sábado, 22 de marzo de 2008

VATICANO, WALL STREET Y SOCIALISMO. PARTE VI

VATICANO, WALL STREET Y SOCIALISMO
Destruir los pensamientos por la fuerza es una constante de la Iglesia Católica
Parte VI.


Es bien conocido por todos el odio visceral que la Iglesia católica siente desde siempre hacia los judíos. No obstante, los jesuitas no han dudado en aprovecharse de ellos para conseguir sus propósitos y, lo que es aún mucho más macabro, hay demasiados ejemplos de judíos que intentan destruir a sus hermanos de raza. Incluso desde los tiempos de Jesús, él denunció a esta clase de personas que “dicen ser judíos sin serlo”. Hombres como Hitler, Marx, Lenin y otros, olvidaron bien pronto su origen y, tratando de ocultar su sangre judía, hicieron lo posible –cada cual en su estilo- para aniquilar a sus hermanos. Por eso, no es extraño ver que judíos, ocupando altas posiciones en el Vaticano, hayan intentado devastar al pueblo judío donde quiera que éste se haya encontrado. Como veremos más adelante, la creación del Estado de Israel obedecerá a esta dinámica fraticida.

Jesuitas de alto rango son judíos que odian a los judíos; la banca internacional está en manos de judíos que también odian a su pueblo.

Así, encontramos una declaración de un jesuita-judío, quien escribió en la “Civilta Católica”, publicación oficial de los jesuitas: “La emancipación de los judíos fue el resultado de los llamados principios de 1789 cuyo yugo pesa fuertemente sobre los franceses. Los judíos tienen en sus manos a la República, que es más hebrea que francesa. El judío fue creado por Dios para ser usado como espía dondequiera que se planea una traición. Los judíos no solo deben ser eliminados de Francia, sino también de Alemania, Austria e Italia. Luego, al restablecerse la gran armonía de tiempos pasados, las naciones otra vez hallarán la felicidad que perdieron.” (Febrero 5 de 1898)

Cuando este periódico jesuita habla de “los principios de 1789”, se refiere a aquellos que inspiraron la Revolución Francesa, los derechos del hombre, cuya proclamación de igualdad y justicia siempre han odiado los hijos de Loyola. Lo aterrador es que este llamado a la eliminación de los judíos se hace tan temprano como en 1898, más de 30 años antes de que Hitler, usado por el Vaticano, avanzara exitosamente hacia esta aniquilación.

Por otro lado, el tiempo de la “gran armonía”, al que se refieren los jesuitas, no es otro que aquel cuando ellos gozaban de plenos poderes en todo el mundo, aconsejando a reyes y confesando a los poderosos de las naciones para inducirlos a hacer lo que ellos pretenden todavía.

El asunto es que esta publicación, órgano oficial de los jesuitas, intentaba exaltar aún más los ánimos de los franceses hacia los judíos comunes y corrientes. En 1894 los jesuitas habían inventado un fraude contra la reputación de Alfredo Dreyfus, logrando que fuera acusado de traición a la República mediante la falsificación de una supuestas cartas y otros documentos que se le endilgaban falsamente a Dreyfus. Este caso llevó a Francia a una división. Aunque se descubrió la intriga, causando indignación mundial contra las autoridades francesas (católicas), Dreyfus fue condenado. Pocos católicos estaban de parte de este hombre de origen judío, y quienes buscaban la verdad, casi todos protestantes, laicos y judíos, no tuvieron mayor peso en la decisión judicial.

Ante las protestas de este reducido grupo de valerosos hombres que denunciaron la injusticia, el padre Didon, rector de la Escuela Albert.le-Grand, pronunció un elocuente discurso que fue aplaudido por el generalísimo Jamont, vicepresidente del Consejo Superior de Guerra. En éste, el monje dijo, refiriéndose a Dreyfus: “¿Debemos permitir que el malvado quede libre..? ¡Por supuesto que no..! El enemigo es el intelectualismo que pretende menospreciar la fuerza, y los civiles que desean subordinar a los militares. Cuando falla la persuasión, cuando el amor no es eficaz, debemos blandir la espada, difundir el terror, cortar cabezas, declarar la guerra, atacar...” Un discurso puramente jesuita, de esos que continuamente lanza el padre Alfonso Llano, S.J, en Colombia, y que son publicados religiosamente por El Tiempo. También hay un asombroso parecido con los discursos de las FARC y los paramilitares.

¿Qué buscaban los jesuitas con esta infamia..? Lo de siempre. Exaltar las diferencias y dividir al país –en este caso a Francia- en una guerra civil.

En esta labor no solamente había colaborado la “Civilta Católica”, sino también “La Croix”, un periódico fundado por Vicent-de-Paul Bailly, un asuncionista que en realidad no era más que un jesuita camuflado en esta orden fundada –como no- por los jesuitas como disfraz para evadir las eventuales acciones en contra de la Compañía de Jesús. Bailly intentó por todos los medios –incluso el de la injuria- reestablecer la persecución contra los judíos y asesinar a quienes osaran defenderlos. Bailly fue principal instigador en contra de Dreyfus y continuamente, en “La Croix”, aplaudía las manifestaciones violentas en donde furibundos católicos atacaban a quienes defendían a Dreyfus.

Una actitud tan católica y tan común tanto antes como ahora. Precisamente Tomás de Aquino, uno de los santos hombres de la Iglesia Católica, inspirador de mucha de su teología, afirma: “Para que los santos disfruten más de su bienaventuranza, y aumente su gratitud hacia Dios, se les permite contemplar lo espantoso de la tortura de los impíos.. Los santos se regocijarán con los tormentos de los impíos..” (Sancti de poenis impiorum gaudebunt)

Con estos “padres de la iglesia” podemos ir entendiendo el prontuario de la Iglesia Católica, tan proclive a la tortura, el horror y el homicidio.

Obviamente, el padre Bailly también figura ya en el santoral católico.

¿Por qué es tan importante el caso Dreyfus..?
Por qué en el año en que comenzó, en 1894, también se llevó a cabo la alianza franco-rusa contra la “Triple Alianza” (Alemania, Italia, Austria-Hungría)

La Triple Alianza había sido firmada en 1882 por el II Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro e Italia. Su objetivo era conceder a Alemania la garantía de la neutralidad austro-húngara en caso de ataque por parte de Francia, con quien persistía el peligro de un conflicto armado desde la Guerra Franco-prusiana (1870-1871), que perdió Francia, como vimos anteriormente; este acuerdo también proporcionaba a Austria-Hungría un poderoso aliado para hacer frente al creciente expansionismo de Rusia en la península de los Balcanes y evitaría que los austro-húngaros iniciaran una guerra con Rusia obligando a que este país buscara la ayuda de la poderosa Francia. La Triple Alianza era, en pocas palabras, el brazo armado del papa, su espada contra los herejes.

Obviamente, al “Santo Padre” le convenía más que Rusia y Francia permanecerían sin alianzas para que los defensores del papa, los países de la Triple Alianza, obtuvieran una victoria mucho más fácil en el golpe que ya se estaba gestando para aniquilar cualquier reducto de protestantismo y de los rezagos de “los principios de 1789” que tanto daño estaban haciendo a la Santa Sede en todo el mundo donde tenían sus dominios. Lamentablemente para el papa, en 1918 serían derrotados sus aliados.

Durante las guerras, los jesuitas habían tenido muchos triunfos y derrotas en Alemania y Francia cuyos pueblos pelearon por emanciparse del yugo de la curia católica romana. Como consecuencia de tales guerras, estos países fueron continuamente desolados.

Como siempre, los ejércitos católicos iban seguidos de jesuitas que los animaban a pelear por la supremacía del papa. Así, mientras los jesuitas alistaban las hogueras para los herejes, los protestantes alemanes y escandinavos llevaban horcas para colgar a los jesuitas. Cuando los católicos ganaban alguna plaza, los jesuitas encendían hogueras en las que quemaban la Biblia y cuantos libros cristianos encontraban. Luego, los lugares protestantes eran “purificados” llenándolos de reliquias, retablos, vírgenes y santos, para luego ser consagrados al culto católico.

Dreyfus fue usado por los jesuitas, difamándolo y acusándolo falsamente de traición, con el doble propósito de preparar el camino para el exterminio de los judíos, y para ocasionar la guerra civil en Francia con el fin de debilitarla impidiendo su alianza con Rusia. Esto haría a Francia fácil presa de la Triple Alianza pro-papal; y la República que depuso la tiranía y abogó por las libertades del hombre, sería finalmente castigada por la Compañía de Jesús.

Para entender la razón por la cual los jesuitas y sus discípulos mienten y calumnian tan fácilmente, podemos ver algunas de las leyes morales que dictan sus teóricos:

El jesuita Moullet escribió en su Compendium: “¿A qué se obliga el que jura ficticiamente y con ánimo de engañar? A nada, en virtud de la religión”.

Cárdenas, dice en su Crisis teológica: “Permitido es, jurar sin intención de cumplir, si hay razones graves para ello.”

El padre jesuita Sánchez afirma en su Operae moralis: “Se puede jurar que no se hizo una cosa aunque se hiciera; esto es cómodo en casos críticos, y justo cuando es útil para la salud, el honor o el bien.”

Por su parte, el jesuita Arbault dice que “Los hombres pueden sin escrúpulos, atentar unos a otros por la detracción, la calumnia y los falsos testimonios.” Y luego añade que: “Para cortar las calumnias se puede asesinar al calumniador, pero a escondidas, a fin de evitar el escándalo.”

El jesuita Amicis, dice que, “un religioso debe matar al hombre capaz de dañarle a él o a su religión, si cree que abriga tal intento”.

Con estas normas morales, es de entender por qué la Iglesia Católica se ha destacado en dirigir las peores guerras y masacres de la historia.

Y también, en hacer lo que consideren necesario para conseguir su máximo fin: consolidar el poder temporal del papa.

Adam Weishaupt, un jesuita que buscaba consolidar un tipo de gobierno mundial –cuya cabeza debía (y debe) ser el papa- al cual llamó el Nuevo Orden Mundial, buscó por todos los medios controlar a los países europeos protestantes, y a los Estados Unidos que se erigían como una nación protestante. Para ello, infiltró las logias masónicas de América y se valió del uso de poderes ocultitas, tan comunes a los jesuitas y a los gobernantes del mundo (del uso de los poderes ocultistas en los gobiernos del mundo, hablaremos después). Para 1789, Weishaupt controlaba todas las logias masónicas de Europa. Y esas logias infiltradas fueron las que produjeron hombres como Simón Bolívar, autócratas y déspotas que buscaban ser las cabezas seudomonárquicas en esa “independencia” latinoamericana.

Weishaupt decía que el establecimiento de ese Nuevo Orden Mundial nunca ocurriría en forma pacífica y democrática, y que éste sistema sólo podría ser establecido por la revolución violenta.

Esta teoría fue perfeccionada años más tarde por otro discípulo jesuita, Hegel, quien dijo en 1823 que “El conflicto provoca el cambio, y el conflicto planificado provocará el cambio planificado”.

Hegel sabía que, para conseguir este “cambio planificado”, había que “planificar” el conflicto. Algo en lo que los jesuitas estaban incursionando desde hacía siglos. Los hijos de Loyola habían experimentado con estos cambios “planificados” y habían tenido un relativo éxito. Sabiendo que las ideas de la Revolución Francesa los habían cogido desprevenidos, ocasionándoles mucho daño en los regímenes monárquicos europeos y en las colonias donde actuaban en contubernio con las coronas, eran conscientes de que debían reparar los errores del pasado y “controlar los cambios”, con guerras cuidadosamente planificadas. Las ideas de Hegel fueron propagadas en colegios y universidades católicas originando acalorados debates juveniles en las aulas, hasta que poco a poco el furor Hegeliano se fue apagando. O, al menos, eso parecía.

Pero los jesuitas sabían lo que había que hacer. Hegel les había dado la fórmula: del conflicto de la Tesis con la Antítesis, surgiría la Síntesis resultante. La tesis ya existía: eran los gobiernos de Europa y América: democracias y monarquías “cristianas”. Así que la Antítesis debía inventarse.

Compton, un autor católico eclesial, escribió al respecto: “En 1846, había un sentimiento de cambio en el aire. Un cambio que se extendería más allá de las fronteras de la Iglesia y transformaría muchas facetas de la existencia... Dos años después un selectísimo cuerpo de iniciados secretamente que se llamaban a sí mismos “la Liga de Doce Hombres Justos de los Iluminati”, financió a Carlos Marx para que escribiera el Manifiesto comunista..." ["The Broken Cross: Hidden Hand In the Vatican" (La cruz torcida: mano oculta en el Vaticano)

Es importante anotar que esta liga de “Doce hombres justos”, o Gobierno de los 12 (G12) fue posteriormente implantada en el Opus Dei. También César Castellanos y su esposa Claudia Rodríguez de Castellanos (senadora colombiana) implantaron esta “visión” del G12 en su iglesia “cristiana”, copiando el modelo del Opus Dei e implantando los “Encuentros Espirituales” de Loyola en sus propios “Encuentros”, todo para lograr la obediencia mística de sus seguidores usando el ocultismo. Pero sigamos.

Estos “illuminati” que financiaron a Marx no son otros que los pertenecientes a la orden ocultista creada por Adam Weishaupt. A su vez, este sacerdote jesuita, en su empeño por establecer los Illuminati e infiltrarlos en la masonería mundial, fue financiado así, como indica Compton: "El (Weishaupt) recibió respaldo financiero de un grupo de banqueros de la Casa de Rothschild. Fue bajo su dirección que se elaboraron los planes a largo plazo y a nivel mundial de los Iluminati..."

El comunismo era la Antítesis necesaria para este Nuevo Orden Mundial jesuita. Aunque fue teóricamente creado cuando el Manifiesto comunista fue publicado por Carlos Marx y Federico Engels (ambos judíos educados por jesuitas) en 1848, los jesuitas ya habían ensayado este sistema en Paraguay, con sus famosas Reducciones. Estas Reducciones funcionaban como lo hacen los regímenes socialistas modernos: como una dictadura en manos de una oligarquía “socialista” donde no existía la propiedad privada, sino que ésta era totalmente controlada por el Estado Socialista; el mismo Estado controla la educación (el sueño dorado de los jesuitas), los medios de producción y la vida privada de las personas. Tanto las reducciones jesuitas como el comunismo coartan las libertades individuales y eliminan a los intelectuales quienes, como dijo el monje francés ya mencionado, “el enemigo es el intelectualismo” y, para exterminarlo, hay que “cortar cabezas, declarar la guerra, atacar..” Con el tiempo, en el Concilio Vaticano II, en 1960, los jesuitas lograron que el papado apoyara todos los movimientos comunistas del mundo. A partir de este Concilio, la Santa Sede, en política abierta, ordenó a todos sus sacerdotes y obispos que apoyaran a Cuba, China y Moscú. Fue a partir de 1960 que la Iglesia, como política clara y sin ambages, aceptó patrocinar otro invento jesuita: La Teología de la Liberación. Pero eso lo trataremos después.

Obedeciendo estas premisas jesuíticas, los regímenes comunistas (o socialistas) de Mao, Stalin, Fidel Castro y otros, no han dudado en exterminar a los intelectuales de sus países. Saben claramente que los intelectuales son peligrosos alborotadores y que es mejor la obediencia ciega de las masas incultas, analfabetas y místicas. Si se observa bien, esta es la premisa de los movimientos guerrilleros de América Latina quienes, siguiendo las instrucciones jesuitas de que “el fin justifica los medios” y que cualquier acción, incluso la matanza de personas, es loable si se hace por “motivos altruistas”. Las mismas normas morales jesuíticas que son constantemente enunciadas por el Polo Democrático, movimiento político apoyado por las FARC, en vocería de su actual presidente el ex magistrado Carlos Gaviria que pregona constantemente que los delitos que cometan los guerrilleros, así estos sean atroces, deben ser considerados como delitos “políticos” y juzgados con benevolencia. Por “benevolencia” se entiende que no pueden ser castigados. Gaviria también ha publicado en El Tiempo, periódico pro eclesial, que las acciones encaminadas a derrocar el gobierno legítimo de Álvaro Uribe, son legítimas ya que el gobierno de Uribe –dice él- es ilegítimo. Las mismas normas morales enunciadas por “evangélicos cristianos” que tanto en Estados Unidos, como en Venezuela y Colombia, apoyan a los líderes políticos a quienes ordenan apoyar sus pastores para declarar que cualquier guerra que estos adelanten, tiene “el favor de Dios”. Jesuitismo puro.

Cualquiera diría, entonces, que los dos regímenes, la democracia capitalista y el comunismo, son antagónicos. La verdad es que sí y no. Son antagónicos en cuanto a sus premisas pero ambos tienen en común sus patrocinadores y beneficiarios. En ambos casos, quienes manejan los hilos del poder, subrepticia o abiertamente, son los jesuitas, quienes al mismo tiempo controlan la banca internacional en manos de judíos a su servicio.

Por tal razón, no es raro que los capitalistas gringos de Wall Street estuvieran dichosos con este nuevo sistema –el socialismo- recién impuesto en Rusia.

Anthony Sutton, en su libro, “Wall Street And The Bolshevik Revolution”, reimprime una caricatura política que fue creada por Robert Minor, publicada originalmente en el St. Louis Dispatch en 1911.

Aunque en 1911 el comunismo no se había establecido aún en Rusia, donde gobernaba todavía el zar, esta caricatura muestra a Carlos Marx en medio de la calle en la zona de Wall Street (Nueva York); en su brazo izquierdo sostiene sus tesis sobre el socialismo. Al fondo se ve el Empire State Building mientras una muchedumbre de personas levantan sus puños con un gesto de victoriosa alegría. En la caricatura, Carlos Marx está desfilando triunfalmente mientras George Perkins, socio del archimillonario J.P. Morgan, estrecha jubiloso su mano. Detrás de Marx se ven a Andrew Carnegie, a J.P. Morgan y John D. Rockefeller esperando su turno para estrechar la mano de Marx. Otro personaje, que parece ser el anfitrión, observa complacido el estrechón de manos: Es nada menos que Theodore Roosevelt, el nefasto presidente norteamericano que robó el Canal de Panamá a Colombia.

¿Por qué los capitalistas estarían interesados en apoyar el sistema comunista..?

La respuesta es cosa de niños. A los dueños del capital internacional no les importa quién gobierne con tal de que ello no afecte su monopolio, sus intereses financieros.

En Estados Unidos, aunque ciertamente controlan el poder financiero, y el Banco de Reserva Federal -que debería ser estatal porque dicta políticas estatales, pero que pertenece a capitalistas privados- en ese país estos depredadores tienen un contrapeso importante en una población educada cuyos Derechos son garantizados efectivamente por la Constitución –de inspiración mayoritariamente protestante.

Indiscutiblemente, en un régimen socialista, donde los medios de producción, los canales de distribución y todos los bienes –además de los medios de comunicación y el aparato educativo- estén controlados por el gobierno (Estado), los beneficios para los monopolios internacionales son alucinantes. Mientras sean ellos quienes controlen al gobernante del régimen socialista, controlarán también toda la riqueza y la propiedad del país sometido.

Por ello es que en Cuba, Nicaragua y Venezuela –por citar algunos casos- el discurso anti yanqui no concuerda con la realidad de los contratos estatales. Mientras Hugo Chávez denigra a los cuatro vientos contra el imperialismo norteamericano, no tiene ningún problema en asociarse con poderosos hombres de negocios, como Morgan y Rockefeller, para que sean ellos quienes construyan las refinerías y manejen los oleoductos. En este tipo de regímenes totalitarios socialistas (todos los totalitaristas son socialistas), las ganancias económicas son fabulosas ya que no se permite la libre competencia, que se desestimula tildándola de “imperialista”, y todos los procesos productivos son controlados por los todopoderosos Morgan y Rockefeller, patrocinadores del socialismo.

Sin lugar a dudas, los verdaderos dueños de Venezuela y Cuba deberían buscarse en Wall Street, que es manejada –a su vez- desde la Santa Sede.

Entonces, poco antes de 1900, los jesuitas ya tenían muy claro que el país ideal para ejercer como “antítesis” sería Rusia. Por eso, hicieron que sus marionetas, los poderosos de Wall Street, financiaran a Lenin, un judío educado por jesuitas, para que derrocara al zar ruso.

Con Estados Unidos ejerciendo como la “Tesis”, y Rusia como “la Antítesis”, la síntesis podría empezar a tomar forma.

Por supuesto, para que la “síntesis” (el Nuevo Orden Mundial) sea posible, no debe haber vencedores entre la “tesis” y la “antítesis”. Ninguno debe prevalecer sobre el otro.

Este es el modelo que han aplicado con relativo éxito en muchas partes del mundo. En el caso de Estados Unidos contra Cuba, es evidente la superioridad gringa. Estados Unidos, tal y como hizo con Noriega en Panamá, podría fácilmente deponer al dictador Fidel Castro. Pero no lo hará... hasta que el Vaticano no lo considere necesario.

Igual sucede con las FARC. Durante años se ha vendido la idea –promovida desde el Cinep (jesuita) y las facultades de Ciencias Políticas de las Universidades -controladas por los mismos jesuitas- que las FARC no pueden ser derrotadas y que es necesario un diálogo que sintetice los deseos de ambas partes. La iglesia Católica siempre ha manejado a su antojo la problemática de la guerrilla y el narcotráfico (este será otro tema) y ha tratado de dilatar la victoria del gobierno democrático sobre la guerrilla. Han manipulado presidentes que han estado a punto de la victoria, haciéndolos desistir del golpe de gracia a la guerrilla y han vendido la idea de que concederles prerrogativas políticas a los terroristas derrotados es “gracia divina”.

Recientemente hemos visto en Colombia el accionar de estos infames del Vaticano. Uribe designó a la Iglesia Católica como mediadora para el acuerdo humanitario entre el gobierno y la guerrilla pero, al mismo tiempo, no ha cejado en sus ofensivas militares que han desencadenado la crisis que todos conocen.

Hugo Chávez, ficha jesuita, ha patrocinado, apoyado, financiado y protegido a los terroristas de las FARC durante muchos años. Busca la consolidación del proyecto bolivariano, que no es otro que el proyecto jesuita. Por otro lado, Chávez ha apoyado financieramente a candidatos socialistas en otros países latinoamericanos. Aquí en Colombia, apoya al Polo Democrático; en Argentina a la Kischner; en Ecuador a Correa; en Nicaragua, a Daniel Ortega. Chávez la emprendió contra Perú y México donde sus candidatos fueron derrotados.

Cuando fue innegable el patrocinio de Chávez y Correa a las FARC, la OEA y el Grupo de Río se vieron enfrentados a la disyuntiva entre apoyar el justo derecho de Colombia de luchar contra el terrorismo, o el llamado de Correa a sancionar a Colombia por “atacar” militarmente al pueblo ecuatoriano. Los gobiernos latinoamericanos han sido religiosamente comprados con regalos y dádivas con los petrodólares venezolanos, así que darle la razón a Colombia, sancionando a Chávez y Correa por patrocinar terroristas, llevaría a la pérdida de los donativos de Chávez.

Pero la opinión internacional observa. Así que se llegó a un arreglo amigable e hipócrita: El estrechón de manos y los abrazos.

Nada de lo que sucedió en Río cambiará las intenciones de Chávez. Lo único que variará será su estrategia.

Álvaro Uribe Vélez, aunque discípulo de jesuitas y favorecedor de las clases altas, ha resultado un hueso duro de roer para los jesuitas –quienes le sienten antipatía. La razón es muy sencilla: las FARC asesinaron a su padre y él prometió acabar con esa guerrilla. Y lo está logrando.

La iglesia Católica ha influido de diferentes maneras en el presidente Uribe. Lo convenció de que Hugo Chávez sería un buen facilitador; a través del ultracatólico –y judío- Sarkozy, convenció al presidente de la conveniencia de soltar a Granda, el canciller de las FARC, quien inmediatamente fue hospedado por monseñor Castro en la Conferencia Episcopal y luego escoltado por el mismo obispo, y otros, hasta Cuba.

La iglesia Católica –en cabeza de monseñor Castro- también convenció a Uribe con la fórmula “salvadora” de un centro de encuentro –en cambio de un despeje de Florida- para que las FARC y el gobierno dialogaran. Uribe cedió a esta idea y, de paso, le concedió a la Iglesia Católica la potestad para que ella –y nadie más que ella- fuera la mediadora autorizada en el conflicto.

“Raúl Reyes” era muy cercano a la Iglesia Católica, muy cercano a monseñor Castro quien lamentó públicamente la muerte del terrorista al tiempo que ensalzaba las supuestas virtudes de alias “Reyes” y su disposición al diálogo. Increíble pero cierto. Recordemos uno de los apartes de su declaración:

Se perdió una buena oportunidad de que un hombre con esa capacidad de diálogo hubiera tenido una vida distinta y le hubiera aportado más al país: (monseñor Luis Augusto Castro, opispo de Tunja, presidente de la Conferencia Episcopal, en El Tiempo, 3 de marzo de 2008)

Lo que nos dice aquí monseñor Castro, es que el terrorista “Raúl Reyes” le aportó cosas al país. Él sabrá cuáles fueron esos “aportes”.

Iguales apreciaciones le regaló la jerarquía de la iglesia Católica a Julio César Mezzich, jesuita y número dos de Sendero Luminoso, la tenebrosa guerrilla terrorista de Perú.

¿Quiere decir esto que todos los jerarcas católicos saben y están de acuerdo con las directrices del Vaticano en este sentido..?

La inmensa mayoría sí lo sabe y sí lo apoya. Pero hay ruedas sueltas –como siempre suele suceder- a las que el Vaticano –también casi siempre- ha logrado meter en cintura. Sin embargo, sacerdotes valerosos como Charles Chiniquy, Jeremiah Crowley y Alberto Rivera, éste último un jesuita de muy alto rango que denunció públicamente los planes de la Orden, y quien muriera asesinado por ello, son algunos ejemplos de hombres que han estado involucrados con la Prostituta Romana y que han tenido el valor de salirse de sus filas para desenmascararla.

También tenemos el caso de otros “opositores” tibios, que no discuten abiertamente las instrucciones de Roma pero que, a veces, caen en comentarios que van en contravía de las órdenes papales respecto a ciertos temas. Aquí en Colombia tenemos el caso del cardenal Pedro Rubiano quien públicamente se atreviera a cuestionar la vida personal del entonces presidente Julio César Turbay Ayala, hombre corrupto, depravado sexual, ocultista, borracho, libertino, a quien en numerosas ocasiones le comprobaron sus nexos con el narcotráfico. Turbay Ayala fue consentido de El Vaticano, miembro de sectas procatólicas, como la Secta de Moon. Turbay logró que el papa Juan Pablo II le diera el divorcio de su esposa, doña Nidia Quintero, para poder casarse de nuevo; una cosa casi imposible de lograr para cualquier católico. Sus bacanales y sus orgías en el Palacio de Nariño, sede del gobierno colombiano, son legendarias; igual que legendarias fueron las torturas a las que sometió a miles de intelectuales colombianos durante su presidencia. Fue protector del M-19, guerrilla cuyos integrantes desmovilizados dieron origen al Polo Democrático. Turbay Ayala fue posteriormente nombrado como embajador ante la Santa Sede, cargo que ocupó hasta poco antes de su muerte. Su cadáver fue velado en la Catedral Primada de Bogotá, y a su funeral asistieron la aristocracia colombiana, los jerarcas católicos y –como siempre- miles de analfabetas a quienes Turbay Ayala llenó de “regalos” como servicio de acueducto, y legalización de tugurios paupérrimos, amén de millones de litros de cerveza y lechonas. También durante su presidencia, las decisiones gubernamentales más importantes las tomaba después de hablar con su bruja personal, la misma que asesoraba a los narcotraficantes más peligrosos de la época. En los comienzos de su vida pública, fue apadrinado por el presidente Alfonso López Pumarejo y mantuvo una relación muy estrecha con Alfonso López Michelsen, su hijo y también presidente, y también éste con extrañas relaciones con el narcotráfico. Su hijo, Julio César Turbay Quintero, es hoy día Contralor General de la República.

Pero regresemos a nuestra historia. La Santa Sede sabe que no ha podido controlar totalmente a Álvaro Uribe, como sí lo hizo con presidentes anteriores, y es por eso que mientras los jesuitas lo atacan frontalmente, otros jerarcas tratan de conciliar con él para que no destruya totalmente la guerrilla sino que, en cambio, le dé la oportunidad de reinsertarse a la vida civil con los mismos privilegios que obtuvieron los guerrilleros del M-19: millones de dólares en efectivo, noticieros de televisión, prensa escrita, participación ministerial en los gobiernos –porque sí-, y jugosas partidas presupuestales en contratos y auxilios para sus cabecillas. Gustavo Petro, miembro de esa guerrilla, es hoy un acaudalado congresista; Antonio Navarro Wolf es gobernador de Nariño (en frontera con Ecuador), León Valencia tiene una ONG que capta millones, y es obligatoriamente consultado como “analista político”, y hay muchos más casos de éxito que muestran que, en nuestro país, el crimen sí paga. Todos esos guerrilleros son hoy riquísimos y forman parte del Polo Democrático, partido político de corte socialista-católico, apoyado abierta y desvergonzadamente por los jesuitas, y que desde hace cinco años se apropió de Bogotá con el apoyo –por supuesto- de la guerrilla de las FARC y de los hijos de Loyola. Y a nadie se le hace extraño esto.

El asunto es que, a pesar de que el representante del papa en Colombia, o el presidente de la Conferencia Episcopal –controlada por los jesuitas, claro que sí- apoye públicamente las gestiones de Uribe al mismo tiempo que le rinde homenajes a los guerrilleros, nada de esto debe parecernos excepcional. Bellarmino, un influyente jesuita, escribe:

“No es dudoso que se pueda matar a un tirano a puerta abierta, acometiéndole en su palacio, o engañándole y sorprendiéndole en una emboscada”.

Verdad es que es más grande y generoso atacar abiertamente al enemigo; pero no es prudencia menos recomendable, aprovechar alguna favorable ocasión para engañarle y sorprenderle, a fin de que la cosa produzca menos emoción y peligro para el público y los particulares. (De Summi Pontificis potestate)

También dice el jesuita Bellarmino, de manera sospechosamente exacta a la tesis defendida por Carlos Gaviria, presidente del Polo Democrático, que:

Permitido es a un particular matar a un tirano, a título de derecho de propia defensa: porque aunque la república no lo manda así, se sobreentiende que quiera ser siempre defendida por cada uno de sus ciudadanos en particular, y hasta por los extranjeros; por consiguiente, si no puede defenderse más que con la muerte del tirano, a cualquiera le está permitido matarle.

Obviamente, quien define cuándo un gobernante es tirano o no, es el General jesuita. Siguiendo está lógica, los hijos de Loyola asesinaron –por sus manos o por manos de terceros- a hombres valiosos como Lincoln, Kennedy, McKinley y otros.

Mientras declaraban que estos hombres, amados por sus pueblos, eran tiranos y enemigos de Dios, los jesuitas han glorificado y apoyado a los verdaderos tiranos. Ahí está el caso de Luis XIV de Francia quien aseguraba que “El Estado soy yo”; Fernando VII de España, los Borbones de Nápoles, Parma y Modena, los dictadores Pinochet, Rojas Pinilla, Jorge Videla, Fidel Castro, tiranos infames todos -protectores de los jesuitas- que han sido ensalzados como modelo de virtudes, dignos mandatarios y estadistas justos. Estos tiranos, sin ninguna excepción, les entregaron a los jesuitas el manejo de los sistemas educativos de sus respectivos países.

Regresando atrás, con el panorama de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los jesuitas estaban ya planeando una guerra mundial que les diera el control de Rusia para su experimento hegeliano y, de paso, castigar y someter definitivamente a la revolucionaria Francia utilizando a Bismarck.

Dos veces durante esta época, el cónsul Otto Von Bismarck dirigió a Alemania (Prusia) hasta obtener victorias militares sobre los países controlados por los Jesuitas; en 1866 ganó a Austria, y en 1870 derrotó a Francia. Bismarck había prohibido la Orden Jesuita mediante una Ley llamada “Kulturkampf” en el 1862. Estos “crímenes” contra Roma y los Jesuitas tenían que ser vengados. Por lo que, muchos miles de alemanes fueron asesinados en el baño de sangre de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, esta victoria del papa sobre Bismarck fue –al estilo jesuita- por medio de adulaciones y no con guerra frontal. Bismarck, quien en el pasado había promovido una feroz política contra la Iglesia Católica, llamada “La Lucha Cultural”, ahora estaba recibiendo muchos favores de la Santa Sede. Fue el primer protestante en recibir la “Orden de Cristo”, con joyas, uno de los más altos honores de la Iglesia Católica con las cuales condecora a sus leales súbditos. Luego, poco después, el canciller alemán ordenó publicar en todos los diarios que estaba dispuesto a reconocer las pretensiones del papa respecto a una restauración parcial de su poder temporal.

Como contraprestación, León XIII intervino en la política interna de Alemania ordenando al partido político católico, el Centro, que apoyara y promoviera todos los proyectos de los militares, “en vista de la inminente revisión de la legislación religiosa”.

Este mismo partido católico, Centro, que controlaba la política de Alemania, promovió la participación de este país en la Primera Guerra Mundial, convencidos de que, como lo había dicho el papa, los líderes de Alemania eran personas íntegras cuyos programas y planes estaban de acuerdo con los programas divinos.

Como lo dijo monseñor Fruhwirth en 1914, en plena guerra: “Alemania es la base sobre la cual el Santo Padre puede y debe establecer sus grandes esperanzas..”

Sin embargo, poco antes de establecer el comunismo en Rusia y de provocar la Primera Guerra Mundial, teniendo ya las bases ideológicas y “científicas” del “socialismo científico” de Marx y Engels, los jesuitas habían logrado infiltrar a uno de los suyos en la presidencia de los Estados Unidos. Theodore Roosevelt todavía, antes de la guerra mundial, tenía que hacer algo muy importante en Colombia que beneficiaría a los financistas de los bolcheviques: Se tomaría a Panamá.

Pero eso lo dejaremos para después.


Ricardo Puentes M.