lunes, 3 de marzo de 2008

VATICANO Y MAGNICIDIOS PARTE V

VATICANO, GUERRAS Y MAGNICIDIOS
Parte V


Como ya vimos, Tomás Cipriano de Mosquera había expulsado a los jesuitas del país y estos habían iniciado una ofensiva en todos los frentes para anular la Constitución de Rionegro y establecer otra que se acomodara a sus ambiciones y que, por supuesto, permitiera la firma de un Concordato con la Santa Sede.

Hacia 1870, pese a que muchos de los bienes desamortizados de la Iglesia habían sido comprados por las familias poderosas de la época, estas operaciones comenzaron a tener un riguroso descenso. A pesar de que se seguían sacando fincas para remate, la inexistencia de compradores logró que la Iglesia Católica conservara millones de hectáreas.

Esto fue posible debido a la posición que tomó la jerarquía Católica, respecto a defender férreamente sus bienes materiales mediante sus poderes espirituales. Desde el púlpito y mediante numerosas guerras intestinas, los sacerdotes y obispos lograron que los fieles católicos tomaran las armas para defender las riquezas de la Iglesia, demostrando el inmenso poder que tenía –y sigue teniendo- el Vaticano en las mentes de una sociedad aún adicta a la dominación.

Los liberales creyeron ilusamente que podrían terminar con un imperio –el del Papa- que llevaba más de 400 años trabajando laboriosamente sobre la ideología popular, logrando superar al propio Estado tanto en influencia social como en riquezas, organización, manejo internacional y capacidad política. Creyeron tontamente que si enunciaban ideales de libertad, el pueblo los apoyaría inmediatamente; confiaron ilusamente en que los colombianos tenían el suficiente uso de razón para diferenciar la libertad de la esclavitud. Cosa más que descartada hasta el día de hoy si se analiza por qué los bogotanos votaron masivamente por Samuel Moreno, un candidato apoyado por la Iglesia y por la guerrilla colombiana.

Así, pues, se inicia la guerra de 1876-1878, instigada desde los púlpitos y ejecutada por los conservadores proeclesiales, bajo la comandancia del conservador Francisco de Paula Madriñán; guerra que se extendió por todo el país, con excepción de algunos departamentos de la Costa Atlántica. El resultado fue que ganaron los liberales y, como consecuencia, el presidente Aquileo Parra firmó un contrato con Francia para la apertura de un Canal Interoceánico en Panamá. En 1878 vino la presidencia del “liberal” Julián Trujillo, un general apoyado por Rafael Núñez, también “liberal” bajo cuyo gobierno se inició el movimiento conocido como “La Regeneración” que, entre otras cosas, buscaba solucionar el conflicto de las relaciones entre Iglesia y Estado mediante un Concordato con la Santa Sede. Decía Trujillo que la única manera de evitar las guerras civiles, de raíces evidentemente religiosas, era mediante la firma del Concordato, el restablecimiento del poder papal y la conmutación de las penas de destierro impuestas a varios obispos y prelados acusados de sedición y de propiciar la violencia en el país. El Congreso de la República se negó a estas medidas. Y eso enfureció aún más a los jesuitas quienes confiaban en que Trujillo lograría convencer al poder legislativo.

Finalmente, durante el gobierno de Rafael Núñez, ideólogo en el gobierno de Trujillo, él impuso sus medidas de manera autoritaria y, en otros casos, sobornando a los congresistas de los partidos políticos opositores para suprimir la tuición de cultos y permitir el regreso de los obispos desterrados. Creó el Banco Nacional e implantó el papel moneda. Favoreció ampliamente a los banqueros privados entregándoles el manejo de las finanzas públicas. Los banqueros más poderosos, aliados del régimen, quebraron a los más pequeños y empezaron a gestarse los grandes monopolios bancarios que prevalecen hasta el día de hoy. Los poderosos banqueros acapararon la exportación de café y, aunque a ellos les iba bastante bien, no sucedía lo mismo con los pequeños agricultores y obreros que vieron decrecer su poder adquisitivo.

Ya los jesuitas habían regresado al país gracias a la gestión de Eusebio Otálora, ferviente seguidor del papa. Y el propósito de la Compañía de Jesús, de reformar la Constitución para beneficiar los intereses de la Iglesia Católica, ya iba bastante adelantado.

Durante el segundo mandato de Núñez, en 1884, él dejó ver claramente su intención de reformar la Constitución de 1863 (de Rionegro) para respaldar el imperio del papa. Entonces, los liberales “radicales”, como eran conocidos los defensores de la Constitución de Rionegro, se levantaron contra Núñez, mientras que los conservadores apoyaron a este presidente que no era más que un instrumento de los jesuitas. Los seguidores de Núñez, compuestos por los conservadores y algunos liberales, crearon el “Partido Nacional”, para concretar todos los cambios necesarios enunciados por la “Regeneración”.

Los liberales defensores de la Constitución de Rionegro fueron vencidos y diezmados, razón por la cual se rindieron el 26 de agosto de 1885. Como en guerras anteriores, quienes pusieron los muertos fueron los campesinos y la clase obrera. Y quienes resultaron favorecidos fueron, como siempre, la Iglesia Católica y sus apoyadores.

Sin tiempo que perder, los jesuitas convencieron a Núñez de realizar una nueva Constitución. Así, este oscuro personaje, altamente alabado por la educación eclesial, presentó su propuesta de Constitución con la dramática frase: “Regeneración o catástrofe”; alegando la suma urgencia de una centralización política que diera entierro de tercera a la libre autodeterminación regional plasmada en la Constitución de Rionegro. Inmediatamente declaró: “La Constitución de Rionegro ha dejado de existir”.

Dijo también Núñez, en defensa de su proyecto político: “Las repúblicas deben ser autoritarias, so pena de incidir en permanente desorden y aniquilarse en vez de progresar”, un principio claramente jesuita, mírese por donde se mire.

Con esta Constitución del 1886, Núñez reestableció la pena de muerte y declaró que “solo el gobierno puede introducir, fabricar y poseer armas y municiones de guerra”, como una medida para evitar futuras rebeliones en contra de la nueva Constitución. También declaró que se debía “prevenir y reprimir todos los abusos de la prensa”, para amordazar al periodismo de oposición, avanzando hacia la “República autoritaria” como proclamara Núñez el orden político, económico y social impuesto desde el Vaticano.

Núñez, conociendo que Napoleón también propició el camino para el poder temporal del papa, mediante el Concordato entre Francia y la Santa Sede, dijo: “A principio de este siglo se palpó también en Francia la necesidad de ocurrir al sentimiento religioso allí predominante, para dar nueva savia moral a aquella nación, hondamente turbada por el jacobinismo”. Todo estos adornos para que en la Constitución de 1886 quedara establecido esto:

La religión Católica, Apostólica, Romana, es de la Nación: los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada, como esencial elemento del orden social.” De ñapa, se le entregó a la iglesia el poder total sobre la educación: “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica.” También quedó como mandato constitucional que en todos los centros de enseñanza, “la educación e instrucción pública se organizará y dirigirá en conformidad con los dogmas y la moral de la Religión Católica. La enseñanza religiosa será obligatoria en tales centros, y se observarán en ellos las prácticas piadosas de la Religión Católica”. “El gobierno impedirá que en el desempeño de asignaturas literarias, científicas y, en general, en todos los ramos de la instrucción, se propaguen ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”. De igual manera, a cambio de los bienes de la iglesia que ya habían sido adquiridos por los poderosos terratenientes, la oligarquía le cedió a la Iglesia la administración de los cementerios y todo lo referente a la existencia civil de las personas, para quienes era obligatorio acudir a la curia en búsqueda de registros de nacimientos, defunciones, matrimonios y todo lo demás.

Cuando ya estuvo todo concluido, cuando la Iglesia finalmente venció sobre los ideales de libertad del pueblo que dio su vida en pro de aquella, la Santa Sede proclamó su triunfo con la firma del Concordato en 1887. Fueron casi setenta años de guerras planeadas sistemáticamente por la Iglesia para llegar a esta meta.

Núñez abandonó su disfraz de liberal y proclamó su “conversión” al partido conservador, eminentemente clerical. Declaró, además de lo anterior, que los párrocos y, en general, la Iglesia, podían cobrar a los colombianos lo que consideraran conveniente por ejercer sus funciones como administradores de la situación civil de los ciudadanos. Núñez alegaría poco tiempo después que él había entregado el país a manos de la Iglesia Católica a cambio de la paz nacional. Fue un chantaje que nos volvió a sumir en la esclavitud de la cual, en realidad, nunca hemos salido.

Con el control total de la educación, los jesuitas pudieron moverse a sus anchas. Pudieron comprobar plenamente que, como dijo Ignacio de Loyola, “Si los niños han hecho una buena comunión, ellos serán sumisos al Papa, ¡Como el bastón en la mano del viajero, no tendrán ni voluntad ni pensamiento propio!”.

También dijo Loyola, en sus “Ejercicios Espirituales”: “...debemos siempre mantener como principio fijo que lo que veo que es blanco, creeré que es negro si las autoridades superiores de la Iglesia así lo definen.” Todos saben que Roma siempre ha declarado abiertamente su deseo de colocar la educación pública en manos de los Jesuitas, porque, dice la gran Ramera Católica, que ellos son los mejores maestros y modelos. ¿Por qué?

La respuesta es también sencilla: Porque los jesuitas han demostrado mucha más audacia y éxito que las otras órdenes religiosas, en destruir la inteligencia, la conciencia y la inclinación a la libertad de sus alumnos. La Historia ha demostrado que cuando un hombre ha sido entrenado por ellos durante el suficiente tiempo, se convierte en un cadáver moral, en un instrumento fácil del general jesuita. Sus superiores pueden hacer con él lo que les dé la gana, pueden ordenarle cualquier cosa con la certeza de que obedecerá ciegamente. Esto lo plasmó muy bien el papa Gregorio XVI en su celebrada Encíclica del 15 de Agosto de 1832: “Si la santa Iglesia así lo requiere, sacrificaremos nuestras propias opiniones, nuestro conocimiento, nuestra inteligencia, los sueños espléndidos de nuestra imaginación y las realizaciones más sublimes del entendimiento humano.”

Los jesuitas, maestros de la injuria, el engaño y las conspiraciones, no solamente controlan el sistema educativo en Colombia y en casi la totalidad de Latinoamérica, sino que prácticamente han cumplido su meta de controlar la educación en Estados Unidos, país al cual empezaron a ingresar desde cuando arribó el segundo grupo de peregrinos, abriendo el camino para que miles de familias católicas de Inglaterra, Irlanda y Francia –enviadas por el Vaticano- migraran hacia este país protestante, haciendo que estas familias católicas pasaran como protestantes para integrarse a las colonias.

A través de los años, los jesuitas han logrado infiltrar todas las escuelas protestantes de Estados Unidos y han entrado a formar parte de las juntas escolares en los Estados de la Unión. Lograron erradicar la enseñanza de la Biblia para reemplazarla con la psicología evolutiva en un fiel reflejo de los Ejercicios Espirituales de Loyola. Luego, establecieron sus propias escuelas y universidades controladas por jesuitas y hoy, éstas superan en número a todas las escuelas y universidades protestantes de Estados Unidos.

Harvard y Yale, antes protestantes, ahora están bajo el control jesuita; igual sucede con Penn, UCLA, Princenton y Cornell, por mencionar solamente algunas; además de la de Georgetown donde se educaron Clinton y otros presidentes. Clinton también estudió en la ultracatólica Yale, donde se conoció con su actual esposa, Hillary, hoy candidata presidencial. También en Yale se graduaron George Bush y George W. Bush, todos, nefastos gobernantes para Estados Unidos, un país que nació con ideales protestantes y que hoy día está controlado por los asesinos jesuitas.

Así, aunque Colombia y el resto de Latinoamérica han sido presas fáciles de la ideología jesuítica, debido a siglos de adoctrinamiento, en Estados Unidos, el asunto se puso más difícil para ellos. Desde el Congreso de Viena, Verona y Chieri –que ya vimos anteriormente- los jesuitas dejaron muy claro que recurrirían al asesinato de líderes en Estados Unidos si estos se oponían a sus planes. Fue por eso que desde 1841 hasta 1857 tres presidentes fueron atacados por ellos. Dos murieron y uno logró escapar con dificultad. Como declaró el papa en ese Congreso: “Nosotros también estamos determinados a tomar posesión de los Estados Unidos; pero debemos proceder con el mayor secreto”.

Con suma paciencia y sigilo, procedieron a masificar a los norteamericanos mediante el control de la educación y de la industria del entretenimiento. Implantaron millares de católicos en las principales ciudades con la convicción absoluta de uno de los prelados que dijo: “el voto de cualquier individuo aunque esté cubierto de harapos tiene tanto peso en la escala de poderes como el del millonario, Astor y que si tenemos dos votos en contra de los suyos él se convertirá en alguien con tan poco poder como el de una ostra”. Por eso gestionaron desde Roma la migración de millones de irlandeses e italianos pobres pero fieles al papa, y los colocaron en los cinturones de miseria de Washington, Nueva York, Boston, Chicago, Buffalo, Albano, Troy, Cincinnati y San Francisco.

La meta era, y es, que el voto católico sea esencial para elegir quien regirá los destinos de esa nación. Como narró Charles Chiniquy, un exsacerdote canadiense que, en el siglo XIX, dedicó el final de su vida a desenmascarar a Roma; él revela lo expresado por el general jesuita en documentos descubiertos: “Entonces ¡sí! gobernaremos a los Estados Unidos y los pondremos a los pies del Vicario de Jesucristo (el papa), para que le ponga fin a su sistema de educación que se encuentra ausente de Dios y a sus leyes impías de libertad de conciencia, que son un insulto a Dios y al hombre!” (Charles Chiniquy, Fifty Years in the Church of Rome. Chick Pulications, pp. 281-282.)

Precisamente, Chiniquy fue objeto de los ataques de los jesuitas, quienes montaron un tinglado de injurias para desprestigiar al entonces sacerdote. Lincoln sabía que a Chiniquy se le había acusado injustamente y aceptó defenderlo. Y ganó.

Debido al éxito de la defensa, Chiniquy salió victorioso y la conjura de los jesuitas fue descubierta; pero esto también desembocó en que Abraham Lincoln se ganara un odio más profundo de los hijos de Loyola. Un odio que ya se estaba gestando debido a que Lincoln era partidario y defensor de la libertad de los esclavos, algo que atentaba contra los intereses económicos de la Santa Sede en Estados Unidos. Los jesuitas controlaban el tráfico de esclavos y se beneficiaban directamente de ellos en sus enormes plantaciones de algodón que tenían en el sur. Igual que se habían beneficiado en Paraguay hacía siglos. Y, debido a las pretensiones de Lincoln –y de otros gobernantes que fueron asesinados también-, esta maléfica Orden desató la guerra civil estadounidense usando como detonante a su súbdito, Jeff Davis.

El mismo Lincoln escribió, refiriéndose a esta guerra: “Desgraciadamente, siento más y más cada día que la lucha que estoy librando no es únicamente contra los americanos del Sur, es más que nada en contra del Papa de Roma, sus perversos Jesuitas y sus esclavos ciegos y sedientos de sangre. Mientras esperen conquistar el Norte, ellos salvarán mi vida; pero el día que eliminemos su ejército, tomemos sus ciudades y los forcemos a someterse entonces me da la impresión de que los Jesuitas quienes son los gobernadores principales del Sur harán lo que casi invariablemente han hecho en el pasado. El cuchillo o la pistola lograrán lo que los guerreros no pueden lograr. La guerra civil parece ser un mero asunto político para aquellos que no ven lo que yo veo. El secreto surge de ese drama terrible. Pero es una guerra más religiosa que civil. Es Roma la que quiere gobernar y degradar al Norte como ya ha gobernado y degradado al Sur, desde el mismo día de su descubrimiento. Hay sólo unos pocos de los líderes del Sur quienes no están más o menos bajo la influencia de los Jesuitas a través de sus esposas, parientes y sus amigos. Algunos miembros de la familia de Jeff Davis pertenecen a la iglesia de Roma”.

Morse, el inventor del telégrafo, supo de las conjuras desde Roma contra Abraham Lincoln y así se lo advirtió al presidente. Por esta razón, cuando el sacerdote Chiniquy también lo alertó del plan para asesinarlo, Lincoln dijo: “(Morse) me dijo que cuando estaba en Roma no hacía mucho tiempo encontró las pruebas de que existe una conspiración formidable en contra de este país y de sus instituciones. Sin duda le debemos a las intrigas y a los emisarios del papa la mayor parte del terror que estamos viviendo con esta guerra civil que está amenazando con cubrir todo el país de sangre y de ruinas. (...) El Papa y los Jesuitas, con su infernal Inquisición, son el único poder organizado en el mundo que tiene el recurso de la daga del asesino para asesinar a aquellos a quienes ellos no puedan convencer con sus argumentos o conquistar con la espada. Los Jesuitas son tan expertos en esos hechos de sangre, que Enrique IV dijo que era imposible escapar de ellos, y él llegó a ser su víctima, aunque él hizo todo lo que podía haber hecho para protegerse a sí mismo. Mi escape de sus manos, desde la carta del papa a Jeff Davis que ha aguzado un millón de cuchilleros para partir mi pecho, sería más que un milagro".

Se le hicieron varios atentados, aún antes de que Lincoln se convirtiera en presidente de los Estados Unidos. Contrataron a un barbero italiano para que lo atacara con granadas, pero éste y otros intentos fallaron.

Mientras iba en un tren se le cayó una carta a John Wilkes Booth, el actor que disparó contra Lincoln; la carta le había sido enviada por Charles Shelby y cuando fue encontrada, se la enviaron al presidente Lincoln quien, después de haberla leído, escribió sobre ella la palabra “asesinato” y la archivó en su oficina. Después de su muerte, esta carta fue encontrada y utilizada como evidencia en la corte. Un extracto de la carta dice: “Abe debe morir y debe ser ahora. Pueden escoger sus armas, la copa, las balas o el cuchillo. La copa (veneno) nos falló una vez y podría volver a fallarnos... Sabes donde encontrar tus amigos. Tus disfraces son tan perfectos y completos... Realicen su misión por su hogar, por su país, aprovechen su tiempo, asegúrense de hacer lo que tienen que hacer. “Los amigos” a los que se refiere, eran los emisarios del Papa: los Jesuitas.
Un conocido investigador de este episodio, nos dice: “Me siento seguro al afirmar que ninguna otra parte puede ser encontrada en un libro acerca de la presentación coordinada de la historia completa de la muerte de Abraham Lincoln, la cual fue instigada por el papa “negro”, el General de la Orden Jesuita, camuflado por el papa “blanco”, Pío IX; ayudado, instigado y financiado por otros abogados del "Derecho Divino" de Europa, y finalmente consumado por la Jerarquía Romana y sus agentes pagados en este país y Canadá Francesa en “Viernes Santo” a la noche, el 14 de Abril, en 1865, en el Teatro de Ford, Washington, D.C.” (La Verdad Suprimida Sobre El Asesinato De Abraham Lincoln, Burke McCarty, 1973, originalmente publicado en 1924)

Lincoln tenía muy en claro que “Esta guerra nunca habría sido posible sin la influencia siniestra de los Jesuitas. Nosotros se lo debemos al papado, el hecho que ahora nosotros vemos nuestra tierra enrojecida con la sangre de sus hijos más nobles.”

Esa misma influencia siniestra fue la que llevó a la piadosa católica Mary Surrat a prestar su casa para planear cuidadosamente el asesinato, con la visita permanente y profusa de muchos sacerdotes católicos que los vecinos veían entrar y salir. Los sacerdotes jesuitas eran los confesores de John y Mary Surrat, de Booth y de Davis, quien puso el dinero para el asesinato. Booth, antes de morir, escribió: “Nunca podré arrepentirme, Dios me hizo el instrumento de su castigo”.

Cuando uno compara estas palabras con los principios y doctrinas que se enseñan y se decretan como de obligatorio cumplimiento desde los Concilios y las escuelas controladas por los jesuitas, se entiende cuál fue el origen de la ciega obediencia, sin importar las consecuencias, como si la orden de asesinar emanara del mismo Cristo. Mary Surrat, una de las conspiradoras, fiel comulgadora católica, declaró al día siguiente del crimen, que “La muerte de Abraham Lincoln no es más que la muerte de cualquier negro en el ejército”. Veamos algunas de las doctrinas católicas que inspiran a los magnicidas y demás asesinos:

“¿Será lícito a un hijo matar a su padre cuando está proscrito? Muchos autores sostienen que sí, y si el padre fuera nocivo a la Sociedad, opino lo mismo que esos autores.” (Dicastillo, jesuita español, en el tomo 2º de La justicia del Derecho, página 511)

El también jesuita, Amicis, dice que, “un religioso debe matar al hombre capaz de dañarle a él o a su religión, si cree que abriga tal intento”.

Con estas enseñanzas “divinas” no es raro que los fieles seguidores católicos cumplan cualquier capricho de sus amos, los sacerdotes, ya que creen que estos tienen autoridad delegada de Dios sobre la tierra. Igual sucede por los lados de las iglesias evangélicas cuyos pastores se endilgan la autoridad de Cristo y hacen que sus fieles ataquen, en toda forma, a quienes pongan en duda las órdenes de estos pastores. Y es que estas iglesias, supuestamente “cristianas”, también están controladas por la Orden. Pero continuemos.

Después del juicio, Mary Surrat, Lewis Paine, David Herold y George Atzerodt fueron colgados en la horca. Los cuatro eran católicos y dos de ellos eran sacerdotes jesuitas.

John Surratt, otro de los conspiradores, logró tomar un vuelo a Montreal y, desde allí, fue llevado a Liverpool, Inglaterra, y luego a Roma. Un oficial de Estados Unidos lo encontró en Roma, formando parte del ejército personal del papa. El Sumo Pontífice patrocinó protegió a este asesino hasta su muerte, igual que protegió y patrocinó a Hitler, Mussolini, Lenin, Franco, los Borbones, Fidel Castro, Pinochet y demás marionetas del Vaticano. Por supuesto, la protección solamente llega hasta donde empiece a peligrar la integridad del papa.

Por eso, hoy no es extraño ver que en un régimen supuestamente ateo, como es el de Cuba, el segundo a bordo en el Vaticano sea recibido con todos los honores de un jefe de Estado. No es raro, por eso, que lo mismo suceda en Nicaragua, México y, en general en todos los países latinoamericanos que han estado –y estarán- bajo el control del Vaticano, sean “democracias”, dictaduras, movimientos bolivarianos, revolución cubana, sandinismo, o como quiera que se llamen, los jesuitas están detrás de todos los regímenes controlando los destinos del país mediante el uso de las guerras civiles, la mafia, el narcotráfico, la corrupción moral, el analfabetismo y la pobreza. Con todo esto, ellos salen ganando.

Así como en Estados Unidos los jesuitas lograron introducirse en las Cortes y las instancias del poder judicial, como también en la CIA, ocupando cargos como magistrados y legisladores para manipular la constitución a su favor, lo mismo sucede en nuestros países latinoamericanos de una manera mucho más descarada. Por eso vemos a hampones, secuestradores, genocidas, mafiosos y rateros amnistiados mediante el amañamiento de las leyes y decretos que usan a su favor. Por eso el presidente Samper fue declarado inocente por el Congreso, por eso los guerrilleros del M-19 y los narcotraficantes –sus financiadores- fueron amnistiados y no extraditados: llegaron al descaro de cambiar una Constitución solamente para beneficio de unos pocos. César Gaviria fue el principal promotor de esta nueva Constitución, junto a los carteles de la droga que presionaron a los constitucionalistas para aprobar lo necesario para escapar de la justicia norteamericana. Por eso no es raro que asesinos guerrilleros sean huéspedes de honor de la curia colombiana, ni que ésta funja como agencia de viajes y compañía de guardaespaldas para escoltar a estos hampones hasta Cuba, otro fortín del Vaticano. Por eso los paramilitares siguen delinquiendo desde la cárcel; por eso las víctimas nunca serán reparadas; por eso las tierras que los paramilitares les quitaron a los campesinos, ahora pretenden dárselas a poderosos industriales para que se lucren de ellas y sigan esclavizando a los impotentes agricultores. Por eso nadie dice nada. (El Tiempo mencionó algo, pero lo hizo buscando beneficiar la candidatura de Santos para las próximas elecciones presidenciales)

En Estados Unidos, el plan jesuita incluye el control de los partidos políticos. Ya han avanzado mucho en eso: han colocado a Clinton, a Bush –padre e hijo- y a algunos más antes de ellos. En Colombia, esto ha sido mucho más evidente debido a que este país siempre ha estado bajo el dominio de la Iglesia Católica. Hasta los partidos de izquierda, como el Polo Democrático, están controlados abierta y descaradamente por ellos. El mismo Francisco de Roux, importante e influyente sacerdote jesuita, no tiene reparo en declarar públicamente su respaldo a este partido socialista católico. Un hermano de este jesuita es miembro importante del partido. Igual con las guerrillas. Éstas han nacido en los púlpitos y han sido apoyadas por muchos sacerdotes, algunos de los cuales han entrado a formar parte de sus filas armadas. El ELN, al igual que Sendero Luminoso, en el Perú, ha tenido entre sus ideólogos al mando, a jesuitas.

Todos los presidentes colombianos han sido fieles a Roma, son devotos de la Virgen María, del Divino Niño y del infernal rosario de patronos ante cuyas estatuas no dudan en hincarse. Los prelados católicos influyen en las decisiones del presidente, lo asesoran, le hablan al oído, le exigen usando el nombre de Dios. Recientemente han sido nombrados como únicos mediadores autorizados entre el gobierno y la guerrilla. ¿Por qué? Porque son amigos de ambos lados. Son los confesores y asesores de ambos bandos, como confesores y asesores fueron de Pablo Escobar y el resto de narcotraficantes que sumieron al país en una cruenta cadena de masacres financiadas y planeadas desde Medellín, el gran fortín de Roma en Colombia.

Por último, en la etapa de penetración en los Estados Unidos, el Vaticano planeó tomar el control de las fuerzas militares y de los medios de comunicación. Hoy en día, en Estados Unidos, hay un gran número de generales fieles a Roma. Si en los tiempos de Lincoln, el Vaticano controlaba más de la mitad de los periódicos norteamericanos, imagínense cómo estará la situación hoy día.

¿Sucede en Colombia lo mismo...? No lo duden. El Tiempo, cuyo dueño fue el presidente Eduardo Santos, quien acogió a los asesinos nazis embarcados por el papa en Roma para que huyeran de la justicia, ahora está en manos de esa misma familia cuyos principales miembros pertenecen a logias masónicas y están muy altos en los círculos de poder. Uno de ellos, Juan Manuel Santos, es Ministro de Defensa, mientras el otro –Francisco Santos- es el vicepresidente. Enrique Santos, director del periódico, fue y es un importante militante de izquierda que ha apoyado al Polo Democrático y a los jesuitas. Precisamente, en el editorial del 23 de febrero de 2008, El Tiempo felicita al nuevo general jesuita, el sacerdote español Nicolás, y hace una apología de las acciones de estos asesinos, la orden de Loyola que, como bien lo aseguró Lincoln, son los peores enemigos de la libertad.


Ricardo Puentes M.
Febrero 23 de 2008