sábado, 19 de enero de 2008

VATICANO, IDOLATRÍA Y GUERRAS, PARTE IV

VATICANO, IDOLATRÍA Y GUERRAS
Parte IV


Sergio Arboleda, conservador e intelectual perteneciente a una familia católica prestante, declaró en 1867 que la República atravesaba una difícil situación y denunció, entre varios asuntos, la explotación que sufrían “las razas inferiores”, es decir, todos aquellos que no pertenecían a la raza blanca europea. Dijo también –cómo no- que para conjurar esta ‘terrible situación’ era necesario adelantar una moralización del país, y que esta misión debía encargársele a la Iglesia Católica a través de la educación. Como muestra para nosotros hoy, Arboleda apoyó su idea aduciendo que los miembros de la institución –la iglesia- “toman al niño en la cama, le dan su nombre, lo dirigen en la infancia, lo aconsejan en la juventud, le consuelan en la vejez, le asisten en el lecho de muerte, y su poder se extiende hasta más allá del sepulcro..(...) El clero puede salvarnos y nadie puede salvarnos sino el clero

Este terrible cuadro nos da una idea clara de la profunda influencia y control que tenía la iglesia –aún la tiene- sobre la vida de las personas en nuestros países latinoamericanos. Cuando dice Arboleda que “su poder se extiende más allá del sepulcro”, se refiere a la creencia de que los sacerdotes tienen poder para sacar las almas de los difuntos del purgatorio o condenarlas a los más profundos infiernos. El destino de las almas dependerá –claro que sí- de si los familiares sobrevivientes están en capacidad de pagar o no las correspondientes misas y donaciones a la ‘santa’ madre iglesia.

Pocos años antes, en 1857, Napoleón III, cómplice y aliado del Vaticano, había desatado la guerra de Crimea, con la excusa de brindar protección a los lugares sagrados y colocar su custodia bajo la influencia de los jesuitas. Francia puso 100.000 muertos en esta absurda guerra (¿cuál guerra no lo es...?) que pronto fueron declarados como “mártires de la fe” por monseñor Sibour, obispo de París. Este mismo personaje declaró que: “la guerra de Crimea entre Francia y Rusia no es política, sino una guerra santa. No se trata de un Estado que lucha contra otro Estado; personas que pelean contra otras personas, sino una guerra religiosa, una Cruzada”.

En 1863 Francia realiza una expedición a México con el objetivo de transformar la república seglar en imperio y ofrecérselo entonces a Maximiliano, archiduque de Austria. Como todos sabemos, Austria era el principal sostén del papado, así que había otro objetivo importante en la expedición a México: levantar una fuerte barrera que impidiera la influencia de las ideas protestantes de Estados Unidos sobre los países latinoamericanos, que estaban en poder del papado. Además, el Vaticano quería vengarse de las medidas en contra de los bienes de la Iglesia (incluida la desamortización) que se habían decretado en 1856.

Así que Maximiliano I de Habsburgo, hermano del emperador de Austria Francisco José I, fue emperador de México desde 1864 hasta 1867, fecha en que fue capturado y fusilado por el liberal republicano Benito Juárez. La Revolución Francesa le estaba saliendo muy cara a Francia. Debido al apoyo del Vaticano al trono imperial, los franceses fueron llevados a pelear en muchas partes del mundo, defendiendo intereses ajenos. Entretanto, la Prusia protestante ganó la guerra contra Austria asestando un terrible golpe al Vaticano y los Habsburgo. No obstante, el Vaticano ya tenía la mano vengadora, “el dedo de Dios”, “el hombre enviado por la Providencia” para combatir a la nación ‘hereje’: Napoleón III. Aunque el emperador sabía que Francia no estaba lista para una confrontación con la poderosa Prusia, el Vaticano lo empujó a la guerra. Así que Francia declaró la guerra a Prusia. Gastón Bally dijo que “esa guerra de 1870, como la historia lo demostró, fue obra de Jesuitas”. (En: Les Jesuites)

Bismark falsificó el famoso “telegrama de Ems” y los franceses católicos, instigados por los jesuitas, no se detuvieron a confirmar el contenido del mensaje. Los jesuitas tenían mucha prisa para encontrar un pretexto para la guerra y así ocurrió. Las consecuencias, todos las conocemos: Francia colapsó y los acontecimientos le dieron una gran justificación para el contragolpe papal.

Así, Francia fue conquistada y los jesuitas obtuvieron su victoria. ¿Por qué ganan los jesuitas si estaban también del lado de los derrotados..? Por la misma razón que buscaban al instigar a Napoleón a la guerra con Prusia a sabiendas de su segura derrota. El Vaticano siempre gana en cualquier confrontación. Actúa como lo hacen los buitres sobre la carne de los muertos. Se nutre de la carroña.

Años antes, en 1789, cuando ocurrió la Revolución Francesa, el sacerdote Marquigny anunció que los principios de libertad que inspiraron la revolución, serían sepultados para siempre. Cosa que celebrarían en la iglesia en Montmartre, París, levantada por ellos, donde consagrarían arbitrariamente a Francia al Sagrado Corazón. Después de tres años, cuando los prusianos abandonaron Francia, los jesuitas salieron de sus escondites para aprovecharse de la desesperanza del pueblo, de sus muertes y miserias. Las personas, buscando consuelo en algún lugar, lo hallaron fácilmente en las prácticas místicas de los jesuitas quienes se fortalecieron, como lo han hecho en las guerras del siglo XX.

Aseguraban los clérigos católicos después de la guerra, que ésta había llegado como consecuencia del castigo de Dios debido al terrible pecado del pueblo francés. ¿Cuál era ese abominable pecado contra el Creador..? “La revolución de 1789, ese es el crimen que debemos expiar”. Aseguraban los jesuitas que la revolución Francesa, aquella que enarboló la bandera de la lucha por los Derechos Humanos, había causado la ira de Dios, engaño que, en los años de la posguerra Franco-prusiana, logró que los jesuitas reforzaran su poder controlando escaños políticos y manejando a su antojo y conveniencia el sistema educativo francés.

Así, mientras México era invadido por Austria y el Vaticano, instaurando el imperio de Maximiliano, en Colombia Tomás Cipriano de Mosquera ganaba la guerra contra el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez; guerra que había sido instigada por los jesuitas que convencieron a Ospina Rodríguez de su conveniencia. Así lo reconoció el cónsul norteamericano George W. Jones, quien escribió a su gobierno que los jesuitas habían ejercido presión sobre Ospina “para inducirlo a preparar la revolución, facilitándole dinero para llevar a cabo la guerra civil y rehusando la absolución de los católicos que no estuvieran del lado de los conservadores”.

Esta declaración se filtró a la prensa de la época y el clero pronto salió a desmentirla. Pero era tan fuerte la evidencia, que la Iglesia se justificó diciendo que la guerra había ocurrido porque había un complot para apoderarse de los bienes eclesiásticos.

Mosquera, pues, aún en medio de la guerra inconclusa, ordenó la disolución y la expulsión de los jesuitas y decretó la desamortización de los bienes de la Iglesia. Con esa desamortización, Mosquera esperaba cubrir gran parte de la deuda externa y el déficit fiscal interno.

Mediante estas medidas en contra del clero, Mosquera pretendía confirmar de una vez por todas la superioridad del Estado sobre la Iglesia; Mosquera sabía que la dominación real del imperio español tenía su sustento en el Vaticano. Se decretó la tuición de cultos y el arzobispo de Bogotá protesto enérgica e inútilmente. Ante la solicitud de revocatoria del decreto, por parte del arzobispo, el gobierno de Mosquera respondió negativamente aduciendo que tal medida era necesaria debido “a las agresiones (...) de vuestro clero, que por medio (...) de palabra y de obra ha perturbado el orden sacudiendo la sociedad..”.

Cuando se hicieron las cuentas, se llegó a la conclusión de que los bienes y riquezas del clero ascendían a cerca de 12 millones de pesos, es decir, tres veces el presupuesto de ingresos de la Nación de entonces. La cifra hubiera sido muchísimo más alta. Pero los astutos curas, durante la administración de Santander en la Gran Colombia, habían vendido la mayor parte de sus tierras, joyas, oro, plata, obras de arte y otros tesoros, y habían guardado el dinero en el exterior.

Contra la medida de Mosquera, la Iglesia contraatacó instigando a los fieles católicos a que se alzaran violentamente contra las autoridades civiles. Entonces, el papa Pío IX, el mismo que patrocinó la expedición a México para instalar el imperio de Maximiliano I, y el mismo que promulgara el dogma jesuítico de la “infabilidad papal” aceptando la declaración de los jesuitas de que el papa era el “rey del mundo” y que todo debería quedar sujeto a los pies del pontífice; este papa Pío IX, que también redactaría el famoso “Syllabus errorum” condenando todos los principios democráticos de las naciones, escribió una carta pastoral al arzobispo y a todos los obispos del país condenando “todos los gravísimos daños y ultrajes que la Iglesia, sus individuos y sus cosas y esta misma Santa Sede han sufrido de parte del gobierno neogranadino, y reprobamos y condenamos con toda nuestra autoridad Apostólica, todas y cada una de las cosas decretadas, efectuadas o de cualquier manera intentadas por dicho gobierno..” (En El Conservador, Bogotá, diciembre 5 de 1863)

Mosquera le respondió que protestaba contra “la conducta hostil del pontífice romano, que no es dueño de Colombia..” Naturalmente, el presidente Mosquera fue excomulgado pero a él poco le importó ya que contaba con el apoyo del ejército. Entonces, el cura Vicente Bernal, párroco de la Ermita de Monserrate, le escribió al papa asegurando que Mosquera pretendía introducir el protestantismo en el país.

Mosquera apresuró la venta de los bienes desamortizados y estos fueron adquiridos por especuladores y terratenientes. Sucedió todo lo contrario a lo que supuestamente buscaba Mosquera. El presidente propugnaba públicamente por una reforma agraria que beneficiara a los campesinos, pero lo que resultó fue que hubo una mayor concentración de la propiedad de la tierra, aumentando enormemente las riquezas de las oligarquías. En Antioquia la desamortización no se pudo hacer a cabalidad debido a la oposición feroz de los fieles católicos, mientras que en Bogotá el proceso transcurrió con cierta normalidad. Entre los mayores compradores de los bienes de la Iglesia estuvieron Medardo Rivas, notable historiador y oligarca bogotano que se apropió de inmensas propiedades a lo largo de la ribera del río Magdalena, despojando a los moradores –junto con otros miembros de la oligarquía bogotana- e importando campesinos desde otros lugares para talar los bosques y sembrar las tabacaleras que aumentaron muchísimo más las riquezas de la clase dominante y explotadora. De ahí derivan sus fortunas los Rivas, los Montoya, los descendientes de Sergio Arboleda y otras familias del Cauca, Valle y Bogotá. También se beneficiaron con la venta de los bienes en Bogotá: Jesús María Gutiérrez, Meliton Escovar, Juan de Dios Muñoz, José Borda, Fernando Párraga y Dámaso Gaviria. En Boyacá se beneficiaron los Montejo, antepasados de los Santos, dueños de El Tiempo. El asunto es que los bienes eclesiásticos, todos, fueron adjudicados a las personas más influyentes y adineradas de la sociedad. Y el presidente Mosquera era uno de ellos. Por supuesto, también se beneficiaron los comerciantes que aprovecharon el momento y amasaron sus fortunas, entre estos, los López (poderosa familia de presidentes, empresarios y dueños de medios), y los Samper, otra poderosa familia que ha controlado –junto a otros apellidos- todas las instancias de la vida en Colombia: industria, comercio, educación, finanzas, legislación, poder ejecutivo y judicial.. en fin.. Ya pueden ustedes entender que la presencia de ciertos apellidos en la vida nacional no llega de la noche a la mañana por favor de Dios, sino que surge de la rapiña que se hizo a los pobres. Igual podemos ver cómo nació la dinastía de los Rojas Moreno; su abuelo Gustavo Rojas Pinilla se enriqueció enormemente cuando fue dictador de Colombia y hoy podemos ver a su hija y nietos apropiados de una enorme tajada del poder. Ah.. y todo con la anuencia de los curitas, como siempre.

Los jesuitas, queriendo vengarse de Mosquera buscando derrocarlo para poder regresar al país, agudizaron la guerra conduciendo a los conservadores a formar guerrillas para combatir a Mosquera. Al final de ésta, aunque ganaron los liberales, el país quedó mucho más sumido que antes en la miseria y la desesperanza.

Una vez adjudicados los bienes de la iglesia a los ricos liberales, Mosquera se sintió más seguro y se reunió con algunos de ellos en Bogotá para reorganizar el país. Se convocó la Convención de Rionegro donde se aprobó la Constitución de 1863. Esta Constitución ha sido, en opinión de la mayoría de expertos, la más liberal de todas las que han existido. En ella se consagraron los derechos individuales, se abolió la esclavitud, se eliminó la pena de muerte, se implantó la libertad de pensamiento, de imprenta y de palabra y la libertad religiosa, entre otras. Tan ambiciosa era esta Constitución que Víctor Hugo, el gran pensador y escritor francés, defensor de las libertades individuales y civiles, dijo que ésta era una Constitución “para un país de ángeles”. Y de ella surgieron los Estados Unidos de Colombia.

Entonces, el Vaticano instó al ecuatoriano Juan José Flórez a invadir Colombia y tomar Túquerres. Esto obligó a Mosquera a desplazarse hacia Nariño, situación que aprovecharon los jesuitas para instar a un levantamiento militar de los conservadores en Antioquia contra el gobierno liberal de Pascual Bravo en ese Estado. Ganaron los conservadores quienes derrocaron a Bravo y nombraron a Pedro Justo Berrío como presidente de ese Estado, uno de los nueve que conformaban la nación. Manuel Murillo Toro, presidente de la confederación después de Mosquera, reconoció el gobierno de Berrío. De ahí en adelante, durante la duración de los Estados Unidos de Colombia, la iglesia instigó y patrocinó continuamente el accionar de las guerrillas conservadoras.

Y no solamente eso. La iglesia también penetró los círculos liberales que habían inspirado la Constitución de Rionegro, y sembró en las mentes de algunos caudillos liberales, como la de Manuel Murillo Toro, ideas del socialismo que los curas habían ensayado con los indios Guaraníes en las Reducciones paraguayas. No en vano Murillo había sido alumno de los jesuitas, igual que José María Rojas Garrido y Manuel María Madiedo, quien fuera el precursor del socialismo católico en Colombia.

Tomás Cipriano de Mosquera había abandonado la presidencia en 1864, debido a la obligación constitucional. Pero fue elegido de nuevo en 1866. En este, su cuarto mandato, Mosquera propuso una revisión de los remates de los bienes desamortizados de la iglesia ya que no se había cumplido el objetivo de que estos quedaran en manos de campesinos y no de terratenientes y comerciantes. Para infortunio de Mosquera, el Congreso estaba compuesto en su mayoría por estos comerciantes, terratenientes y curas, así que el presidente comenzó a ser atacado desde todos los frentes buscando torpedear su gestión y desacreditarlo ante la opinión pública. Mosquera atacó al Congreso en una alocución pública y éste respondió con medidas que limitaban el poder presidencial. La iglesia, que estaba deseosa de venganza debido a la expulsión de los jesuitas y del arzobispo Arbeláez, apoyó el golpe de Estado que le propinó el general boyacense Santos Acosta, familiar de los Samper, dinastía de comerciantes.

En 1870, los ricos comerciantes iniciaron la era de los bancos. Se fundó el primer banco privado, el Banco de Bogotá, con 107 accionistas procedentes de las mismas familias de siempre, entre las cuales estaban los Samper, obviamente. Los jesuitas también estaban entre los principales accionistas.

En Antioquia, familias poderosas como los Ospina, los Uribe, los Vélez y los Restrepo se hicieron a cientos de miles de hectáreas estableciendo sus haciendas en las márgenes del río Cauca. Al contrario del modelo norteamericano, que no permitía la posesión de la tierra por encima de la capacidad de la familia para trabajarla, aquí –y en toda Latinoamérica- el modelo a seguir fue la apropiación de grandes extensiones de tierras, cosa que agravó el tema agrario perpetuando la desdicha y la pobreza de los eternos malogrados: el pueblo común y corriente, ignorante y católico.

Por su parte, la iglesia se valió también de la Constitución liberal de Rionegro para fortalecerse en las regiones – estados de la nación. Como la Constitución decía que el Estado Central no podía intervenir en las guerras “internas” de cada Estado de la Unión, el clero pudo instigar el levantamiento conservador en Antioquia para derrocar la autoridad legítima con la seguridad constitucional de que el gobierno central no intervendría. Otra consecuencia de esta constitución liberal, “hecha para ángeles” no para hombres educados por jesuitas, fue que el ejército del gobierno central se debilitó mientras que los ejércitos de algunos Estados de la Unión se hicieron muy poderosos. Alvaro Tirado Mejía calcula que durante la vigencia de la Constitución de Rionegro ocurrieron cerca de 40 rebeliones y levantamientos regionales, y una guerra a nivel nacional, la de 1876-1877, auspiciada por la iglesia Católica, ¡por quién más habría de ser..! que insurreccionó a los conservadores en contra del gobierno central liberal. La guerra fue acaudillada por los Estados de Antioquia y Tolima, ambos conservadores pro eclesiales.

Entretanto, en la Francia derrotada por Prusia, los jesuitas ganaban con la conquista. Mediante una ley se les autorizó a construir la basílica del Sagrado Corazón en la colina de Montmartre, en París, en pleno corazón de la Revolución Francesa. Era el cumplimiento de las palabras del clérigo que había anunciado que esos principios inspiradores de la revolución serían pisoteados. La basílica era el símbolo de la victoria de la Compañía de Jesús. El cura Olivier dijo en esa ocasión que: “la basílica del Sagrado Corazón simboliza el arrepentimiento de Francia y expresa nuestra firme intención de reparar los errores. Es un monumento de expiación y reparación.” Inmediatamente, los jesuitas empezaron a trabajar en la restauración de la Orden y de la monarquía, esto último infructuoso a pesar de las continuas y remozadas peregrinaciones organizadas por ellos hacia los santuarios de la virgen de la Medalla Milagrosa en París, y al de Lourdes. El pueblo francés, no obstante su apariencia externa de piedad y devoción católica, internamente mantenía un obstinado rechazo contra las pretensiones de poder político de la iglesia. A pesar de que los jesuitas estaban controlando la educación de los niños hijos de las clases medias que tenían el poder, tratando de que estos aborrecieran la república y ansiaran la monarquía, otra cosa les enseñaban los padres en sus hogares, los mismos que habían luchado para derrocar la tiranía monárquica pro eclesial.

Mientras en Francia ocurría esto, en Colombia los jesuitas, proscritos pero presentes, organizaron la guerra de 1876-1877 bajo la excusa de “problema religioso” causado por la enseñanza laica que algunos Estados de la Unión querían implantar. Los Estados de Antioquia y Tolima, conservadores y clericales, armaron fuertes ejércitos con armas modernas y los curas encabezaron la lucha “revolucionaria” a favor de la moral y la religión. Sin embargo, los mismos ideales egoístas implantados por los jesuitas en sus alumnos, produjo el fracaso de estos ejércitos. Los líderes de Antioquia querían gobernar cuando ganaran la guerra, y los líderes tolimenses y del Cauca buscaban lo mismo. Los antioqueños esgrimían su superioridad racial como garante del derecho a gobernar, mientras que los “negros del Cauca”, también conservadores, no estaban dispuestos a que los antioqueños los dejaran sin parte del botín. Por conveniencia, se firmó la paz.

Pero los jesuitas ya tenían adelantada la redacción del Concordato que afirmaría el poder papal en la región. Pero, para que éste se firmara, la Constitución de Rionegro debía terminarse. ¿Cómo lograrían anular la Constitución y establecer otra que se acomodara a sus ambiciones...? Como siempre lo han hecho. Con su especialidad: La guerra.


Ricardo Puentes M.
Enero 16 de 2008.