jueves, 13 de diciembre de 2007

“EN TI SERÁN BENDITAS TODAS LAS NACIONES”

¿Dios se estaba refiriendo a la nación de Israel...?

Así Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia.
Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham.
Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles,
dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo:
“En ti serán benditas todas las naciones”.
De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham.
(Gálatas 3:6-9)

En el Pentecostés, poco después de que Jesús ascendió al cielo, él envía la promesa del Espíritu Santo a quienes se hallaban reunidos en Jerusalén. Allí, gracias a que el Espíritu les dio a quienes estaban congregados la facultad de hablar en lenguas extranjeras, un grupo de romanos –judíos y prosélitos- pudo recibir la verdad del evangelio.

Años después, cerca del 56 dC, Pablo les escribe una carta, que conocemos como la Carta a los Romanos, anunciándoles su pronta visita. Esta carta a los Romanos es considerada como el más importante, completo y ordenado documento que alguna vez haya expuesto de una manera ordenada y lógica la doctrina cristiana.

Romanos expone la verdad fundamental de que la salvación se recibe por gracia y no por obras; que la ley mosaica queda fuera de vigor y que en su reemplazo entra a regir la ley de la libertad (ley de la gracia o ley del amor, como también se le llama). También nos habla de cuál es el verdadero pueblo de Dios y qué papel desempeña Israel en el plan de salvación de Dios. Antes de entrar a analizar el pasaje de Romanos que se refiere a Israel, es necesario aclarar que Dios ha hecho dos grandes pactos con la humanidad. Uno, el pacto que hizo con Israel, que fue cobijado bajo la Ley mosaica –que es llamando el Viejo Pacto; y otro, el Nuevo Pacto que dejó sin vigor el Viejo, y que es cobijado por la sangre de Cristo derramada en sacrificio expiatorio y que permitió comprarnos para él.

Los dos pactos: El Pacto de la Ley y el Nuevo Pacto de Cristo
Contrario a lo que afirman los judaizantes, el viejo Pacto de la Ley no era el pacto perfecto, sino solamente “una sombra de las cosas buenas por venir”; el viejo pacto de la Ley con Israel era apenas una alegoría que prefiguraba el perfecto pacto que fue posible mediante el sacrificio de nuestro Señor. El viejo pacto de la Ley sirvió en su propósito de preparar el camino para la manifestación del Mesías. Una vez se manifiesta Cristo, el pacto de la Ley pierde su vigencia porque ha cumplido su objetivo. De la misma manera, el pueblo de Israel deja de ser el “pueblo de Dios”, asunto posible bajo ese viejo pacto, y los verdaderos cristianos son ahora los llamados “hijos de Dios”,

El escritor de Hebreos (es posible que fuera Pablo) lo expresa de una manera contundente

Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, ciertamente no se habría procurado lugar para el segundo, pues reprendiéndolos dice: “Vienen días -dice el Señor- en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto. No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto. Como ellos no permanecieron en mi pacto, yo me desentendí de ellos -dice el Señor-. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días -dice el Señor-: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios y ellos me serán a mí por pueblo. Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos, porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados ni de sus maldades” Al decir “Nuevo pacto”, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece está próximo a desaparecer. (Hebreos 8:6-13)

El escritor es claro en afirmar, bajo inspiración del Espíritu Santo, que ese Nuevo pacto reemplaza al Viejo pacto. Nos dice también que ese Nuevo pacto es diferente al pacto que se estableció con el pueblo de Israel cuando fue sacado de Egipto. ¿En qué es diferente..? Primero, en que las leyes estarán en la mente y corazón de las personas bajo ese Nuevo pacto, es decir, las leyes no estarán escritas, como el caso del Viejo pacto, ni en piedra ni en ningún otro lado. Es el mismísimo Dios quien escribe las leyes en el corazón de sus hijos, sin intermediación de ninguna clase. “Seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo;..”, significa que, bajo es Nuevo pacto, Dios deja de llamar “su” pueblo a quienes están bajo el pacto de la Ley, es decir, a los israelitas, y ahora llama “su” pueblo a otras personas.

El asunto puede parecer extraño ya que este pasaje dice que Dios concluirá su pacto de la Ley con el pueblo de Israel, y establecerá un Nuevo pacto con la “casa de Israel y de Judá”. ¿Eso quiere decir que Dios termina el viejo Pacto con Israel, pero establece un Nuevo pacto con el mismo Israel....?

Dejemos que la misma Biblia nos conteste. Pablo, en una dramática comprobación que debió ofender en grado sumo a los judíos de su época, dijo:

Pues está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; pero el de la libre, en virtud de la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; este es Agar, pues Agar es el monte Sinaí, en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, ya que ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Pero la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre, pues está escrito: “¡Regocíjate, estéril, tú que no das a luz; grita de júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto!, porque más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido”. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. Pero ¿qué dice la Escritura?: “Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre”.De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre. (Gálatas 4:22-31)

Pablo le está escribiendo a gentiles, no a judíos. Esta aclaración es necesaria para entenderlo cuando dice: “De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.”

Igual que hoy, en esos días existía una tendencia errónea, impulsada por los judaizantes, que enseñaba que las promesas de Dios solamente alcanzaban a los judíos, y que los gentiles debían circuncidarse y cumplir parte de la Ley si querían experimentar plenamente la salvación. Decían que era importante creer en Jesús, pero que esto no era suficiente para los gentiles.

Igual que hoy, en esos días los judaizantes enseñaban que se debían observar ciertas reglas de la ley Mosaica, como el diezmo, guardar el sabath, practicarse la circuncisión, continuar con una clase sacerdotal, (lo que hoy corresponde a pastores y demás jerarquía), practicar ceremonias religiosas, etc., como requisito indispensable para alcanzar la madurez cristiana. Lo que nos dice Pablo es que nada de esto es necesario.

Notemos que Pablo dice que el pueblo de Israel, bajo el pacto de la Ley, fue prefigurado por los hijos de la esclava Agar, y que somos los cristianos los verdaderos herederos de la promesa dada a Isaac. Somos hijos de la libre, de la que no daba a luz, de la que fue despreciada pero que finalmente dio a luz muchos más hijos que la esclava. Somos hijos de la “Jerusalén de arriba”, no de la terrenal en pos de la cual andan muchos que dicen llamarse “cristianos”.

Ese Nuevo pacto de que nos habla el apóstol, y que fue predicho por los profetas del Antiguo Testamento, es el establecido por Cristo Jesús y que abarca a quien coloque su fe en él, sea judío, gentil, esclavo o libre. El único requisito para estar bajo ese Nuevo pacto es tener fe en el sacrificio de Jesús.

De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa. (Gálatas 3:24-29)

Analicemos el pasaje por partes. Pablo nos dice que la Ley fue una guía para conducir a los israelitas hacia Cristo con el propósito de obtener salvación únicamente por la fe en él. También dice que, una vez teniendo fe en Cristo, toda persona se convierte en hijo de Dios. De igual manera, nos enseña que el bautismo cristiano en Cristo es la “marca” que nos reviste de él. También nos dice que ya no hay diferencias raciales ni sociales para ser llamados hijos de Dios, y que cualquiera que tenga fe en Cristo, ya sea judío o gentil, forma parte del pueblo de Dios.

Y, tal vez lo más interesante para el asunto que estamos tratando: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa”. Es decir, aquí se nos menciona que la promesa dada a Abraham y a su descendencia, no tuvo como cumplimiento al pueblo de Israel, sino que esa promesa fue dada en realidad para los cristianos.

Esto desmiente totalmente la afirmación de los falsos maestros judaizantes de la actualidad cuando dicen que los herederos de las promesas dadas a Abraham son los israelitas.

El asunto es muy claro. Las Escrituras nos muestran que el pueblo judío es, en realidad, hijo de la esclava; y que los cristianos son los hijos de la libre y herederos de la promesa.

¿En qué consiste esa promesa dada a Abraham y su descendencia...?
Si le preguntamos a cualquiera que afirme llamarse cristiano, con mucha seguridad no sabrá exactamente en qué consiste esa promesa dada a Abraham y de la cual los cristianos somos depositarios.

Muchos afirman que la promesa consiste en volvernos multimillonarios y tener todo lo que deseemos, como dicen César Castellanos y otros falsos maestros. Otros dirán que la promesa es la Salvación mediante Cristo.

¿Qué diría usted...?

Recordemos la bendición que Dios le dio a Abram cuando salió de Ur:

“Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. (Génesis 12:2-3)

Este el texto que utilizan los judaizantes para “demostrar” que la actual nación de Israel es poderosa y grande porque se está cumpliendo –eso dicen- esa promesa dada a Abram. También lo usan para impedir que se hable contra esta nación y contra cualquiera de sus acciones, así éstas den evidencia clara de que están abusando del pueblo palestino o de que los judíos controlen –como ciertamente lo hacen- la banca mundial que ha empobrecido aún más a los países pobres de Africa y Latinoamérica. Aseguran los judaizantes que la riqueza de Israel y la pobreza del Tercer Mundo, se explica en esta promesa dada a Abram y sus descendientes. Por supuesto, los falsos maestros se enfrentan a varios problemas. El primero es que, como ya vimos, los descendientes de Abraham somos los cristianos y, lo segundo, es que no hay manera de demostrar que la actual nación de Israel se ha constituido en bendición para “todas las familias de la tierra”.

La siguiente promesa dada a Abraham y su descendencia es la siguiente:

De cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. (Génesis 22:17-18)

Que las mismas Escrituras nos sigan explicando:

Así Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: “En ti serán benditas todas las naciones”. De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham. (Gálatas 3:6-9)

Hay dos cosas aquí: una, que la descendencia de Abraham son quienes creen en Cristo. Dos, que el Altísimo sabía de antemano que los gentiles formarían parte de la descendencia bendecida.

Así, pues, la misma Escritura nos dice que las descendencia de Abraham no son los judíos ni el actual Israel; somos los cristianos. De esta manera, la promesa dada a Abraham en realidad es para los cristianos y no para los judíos ni el actual Israel.

¿Cómo fue posible que la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles..?

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu. (Gálatas 3:13-14)

Pablo nos sigue diciendo que la promesa y el Pacto de la ley son dos cosas diferentes. Y esto es importante saberlo ya que la ley fue dada mediante Moisés, pero la promesa fue dada mucho antes, a Abraham y a su descendencia que somos los cristianos mediante Cristo Jesús:

Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: “Y a los descendientes”, como si hablara de muchos, sino como de uno: “Y a tu descendencia”, la cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios en Cristo no puede ser anulado por la Ley, la cual vino cuatrocientos treinta años después; eso habría invalidado la promesa, porque si la herencia es por la Ley, ya no es por la promesa; pero Dios se la concedió a Abraham mediante la promesa. Entonces, ¿para qué sirve la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de ángeles en manos de un mediador.(Gálatas 3:16-19)

La promesa fue hecha a Abraham y a su simiente, que es Cristo Jesús. Y es mediante esa simiente, Cristo, que todas las naciones de la tierra son bendecidas. La promesa fue dada antes de la Ley y, por tanto, el apóstol nos aclara que la Ley era temporal y que tendría vigencia solamente hasta que viniera Jesús. Y es gracias al sacrificio de Cristo que, quienes ponemos fe en él, somos coherederos de la promesa.

Surge otra pregunta: Es claro que la simiente es Cristo y que mediante su sacrificio hizo posible que, quienes colocan su fe en él, reciban la promesa del Padre. En otras palabras, Cristo no es la promesa. Cristo hace posible que se cumpla la promesa. Según Pablo, es en Cristo que nosotros alcanzamos la promesa:

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu. (Gálatas 3:13-14)

No hay manera de recibir la bendición de Abraham, la promesa, sin la aceptación del sacrificio de Cristo. Esto también desmiente a quienes afirman que la nación de Israel –o los judíos- tienen la bendición dada a Abraham. No es posible que ellos la tengan puesto que no han colocado su fe en Cristo. Eso es muy claro.

Pablo también nos dice que la bendición de Abraham es la “promesa del Espíritu”.

Para quienes aún no lo han entendido: Solamente el sacrificio de Cristo hace posible que se reciba la “promesa del Espíritu” o, en otras palabras, la promesa dada a Abraham. En realidad, Cristo muere para que podamos recibir la promesa; Cristo derramó su sangre para comprar legalmente ese derecho a darnos su gracia y, también, compró nuestro derecho a recibir esa gracia. Con su sacrificio, Cristo compra el derecho a darnos el precioso don del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, compra nuestro derecho a recibirlo. Todo es un pacto perfecto.

Es por esta razón que entendemos cabalmente que por nuestros propios méritos jamás seremos merecedores de la promesa del Espíritu. Solamente, como dice Pablo, es por fe que la recibimos: “a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”.

De nuevo, ¿en qué consiste esta “promesa del Espíritu”..? Que nos lo vaya aclarando Jesús:

Ciertamente, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (Lucas 24:49)

La “promesa del Espíritu” es la misma “promesa de mi Padre” de la que habla nuestro Señor. Jesús dice que es promesa del Padre los investirá “de poder desde lo alto”, pero que para esto es necesario que permanezcan en Jerusalén.

Existen miles de promesas dadas por Dios a su pueblo, pero ya vimos que la “promesa del Espíritu” es aquella dada a Abraham y su descendencia; ahora, vemos que Jesús se refiere a una “promesa del Padre”. Jesús toma una sola de las miles de promesas dadas a su pueblo, y le da un valor especial. En realidad, esta promesa del Padre a quienes creen en Cristo, es muy especial. Esta promesa del Padre no es otra que la promesa del Espíritu. Veamos por qué.

El cumplimiento de las instrucciones de Jesús, llegó el día de Pentecostés. Sus discípulos, obedeciéndolo, no habían salido de Jerusalén y estaban esperando la promesa del Padre:

Pedro les dijo: -Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame. (Hechos 2:38-39)

Sí. La promesa del Espíritu, o don del Espíritu, es la promesa del Padre. Con siglos de antelación, Dios ya tenía preparada esta promesa para dársela a todo aquel que pusiera fe en Jesucristo.

El proceso puede resumirse así: Desde el comienzo, el plan de salvación de Dios tenía claro proveer a todos los creyentes en Cristo –judíos y gentiles- el don precioso del Espíritu Santo. Debido al pecado el hombre había perdido esa posibilidad pero nuevamente se hace posible con el sacrificio de Cristo. Una vez murió Cristo, asciende a los cielos y presenta su sacrificio al Padre y él, a su vez, entrega a Jesús el don del Espíritu para que sea dado a quienes crean en él.

Cuando Dios da la promesa a Abraham, estaba prometiendo que todas las naciones se podrían beneficiar del don del Espíritu Santo mediante la muerte de Cristo y su fe en este sacrificio. Al haber comprado este derecho con su sangre, Cristo procede a enviarlo a sus discípulos el día de Pentecostés.

El cómo se recibe este don, es asunto que no nos compete por ahora.

Teniendo en claro que ni la nación de Israel actual, ni los judíos son el pueblo de Dios, ni son los receptores de la promesa dada a Abraham, podemos proceder a comprender qué fue lo que quiso decir Pablo en su carta a los Romanos cuando nos habló de que “Todo Israel será salvo...”


Dios los bendiga


Ricardo Puentes M.
Diciembre 11 de 2007.