lunes, 7 de enero de 2008

VATICANO, TERRORISMO Y EVANGELIO PARTE II

EL VATICANO, EL NARCOPARACOTERRORISMO,
LA GUERRILLA, LOS EVANGÉLICOS
Y EL POLO DEMOCRÁTICO.
Todos bajo una sola cobija
PARTE II


Desde su llegada al continente americano de mano de las coronas española y portuguesa, fieles al papa, los jesuitas se involucraron activamente en las políticas internas y externas de los países donde estaban, afectando negativamente las condiciones de vida de los pueblos y haciendo un esfuerzo feroz para que las ideas renovadoras del racionalismo y la ciencia no llegaran a sus dominios ya que esto haría muy difícil la permanencia de su yugo sobre tales naciones.

Los jesuitas participaban y controlaban todas las áreas de la vida de los individuos. Política, educación, religión, asesoría matrimonial.. nada escapaba a su influjo. La economía tampoco. Se consagraron al comercio y a la bolsa de valores. Incluso su Colegio Romano, rector de los colegios y universidades jesuitas en el mundo, se dedicó a hacer grandes cantidades de telas en Macerata, Italia, que luego vendía a cómodos precios por todo el mundo donde tenían dominio. Sus negocios en la India y en América eran prósperos e influyentes. A ellos no les molestaba defender la causa de los esclavos negros en Cartagena de Indias y, al mismo tiempo, tener vastas plantaciones en Martínica, cultivadas por esclavos negros. Esa ha sido una constante del Vaticano. La iglesia Católica jamás ha despreciado la oportunidad de obtener ganancias económicas mediante sus conquistas “espirituales”. Tal y como sucedió en Paraguay –con las famosas reducciones- y en otras partes del mundo, los jesuitas aprovechaban al máximo la mano de obra de los paganos o, como diría Hitler (al servicio del papa), la mano de obra de las castas inferiores para hacerlos trabajar gratis.

Los hijos de Loyola tenían refinerías de azúcar, minas de plata, plantaciones de cacao, fábricas de alfombras, haciendas ganaderas, servicios de préstamos, etc.. Igual que hoy: son dueños de bancos, empresas de televisión, periódicos, industrias, equipos de fútbol, equipos de básquetbol y de béisbol, editoriales, sellos discográficos y, por supuesto, también controlan los principales partidos políticos. Están en todas partes, ya sea mediante fundaciones y organizaciones no gubernamentales “sin ánimo de lucro” que defraudan al fisco, o como columnistas obligados en los grandes periódicos; pueden estar al lado del presidente y, al mismo tiempo, asesorando a la oposición ideológica y armada. En Colombia conocimos el caso del padre Cancino, miembro del “grupo de los seis”, quienes controlan y orientan el accionar de los paramilitares; también sabemos del cura jesuita Francisco de Roux, cercano a la izquierda, cuyo hermano es cabecilla del Polo Democrático, partido político de orientación socialista que es apoyado por la guerrilla de las FARC. El sacerdote Castro, de la Conferencia Episcopal, bien puede un día estar asesorando al presidente Uribe y, al siguiente, alojar como invitado al guerrillero Granda para luego acompañarlo a Cuba donde Fidel, fiel católico, a quien le estrecha la mano y le da el parte de victoria. Muy diversificados los padrecitos.

Una de las maniobras que usaban los jesuitas durante la Colonia para estafar al fisco, se evidenció en la conocida historia de las famosas cajas de chocolate que eran ingresadas por la Orden a Europa. En realidad, las cajas no contenían chocolate sino oro en polvo. Por algo, el obispo Palafox, enviado por el papa Inocencio VIII como visitador apostólico, le escribió al pontífice que: “toda la riqueza de Sudamérica está en manos de los jesuitas”.

Fue precisamente la inmoralidad y la codicia de la Orden, sus intrigas políticas y sus frecuentes crímenes, lo que les ha ganado que una y otra vez sean expulsados de los países donde han sido acogidos. En Paraguay, por ejemplo, donde instituyeron las Reducciones (comunas) de indios guaraníes bajo su control total, los jesuitas habían hecho el ensayo de lo que posteriormente instaurarían en Rusia: el comunismo.

Fue allí donde los jesuitas armaron por primera vez una guerrilla revolucionaria. Sucedió así:

España y Portugal firmaron un tratado en 1750 para establecer los límites de sus colonias en Sudamérica. El tratado firmado le concedía a Portugal el territorio donde, precisamente, los jesuitas trabajaban explotando y esclavizando a los indios guaraníes. Los jesuitas no iban a renunciar tan fácilmente a sus dominios y sus vastas plantaciones, así que armaron a sus conversos guaraníes y libraron una prolongada guerra de guerrillas que finalmente obtuvo la victoria para los jesuitas ganando ese territorio “para la corona española”. ¿Por qué no movieron sus influencias para que el rey de Portugal los dejará seguir con su negocio..? Pues porque el primer ministro de Portugal, el marqués de Pombal, a pesar de ser discípulo de jesuitas, había acogido ideas de filósofos franceses e ingleses que eran contrarios al papado. Poco después de finalizada la guerra en Paraguay, el marqués expulsó a todos los jesuitas de Portugal y sus dominios y logró que el papa Benedicto XIV investigara a la Compañía de Jesús.

El error de los Jesuitas en Paraguay, dejándose llevar por su codicia, tuvo fuertes repercusiones en Europa que llevó a la Orden al borde de su desaparición. Lo de Portugal tuvo un efecto dominó. En Francia se confiscaron sus propiedades, en España los Borbones prohibieron todos los establecimientos de los jesuitas en la península y en sus colonias. Los gobiernos de Parma, Nápoles y Malta los desterraron. El rey Carlos III apresó a 6.000 jesuitas y los envió al papa Clemente XIII quien estaba siendo presionado por las principales cortes europeas para que suprimiera la Orden. “Por fortuna” para los jesuitas, cuando el papa Clemente XIII estaba a punto de acceder a esa exigencia, y había ya convocado un consistorio donde anunciaría a los cardenales su decisión de suprimir definitivamente la Orden, el pontífice murió envenenado.

Pero el papa Clemente XIV, el sucesor del difunto, finalmente firmó la disolución en 1773. Poco después, este papa también murió envenenado.

Así, los jesuitas, aunque legalmente no existían, siguieron funcionando en Rusia, el único país que no los había proscrito. Conocido es de todos que el zar era defensor de la libertad religiosa. Los jesuitas lo enfrentaron por este motivo, buscando que la educación de los rusos quedará en sus manos. Lograron convertir al catolicismo a varios miembros de la familia del zar, y algunos de sus ministros, y todo esto llevó al zar a firmar el decreto que los expulsaba de Rusia, en diciembre de 1815. Finalmente, en 1820 los desterraron de toda Rusia. Pero ellos juraron volver. Como en efecto lo hicieron vengándose sobre la casa del zar: trajeron la revolución bolchevique a Rusia y sumieron al valiente pueblo ruso en la esclavitud socialista, misma que habían ensayado ya en Paraguay.

Los jesuitas en el siglo XIX
Durante los años de su proscripción, los jesuitas permanecieron en el anonimato y se mezclaron con el clero común y con otras órdenes, lo cual los ayudó a sobrevivir. Siguieron viviendo en Francia, Austria, España e Italia. En 1794, en Bélgica, fundaron la Sociedad del Sagrado Corazón, un cuerpo docente, y fundaron órdenes alternas, como la de los Hermanos de la Fe, que en 1799 se fusionarían, uniéndose a su vez con los jesuitas rusos. Poco a poco fueron cobrando vida de nuevo, para desventura de las naciones.

La Revolución Francesa le dio un nuevo aire a la Compañía de Loyola. Las monarquías, temerosas de que lo sucedido en Francia les ocurriera a ellos, recurrieron de nuevo a los jesuitas ya que sabían de sus capacidades para manipular a las masas. El mismo Napoleón I, quien había prometido que bajo su imperio no habría cabida para los jesuitas, una vez coronado como emperador, se valió de la ayuda de ellos para el establecimiento de un sistema educativo que mantuviera al pueblo sometido y alejado de las ideas revolucionarias protestantes.

Los jesuitas idearon la famosa “Congregación”, una hermandad precursora del Opus Dei, formada por eclesiásticos y laicos prestantes que lograron colocarse en posiciones influyentes en el ejército, la docencia, la administración, el comercio y la magistratura. La Congregación realizaba “misiones” a diferentes partes, incitando al pueblo a la rebelión y a la defensa armada de los intereses del papa. Cualquier parecido con el partido comunista clandestino colombiano, no es mera coincidencia.

En resumen, durante todo el siglo XIX, la Orden sufrió muchos altibajos. Fue expulsada y restituida varias veces en diferentes países. Donde quiera que los defensores de la mentalidad liberal ganaban el poder político, de allí eran expulsado; pero si ganaban los conservadores, nuevamente eran reestablecidos.

En países donde el protestantismo era mayoría, increíblemente los jesuitas vivían en relativa calma. Y esto se debía a que en esas naciones esa maléfica organización no podía –en esa época- ejercer control político ni financiero. Estos países donde permanecieron sin ser molestados fueron: Estados Unidos, Inglaterra, Suecia y Dinamarca.

Pero en estos países los jesuitas también encontraron la forma de influir. Paulatinamente, de manera serpentina, desplegaron una actividad constante y fructífera, gracias a que no eran restringidos por la ley, y penetraron todos los estamentos religiosos, políticos y económicos de estas naciones protestantes.

John Adams, el presidente de la Unión, le escribió en 1816 a Thomas Jefferson: “Muchos de ellos se presentarán bajo más disfraces de los que haya usado jamás un jefe de los bohemios: como impresores, escritores, editores, maestros de escuela, etc. Si alguna asociación de personas ha merecido condenación eterna en esta tierra y en el infierno, es esta Sociedad de Loyola. Sin embargo, debido a nuestro sistema de libertad religiosa, sólo podemos ofrecerle refugio”.

Los temores de Adams estaban justificados. Los jesuitas, cien años después, ya controlaban la política estadounidense, colocando presidentes que han servido a sus fines, como Clinton, Roosevelt, Nixon, Reagan, Bush padre, Bush hijo y otros más de los cuales ya hablaremos. Los jesuitas lograron, gracias a su control sobre la educación de Sudamérica y otras partes del mundo, que los niños y jóvenes odiaran todo lo que encarnaba el ideal de la Constitución de los Estados Unidos: las libertades individuales. No es gratuito el odio visceral hacia todo lo que tenga color gringo. Y es que esta tenebrosa orden, controlando los grandes capitales norteamericanos, han hecho que sus empresas siembren el terror y exploten la mano de obra de latinoamericanos en nuestra propia tierra logrando el objetivo doble de lucro para ellos y odio hacia el pueblo norteamericano vulgar y llano de ideas protestantes. Ese es el modus operandi de ellos.

Así, en el siglo XIX, la Orden pudo mantener su control en los sistemas educativos de los países bajo su influencia. Pero hagamos un paréntesis de la situación de los jesuitas en el mundo, y veamos qué sucedía en Colombia después de la guerra de Independencia.

Los jesuitas en Colombia después de la Independencia
Como ya vimos en la primera parte de esta serie de ensayos, la independencia surgió debido al descontento de la aristocracia criolla que buscaba una serie de prebendas que les eran negadas por el virreinato. No es cierto que, como nos lo han enseñado los historiadores eclesiales, la independencia haya surgido de las entrañas del pueblo iletrado y pobre. Mírese por donde se mire, desde el mismo movimiento comunero, la lucha ha estado liderada e ideada por apellidos de familias poderosas que aún hoy se mantienen vigentes en el dominio. Berbeo, Plata, Monsalve, Nariño, Caldas, Acevedo y Gómez, Torres, Vargas, Zea, Galán, entre otros, todos eran apellidos prestantes y de familias adineradas.

Durante los pocos años de la Gran Colombia, el Estado siguió permitiendo el cobro del diezmo y tributos para la manutención del clero. La única medida radical que se tomó fue la supresión de la Inquisición con la subsecuente transferencia de sus bienes y rentas a manos del Estado.

La aristocracia esclavista y latifundista solamente tomó partido cuando supo quiénes eran los ganadores; sólo cuando los patriotas ganaron, dejaron sus vestidos realistas y se convirtieron entonces en republicanos; pero tanto ellos como los comerciantes (la naciente burguesía) querían para sí el poder estatal una vez los españoles se fueran.

Durante estos años fue que llegaron las familias Lleras y Samper, por nombrar algunas, quienes se dedicaron al comercio y que, gracias a los convenientes matrimonios de algunos de sus miembros con la aristocracia, pronto entraron a formar parte de la vida política de la nación. Tanto estos comerciantes, como la aristocracia rancia prolongaron durante varias décadas las instituciones que les ayudaban a mantener el control del Estado y sus rentas.

El asunto es que la rapiña de los independentistas los hizo olvidarse de que los jesuitas estaban al asecho, esperando la más mínima oportunidad para reencaminar a los libres hacia la cobertura papal. Portugal y España consiguieron el apoyo de Roma para recuperar las colonias perdidas; así firmaron lo que se conoce como la “Santa Alianza”, un pacto para impedir que en ninguna de sus colonias perdidas se estableciera un régimen de libertades semejante al norteamericano.

Los monarcas europeos y los jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y definieron volver a encontrarse en dos congresos más.

El siguiente Congreso ocurrió en Verona, 1822. Durante esta reunión, se decidió que Estados Unidos sería el blanco de los emisarios jesuitas encubiertos y que los principios constitucionales de esta nación serían destruidos a cualquier precio. Se buscaba que el papa ejerciera su poder allí y, al mismo tiempo, que los monarcas de Portugal y España estuvieran seguros de que los protestantes norteamericanos no influirían ideológicamente en Sudamérica, donde durante siglos se había adiestrado al pueblo en la obediencia y sometimiento total y ciego al poder temporal del papa.

La siguiente reunión se llevó a cabo en Chieri, Italia, en 1825. Allí, “se discutieron planes para el avance del poder Papal en todo el mundo, la desestabilización de gobiernos que representaran obstáculos y la destrucción de cualquier esquema que se interpusiera en su camino y sus ambiciones. “Esa es nuestra meta, los Imperios del Mundo. Debemos hacerles entender a los grandes hombres de la tierra que la causa del mal, levadura leuda, existirá en cuanto exista el protestantismo. Se abolirá el Protestantismo …los herejes son los enemigos que estamos dispuestos a exterminar completamente... Y la Biblia, esa serpiente que con su cabeza erecta y sus ojos relampagueantes nos amenaza con su veneno mientras se arrastra en la tierra, debe ser transformada en un bastón tan pronto podamos apoderarnos de ella” (Hector Macpherson, Los Jesuitas en la Historia , Ozark Book Publishers,1997)

Estas tres reuniones (Viena, Verona y Chieri) se llevaron a cabo en medio del mayor sigilo posible. Sin embargo, George Canning, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, había asistido a las reuniones y, siendo un defensor de los movimientos independentistas de América, escribió al gobierno de Estados Unidos para alertarlo sobre los planes de los monarcas de Europa quienes buscaban destruir las instituciones libres del continente americano.

Thomas Jefferson apoyó decididamente al presidente James Monroe quien, en su mensaje anual al Congreso de los Estados Unidos, en 1822, declaró que “el más leve intento de las coronas europeas de extender su dominación política a cualquier parte del territorio americano, será visto como un acto de agresión contra los Estados Unidos de Norteamérica”, y que “el continente no podrá ser objeto de futuras colonizaciones”.

Los jesuitas juraron no cejar hasta destruir los principios democráticos que inspiraron la independencia norteamericana; pocos años después, iniciarían su dominio subrepticio en Estados Unidos usando la conspiración y valiéndose de los mismos principios de la Constitución norteamericana para expandir el delito y el caos en Estados Unidos. Ellos se han infiltrado en todos los estamentos de poder en Norteamérica y han logrado lo que precisamente la doctrina Monroe trataba de evitar. El poder del Vaticano se encuentra hoy sobre Estados Unidos y el papa ha sabido utilizar astutamente el ejército norteamericano para conseguir por la fuerza lo que su poder financiero no ha alcanzado. Y bien temprano en la historia de ese país, la Compañía de Jesús empezó su trabajo. Fueron ellos quienes asesinaron a Abraham Lincoln en 1865. Más adelante hablaremos de ello.

En una carta al Presidente Monroe, Thomas Jefferson le hizo las siguientes observaciones: La pregunta que me presentas en las cartas que me has enviado, es la más profunda que me han hecho después de la relacionada con la Independencia. Ella nos hizo una nación y ha marcado el ritmo y la dirección en la que navegaremos a través del océano del tiempo a medida que el mismo se abre ante nosotros. Y nunca podríamos navegarlo en condiciones más apropiadas. Nuestra primera y más fundamental regla debe ser el no envolvernos en los asuntos de Europa. La segunda debe ser nunca utilizar a Europa como intermediaria en los asuntos de este lado del Atlántico. América, Norte y Sur tienen unos intereses completamente diferentes de los de Europa, intereses que le son particulares. Por tanto debe tener un sistema propio, separado y completamente aparte del sistema Europeo. Aunque los europeos traten de convertirse en el hogar del despotismo nuestra tarea debe ser hacer de nuestro hemisferio, un hemisferio de libertad. . . [Es nuestra obligación] declarar nuestra protesta en contra de las violaciones atroces de los derechos de las naciones, por la interferencia de cualquiera de ellas en los asuntos internos de la otra, intervención que comenzó con Bonaparte y que hoy día continúa por parte de aquellos que llevan a cabo alianzas ilegales llamándose a sí mismos Santos. (Archivos de la Universidad de Mount Holyoke).

Toda buena intención quedó malograda. Los jesuitas colocarían a sus hombres en posiciones de riqueza y poder ya que tenían los medios para hacerlo. Lograrían que sus infiltrados usaran su influencia para inducir a los norteamericanos a la subversión, a la inmoralidad y a la destrucción de cualquier principio cristiano incluido en la Constitución de Estados Unidos.

Entretanto, en Sudamérica, con la batalla de Ayacucho en 1824 –dos años después de la declaración de Monroe- el territorio hispanoamericano (excepto Cuba y Puerto Rico) quedaba totalmente libre del yugo de la monarquía española.

Después, los enfrentamientos ideológicos entre Santander y Bolívar llevaron a que éste último se convirtiera en dictador. La diferencia básica entre Santander y Bolívar radicaba en que Bolívar y sus seguidores (principalmente militares venezolanos) querían que fueran los militares quienes ejercieran el poder; ellos veían con recelo que los civiles –que no habían tomado las armas en la guerra- fueran a gobernarlos a ellos. Por su parte Santander y sus seguidores defendían una tradición civilista, donde los civiles ejercieran el control creando un sistema de leyes bajo las cuales todos –militares y civiles- quedaran sujetos. Los bolivarianos no querían que se ejercieran libertades individuales ya que sentían temor de posibles excesos. Era obvio que los bolivarianos estaban influenciados por las doctrinas jesuíticas.

Otra diferencia era que Santander era partidario de un gobierno federalista, donde cada región tuviera autonomía presupuestaria (algo inspirado en el proceso estadounidense), y Bolívar prefería un gobierno centralista con concentración del poder en una sola persona. Otra principio jesuítico.

Este era el conflicto cuando fue convocada la Convención de Ocaña de 1828, donde se buscaba reformar la constitución boliviana de 1821. Una minoría bolivariana, 17 contra 54 santanderistas, logró sabotear la decisión democrática de la mayoría. Las reuniones de la convención estuvieron cargadas de insultos y amenazas... la Gran Colombia quedó dividida en dos bandos opuestos, bolivarianos y santanderistas, y Bolívar asumió como dictador. Pronto, el “Libertador” colocó nuevamente la educación en manos de la Iglesia Católica reforzando su poder político y financiero para que el clero, a su vez, lo apoyara a él, subió los impuestos (tributos) a los indígenas y benefició grandemente los intereses de los aristócratas latifundistas, que eran de su misma clase.

Así, surgió nuevamente la guerra civil de la cual salió fortalecida la iglesia Católica y, como no, las clases dominantes que consolidaron su poder apoyadas por el clero.

Básicamente, durante la Gran Colombia, la iglesia católica había perdido su control directo sobre el sistema educativo. Aunque durante el gobierno de Santander, él expropió a los jesuitas del Colegio Mayor de San Bartolomé y éste pasó a manos del Estado, a los sacerdotes se les permitió seguir enseñando –tremendo error- y se utilizaban métodos de sacerdotes para la enseñanza; fue evidente para los jesuitas que si no lograban retomar el control del sistema educativo, pronto quedarían excluidos de éste. La Universidad Central fue creada y se nombró como rector al conservador católico Rufino Cuervo Barreto y como vicerrector a su primo, el obispo Silvestre Indalecio Barreto y Martínez; se fundaron universidades públicas.

Sin embargo, como también vimos antes, la posición de Santander cambió durante un posterior gobierno suyo (1832-1835) debido a la presión directa que ejerció el papa quien aceptó reconocer la independencia de Colombia siempre y cuando Santander no tocara los privilegios de la Iglesia. Santander claudicó y, así, todo tuvo un buen resultado para los jesuitas.

Por otro lado, si bien Bolívar intentó congraciarse con los jesuitas, ellos jamás le perdonaron su intentona para librarse del control de la Orden. Aunque en los años de su dictadura –que fueron los últimos de su vida- Bolívar había restituido el control total de la educación a la Iglesia, amén de las prebendas ya mencionadas, el 17 de diciembre de 1830, finalmente, Simón Bolívar, el gran tirano de Sudamérica, muere traicionado por los mismos a quien él intentó traicionar. No obstante sus ideas siguen vivas bajo las banderas de Hugo Chávez quien aspira, con una clarísima política jesuítica, revivir la Gran Colombia para llevar las cinco naciones –bajo las banderas socialistas del Vaticano- a ofrecerlas como ofrenda expiatoria al papa nazi Ratzinger. Sí.. como dijo, Schmaus, el prelado alemán en tiempos de Hitler, “las leyes del nacional socialismo y las de la Iglesia Católica tienen el mismo objetivo”. No es casualidad que Ratzinger haya sido seguidor de Hitler. No es casualidad que Chávez sea un socialista católico, represor de las libertades individuales. En realidad, nada ocurre por casualidad.

En 1831, después de la muerte de Bolívar y disuelta la Gran Colombia, nace la Nueva Granada. Doce años después de la batalla de Boyacá aún no había ocurrido la independencia de los pobres, no se habían roto sus cadenas, ni jamás se romperían. Con una Iglesia Católica reforzada y aliada con las clases dominantes para continuar con la subyugación de los pobres, los ideales de verdadera libertad y democracia se diluyeron de inmediato dejando vigente la misma estructura económica y social de la Colonia. La única diferencia fue el cambio de mando de los europeos a los criollos, los oligarcas nacidos en suelo americano. Todo el armazón de dominación siguió intacto: los privilegios de clase, los diezmos a la iglesia católica, los monopolios, la dominación de la oligarquía y su derecho para legislar y para establecer las condiciones económicas, políticas y sociales que redundaran en su propio beneficio y que aseguraran su permanencia en el poder durante generaciones hegemónicas, todo eso sirvió a los propósitos del Vaticano que pudo dominar fácilmente a los nuevos dueños de las repúblicas.

Nada había cambiado. Los jesuitas habían ganado.


Ricardo Puentes M.
Enero 4 de 2008