miércoles, 31 de octubre de 2007

El bautismo en agua ¿Qué significa?


La importancia del bautismo en agua
y su relación con el sacrificio de Cristo





Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir
(la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles,
como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo,
como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

(1 Pedro 1:18-19)

Cuando Dios envió a Moisés para liberar a Israel del dominio de Egipto, ellos eran esclavos y sufrían hambre y miseria. Así, Israel pudo ser salvo de la ira y el juicio de Dios mediante su fe en la sangre del sacrificio que Dios había ordenado: el cordero pascual. Provisto este pacto mediante la sangre del cordero, Dios sacó a Israel de Egipto y lo hizo su pueblo identificándolo con una serie de ordenanzas, leyes, decretos y mandamientos que conocemos como “la ley” o la “ley mosaica”, que sirvió –entre otras cosas- para prefigurar al Salvador que habría de venir.

El cumplimiento de este propósito de la ley llegó siglos después cuando Juan identificó a Jesús con el cordero de Dios: El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29)

Todos los judíos sabían que el tipo del cordero pascual –al igual que la ley- prefiguraba al Salvador. Todos entendieron que el cordero pascual significaba el pacto de salvación, y todos entendieron que los corderos de sacrificio expiatorio habían sido tipo para el Mesías. Juan identificó a Jesús como el cumplimiento de ese tipo de cordero pascual y del cordero expiatorio. Los judíos sabían de qué estaba hablando Juan. Por eso, Pablo pudo afirmar, acerca de la muerte y resurrección de Cristo:

Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. (1 Corintios 5:7)

¿Cómo fue prefigurado Cristo mediante el cordero pascual..? Mientras el cordero pascual proporcionó a Israel liberación temporal de la esclavitud física, el sacrificio de Jesucristo proporcionó salvación eterna para todos los que pusieran fe en su sangre derramada en propiciación por todos sus pecados. Por otro lado, así como Israel fue urgida a salir de Egipto, ya liberado de la esclavitud, Dios libera al esclavo del pecado de sus ataduras y miserias e, inmediatamente, le hace un llamado a una vida nueva. Así como la acción de aceptar la sangre del cordero pascual dependía de cada persona, la aceptación de la sangre de Cristo es personal; así como cada hebreo debió salir por sus propios medios de la esclavitud –mediante la liberación que proporcionó Dios-, cada creyente en Cristo debe iniciar su camino personal hacia esa vida nueva de libertad. Guiados por el Moisés Mayor, Cristo Jesús.

De igual manera, es importante anotar que la muerte de Cristo no perdonó nuestros pecados, sino que sirvió y sirve como propiciación de ese perdón. Esto significa que, aunque Jesús murió por los pecados de todo el mundo, solamente se beneficiarán de este sacrificio quienes aprovechen esta propiciación mediante la obediencia a Aquél que murió por nosotros.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1 Juan 4:10)

Los dos bautismos de Israel
Luego de la salida de Egipto, Israel debió pasar por dos bautismos: uno en la nube y otro en el mar. Pablo nos dice esto:

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. (1 Corintios 10:1-4)

Pablo nos está diciendo que no debemos ignorar que estas experiencias de Israel en el Antiguo Testamento corresponden con la experiencia de los cristianos del Nuevo Testamento.

Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros. (1 Corintios 10:6)

Un ejemplo es un modelo. Lo que nos está diciendo Pablo es que esas cosas que sucedieron en la liberación de Israel del yugo egipcio sucedieron como modelo para nosotros hoy.

Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos (1 Corintios 10:11)

Cuando Pablo habla de “amonestarnos”, es lo mismo que “instruirnos y advertirnos”, a quienes “han alcanzado los fines de los siglos” es decir, a nosotros, quienes vivimos en el final de la era presente.

Podemos ver la tremenda importancia de CONOCER estos hechos para poder tener FE en ellos y, de esta manera, poder ganar nuestra salvación. Así como el SABER que el cordero pascual y el cordero expiatorio prefiguraron a Cristo, debemos SABER que las experiencias de Israel en el Antiguo Testamento no son simples anécdotas sino que contienen un mensaje apremiante y de urgencia para quienes vivimos en estos días. Debemos saber que las cosas que están escritas sirven como ejemplo, instrucción y advertencia para nosotros.

Con el bautismo en agua, morimos con Cristo
Hay una relación muy estrecha entre la expiación del Cordero de Dios y la ordenanza del bautismo cristiano. En el plano natural, sabemos que a toda muerte le sigue una sepultura; lo mismo sucede en el plano espiritual: primero hay muerte y después sepultura. Mediante la expiación de Cristo, de acuerdo con la bendita Palabra de Dios, nosotros nos consideramos muertos con él; consideramos que nuestro viejo hombre, el cuerpo del pecado, está muerto. ¿Qué hay que hacer con ese cadáver que es nuestro viejo hombre...? Las Escrituras nos lo dicen: hay que sepultar a este viejo hombre, a este cuerpo de pecado muerto.

¿Cómo lo sepultamos...? Mediante el bautismo cristiano. En cada bautismo cristiano hay dos etapas continuadas: Primero hay sepultura y luego resurrección, igual que en el plano natural.

¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él en la muerte por el bautismo, para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. (Romanos 6:3-4)

En el bautismo cristiano plasmamos algo que ya ha ocurrido en nuestro interior: la muerte al pecado; y la resurrección a la nueva vida para Dios y la justicia. Previo al bautismo cristiano en agua, ya ha habido una transformación interna en el creyente que acepta la expiación de Cristo en su favor.

Sepultados juntamente con él en el bautismo, en el cual también resucitasteis con él por la fe de la operación de Dios, que le levantó de entre los muertos. (Colosenses 2:12)

Así que, el bautismo ÚNICAMENTE debe ser validado por nuestro Señor Jesús. Nadie más puede avalar el bautismo; ninguna iglesia, ningún pastor, ninguna denominación. Somos bautizados en Cristo y así entramos a formar parte de su iglesia, por fe en su sacrificio expiatorio.

Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (Gálatas 3:27)

Si no creemos que morimos con Cristo mediante el bautismo y que, de la misma manera, resucitamos para una vida totalmente nueva, el bautismo no tendrá ninguna validez. Y para creerlo, primero hay que SABERLO. ¿Cuántas personas “bautizadas” pueden decir esto..?

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?, porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado, porque, el que ha muerto ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él, y sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. En cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:1-11)

Recordemos que hay dos condiciones para estar muerto al pecado y vivos para Dios y su justicia: “Saber esto” y “considerarnos muertos al pecado”

“Saber” en qué consiste el sacrificio de Cristo y cómo nos afecta a nosotros, es importante para “considerarnos muertos al pecado”.

El creyente que es bautizado, debe saber que el mismo poder que resucitó a Jesús, el Espíritu Santo, es el mismo Espíritu que lo levanta a él del bautismo para una vida nueva, lo sustenta para esa nueva vida y lo guía totalmente en ese nuevo camino. Esta guía no la puede suministrar ningún hombre. Sólo el Espíritu Santo, sin intermediarios de ninguna clase.

Pablo nos dice que si Cristo está en nosotros, nuestro cuerpo está muerto par el pecado.

Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (Romanos 8:10)

Únicamente el bendito Espíritu de Dios puede dar al creyente bautizado el poder que necesita para esta nueva vida de justicia.

La importancia de esta verdad concerniente a la expiación de Cristo jamás podrá ser entendida por los creyentes hasta que no sepan y comprendan el verdadero significado del bautismo cristiano: muerte y sepultura para el viejo hombre de pecado, y resurrección y vida nueva para Dios y su justicia.

Esto no quiere decir que el bautismo produce, por sí solo, la condición de muerte para el pecado. Como vimos en Romanos 6, primero hemos muerto con Cristo para el pecado, y luego somos bautizados en la muerte de Cristo. Quien es bautizado YA HA ENTRADO en esta condición de muerte para el pecado. El bautizo es la confirmación externa de una condición interna ya existente para ese momento del bautismo.

Recordemos que así como hay paralelo entre el cordero pascual y Cristo, también lo hay entre el paso del mar y el bautismo cristiano en agua:

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. (..) Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos (1 Corintios 10:1-4, 11)

Cuando los israelitas cruzaron el mar, estaban siendo bautizados en éste. Aunque iniciaron la salida de Egipto como un pueblo libre, esta libertad quedó completa cuando emergieron al otro lado del mar. Quedaron a salvo de Egipto. De la misma manera, cuando cada creyente ha puesto su fe en Cristo, ya es libre; pero esa libertad se completa únicamente mediante la obediencia a Cristo. Cuando el creyente obedece y sale del mundo (Egipto) aceptando que su único líder es Cristo, simboliza esa separación definitiva mediante el bautismo en agua.

De la misma manera, nosotros morimos juntamente con Cristo cuando somos bautizados y, también –al igual que Cristo- resucitamos espiritualmente para una vida totalmente nueva y libre del pecado. Cuando morimos y resucitamos con Cristo, ya le pertenecemos a él; ya somos parte de su iglesia. Con el sacrificio de Cristo –y nuestra fe en éste- nuestro cuerpo y espíritu ya son de Dios.

Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
(1 Corintios 6:20)

El precio que Cristo pagó por nosotros fue su propia vida, derramada cuando fue sacrificado; Cristo llevó “nuestros pecados en su propio cuerpo” para que “muriéramos al pecado y viviéramos para la justicia”. El precio que pagó Cristo por nosotros fue con sangre preciosa, un precio demasiado elevado para que tomemos a la ligera lo que le debemos en gratitud y devoción a Aquel que lo pagó.

Gracias a ese precio, y de acuerdo a la voluntad del Padre, Jesús, el Hijo de Dios –y nadie más que él- se convierte en nuestro amo y Señor.

Esto parecería ser de poca importancia para millones de creyentes alrededor del mundo que permiten que otros hombres se conviertan en sus amos y señores. Millones están permitiendo que pastores, profetas, apóstoles, cuerpos gobernantes, concilios, sacerdotes, papas, etc, se coloquen entre ellos y aquél que pagó con su sangre preciosa el precio. Estos jerarcas y líderes religiosos se interponen como mediadores entre Cristo y sus ovejas, aduciendo que tienen autoridad delegada de nuestro Señor para hacerlo. Eso es mentira. Nadie tiene derecho ni autorización para gobernar las ovejas que solamente son de Cristo. Y si lo permitimos, estamos despreciando el alto precio que pagó Cristo por nosotros.

Cuando Pablo vio que los cristianos de Corinto tenían profundos desacuerdos como consecuencia de ver a los hombres, incluso a él mismo, como si se les estuviera siguiendo a ellos en vez de a Cristo, les dijo lo siguiente:

Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolo”, “Yo de Cefas”, “Yo de Cristo”. ¿Está dividido Cristo?. ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? ¡Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Crispo y Gayo! Así nadie puede decir que habéis sido bautizados en mi nombre. (1 Corintios 1:12-15)

Pablo los insta a reconocer que ningún hombre –ni él mismo- fue quien murió por los cristianos. Solamente Jesús. Él es nuestro único dueño y amo, y nadie debe osar suplantarlo porque estaría manifestando el espíritu del anticristo.

Cuando algunos hombres que profesan ser seguidores de Cristo se colocan a sí mismos como gobernantes espirituales sobre otros, cuando aseguran que son co-gobernantes con Cristo, cuando les ordenan a otros que los obedezcan y que acepten callada y sumisamente cualquier orden o directiva que ellos quieran dar, cuando aseguran que los creyentes deben ser leales a las organizaciones que estos hombres dirigen; cuando los hombres hacen esto, deben responder la pregunta que formuló Pablo:

¿Fueron ustedes crucificados por nosotros? ¿Pagaron ustedes el precio de su propia vida y nos compraron con ella para poder exigir nuestra obediencia y sumisión?

Como es evidente que estos que se llaman pastores, apóstoles y demás, no pueden responder afirmativamente a esta pregunta planteada por Pablo, nosotros no podemos concederles nuestra obediencia ni sumisión. Si lo hacemos, si decidimos obedecer y seguir a seres humanos, entonces no estamos siendo leales a Aquél que sí nos compró.

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. (Mateo 6:24)

No podemos ser esclavos de dos amos. Obedecemos y seguimos a Cristo, o escogemos obedecer y seguir a quienes suplantan la autoridad de Cristo.

Así que cuando nos bautizamos en Cristo, quiere decir precisamente eso: EN CRISTO, no en alguna iglesia, secta o denominación particular. Pablo lo dice:

Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (Gálatas 3:27)

No hay espacio para nadie más que Cristo; nuestra fidelidad es con Él, no con hombres ni organizaciones de hombres. Estamos personalmente con Cristo en su muerte expiatoria y en su resurrección triunfal.

Recordemos, de nuevo, que hay dos condiciones para estar muerto al pecado y vivos para Dios y su justicia: “Saber esto” y “considerarnos muertos al pecado” (Romanos 6:1-11)

Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. (1 Pedro 1:18-19)

Es de tan vital importancia SABER, CONOCER lo que nos enseña la palabra de Dios, que la advertencia viene explícita:

Mi pueblo se ha destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio. (Oseas 4:6)


Dios les dé paz,


Ricardo Puentes M.
Octubre 30 de 2007