosotros estábamos muertos para Dios. Pero él, en su infinita misericordia hizo los arreglos necesarios para que fuéramos comprados y regresáramos a nuestra condición de hijos de Dios.

Y a vosotros estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz. (Colosenses 2:13-14)

Es importante anotar que Dios no anuló los pecados; Dios anuló el acta de decretos, el documento de la deuda que existía contra nosotros.

Estos decretos eran los de la Ley. Estos decretos eran una barrera infranqueable que se levantaba entre Dios y los que los transgresores, así que esos decretos debían ser quitados del medio para permitir que Dios pudiera dispensarnos misericordia y perdón.

¿Qué es la ley..?
Para poder entender bien el punto anterior, es necesario comprender qué es la ley, bajo qué condiciones se estableció, a quiénes obligaba y qué significado tenía.

Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. (Juan 1:17)

La ley, como nos menciona el evangelista, fue dada mediante Moisés. Comprendía un sistema completo de leyes, juicios, mandamientos, estatutos y ordenanzas que Dios le dio a Israel a través de Moisés, y que se encuentran en los libros de Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio. En las Sagradas Escrituras, a menos que se le añada alguna frase especial que la diferencie, cuando se menciona "la ley", se refiere a ese sistema dado a Israel por medio de Moisés, e incluyen los decretos conocidos como "Diez mandamientos".

Es importante resaltar que la ley fue dada una sola vez, completa y suficiente, mediante Moisés. Ni antes ni después Dios dio la ley a ningún otro hombre. El único mandamiento negativo –antes de la ley- que Dios dio a la humanidad, lo hizo en el jardín del Edén: "No comáis (...) del fruto del árbol que está en medio del huerto" (Génesis 3:1,3)

Debido a que Adán desobedeció este mandamiento, el pecado entró al mundo, y la muerte con él. Sin embargo, antes de Moisés no existía ese documento de la deuda, la ley, que obligaba a su cumplimiento. Ni Abraham, ni Jacob, ni Job ni ningún otro hombre antes de Moisés estuvo obligado a cumplir la ley puesto que ésta no existía. Nadie estaba obligado a diezmar, a guardar el sábado, a hacer efectivas las ordenanzas y juicios, hasta que Dios entregó la ley a Moisés.

Pues antes de la ley había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aún en los que no pecaron a la manera de la trasgresión de Adán. (Romanos 5:13-14)

Pablo nos explica que desde Adán hasta Moisés no existió la ley. Es decir, desde que se cometió el primer pecado hasta Moisés, no existía ese conjunto de leyes, ordenanzas, sacrificios y estatutos que comprendían la ley.

De igual manera, así como antes de Moisés la ley no existía, tampoco después de Moisés se le pudo agregar nada más:

Ahora, pues, oh Israel, escucha los estatutos y los juicios que yo os enseño para que los ejecutéis, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, el Dios de vuestros padres, os da. No añadiréis nada a la palabra que yo os mando, ni quitaréis nada de ella, para que guardéis los mandamientos del Señor vuestro Dios que yo os mando. (Deuteronomio 4:1-2)

Nada se le podría agregar a la ley ni tampoco se le podía quitar. El sistema de leyes conocido como "la ley" estaba completo y autosuficiente.

¿Por qué es importante enfatizar que la ley es un sistema completo...?

Porque, como dice Deuteronomio, nada podía quitársele ya ni nada podía agregársele. Es decir, quienquiera que se colocaba bajo la ley, estaba obligado a cumplirla toda. No había manera en tratar de cumplir solamente unas cosas mientras que otras no. No había posibilidad de que alguien pudiera decir: "Bueno... a mí me parece que yo debo cumplir con la ley de diezmos pero creo que el asunto de los sacrificios expiatorios no está bien.." Si alguien se colocaba bajo ley –repito- estaba en la obligación de cumplirla toda. Y lo mismo sucede hoy.

Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: "No cometerás adulterio", también ha dicho: "No matarás". Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. (Santiago 2:10-11)

En los tiempos de los apóstoles existían personas –aún existen- que consideraban que debían cumplir algunas partes de la ley mientras que otras no. Santiago afirma contundentemente que si alguien bajo ley falla en un solo punto, se hará transgresor de la ley.

Hay que hacer otra aclaración. La ley era un sistema de leyes, ordenanzas, decretos, mandamientos y juicios que Dios entregó a su pueblo como medio para que éste alcanzara la salvación. Solamente quien cumpliera la ley (en su totalidad, recuérdenlo) alcanzaría la salvación.

Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas". (Gálatas 3:10)

Solamente quien permaneciera "en todas las cosas", es decir, quien cumpliera toda la ley en todo momento, no caería bajo maldición. ¿Alguien pudo cumplir la ley alguna vez..?

Antes de contestar esta pregunta, es bueno anotar que la ley fue dada solamente a Israel por medio de Moisés. Este sistema de leyes no fue dado a toda la humanidad sino solamente a Israel; nadie más estaba obligado a cumplirlo. Dios nunca ordenó a las naciones gentiles que cumplieran la ley, excepto en algunos casos puntuales donde algún gentil, por voluntad propia, accedía a vivir conforme a la ley de Moisés.

Regresemos a la pregunta inicial: ¿Estamos los cristianos bajo ley..?

Y dejemos que la misma Escritura nos conteste:

Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. (Romanos 6:14)

El escritor inspirado es muy claro. Los cristianos no estamos bajo ley. Estamos bajo gracia. La ley y la gracia se anteponen. Eso quiere decir que una persona no puede estar al mismo tiempo bajo la ley y bajo la gracia. Estando bajo la ley, el pecado se enseñoreará sobre la persona; estando bajo la gracia, el pecado no tendrá poder sobre nosotros.

Con la muerte de Cristo en la cruz, se nos abre otro camino diferente a la ley para obtener nuestra salvación; con el sacrificio expiatorio de nuestro Señor él nos abre el camino de la gracia para alcanzar justicia.

Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. (Romanos 10:4)

Cuando una persona coloca a Cristo como medio para conseguir su salvación, para esa persona la ley ya no es el camino para alcanzar la salvación o justicia. Esto no quiere decir que Cristo haya terminado la ley; es claro que ésta forma parte de la Palabra de Dios; lo que significa es que la ley acaba como medio de conseguir justicia para todo aquel que crea en el Señor.

Y a vosotros estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz. (Colosenses 2:13-14)

Estos decretos, la ley, fueron anulados por Cristo ya que se interponían entre Dios y nosotros, nos eran contrarios, nunca podríamos alcanzar la justicia por este medio. Por medio de la ley jamás podríamos recuperar nuestra condición de hijos de Dios.

Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (Gálatas 5:18)

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:14)

Al cotejar estos dos pasajes, entendemos que os verdaderos creyentes, los hijos de Dios, son guiados por el Espíritu de Dios; es precisamente eso lo que los distingue como hijos de Dios. De esta manera, cuando alguien esté guiado por el Espíritu Santo, automáticamente significa que no está bajo la ley.

En otras palabras, como lo muestra un comentarista bíblico: La prueba de ser un verdadero hijo de Dios por la fe en Jesucristo, es que uno sea guiado por el Espíritu de Dios. Si uno es guiado por el Espíritu de Dios, entonces no está bajo la ley. Por lo tanto, es imposible ser un hijo de Dios y, al mismo tiempo, estar bajo la ley".

En otras palabras, quienes están bajo ley, no son hijos de Dios.

Los hijos de Dios, los cristianos, no estamos bajo ley. Eso es clarísimo.

¿Quiere decir esto que la Ley es mala...?

No. De ninguna manera. Pablo dice que "De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno".(Romanos 7:12)

Entre otras cosas, Jesús no vino a derogar la ley, sino a cumplirla:

"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir" (Mateo 5:17)

Entonces, ¿no es ésta una contradicción..? No, no es una contradicción. Cristo vino a cumplir la ley porque ésta era la única manera de que pudiéramos recuperar nuestra condición de hijos de Dios:

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. (Gálatas 4:4-5)

Nadie, ningún ser humano ha podido ni podrá cumplir la ley.

Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. (Romanos 3:19-20)

Solamente Jesús pudo cumplir la ley y, de esta manera, nos redimió, nos compró, nos proveyó el camino de la gracia para obtener la salvación.

Como la ley no termina –excepto como medio de obtener justicia (o salvación)- siempre estará abierto el camino para aquellos que deseen alcanzar la eternidad en salvación por medio de la ley.

Dios, conociendo que la ley no podía hacer justos a los hombres, (por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él), lo que pretendió, entre otras cosas, era revelar a la humanidad su condición pecadora. A partir de la ley, el hombre no tenía más excusas para seguir transgrediendo debido a su ignorancia. Su condición pecadora se hizo evidente y con la ley también pudo comprobar su incapacidad para salvarse por sí mismo, mediante las obras de la ley.

Si Dios sabía que ningún ser humano sería justificado delante de él por medio de la ley, ¿por qué dio la ley..?

Primeramente, para revelar el pecado, para hacer que el hombre entendiera que era pecador; conociendo esto, el hombre debía entender que era imposible que se salvara sí mismo tratando de cumplir las obras de la ley puesto que era imposible hacerlo; la ley también sirvió para proteger a Israel encerrándolo mediante el manto protector de la ley con el fin de guardarlo como pueblo de Dios, como ejemplo de los tratos del Creador con la humanidad, gracias a la ley, la gracia de Dios pudo ser manifestada a la humanidad, gracias a la ley, Israel permaneció aislado del resto de pueblos y así se pudo hacer manifiesta la promesa de la fe. Otro propósito de la ley fue el prefigurar a Cristo. Mediante las ceremonias de la ley, y mediante las profecías encontradas en la ley, Dios dio a conocer su plan de salvación. De esta manera, cuando Cristo hizo su aparición en la época de Juan el Bautista, los israelitas pudieron reconocerlo plenamente; quienes tenían dispuestos sus corazones entendieron que la ley los había preparado para recibir al Salvador. Sin embargo, muchos prefirieron seguir dependiendo de sus obras bajo la ley como medio de lograr la salvación, antes de reconocer su incapacidad para ser justos por cuenta propia y entregar su vida agradecida a Cristo.

Hoy sucede los mismo. Sigue siendo extremadamente sorprendente que muchos "cristianos" (que no lo son realmente) sigan tratando de conseguir su salvación mediante sus obras de "ley", tales como diezmar, guardar el sábado, obedecer ciegamente a sus líderes religiosos, etc. Esta clase de "cristianos", sea por ignorancia o por soberbia, están despreciando la provisión salvadora y gratuita de Cristo. Prefieren conseguir ellos mismos, por cuenta propia, lo que será imposible alcanzar alejados de Cristo: la salvación. Aunque suene duro, estas personas en realidad no son "hijos de Dios" ya que siguen estando bajo ley, son esclavos del pecado y condenados a la destrucción debido a su orgullo que les impide reconocer que solamente la misericordia y la gracia de Dios es la que nos puede salvar. En realidad, no son seguidores de Cristo, no son cristianos.

Esta clase de personas, al rechazar la provisión de la gracia, se coloca bajo la ley intentando llegar a la meta mediante sus obras, tal y como hizo Israel.

Mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué..? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras. (Romanos 9:31-32)

La gracia, empero, no es hacer todo lo que nos plazca. La gracia es dejarnos guiar por el bendito Espíritu Santo hacia el mismo fin de la ley: el amor a Dios y el amor a los hombres, pero por una vía diferente. La gracia comienza aceptando esa provisión mediante lo que la Biblia llama "nacer de nuevo", y cual es la operación milagrosa mediante la cual el Espíritu Santo comienza a obrar dentro de nosotros. Tal operación milagrosa fue anunciada por los profetas del Antiguo Testamento:

Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. (Eze 36:26)

Esta operación tendría ciertas consecuencias, ciertos cambios, que describe Jeremías:

He aquí, vienen días -declara el Señor- en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto, (...) Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días -declara el Señor-. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (Jer 31:31, 33)

Ese nuevo pacto prometido, es el pacto de la gracia mediante la fe en Jesucristo. Mediante este pacto, el Espíritu obra desde dentro de cada creyente –al contrario de la ley, que obra desde fuera de la persona, y por tal razón al cristiano se le hace natural andar en los caminos de justicia guiado siempre por el Espíritu.

Cualquier predicador, pastor, maestro, anciano, superintendente, o como sea que quiera llamarse, que no enseñe esta gran verdad a los nuevos creyentes, se hará merecedor del castigo correspondiente. Cualquiera que enseñe que cada creyente debe obedecer a su pastor porque éste es la voz de Dios, está suplantando al Espíritu Santo como guía personal, está convirtiéndose en un impostor que quiere tomar el lugar de Cristo. Cualquiera de estos mal llamados "líderes espirituales" no son más que falsos maestros que tendrán seguro su juicio:

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. (Col 2:8)

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; (1Ti 4:1)

Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. (2Ti 3:13)

Engañadores y engañados correrán la misma suerte. La única escapatoria es estudiar de manera personal, pidiendo guía el Espíritu Santo, la bendita Palabra de Dios.

Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia..? (Hebreos 10:29)

Una manera de tener por "inmunda" la sangre del pacto, es permitir que su Espíritu no nos guíe y dejar que otros hombres lo hagan. Afrentar contra el Espíritu de gracia es seguir buscando la salvación mediante las obras de ley desechando la gracia.

Ya tenemos la advertencia. Nadie podrá decir que no lo sabía:

Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. (Juan 12:47-48)

Dios nos ha dado su bendita Palabra para que escudriñemos en ella cuál es Su voluntad. La responsabilidad es propia; nadie podrá quejarse y echarle la culpa al pastor o líder por no haberlos guiado hacia las Escrituras. Ellos tendrán su castigo.... pero cada persona que se deje engañar también tendrá su castigo. Jesús lo advirtió:

¡No les hagan caso! Son ciegos que guían a otros ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo. (Mateo 15:14)

¿Seguirá usted dejándose guiar por hombres que insisten en colocarse como intermediarios entre Dios y la humanidad...? ¿Dejará que ellos sigan asegurando que quienes les desobedezcan, desobedecen al mismo Dios...?

O, por el contrario, ¿permitirá que sea el Espíritu Santo quien lo guíe...? ¿Estará usted dispuesto a obedecer primero a Dios que a los hombres...? ¿Constatará con las Escrituras cada creencia actual y estará dispuesto a cambiarla si ésta no se encuentra aprobada en la Biblia..?

¿Qué hará...?


Dios los ilumine...

Ricardo Puentes M
Julio de 2007.

EL DON DE LA PROFECÍA

¿Está bien entendido en la iglesia de Cristo...?

"Así ha dicho Jehová acerca de los profetas que hacen errar a mi pueblo,
y claman: “¡Paz!”, cuando tienen algo que comer,
y al que no les da de comer, le declaran la guerra:
“Por eso, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar.
Sobre los profetas se pondrá el sol, el día se oscurecerá sobre ellos.
Serán avergonzados los profetas y se confundirán los adivinos.
Todos ellos cerrarán sus labios, porque no hay respuesta de Dios.”
(Miqueas 3:5-7)

A diario recibo mensajes de personas que me advierten para que tema a quienes dicen ser profetas, advirtiéndome de castigos apocalípticos, juicios humanos y divinos, y plagas espantosas si continúo con mi sustentación bíblica de que todos los creyentes deberíamos ser profetas. Aseguran estas personas que el don de la profecía es uno muy raro y especial que Dios otorga solamente a unos cuantos privilegiados, y que este don no es otra cosa que el vaticinio de calamidades y catástrofes, pronosticaciones particulares a individuos y, en general, la profecía –según ellos- incluye toda clase de predicciones que Dios supuestamente les revela a sus profetas escogidos.

Evidentemente, estas predicciones son diferenciadas de las de brujos y adivinos al asegurar que es Dios quien habla a través de estos profetas. Cualquier parecido de estas profecías con las adivinaciones demoniacas ni siquiera se menciona –y quien ose hacerlo es atacado de inmediato-, y cualquier vestigio de sospecha es cubierto sin derecho a discusión bajo el manto inescrutable de su procedencia divina.

Muchos de estos profetas que proclaman ser elegidos por Dios para hablar a las naciones, no son más que meros timadores; otros, legítimamente hablan en nombre de Dios. ¿Cómo, pues, puede uno reconocerlos...?

La manera de reconocer a los timadores de los profetas genuinos no es, como muchos creen, solamente el que sus predicciones se cumplan. Si bien es cierto que el cumplimiento es importante:

Tal vez digas en tu corazón: "¿Cómo conoceremos que esta no es palabra de Jehová?" Si el profeta habla en nombre de Jehová, y no se cumple ni acontece lo que dijo, esa palabra no es de Jehová. Por presunción habló el tal profeta; no tengas temor de él (Deuteronomio 18:21-22)

De manera que una señal para reconocer a un falso profeta es si éste habla en nombre de Dios y no se cumple lo que acontece.

¿Quiere decir esto que si alguien dice que habla en nombre de Dios y vaticina algún suceso, si este se cumple significaría que tal profeta sí es de Dios...?

No necesariamente. Es muy posible que profetas de Satanás que aseguren hablar en nombre de Dios pronostiquen sucesos que, efectivamente, se cumplan. Sin embargo, el cumplimiento en sí de una predicción no es la única prueba que el creyente debe demandar para probar si tal o cual hombre habla en nombre de Dios.

Recordemos que Satanás mismo sigue vistiéndose como ángel de luz y que él puede hacer que ciertas profecías tengan un cumplimiento con el fin de engañar a los escogidos. Lo maravilloso del asunto, es que Dios también nos advierte contra estos falsos profetas cuyas profecías pueden cumplirse:

"Cuando se levante en medio de ti un profeta o soñador de sueños, y te anuncie una señal o un prodigio, si se cumple la señal o el prodigio que él te anunció, y te dice: "Vayamos tras dioses ajenos -que tú no conoces- y sirvámoslos", no escucharás las palabras de tal profeta ni de tal soñador de sueños, porque Jehová, vuestro Dios, os está probando para saber si amáis a Jehová, vuestro Dios, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma. (Deuteronomio 13:1-3)

Esto ya fue mencionado en el estudio “¿Quién es el anticristo?” que publicó este servidor de ustedes. Sin embargo, creo que es necesario recordarlo de nuevo. Noten que, en este caso, la prueba del origen demoníaco de estos profetas no es si la profecía se cumple o no; es la invitación a servir a otros dioses. Y “servir a otros dioses” es idolatría en cualquiera de sus formas.

Muchos profetas falsos pueden “enmascarar” sus intenciones demoniacas de extraviar a la iglesia de Cristo utilizando textos bíblicos o usando “eruditamente” la Biblia. Generalmente, esta clase de personas desvía la atención de los hombres hacia su propia persona, y no hacia Cristo como debe ser. Aunque estos profetas digan “Gloria a Dios, la gloria toda es para mi Señor..” frecuentemente completan las frases más o menos así: “Bendigo a mi Dios que me constituyó en profeta para el mundo... Yo, un humilde servidor, el más humilde de los humildes, soy usado por Dios como profeta...”

Evidentemente, aunque estos hombres hablan en nombre de Dios y usan la Palabra para legitimar su “ministerio”, la gloria no es para el Padre sino para el humano. Cuando los creyentes “comprueban” que las predicciones de estos hombres se cumplen y que tales “profetas” proclaman su humildad a los cuatro vientos, el efecto en las mentes de los oyentes es, precisamente, el contrario. Todos se sienten atraídos hacia el profeta mismo, es él quien se convierte en el centro de atención y no Cristo. Todos se preguntan qué tendrá de especial este hombre para que Dios lo haya escogido de entre millones para hacer predicciones a la humanidad y, lógicamente, la gloria que debería ser para Dios se dirige exclusivamente a estos profetas. Cuando tales profetas abren su boca, el resto de creyentes tiembla. Cuando tales profetas señalan a otro hermano y lanzan palabras de maldición, el resto de creyentes entra en una especie de trance de “temor sagrado”, y comparan la situación con la época de Moisés donde quienes hablaron contra él y Aarón cayeron muertos trágicamente.

Este temor reverente que sienten millones de creyentes hacia tales profetas es –precisamente- lo que sustenta el poder de éstos y perpetúa el engaño. “¿Poder...?”, preguntarán algunos... Sí. Estos hombres abusan de la iglesia y del temor que despiertan en ella solicitando “humildemente” que sus deseos y peticiones sean cumplidas porque, dicen, son profetas de Dios. Obviamente, muchos corren a satisfacer las peticiones y deseos de estos “profetas” porque creen firmemente en que el deseo de estos hombres es el mismo deseo de Dios; otros acuden al llamado de estos profetas por físico miedo. Dios describe a estos estafadores como profetas que proclaman paz cuando les dan comida mientras que a quien no les dé de comer, le declaran la guerra. Conozco el caso de una creyente a quien uno de estos profetas le pidió dinero; ella no se lo dio y el hombre prácticamente le lanzó maldiciones que apoyó con textos aislados del Antiguo Testamento, acusándola de no tener amor cristiano; le declaró guerra. La hermana se mantuvo firme aunque fue evidente su temor ante las palabras de este hombre y, para contrarrestarlas, “decretó” que todo lo que este profeta le vaticinara, caería sobre él mismo.

Este tipo de confrontaciones es muy común entre los creyentes que conservan parte de su pasado supersticioso heredado de nuestra crianza católica, plagada de agüeros, ritos, contras y protecciones, y que tiene su explicación en la ignorancia escritural que está muy extendida en la iglesia. Lamentablemente, pero es cierto.

La adoración cristiana se ha centrado en la repetición de palabras, en el uso de ciertos términos y en la práctica de ciertas posiciones especiales para cantar y orar, cosas que no influyen de ninguna manera benéfica y que han desviado nuestra relación con Dios a un mero conjunto de rituales vacíos. Por ejemplo, se asegura que quien eleve sus manos para adorar es más “humilde” que quien no lo hace; o que quien alce sus manos y derrame lágrimas escuchando a algún cantante “cristiano” de moda tiene un mejor corazón que quien no lo haga. Yo mismo fui acusado de “falto de espiritualidad” por el pastor cuando asistía a una iglesia de Asambleas de Dios; me dijo este hombre que le parecía sospechoso que yo no derramara ni una lágrima con las canciones de estos artistas “cristianos”, como Marcos Witt y otros, y que no me escuchaba clamar a gritos cuando oraba en el culto dominical. Yo le contesté que estas muestras públicas de “clamor” y “humildad” en realidad estaban condenadas por Cristo quien nos ordenaba abrir nuestro corazón en la soledad de nuestro lugar secreto, sin necesidad de hacer lo que hacían los fariseos quienes eran felices demostrando públicamente su espiritualidad y su humildad.

Por no entender correctamente el mensaje del evangelio, muchos creen que la palabra proferida por cualquier “cristiano” así éste sea de dudosa reputación, actuará indefectible y negativamente en nosotros. Consideran que las maldiciones de estos profetas tendrán efecto si no se “declara” que no aceptamos la maldición y si no se “anulan” tales palabras de esos hombres. He escuchado un rosario interminable de estos términos: “anulo”, “pisoteo”, “declaro”, “confieso”, “activo ángeles de protección”, “reclamo”, y otros conjuros que los supersticiosos sustentan con ciertos pasajes bíblicos tomados sin considerar el contexto.

La palabra proferida por cualquier hombre, jamás podrá tener efecto contra quienes estemos en Cristo. Por otro lado, quien profiera palabras de maldición está demostrando que realmente no es un verdadero cristiano. Así que, queridos hermanos, no hay razón para temer a estos hombres que declaran ser profetas de Dios pero que no son más que simples pronosticadores profesionales de sucesos, contra quienes Dios ya nos advirtió de acudir.

Si un cristiano acude a alguien a que le diga “palabra profética”, es decir, a que le adivine su futuro, está pecando contra Dios. Dios jamás se contradice. El Señor no puede decir por un lado que no acudan a donde los pronosticadores de sucesos y, por el otro, ordenar a su pueblo que vaya a donde estos adivinadores que toman el nombre de profetas de Dios.

Si las profecías de maldición de estos hombres se cumplieran, yo habría muerto hace mucho tiempo; he sido víctima de tantos insultos, amenazas de juicio, declaraciones de calamidades y accidentes, que –si éstas se cumplieran- yo estaría en peor situación que la de Job. Los pastores de la cúspide en la pirámide del G12 de la MCI (de César Castellanos) me maldijeron, líderes de esa iglesia me maldijeron, “decretando” ruina, enfermedades y muerte para mí y mi familia. Me han llegado amenazas y maldiciones desde Chile, Estados Unidos, Nicaragua y otros países, proferidas por “cristianos” que se sienten ofendidos porque aseguro que nuestro único Cabeza es Cristo y no hombre alguno, y que esa concepción de la iglesia, como dividida en especie de “departamentos espirituales”, como si fuera una tienda de mercado, no corresponde a la realidad de la enseñanza cristiana.

También he recibido correspondencia de otros creyentes que me dicen que han comprobado en las Escrituras que todos somos iguales y que nadie debería colocarse como nuestro cabeza espiritual ni hacer de intermediario entre Dios y los hombres. Pero muchos de estos sinceros hombres también me dicen que, “por si acaso”, no hable demasiado desenmascarando a estos pastores que se engordan explotando a las ovejas de Cristo exigiéndoles la misma obediencia que se le debería tener solo a Cristo colocándose, así, en el lugar sagrado que solamente le corresponde a Cristo. Me dicen estos hermanos bien intencionados que, de una u otra manera, estos pastores, profetas, apóstoles y maestros han sido colocados por Dios para que nosotros los obedezcamos y que en el caso de que estén equivocados –aseguran- solamente le corresponde a Dios el arreglar el asunto.

Si Dios tuviera especial interés en “arreglar” el asunto en cada denominación o iglesia que asegure ser cristiana, hace siglos que hubiera “arreglado el asunto” en la Iglesia Católica, para no mencionar a Asambleas de Dios y el resto de denominaciones “cristianas” que reclaman tener la verdad y exigen la obediencia hacia sus pastores que solamente se le debe a Cristo Jesús.

En todas las confesiones religiosas cristianas se asegura que si tal o cual iglesia no tuviera el favor de Dios, ésta ya habría desaparecido y no registraría millones de fieles. Este argumento lo utilizan los Testigos de Jehová, la Misión Carismática, Asambleas de Dios, la Iglesia Católica, los Adventistas, los Mormones y muchas iglesias pequeñas que comienzan y que ven como “bendición de Dios” la suma de uno o dos fieles en la asistencia al culto dominical. Si esto fuera cierto, el cristianismo demostraría falta de “bendición” porque es minoría frente a religiones orientales. Y, de la misma manera, dentro del “cristianismo” no cabría duda de que la Iglesia Católica estaría aprobada y bendecida por Dios ya que sobrepasa por millones al resto de confesiones de la cristiandad.

No hay ningún pecado en controvertir escrituralmente las afirmaciones de estos jerarcas eclesiásticos que reclaman para ellos obediencia, dinero y fe ciega. Finalmente, las discusiones con estos personajes son zanjadas por ellos mismos con frases lapidarias como “es así y punto”, o con acusaciones de “usted es un contendor”, “tiene espíritu de rebeldía”, “Dios le castigará por su falta de fe y sujeción”, “no hable en contra del ungido de Dios” y otras cosas más.

La realidad es que Dios nos ordena remitirnos a las benditas Escrituras –y solamente a ellas- para comprobar la veracidad o falsedad de cualquier argumento o “profecía”, vengan de donde vengan. Pablo no acusó a los cristianos de Berea de “rebeldes”, ni les dijo que no confirmaran sus enseñanzas en las Escrituras porque eso sería dudar del “ungido” de Dios. Al contrario, el apóstol llamó “nobles” a los creyentes de Berea que corroboraban en las Escrituras todo lo que Pablo les estaba enseñando.

Esa debería ser nuestra actitud hoy. Temblar de miedo y responder con ritos supersticiosos y conjuros seudocristianos ante las maldiciones y amenazas de juicio de estos profetas solamente demuestra ignorancia escritural. Y donde hay ignorancia escritural, jamás podrá existir la fe porque ésta proviene exclusivamente del estudio de las Escrituras, es decir, de la Palabra de Dios. Y, donde no haya fe, no podrá existir aprobación de Dios.

Hasta los años veintes, los Testigos de Jehová aseguraban que el profeta de Dios era la pirámide de Keops; luego aseguraron que “aquellos” (palabra que usan para evitar centrar la atención en ellos como organización), los primeros testigos, se habían equivocado y que en realidad el profeta de Dios era La Sociedad, el Cuerpo Gobernante; es decir, la cúpula de la organización que tiene su sede en Brooklin y que se encarga de aprobar todas las publicaciones que se preparan desde allí. El Cuerpo Gobernante está compuesto por cerca de 12 miembros, y los millones de testigos de Jehová que hay alrededor del mundo obedecen ciegamente a este Cuerpo Gobernante. Quien se atreva a cuestionar (ni qué decir de contradecir) cualquier enseñanza u orden emanada desde Brooklin y esparcida a través de La Atalaya y otras publicaciones, es tachado de apóstata y acobardado con amenazas de que la furia de Jehová caerá sobre el infeliz que se aventure a debatir o dudar de la veracidad de las afirmaciones de este profeta que es el Cuerpo Gobernante. Cuando sus profecías no se cumplen (que han sido casi todas), el Cuerpo Gobernante del momento publica en sus revistas una aclaración diciendo que “aquellos” (es decir, el Cuerpo Gobernante que profirió tal profecía en la época pasada), estando “ansiosos” de ver el establecimiento del Reino de Dios, se habían “apresurado” a declarar tales profecías. Diciendo ser el profeta de Dios, y hablar en su nombre, dieron muchas fechas para el inicio del Milenio, y –obviamente- ninguna se cumplió. Pero, para ellos, esto no los constituye en falsos profetas sino en cristianos genuinos que ansían ver el establecimiento del Reino de Cristo. Lo increíble, es que los incautos seguidores continúan confiando en ellos y creen firmemente que son el canal que Dios utiliza para hablarle al resto de fieles.

Aunque muchos creyentes se sonrían leyendo esto, la situación entre quienes aseguran ser “cristianos verdaderos” es exactamente la misma. En las denominaciones y organizaciones religiosas “cristianas” se ve al pastor como un canal de comunicación que Dios utiliza para guiar a las “simple ovejas” (término que un pastor utilizó recientemente para describir a los creyentes que no son pastores). En estas mismas denominaciones, que creen que los “cinco ministerios” son la manera como Dios organiza su iglesia, y se ve también al profeta como el canal que Dios utiliza para hacer predicciones a su iglesia.

Esta clase de profetas se gloría constantemente del “cumplimiento” de sus predicciones. Aseguran que predijeron grandes catástrofes, como el ataque a las Torres Gemelas, el terremoto del Perú, etc. Lo cierto es que la técnica que usan ellos –además de la ayuda demoniaca- es decretar sucesos vagos sobre determinado país si sus gobernantes no se arrepienten de su camino. Obviamente, cuando ocurre algún suceso –un terremoto, maremoto, erupción volcánica, etc-, este profeta saca de sus archivos su “profecía” y la esgrime como prueba de su unción. Consecuentemente, los creyentes que desconocen las Escrituras –que son la mayoría, hay que decirlo- desarrollan un temor reverencial hacia estas personas y quedan, subsecuentemente, bajo su dominio.

Cualquier avivato puede lanzar una “profecía” sobre Estados Unidos –por ejemplo- y decir algo como: “Dios me envía a decirte, oh Estados Unidos, que te arrepientas de tus pecados. Presidente Bush... si tú no reconoces al verdadero Cristo como gobernante tu país sufrirá las consecuencias con un huracán...!”

Por supuesto, según las Escrituras, ningún país será gobernado por Cristo en este tiempo. Aunque la mayoría de los habitantes de Estados Unidos se proclamen como “cristianos”, sería tonto pretender que la totalidad de estadounidenses tuviera arrepentimiento para con Dios. Sabiendo que es obvio que, en cualquier momento, ese país pueda sufrir una catástrofe natural, ya sea un huracán, una inundación o un tornado, las posibilidades de cumplimiento de tal profecía son mayúsculas. Y los inexpertos en la Palabra no tardarían en declarar que tal profeta sí es de Dios porque sus palabras se cumplieron. Sobre Colombia ya se ha profetizado un terremoto. Por supuesto, los científicos ya han asegurado que este país sufrirá un terremoto porque está ubicado en una falla geológica que está en permanente movimiento. Evidentemente, los científicos saben que ocurrirá un terremoto pero no saben cuándo. Y los profetas tampoco. Muy conveniente.... ¿verdad..?

Con todo, así las predicciones fueran específicas y exactas (“el día tal, del mes tal, del año tal, las Torres Gemelas serán atacadas por fundamentalistas islámicos”), esto no es prueba, de ninguna manera, de que procedan de Dios. Satanás también puede hacer que sus vasallos hagan predicciones que pueden cumplirse.

¿Qué es una profecía...?
La realidad es que el término “profecía”, desde el punto de vista bíblico, ni siquiera tiene que ver exclusivamente con la adivinación o predicción de sucesos.

En el Nuevo Testamento, la palabra viene del griego “Prophetes”, que significa: “uno que habla pública o abiertamente, proclamador de un mensaje divino”. La palabra en hebreo, es una forma de “nabi”, que significa “uno a quien se le comunica el mensaje de Dios para su proclamación”, o también “uno a quien se le comunique cualquier cosa secretamente”.

Básicamente, el profeta era alguien sobre quien reposaba el Espíritu de Dios (Num_11:17-29), uno por medio de quien hablaba Dios -y a quien Dios hablaba- (Num_12:2; Am 3.7, 8).

Hoy día, teniendo las Escrituras completas, no hacen falta profetas del tipo que hace predicciones. Primero, porque estas predicciones siempre estuvieron enmarcadas dentro del propósito de Dios en relación con el Mesías y, segundo, porque una vez llegado Cristo –cumpliendo los profetas del Antiguo Pacto- los acontecimientos futuros ya están escritos.

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. Pero ante todo entended que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:19-21)

La máxima autoridad profética es la bendita Palabra de Dios. Cualquier enseñanza o profecía que nos entreguen, debemos cotejarla con aquella de manera personal y pidiendo la guía del Espíritu Santo. Pedro nos insta a estar atentos teniendo presente que ninguna profecía es de interpretación privada sino que ésta vino por inspiración del Espíritu de Dios.

¿Son todos profetas...?
Si bien es cierto que no todos son profetas, no es menos cierto que todos deberíamos ser profetas. Teniendo en claro que la profecía –bíblicamente hablando- no es sinónimo de predicción de eventos extrabíblicos, sino la proclamación de la voluntad de Dios, eso significa que cualquier cristiano puede profetizar y debería hacerlo porque la orden de Cristo es que prediquemos el evangelio. Cualquiera que predique el evangelio está –de por sí- profetizando; cualquiera que exhorte a un hermano –con apoyo bíblico- está profetizando; cualquiera que anime a un hermano –con apoyo bíblico- está profetizando; cualquier cristiano que consuele –basándose en las Escrituras- está profetizando:

Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación.(1 Co 14:3)

Todos, pues, podemos ser profetas:

Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. (1 Corintios 14:31)

Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les dé dones espirituales, especialmente el de profecía. (1 Corintios 14:1)

Más claro no puede ser. Está dentro de la voluntad de Dios que todos los miembros de la iglesia se aprovechen de este don de la profecía. Dios quiere que todos busquemos que Él nos dé el don de profecía. Las únicas condiciones que se imponen para las reuniones cristianas son, primero, que hablen uno por uno y; segundo, que solamente hablen dos o tres:

Los profetas hablen dos o tres, y los demás (los otros miembros o asistentes a la reunión) juzguen. (1 Corintios 14:29)

Cuando los cristianos nos reunimos en un hogar, o donde sea, el ejercicio de la profecía (que es para exhortación, consuelo, edificación de todos; no para predecir acontecimientos) tiene un lugar importante en la reunión pero no debe acaparar toda la reunión. Pero sobre el contenido de las reuniones podemos hablar después.

Otra cosa importante que podemos mencionar, es que el apóstol inspirado ordena a todos los miembros de la iglesia a que juzguen el contenido de la exhortación para ver si procede de Dios o no. Pablo no obliga a que se les crea a quienes profeticen (que no es, repito, predecir eventos) sino que insta a juzgar si el mensaje es genuino. Y todos estamos obligados a juzgar, no solamente algunos miembros especialmente “ungidos” o inteligentes.

El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia. (1 Corintios 14: 4)

Los que aseguran que los profetas son aquellos que predicen sucesos gracias a información que Dios les da; o aquellos que dicen tener sueños o visiones donde Dios les dice claramente algo así como: “Pepe, ve y dile a George Bush que empiece a bombardear Afganistán porque yo así lo quiero”, personalmente creo que están mintiendo o quien les habló no fue Dios. La profecía es la declaración de la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios está contenida en la Biblia. Así que profetizar es, ni más ni menos, que declarar lo contenido en la Biblia con el propósito de exhortar, edificar o consolar.

Aunque no descarto de plano las revelaciones extrabíblicas que reciba algún cristiano, anunciándole un evento particular, tales revelaciones deben ser recibidas con mucha cautela. La única palabra profética segura es la Biblia. Cualquier otra fuente debe ser examinada y Dios nos ordena juzgar y determinar su procedencia. Así que, sabiendo que Dios nos dio toda su revelación en su Palabra, él no se contradecirá castigándonos porque pongamos a prueba cualquier cosa que nos diga otra persona, así ésta asegure que Dios le habló audiblemente o por sueños o visiones.

Los profetas del antiguo Testamento tenían como propósito anunciar el Mesías y preparar al pueblo para su venida. Cuando quiera que el pueblo o sus gobernantes se extraviaban del propósito de Dios, él enviaba a sus profetas para amonestarlos y prevenirlos de las consecuencias de tales actos. Ni siquiera los profetas del Antiguo Pacto eran una especie de adivinadores a quienes debieran acudir los israelitas para que les dieran palabra profética o les vaticinaran el futuro.

La palabra de Dios no es para extorsionar a la gente creándoles sentimientos de culpa o temor. La palabra de Dios es para proclamarla exhortando, consolando y edificando (es decir, profetizando) a la iglesia.

La profecía no es predecir catástrofes o hacer adivinaciones particulares. Eso es abominación a los ojos de Dios.

Yo puedo decirle a otra persona, por ejemplo: “Si tú no te arrepientes y vuelves a Dios, te condenarás”; eso es profecía y está registrado en la Biblia, es una exhortación. Pero no puedo decirle: “Dios me envía a decirte que si sigues pecando vas a morir atropellado por un tren”. Eso no tiene fundamente bíblico. Aunque es posible que Dios lo inquiete a uno para hablarle a una persona particular, el mensaje debe ser ceñido estrictamente a las Escrituras, sin adornos ni pretensiones que busquen que quien reciba el mensaje bíblico nos mire como si fuéramos una especie de profeta Elías.

Conozco a varios de esta clase de “profetas” que vaticinan sucesos y se autoaplican las palabras que Dios les dio a profetas del Antiguo Pacto como Jeremías, Ezequiel o Isaías, dando por hecho que tales palabras han sidas dirigidas a ellos también. Cuándo yo le pregunté a uno de estos profetas cómo había confirmado su llamado, me citó textos completos donde Dios les hablaba a estos profetas del Antiguo Pacto.

Seguramente, muchos de estos “profetas” creen sinceramente que Dios los ha nombrado como profetas al estilo Viejo Testamento sobre la iglesia cristiana. Pero olvidan que Jesús mismo dijo que esta clase de profetas terminó con el ministerio de Juan:

Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. (Mat 11:13)

A quienes siguen asegurando tercamente, contra toda evidencia escritural, que Dios les revela acontecimientos futuros, sean catástrofes, ganadores de elecciones u otras cosas, mediante sueños, visiones u otros medios extrabíblicos, les recuerdo la advertencia de Dios:

"Cuando entres a la tierra que Jehová, tu Dios, te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominable para Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas cosas abominables Jehová, tu Dios, expulsa a estas naciones de tu presencia. Perfecto serás delante de Jehová, tu Dios. Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen, pero a ti no te ha permitido esto Jehová, tu Dios. (Deuteronomio 18: 9-14)

"No comeréis cosa alguna con sangre. No seréis agoreros ni adivinos” (Levítico 19:26)

No basta con que los adivinos aseguren que hablan de parte de Yahvé:

Mi mano estará contra los profetas que ven vanidad y adivinan mentira; no estarán en el consejo de mi pueblo, ni serán inscritos en el libro de la casa de Israel, ni a la tierra de Israel volverán. Y sabréis que yo soy Jehová, el Señor. (Ezequiel 13:9)

Estos profetas adivinos también pueden identificarse porque cobran por su labor. Sea que llamen a ese lucro como dádivas, limosnas, contribución voluntaria, ofrenda de amor, o cualquier otro nombre, básicamente estos adivinadores esperan retribución financiera por su “ministerio”. Es muy fácil identificarlos. Recuerden a Balaam, a la mujer con espíritu de adivinación registrada en Hechos 16, a Simón el mago, etc.

"Así ha dicho Jehová acerca de los profetas que hacen errar a mi pueblo, y claman: "¡Paz!", cuando tienen algo que comer, y al que no les da de comer, le declaran la guerra: “Por eso, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar. Sobre los profetas se pondrá el sol, el día se oscurecerá sobre ellos. Serán avergonzados los profetas y se confundirán los adivinos. Todos ellos cerrarán sus labios, porque no hay respuesta de Dios. (Miqueas 3:5-7)

El solamente consultarlos constituye, de por sí, un acto desaprobado por Dios:

"No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos. Yo, Jehová, vuestro Dios. (Lev 19:31)

Asimismo extirparé de tus manos las hechicerías, y no se hallarán en ti adivinos. (Miqueas 5:12)

La adivinación es espiritismo. Y cualquiera que se relacione con espiritistas será desaprobado. Recuerden, finalmente, que no importa si tales adivinos tienen apariencia de piedad o dicen hablar mensajes de parte de Dios. Simón el mago lo hacía y la gente realmente pensaba que su poder venía del Señor:

A este oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, y decían: “Este es el gran poder de Dios”. (Hechos 8:10)

Y, de nuevo, también es importante reafirmar doblemente que la guía más segura es la bendita Palabra de Dios (2 Pedro 1:19-21)


Dios los bendiga,

Ricardo Puentes M
Septiembre de 2007