jueves, 4 de octubre de 2007

GUERRA ESPIRITUAL PARTE II

He peleado la buena batalla,
he acabado la carrera,
he guardado la fe.
(2 Timoteo 4:7)

En la primera parte de este estudio vimos parte de la armadura necesaria para nuestra lucha espiritual.

Después de ceñirnos las caderas con la verdad, y de tomar la coraza de la justicia, el apóstol nos insta al siguiente paso:

Y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. (Efesios 6:15)

Los pies son considerados de manera figurativa en las Escrituras, como los que nos pueden conducir a la piedad o a la iniquidad. Por algo, el rey David, quizá el escritor bíblico que más recalcó la autoridad suprema de la Palabra, pudo decir:

Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino. (Salmo 119:105)

Los pies que son alumbrados en su camino por la bendita palabra de Dios, nunca se extraviarán de la senda. Pablo reconoce esta gran verdad:

Como está escrito: "¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Romanos 10:15)

En el contexto de Romanos 10, Pablo dice que no todos obedecen el evangelio y que esto sucede porque les falta fe. Es de especial importancia anotar que –a su vez- Pablo explica la falta de fe diciendo que se debe a que no quieren oír el mensaje del evangelio.

Si ustedes se fijan, la armadura viene en orden: primero, hay que ajustarse las caderas con la verdad (la Palabra de Dios), luego, hay que proteger con la justicia de Dios lo que la Palabra ha producido en nuestro corazón; una vez nuestro corazón esté lleno de la fe que provee el Espíritu Santo, nuestro lógico siguiente paso es anunciar el evangelio de paz.

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:8-9)

Un corazón rebosante de fe hará que ésta se abra paso a través de la boca. La palabra griega para “confesar” traduce: “decir lo mismo que”; es decir, confesar con la boca es decir lo mismo que Dios ha dicho en su Palabra y que ya está en el corazón renacido. La relación entre lo que hay en el corazón y lo confesado por la boca, es un principio básico de las Escrituras: Porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Mateo 12:34)

Una fe reprimida, guardada en silencio, es una fe incompleta o no es fe en absoluto. Una fe bíblica calzará nuestros pies con el evangelio y nos llevará por el camino que Cristo ha designado para cada uno de nosotros y que incluye confesarlo a él como nuestro Señor y Salvador.

Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. (Efesios 6:16)

El escudo descrito aquí es uno que cubre todo el cuerpo, es decir, que protege todo nuestro ser, cada aspecto de nuestra vida. El escudo de la fe logra apagar todos los dardos o flechas que el maligno nos lanza para causarnos daño. En la antigüedad, estas flechas incendiadas causaban estragos –hasta la muerte- en los que alcanzaba. Era prácticamente imposible apagar estos proyectiles debido a que eran recubiertos con un material altamente inflamable que combustionaba con lentitud suficiente para ocasionar enormes desastres antes de apagarse.

La palabra griega usada aquí para “de fuego” indica no solamente que las flechas vienen encendidas, sino que son lanzadas con furia y que pueden traer aflicción o lujuria.

En cuanto a esta parte de la armadura, es interesante saber que las Escrituras describen a Dios como un escudo protector:

¡Bienaventurado tú, Israel! ¿Quién como tú, pueblo salvado por Jehová? Él es tu escudo protector. (Detureronomio33:26)

Jehová, roca mía y castillo mío, mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. (Salmo 18:2)

Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza. (Salmo 3:3)

Él provee de sana sabiduría a los rectos: es escudo para los que caminan rectamente. (Proverbios 2:7)

El escudo protege del enemigo. La relación que hace Pablo entre escudo y fe no es casual. Teniendo fe es que podemos conseguir que Dios nos proteja del enemigo; teniendo fe, Dios apagará las flechas ardientes que éste nos lanza con furia.

Y, de nuevo, ¿qué es la fe..?

Al contrario de lo que muchos creyentes opinan, fe no es creer todo lo que nos parezca bien a nosotros. Se habla de tener fe en un médico, en un jerarca eclesiástico; se dice tener fe en cierto medicamento o en que se cumplirán nuestros deseos personales. De todas maneras, la palabra “fe” se ha tomado muy ligeramente y la inmensa mayoría de creyentes no saben realmente lo que es la fe.

Siendo que la fe es un asunto vital en las Escrituras, todos deberíamos saber exactamente lo que es.

Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (Romanos 10:17)

Si observamos con cuidado, nos damos cuenta que la fe no llega de inmediato sino que es un proceso que se origina y crece solamente mediante escuchar la palabra de Dios. Dependiendo del interés y del tiempo que se dedica a escuchar la palabra de Dios, dependerá también la fortaleza de nuestra fe. La fe no significa creer en lo que a nosotros nos plazca, sino que tiene relación directa con la palabra de Dios; es ella la que la produce y es ella el mismo objeto de la fe.

Fe es, básicamente, creer que Dios hará todo lo que ha dicho en su palabra. María pudo expresarlo de manera plena cuando dijo:

Hágase conmigo conforme a tu palabra. (Lucas 1:38)

Ese es el gran secreto de la fe bíblica: Pedir que se haga “conforme a tu palabra”. La fe bíblica se forma dentro de nosotros solamente escuchando la palabra de Dios, y se pronuncia consecuentemente pidiendo el cumplimiento de lo que Dios ya ha dicho en las Escrituras.

Conozco el caso de muchos sinceros creyentes que han levantado su fe en sus propias deducciones, no en lo que dice la Palabra. Toman las Escrituras y cambian lo que ellos consideran “pasado de moda” y cifran su fe en sus nuevas conclusiones extrabíblicas. También hay quienes depositan su fe en personas, profetas que hablan cosas que Dios no ha dicho en las escrituras. Otros creyentes escuchan voces extrañas, de la región espiritual, y ponen fe en lo que éstas dicen. Esto no es fe bíblica.

La fe es tan importante, que resulta primordial para nuestra relación con Dios:

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11:6)

Quien no tenga fe, no agrada a Dios. Quien no tenga fe, no puede ser protegido por Dios. Ese escudo de la fe se adquiere mediante el estudio diligente y personal de las Escrituras bajo la guía del Espíritu Santo. Solo así podemos tener la certeza que Dios nos protegerá del enemigo.

Continuemos con las otras partes de la armadura:

Tomad el yelmo de la salvación. (Efesios 6:17)

El yelmo es la parte de la armadura que cubre la cabeza. El apóstol nos dice que todos nuestros pensamientos deben estar protegidos con el yelmo de la salvación. ¿Qué significa esto..?

Veamos lo que nos dice en otro pasaje:

Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. (1 Tesalonicenses 5:8)

La esperanza es bien diferente de la fe. Mientras que la fe es una condición del corazón, establecida claramente en el presente, la esperanza apunta hacia el futuro.

Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo, porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. (Romanos 8: 23-25)

La esperanza es una actitud de espera relacionada con lo que todavía no ha sucedido; mientras que la fe es algo real, una confianza plena dentro de nosotros, algo que poseemos aquí y ahora.

Claramente, la esperanza está fijada en la mente mientras que la fe es una facultad del corazón. En los textos citados, la esperanza se describe como el yelmo, para la cabeza o la mente. Así que, la esperanza es una actitud mental de expectativa relacionada con el futuro.

Tenemos fe en lo que nos dice la Palabra de Dios y por eso vivimos, aquí y ahora, con la convicción plena de que Dios y todo lo que él nos promete, es una realidad. Nuestra esperanza, basada en esa fe, hace que esperemos confiadamente en que Jesús vendrá por segunda vez por nosotros para entregarnos el galardón inmerecido de la vida eterna; la esperanza hace que esperemos confiadamente en que la palabra de Dios se cumplirá. Tener la salvación como yelmo, significa que nuestros pensamientos –basados en la fe- deben estar centrados en nuestra salvación. Eso nos protegerá del enemigo.

Nuevamente, es necesario recordar que nuestra esperanza debe estar edificada sobre la fe bíblica, no sobre lo que nosotros queramos creer o sobre lo que los líderes religiosos nos obligan a creer. Una esperanza basada en la fe que se ha adquirido con el estudio de las Escrituras y la oración, será una esperanza que no terminará en amarga desilusión.

Como ejemplo puedo mencionarles el caso de los Testigos de Jehová. La esperanza de millones de ellos ha terminado en desilusión debido a que han puesto su fe en lo que sus líderes les han dicho, no en la Palabra de Dios. El Cuerpo Gobernante de los Testigos, usurpando el papel de Cristo como cabeza espiritual de cada creyente, ha ordenado en múltiples ocasiones que sus seguidores crean ciegamente y sin derecho a cuestionar, todo lo que han afirmado. Asegurando que son el canal que Dios utiliza para comunicarse con los hombres, los dirigentes de los Testigos han profetizado el fin del mundo en varias ocasiones. Pero siempre han fallado. Esto ha ocasionado que muchos Testigos caigan en depresión y angustia. La razón: Su fe está edificada sobre hombres, no sobre Cristo.

De igual manera, recuerdo múltiples ocasiones en que César Castellanos profetizó que cada miembro de la iglesia, en determinado tiempo específico, tendría sobreabundancia de riquezas y salud plena. Obviamente, el no cumplimiento de estas promesas hicieron que la esperanza de muchos creyentes terminara en decepción. No se colocaron el yelmo de la salvación sino que quisieron creer el engaño de hombres.

En la tercera y última parte de este estudio veremos las siguientes partes de la armadura espiritual.

Dios los bendiga


Ricardo Puentes M.
Octubre 3 de 2007.