lunes, 17 de diciembre de 2007

“TODO ISRAEL SERÁ SALVO”

¿Qué significa..?

Los judaizantes, quienes manifiestan que no basta con creer en Cristo sino que es necesario guardar parte de la Ley mosaica, también aseguran que Israel es el “pueblo de Dios”, argumento que desmentimos en un artículo pasado.

Los falsos maestros aseveran que la nación de Israel actual tiene todo el derecho de despojar de sus tierras a los palestinos, debido a que –dicen- Dios les prometió esa tierra y que en este tiempo el Creador la está restableciendo a sus “legítimos” dueños, los judíos.

El texto en cuestión es el siguiente:

Estableceré un pacto contigo y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: un pacto perpetuo, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti. Te daré a ti y a tu descendencia después de ti la tierra en que habitas, toda la tierra de Canaán, en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos. (Génesis 17:7,8)

Como ya vimos, la descendencia de Abraham se compone de todos los que colocamos nuestra fe en Cristo. Recordémoslo:

Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham. (...) Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa. (Gálatas 3:17,29)

Eso significa que la posesión de la tierra de Canaán por parte de los judíos no puede ser el cumplimiento de la promesa dada a Abraham, ya que los judíos no son los herederos “según la promesa” sino que lo somos todos los creyentes.

Por otro lado, la promesa de posesión de la tierra tiene que ser literal ya que Dios es muy explícito: “la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán”. Dios le estaba diciendo a Abraham que esa tierra donde se encontraba en ese momento, sería posesión de Abraham y de su descendencia. Ya vimos que la descendencia somos los cristianos, entonces, ¿cómo puede ser...?

Lo primero que hay que considerar, es que Dios promete un orden estricto en que esta posesión de Canaán se daría para el cumplimiento de esta promesa: “a ti, y a tu descendencia después de ti..”. Lo que quiere decir esto es que, primero, Abraham mismo poseería la tierra de Canaán y, luego, su descendencia.

Abraham nunca poseyó la tierra de Canaán. Así que, para ver el cumplimiento de esta promesa, primero es necesario que Abraham posea la tierra para que posteriormente la pueda poseer su descendencia.

¿Cuál es la única manera en que Abraham puede poseer primero la tierra de Canaán..? La respuesta es apenas obvia: Para que el cumplimiento de esta promesa se produzca, Abraham primero tiene que resucitar para, luego, entrar a poseer la tierra prometida por Dios.

O sea, el cumplimiento de esta promesa no tendrá lugar sino hasta después de la resurrección de los muertos. No hay otra manera.

Esto quiere decir que lo que está haciendo la nación de Israel, entrando a poseer la antigua tierra de Canaán, no es el cumplimiento de la promesa. Y no puede serlo porque, además de que primero tiene que resucitar Abraham, la nación de Israel no es la descendencia del patriarca.

Si Dios hizo promesas a los israelistas, ¿por qué ahora estas promesas se aplican a los cristianos...?

La explicación nos la da Pablo:

No que la palabra de Dios haya fallado, porque no todos los que descienden de Israel son israelitas. (Romanos 9:6)

Esto es importante: no todos los que descienden de Israel son israelitas. Así que aquí ratificamos lo dicho en Gálatas. También, aquí Pablo también aclara quién es la descendencia de Abraham:

Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos suyos, sino: “En Isaac te será llamada descendencia”. Esto es: no son hijos de Dios los hijos según la carne, sino que son contados como descendencia los hijos según la promesa. (Romanos 9:7,8)

Aquí queda todavía más claro que solamente quien ha recibido a Cristo es hijo de Dios. Pablo dice más adelante que el nuevo pueblo de Dios se compone tanto de judíos como de gentiles que han aceptado a Cristo:

A estos también ha llamado, es decir, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Como también en Oseas dice: “Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: “Vosotros no sois pueblo mío”, allí serán llamados ‘hijos del Dios viviente.’" También Isaías proclama acerca de Israel: “Aunque el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, tan solo el remanente será salvo, porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra con justicia y prontitud”. (Romanos 9:24-28)

Aquí hay varias cosas para destacar:

Dios escoge dentro de los judíos y dentro de los gentiles, a personas que conformarán su pueblo.
Dios había anunciado que los gentiles, que antes no eran su pueblo, ahora serían llamados “hijos del Dios viviente”, “pueblo mío”.

Solamente un remanente de los hijos carnales de Israel será salvo, sin importar que la descendencia carnal de Israel haya sido como “la arena del mar”. Pocos serán los escogidos.

El trato con el Israel carnal
De acuerdo a lo anterior, ¿quiere decir esto que las promesas dadas por Dios a Israel, no se cumplirán..?

Sabiendo que no todo el que desciende de Israel es israelita y, por tanto, no todo el que se llame israelita tiene derecho a recibir la promesa (Romanos 9:6), Pablo recalca que el Israel carnal se excluyó a sí mismo del cumplimiento de la promesa debido a su desobediencia y a la mala inclinación de su corazón:

¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mientras Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino dependiendo de las obras de la Ley, de modo que tropezaron en la piedra de tropiezo. (Romanos 9:30-32)

Israel no alcanzó la justicia de Dios porque iba tras ella por obras, no por fe; dependía soberbiamente de las obras de la Ley y no de la gracia inmerecida de Dios.

Por otro lado, Israel no podía alegar ignorancia acerca de Jesús. Dios les había presentado claramente al Mesías pero ellos lo negaron y lo asesinaron:

Ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: “Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero yo pregunto: ¿Acaso no han oído? Antes, bien, “Por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los fines de la tierra sus palabras”. También pregunto: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: “Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; con pueblo insensato os provocaré a ira”. E Isaías dice resueltamente: “Fui hallado por los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí”. Pero acerca de Israel dice: “Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde”. (Romanos 10:13-21)

La incredulidad de Israel se debió a que ellos se negaron a creer que no eran el pueblo de Dios en exclusiva; sintieron rabia y soberbia y no quisieron creer en que la misericordia de Dios, desde el mismo principio, incluiría a las naciones gentiles.

Debido a esa incredulidad, Pablo recuerda la profecía dada a Israel por medio de Isaías, acerca de que solamente un pequeño grupo de israelitas, un remanente, alcanzaría la salvación. (Ver Romanos 9:27)

Y la razón es que la inmensa mayoría de judíos prefirieron seguir con sus ojos puestos en la Ley mosaica, en vez de aceptar que Cristo era el fin de esa ley.

Porque yo soy testigo de que tienen celo por Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento. Ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios, pues el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. (Romanos 10:2-4)

La palabra que usa Pablo aquí, cuando dice que los judíos tienen “celo” por Dios, es un término desfavorable que indica un sentimiento de “celos” y envidia. Eso era lo que los judíos sentían por Dios: envidia y celos. Querían que Dios solamente fuera para ellos.

Debido a esto, ignoraron la voluntad de Dios y quisieron creer en su propia justicia. No obedecieron a Dios ni quisieron aceptar que el fin de la Ley era Cristo y que cualquier persona podría alcanzar la salvación teniendo fe en él.

Los judíos se negaron a aceptar que solamente teniendo fe en Cristo se podría alcanzar la salvación. Durante siglos, ellos habían tratado infructuosamente de cumplir la Ley y, ahora, Dios les estaba diciendo que lo único que había que hacer era, precisamente, “dejar de hacer” y solamente “invocar el nombre del Señor”.

Cosa difícil para los judíos ya que, como dice Pablo, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?” (Romanos 10:14). En realidad, el pueblo de Israel no tiene excusa alguna. Son ellos quienes no han querido creer; se han negado a ser obedientes al evangelio.

¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: “Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10:14b-16)

Así pues, la responsabilidad de la condenación de Israel no se debe a que la palabra de Dios no se haya cumplido, sino a que Israel hizo oídos sordos a la voluntad de Dios. No obedeció. Para lograr que las personas invoquen el nombre del Señor para su salvación, debe haber mensajeros que prediquen el mensaje; así, las personas pueden oír el mensaje de salvación con fe. Los judíos lo escucharon pero no quisieron obedecerlo: “Pero no todos obedecieron al evangelio”.

Pablo demuestra en su carta a Romanos que Dios, desde el principio, había planeado incluir a los gentiles en el plan de salvación y hacerlos pueblo suyo (Romanos 10) pero que Israel, a pesar de que le ha extendido su mano todo el tiempo, es un pueblo rebelde.

El remanente de Israel que será salvo
Después de asegurar que el Israel carnal ha sido un pueblo desobediente y rebelde, Pablo pregunta y contesta:

Por tanto, pregunto: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera!, porque también soy israelita, descendiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. (Romanos 11:1-2 a)

Pablo asegura que Dios no ha desechado totalmente al pueblo de Israel, y la prueba es que Pablo mismo es israelita. Eso quiere decir que Dios acepta a israelitas que pongan su fe en Cristo, al igual que Pablo lo hizo.

¿O no sabéis lo que dice la Escritura acerca de Elías, de cómo se quejó ante Dios contra Israel, diciendo: “Señor, a tus profetas han dado muerte y tus altares han derribado; solo yo he quedado y procuran matarme”? Pero ¿cuál fue la divina respuesta? “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal”. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. (Romanos 11:2b- 5)

El pasaje es muy claro. A pesar de que Israel, como nación, ha sido idólatra, Dios escoge a miembros de esa nación para santificarlos. Y los escoge por gracia, por misericordia, porque no han imitado al resto de sus hermanos de sangre que siguen adorando a satanás.

¿Qué, pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos; (Romanos 11:7)

Solamente unos pocos, los escogidos, el remanente que puso su fe en Cristo, alcanzaron la justicia de Dios. El resto, la gran mayoría fueron endurecidos.

Cuando Dios reveló a los israelitas que ellos y los gentiles que pusieran fe en Cristo serían ahora su pueblo, no los estaba rechazando. En realidad, fueron los judíos inconversos quienes estaban rechazando el llamado de Dios a formar parte de su pueblo, aquél que él había predicho cuando se refirió a la “descendencia de Abraham”.

En los versículos 11 al 24 vemos claramente la razón de esta reflexión que hace Pablo. Allí él nos menciona que los gentiles cristianos se jactaron de una supuesta superioridad sobre los judíos no cristianos. Pablo asegura que la caída de Israel no es total. Su tropiezo no es definitivo ni su endurecimiento eterno.

Pablo dice que el plan de salvación de Dios se desarrolla de la siguiente manera: Dios planea salvar a toda la humanidad y escoge a los judíos para introducir la salvación al mundo. La transgresión de los judíos abre el camino para la salvación de los gentiles y, de esta manera, esa salvación de los gentiles hace posible la salvación final de los judíos. Es sorprendente.

Y si su transgresión (la de los judíos) ha servido para enriquecer al mundo, y su caída, a los gentiles, ¿cuánto más lo será su plena restauración? (...) porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Si algunas de las ramas fueron desgajadas y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, recuerda que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Tal vez dirás: “Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado”. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. Así que no te jactes, sino teme, porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad, pues de otra manera tú también serás eliminado. Y aun ellos, si no permanecen en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más estos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? (Romanos 11:12, 15-24)

El llamado de Pablo a quienes despreciaban a los judíos por su incredulidad, es a no jactarse de la desventura de los israelitas. Pero esto no quiere decir que, por el contrario, se les deba mirar a los judíos como dignos de reverente temor. No debemos caer en los extremos: así como no debemos odiar ni despreciar a los judíos (ni a ningún hombre, a decir verdad), tampoco debemos considerarlos como si ellos fueran quienes nos salvan, y no Cristo, quien es nuestro verdadero Salvador. Nuestro sentimiento debería ser de esperanza para que la mayoría de ellos alcancen la salvación.

La iglesia de Cristo, el pueblo de Dios al que pertenecen los gentiles cristianos de Roma, les dice Pablo, es la continuación del pueblo único de Dios que empezó a formarse en el Antiguo Testamento. Así como los judíos han perdido su lugar en el pueblo de Dios debido a su incredulidad, los cristianos gentiles de Roma deberían reconocer que correrían la misma suerte si caen en pecado. No hay diferencia, pues, para Dios.

Pablo nos deja muy claro que la inclusión de los judíos será algo que sucederá en los últimos tiempos:

No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Luego todo Israel será salvo. (Romanos 11:25-26 a)

Pero la salvación de los israelitas carnales no se producirá sino en aquellos que acepten a Cristo como su Salvador. De igual manera, el apóstol nos revela que el endurecimiento de los judíos será parcial. Durará únicamente hasta que se complete la cantidad de gentiles escogidos por Dios y estos hayan entrado en el reino de Dios.

Caerán a filo de espada y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan. (Lucas 21:24)

Tanto las palabras de Pablo como la profecía de nuestro Señor, nos da a entender que este acontecimiento ocurrirá al final de la historia de la humanidad, cuando Cristo regrese en gloria. Cuando Pablo dice “todo Israel será salvo”, lo que significa es que un número importante de miembros de esta etnia alcanzará la justicia mediante su fe en Cristo. No puede significar literalmente que todos los israelitas vivos serán salvos, de igual manera que tampoco quiere decir que todos los gentiles lo serán.

Muchos predicadores enseñan que Dios salvará a Israel sin necesidad de que pongan fe en Cristo. Es más, temerariamente afirman que Dios hará que se reconstruya el templo de Jerusalén para restituir la adoración al estilo Viejo Pacto, algo que –como vimos- es antiescritural.

La salvación de Israel será posible únicamente en la medida en que, cada persona individualmente ponga su fe en Cristo. Pablo lo aclara en el mismo pasaje:

Y aun ellos (los judíos), si no permanecen en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. (Romanos 11:23)

La condición para que sean reincorporados como pueblo de Dios, es que no permanezcan en incredulidad, como hasta ahora lo han hecho. Recordémoslo:

La Escritura dice: “Todo aquel que en él cree, no será defraudado”, porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan; ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:11-13)

Por qué actúa Dios de esta manera, es algo que no podremos entender a cabalidad.

¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!, porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero, para que le fuera recompensado?, porque de él, por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Romanos 11:33-36)

De alguna manera, un número importante y representativo de judíos darán un giro hacia Cristo. Aunque no sobra recordar que, hoy en día, es muy difícil saber quién sería o no judío, y si esta clasificación se haría por su religión o por su ADN. A través de los siglos, millones de descendientes de Isaac mezclaron su sangre con la sangre de naciones gentiles. Para la muestra, está este servidor con sangre judía pero no practicante, y está una familiar con quien comparto el mismo antepasado sefardita: ella sí es practicante. ¿Quién tiene mayor proporción de sangre “de la tierra” en sus venas..? No hay manera de saberlo.

El asunto es que es poco probable que existan judíos de raza puros, cuyos antepasados no se hayan mezclado con los gentiles. Ni siquiera el mismo Jesús fue 100% descendiente de israelitas; Rahab, la ramera de Jericó, figura entre sus antepasados, y ella no era israelita.

Podemos, en resumen, asegurar que el llamado que nos hace Dios no es ensalzar a Israel y a los judíos, pero tampoco a despreciarlos. Nuestra responsabilidad con ellos es, al igual que con todos, a predicarles el evangelio de Cristo. Apoyar las incursiones que hace Israel en Palestina (donde hay cristianos) es apoyar las acciones del mismo satanás. De igual manera, apoyar las incursiones militares que hace George Bush Jr. en el Medio Oriente, como las apoyan miles de iglesias que se dicen “cristianas”, fomentando el odio contra musulmanes y mintiendo descaradamente al afirmar que Dios apoya el exterminio de musulmanes y palestinos, está demostrando claramente que estos que “se dicen judíos y no lo son”, no son hijos de Dios sino hijos del diablo, esas iglesias no son realmente cristianas sino que son “sinagoga de Satanás”.


Dios les bendiga


Ricardo Puentes M.
Diciembre 13 de 2007

jueves, 13 de diciembre de 2007

“EN TI SERÁN BENDITAS TODAS LAS NACIONES”

¿Dios se estaba refiriendo a la nación de Israel...?

Así Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia.
Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham.
Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles,
dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo:
“En ti serán benditas todas las naciones”.
De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham.
(Gálatas 3:6-9)

En el Pentecostés, poco después de que Jesús ascendió al cielo, él envía la promesa del Espíritu Santo a quienes se hallaban reunidos en Jerusalén. Allí, gracias a que el Espíritu les dio a quienes estaban congregados la facultad de hablar en lenguas extranjeras, un grupo de romanos –judíos y prosélitos- pudo recibir la verdad del evangelio.

Años después, cerca del 56 dC, Pablo les escribe una carta, que conocemos como la Carta a los Romanos, anunciándoles su pronta visita. Esta carta a los Romanos es considerada como el más importante, completo y ordenado documento que alguna vez haya expuesto de una manera ordenada y lógica la doctrina cristiana.

Romanos expone la verdad fundamental de que la salvación se recibe por gracia y no por obras; que la ley mosaica queda fuera de vigor y que en su reemplazo entra a regir la ley de la libertad (ley de la gracia o ley del amor, como también se le llama). También nos habla de cuál es el verdadero pueblo de Dios y qué papel desempeña Israel en el plan de salvación de Dios. Antes de entrar a analizar el pasaje de Romanos que se refiere a Israel, es necesario aclarar que Dios ha hecho dos grandes pactos con la humanidad. Uno, el pacto que hizo con Israel, que fue cobijado bajo la Ley mosaica –que es llamando el Viejo Pacto; y otro, el Nuevo Pacto que dejó sin vigor el Viejo, y que es cobijado por la sangre de Cristo derramada en sacrificio expiatorio y que permitió comprarnos para él.

Los dos pactos: El Pacto de la Ley y el Nuevo Pacto de Cristo
Contrario a lo que afirman los judaizantes, el viejo Pacto de la Ley no era el pacto perfecto, sino solamente “una sombra de las cosas buenas por venir”; el viejo pacto de la Ley con Israel era apenas una alegoría que prefiguraba el perfecto pacto que fue posible mediante el sacrificio de nuestro Señor. El viejo pacto de la Ley sirvió en su propósito de preparar el camino para la manifestación del Mesías. Una vez se manifiesta Cristo, el pacto de la Ley pierde su vigencia porque ha cumplido su objetivo. De la misma manera, el pueblo de Israel deja de ser el “pueblo de Dios”, asunto posible bajo ese viejo pacto, y los verdaderos cristianos son ahora los llamados “hijos de Dios”,

El escritor de Hebreos (es posible que fuera Pablo) lo expresa de una manera contundente

Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, ciertamente no se habría procurado lugar para el segundo, pues reprendiéndolos dice: “Vienen días -dice el Señor- en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto. No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto. Como ellos no permanecieron en mi pacto, yo me desentendí de ellos -dice el Señor-. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días -dice el Señor-: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios y ellos me serán a mí por pueblo. Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos, porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados ni de sus maldades” Al decir “Nuevo pacto”, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece está próximo a desaparecer. (Hebreos 8:6-13)

El escritor es claro en afirmar, bajo inspiración del Espíritu Santo, que ese Nuevo pacto reemplaza al Viejo pacto. Nos dice también que ese Nuevo pacto es diferente al pacto que se estableció con el pueblo de Israel cuando fue sacado de Egipto. ¿En qué es diferente..? Primero, en que las leyes estarán en la mente y corazón de las personas bajo ese Nuevo pacto, es decir, las leyes no estarán escritas, como el caso del Viejo pacto, ni en piedra ni en ningún otro lado. Es el mismísimo Dios quien escribe las leyes en el corazón de sus hijos, sin intermediación de ninguna clase. “Seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo;..”, significa que, bajo es Nuevo pacto, Dios deja de llamar “su” pueblo a quienes están bajo el pacto de la Ley, es decir, a los israelitas, y ahora llama “su” pueblo a otras personas.

El asunto puede parecer extraño ya que este pasaje dice que Dios concluirá su pacto de la Ley con el pueblo de Israel, y establecerá un Nuevo pacto con la “casa de Israel y de Judá”. ¿Eso quiere decir que Dios termina el viejo Pacto con Israel, pero establece un Nuevo pacto con el mismo Israel....?

Dejemos que la misma Biblia nos conteste. Pablo, en una dramática comprobación que debió ofender en grado sumo a los judíos de su época, dijo:

Pues está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; pero el de la libre, en virtud de la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; este es Agar, pues Agar es el monte Sinaí, en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, ya que ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Pero la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre, pues está escrito: “¡Regocíjate, estéril, tú que no das a luz; grita de júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto!, porque más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido”. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. Pero ¿qué dice la Escritura?: “Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre”.De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre. (Gálatas 4:22-31)

Pablo le está escribiendo a gentiles, no a judíos. Esta aclaración es necesaria para entenderlo cuando dice: “De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.”

Igual que hoy, en esos días existía una tendencia errónea, impulsada por los judaizantes, que enseñaba que las promesas de Dios solamente alcanzaban a los judíos, y que los gentiles debían circuncidarse y cumplir parte de la Ley si querían experimentar plenamente la salvación. Decían que era importante creer en Jesús, pero que esto no era suficiente para los gentiles.

Igual que hoy, en esos días los judaizantes enseñaban que se debían observar ciertas reglas de la ley Mosaica, como el diezmo, guardar el sabath, practicarse la circuncisión, continuar con una clase sacerdotal, (lo que hoy corresponde a pastores y demás jerarquía), practicar ceremonias religiosas, etc., como requisito indispensable para alcanzar la madurez cristiana. Lo que nos dice Pablo es que nada de esto es necesario.

Notemos que Pablo dice que el pueblo de Israel, bajo el pacto de la Ley, fue prefigurado por los hijos de la esclava Agar, y que somos los cristianos los verdaderos herederos de la promesa dada a Isaac. Somos hijos de la libre, de la que no daba a luz, de la que fue despreciada pero que finalmente dio a luz muchos más hijos que la esclava. Somos hijos de la “Jerusalén de arriba”, no de la terrenal en pos de la cual andan muchos que dicen llamarse “cristianos”.

Ese Nuevo pacto de que nos habla el apóstol, y que fue predicho por los profetas del Antiguo Testamento, es el establecido por Cristo Jesús y que abarca a quien coloque su fe en él, sea judío, gentil, esclavo o libre. El único requisito para estar bajo ese Nuevo pacto es tener fe en el sacrificio de Jesús.

De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa. (Gálatas 3:24-29)

Analicemos el pasaje por partes. Pablo nos dice que la Ley fue una guía para conducir a los israelitas hacia Cristo con el propósito de obtener salvación únicamente por la fe en él. También dice que, una vez teniendo fe en Cristo, toda persona se convierte en hijo de Dios. De igual manera, nos enseña que el bautismo cristiano en Cristo es la “marca” que nos reviste de él. También nos dice que ya no hay diferencias raciales ni sociales para ser llamados hijos de Dios, y que cualquiera que tenga fe en Cristo, ya sea judío o gentil, forma parte del pueblo de Dios.

Y, tal vez lo más interesante para el asunto que estamos tratando: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa”. Es decir, aquí se nos menciona que la promesa dada a Abraham y a su descendencia, no tuvo como cumplimiento al pueblo de Israel, sino que esa promesa fue dada en realidad para los cristianos.

Esto desmiente totalmente la afirmación de los falsos maestros judaizantes de la actualidad cuando dicen que los herederos de las promesas dadas a Abraham son los israelitas.

El asunto es muy claro. Las Escrituras nos muestran que el pueblo judío es, en realidad, hijo de la esclava; y que los cristianos son los hijos de la libre y herederos de la promesa.

¿En qué consiste esa promesa dada a Abraham y su descendencia...?
Si le preguntamos a cualquiera que afirme llamarse cristiano, con mucha seguridad no sabrá exactamente en qué consiste esa promesa dada a Abraham y de la cual los cristianos somos depositarios.

Muchos afirman que la promesa consiste en volvernos multimillonarios y tener todo lo que deseemos, como dicen César Castellanos y otros falsos maestros. Otros dirán que la promesa es la Salvación mediante Cristo.

¿Qué diría usted...?

Recordemos la bendición que Dios le dio a Abram cuando salió de Ur:

“Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. (Génesis 12:2-3)

Este el texto que utilizan los judaizantes para “demostrar” que la actual nación de Israel es poderosa y grande porque se está cumpliendo –eso dicen- esa promesa dada a Abram. También lo usan para impedir que se hable contra esta nación y contra cualquiera de sus acciones, así éstas den evidencia clara de que están abusando del pueblo palestino o de que los judíos controlen –como ciertamente lo hacen- la banca mundial que ha empobrecido aún más a los países pobres de Africa y Latinoamérica. Aseguran los judaizantes que la riqueza de Israel y la pobreza del Tercer Mundo, se explica en esta promesa dada a Abram y sus descendientes. Por supuesto, los falsos maestros se enfrentan a varios problemas. El primero es que, como ya vimos, los descendientes de Abraham somos los cristianos y, lo segundo, es que no hay manera de demostrar que la actual nación de Israel se ha constituido en bendición para “todas las familias de la tierra”.

La siguiente promesa dada a Abraham y su descendencia es la siguiente:

De cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. (Génesis 22:17-18)

Que las mismas Escrituras nos sigan explicando:

Así Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que tienen fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: “En ti serán benditas todas las naciones”. De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham. (Gálatas 3:6-9)

Hay dos cosas aquí: una, que la descendencia de Abraham son quienes creen en Cristo. Dos, que el Altísimo sabía de antemano que los gentiles formarían parte de la descendencia bendecida.

Así, pues, la misma Escritura nos dice que las descendencia de Abraham no son los judíos ni el actual Israel; somos los cristianos. De esta manera, la promesa dada a Abraham en realidad es para los cristianos y no para los judíos ni el actual Israel.

¿Cómo fue posible que la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles..?

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu. (Gálatas 3:13-14)

Pablo nos sigue diciendo que la promesa y el Pacto de la ley son dos cosas diferentes. Y esto es importante saberlo ya que la ley fue dada mediante Moisés, pero la promesa fue dada mucho antes, a Abraham y a su descendencia que somos los cristianos mediante Cristo Jesús:

Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: “Y a los descendientes”, como si hablara de muchos, sino como de uno: “Y a tu descendencia”, la cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios en Cristo no puede ser anulado por la Ley, la cual vino cuatrocientos treinta años después; eso habría invalidado la promesa, porque si la herencia es por la Ley, ya no es por la promesa; pero Dios se la concedió a Abraham mediante la promesa. Entonces, ¿para qué sirve la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de ángeles en manos de un mediador.(Gálatas 3:16-19)

La promesa fue hecha a Abraham y a su simiente, que es Cristo Jesús. Y es mediante esa simiente, Cristo, que todas las naciones de la tierra son bendecidas. La promesa fue dada antes de la Ley y, por tanto, el apóstol nos aclara que la Ley era temporal y que tendría vigencia solamente hasta que viniera Jesús. Y es gracias al sacrificio de Cristo que, quienes ponemos fe en él, somos coherederos de la promesa.

Surge otra pregunta: Es claro que la simiente es Cristo y que mediante su sacrificio hizo posible que, quienes colocan su fe en él, reciban la promesa del Padre. En otras palabras, Cristo no es la promesa. Cristo hace posible que se cumpla la promesa. Según Pablo, es en Cristo que nosotros alcanzamos la promesa:

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu. (Gálatas 3:13-14)

No hay manera de recibir la bendición de Abraham, la promesa, sin la aceptación del sacrificio de Cristo. Esto también desmiente a quienes afirman que la nación de Israel –o los judíos- tienen la bendición dada a Abraham. No es posible que ellos la tengan puesto que no han colocado su fe en Cristo. Eso es muy claro.

Pablo también nos dice que la bendición de Abraham es la “promesa del Espíritu”.

Para quienes aún no lo han entendido: Solamente el sacrificio de Cristo hace posible que se reciba la “promesa del Espíritu” o, en otras palabras, la promesa dada a Abraham. En realidad, Cristo muere para que podamos recibir la promesa; Cristo derramó su sangre para comprar legalmente ese derecho a darnos su gracia y, también, compró nuestro derecho a recibir esa gracia. Con su sacrificio, Cristo compra el derecho a darnos el precioso don del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, compra nuestro derecho a recibirlo. Todo es un pacto perfecto.

Es por esta razón que entendemos cabalmente que por nuestros propios méritos jamás seremos merecedores de la promesa del Espíritu. Solamente, como dice Pablo, es por fe que la recibimos: “a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”.

De nuevo, ¿en qué consiste esta “promesa del Espíritu”..? Que nos lo vaya aclarando Jesús:

Ciertamente, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (Lucas 24:49)

La “promesa del Espíritu” es la misma “promesa de mi Padre” de la que habla nuestro Señor. Jesús dice que es promesa del Padre los investirá “de poder desde lo alto”, pero que para esto es necesario que permanezcan en Jerusalén.

Existen miles de promesas dadas por Dios a su pueblo, pero ya vimos que la “promesa del Espíritu” es aquella dada a Abraham y su descendencia; ahora, vemos que Jesús se refiere a una “promesa del Padre”. Jesús toma una sola de las miles de promesas dadas a su pueblo, y le da un valor especial. En realidad, esta promesa del Padre a quienes creen en Cristo, es muy especial. Esta promesa del Padre no es otra que la promesa del Espíritu. Veamos por qué.

El cumplimiento de las instrucciones de Jesús, llegó el día de Pentecostés. Sus discípulos, obedeciéndolo, no habían salido de Jerusalén y estaban esperando la promesa del Padre:

Pedro les dijo: -Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame. (Hechos 2:38-39)

Sí. La promesa del Espíritu, o don del Espíritu, es la promesa del Padre. Con siglos de antelación, Dios ya tenía preparada esta promesa para dársela a todo aquel que pusiera fe en Jesucristo.

El proceso puede resumirse así: Desde el comienzo, el plan de salvación de Dios tenía claro proveer a todos los creyentes en Cristo –judíos y gentiles- el don precioso del Espíritu Santo. Debido al pecado el hombre había perdido esa posibilidad pero nuevamente se hace posible con el sacrificio de Cristo. Una vez murió Cristo, asciende a los cielos y presenta su sacrificio al Padre y él, a su vez, entrega a Jesús el don del Espíritu para que sea dado a quienes crean en él.

Cuando Dios da la promesa a Abraham, estaba prometiendo que todas las naciones se podrían beneficiar del don del Espíritu Santo mediante la muerte de Cristo y su fe en este sacrificio. Al haber comprado este derecho con su sangre, Cristo procede a enviarlo a sus discípulos el día de Pentecostés.

El cómo se recibe este don, es asunto que no nos compete por ahora.

Teniendo en claro que ni la nación de Israel actual, ni los judíos son el pueblo de Dios, ni son los receptores de la promesa dada a Abraham, podemos proceder a comprender qué fue lo que quiso decir Pablo en su carta a los Romanos cuando nos habló de que “Todo Israel será salvo...”


Dios los bendiga


Ricardo Puentes M.
Diciembre 11 de 2007.

lunes, 10 de diciembre de 2007

¿Qué nos salva... la fe o las obras...?

Por esta bondad inmerecida, en verdad,
ustedes han sido salvados mediante fe;
y esto no debido a ustedes: es dádiva de Dios.
No, no es debido a obras,
a fin de que nadie tenga base para jactarse.

Efesios 2:8, 9.

El apóstol es claro: Somos salvos mediante fe, que es dádiva de Dios, no mediante obras para que nadie pueda gloriarse. ¿Significa eso que para ser salvo no necesitamos las obras..?

Para entender el asunto, lo primero que hay que definir, es el significado de "obras"y de "fe". Ya hemos visto que la fe bíblica significa creer en lo que dice la Palabra, así que, dando por sentado esto, podemos afirmar que –básicamente- "fe" es lo que creemos mientras que "obras" es lo que hacemos.

También hemos visto que hay un tipo de obras, las "obras muertas", que no agradan a Dios puesto que no están basadas en la fe. Esto nos lleva a otra pregunta: Si existen obras "muertas", las que conducen a muerte, ¿es posible que existan "obras vivas", aquellas que puedan conducir a vida eterna..?

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras..? ¿Podrá la fe salvarle..? (....)..? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. (Santiago 2:14,26)

Santiago compara el cuerpo con la fe y el espíritu con las obras, y añade que así como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras también está muerta.

Sabemos por experiencia que un cuerpo sin espíritu, sin vida, es un cadáver que se descompondrá hasta convertirse en polvo. De igual manera, una fe sin obras (de fe) está muerta e inservible. Un cuerpo sin espíritu no es nada; una fe sin obras no es nada.

Lo que el apóstol nos quiere mostrar aquí, es que no puede existir una fe sin obras. Santiago le dice a quienes profesan tener fe pero no tienen obras, que corroboren tal afirmación. Cuando un creyente recibe a Cristo, el Espíritu inicia una operación en él proveyéndole de la fe necesaria para seguir adelante en su perfección. Sin embargo, muchos cristianos dejan apagar ese espíritu de fe haciendo que ésta sea una proclamación vacía e inútil. No tienen obras de fe.

Cuando Cristo murió en la cruz dijo: "Consumado es.", es decir, con su muerte cumplió todo lo que se necesitaba para pagar el castigo de los pecados de los hombres y para comprar la salvación de toda la humanidad, todo quedó consumado por los sufrimientos y la muerte de Cristo en la cruz. El intentar sugerir que un hombre pueda hacer algo más, o necesitar algo más de lo que Cristo ya hizo y proveyó, es repudiar el testimonio de la bendita Palabra de Dios y desacreditar la virtud del sacrificio expiatorio de Cristo. Sugerir, como lo hacen ciertos predicadores, que hay que hacer ciertas obras buenas como diezmar u ofrendar generosamente, u obedecerlos ciegamente para lograr la salvación, es anular el sacrificio de Cristo.

En otras palabras, cualquier intento del hombre por ganar su salvación por medio de sus "buenas obras" es, literalmente, UN ULTRAJE PARA DIOS, un desprecio por el sacrificio de Cristo. Una afirmación de este tipo lleva en sí la implicación de que el sacrificio de Cristo fue incompleto, imperfecto... y que se necesitaría algo más para hacerlo perfecto.

Pablo enseña lo siguiente:

Pero al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. (Romanos 4:4-5)

Pablo afirma que a quien obra se le debe un salario. Y ¿cuál es el salario de todo pecador que pretenda, por sí mismo, conseguir la salvación..?

porque la paga del pecado es muerte, (Rom 6:23)

Todo lo que haga una persona que no haya sido salva mediante la gracia, recibe el pago de la muerte. Ese es el salario merecido.

Así que lo primero que tiene que hacer un hombre, para ganar su salvación, es dejar de obrar. Debe dejar de intentar ganarse la salvación mediante sus obras. La salvación viene únicamente por la fe, sin hacer nada más que creer.

Ir tras la salvación por obras fue el gran error de Israel:

Mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué..? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras. (Romanos 9:31-32)

Los israelitas no alcanzaron la salvación que Dios había dispuesto para ellos, debido a que ellos mismos intentaron conseguir esta salvación mediante sus propias obras; intentaron lograr la justicia excluyendo a Dios y, obviamente, no la consiguieron.

Lamentable y terriblemente, ese es el mismo caso de millones de cristianos hoy día. Multitudes de creyentes creen firmemente que deben hacer algo más para ganar su salvación. Se esfuerzan por orar, por ayunar, por hacer obras de misericordia, por obedecer ciegamente a sus líderes religiosos; cantan salmos, lloran, claman, trabajan en lo que les ordenen sus pastores.... Pero todo es en vano. Ellos jamás obtendrán la salvación mientras sigan buscándola por obras y no por fe.

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

El escritor inspirado nos dice que ya somos salvos por medio de la fe. No hay necesidad de hacer nada más. Dios nos da ese inmerecido regalo de la salvación a cambio solamente de que creamos; Pablo es enfático en afirmar que no se debe a "obras", para que nadie se gloríe.

Nos salvó, (Dios) no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo. (Tito 3:5)

Todas nuestras "obras de justicia" deben quedar excluidas primero, antes de poder recibir la inmerecida salvación por medio de la misericordia de Dios.

Fijémonos que Pablo asegura que la salvación nos llega mediante una regeneración, o nuevo nacimiento, que produce a su vez nuestro lavamiento –la limpieza de nuestros pecados-, y que todo es una obra del Espíritu Santo en nuestra vida.

Entonces, si no necesitamos obras para ser salvos; si, por el contrario, debemos dejar de actuar para poder recibir la salvación, ¿qué papel desempeñan las obras en la vida de un cristiano...?

Las obras de fe
Santiago es enfático al afirmar que la fe sin obras está muerta. ¿Hay alguna contradicción con lo anteriormente expuesto, que no somos salvos por obras sino por fe..?

Empecemos por analizar el texto de Santiago:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras..? ¿Podrá la fe salvarle..? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha..? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces: También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras está muerta..?¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar..? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino..? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. (Santiago 2:14-26)

Como se mencionó al principio de este escrito, tenemos la seguridad de que una persona está viva cuando tiene su espíritu dentro de sí. Cada movimiento o acción es una manifestación visible del espíritu invisible que vive dentro de ella. Cuando el espíritu abandona ese cuerpo, éste deja de actuar y queda inanimado, inerte. La ausencia de actividad, de obras y actos de ese cuerpo, nos asegura que su espíritu ya no está allí.

De igual manera sucede con el espíritu de fe dentro del verdadero cristiano, quien ha nacido de nuevo. Ese espíritu de fe está vivo y activo, y funciona con vida del mismísimo Dios:

Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. (1 Juan 3:9)

La semilla incorruptible del Creador permanece en quien ha nacido de nuevo.

Cuando la semilla incorruptible, la vida de Dios entra en el corazón del creyente, inmediatamente toma control –es evidente que el creyente lo permite- de toda la vida de éste, de todos sus deseos, sus actos, sus pensamientos y sus palabras. Debido a esto, el creyente nacido de nuevo empieza a pensar, hablar y actuar de un modo enteramente diferente a como lo hacía antes.

El creyente nacido de nuevo –con el Espíritu de Dios controlando su vida- empieza a vivir de una manera diferente a la que llevaba antes; empieza a hacer "obras" nuevas, obras que son la evidencia de que tiene fe en su corazón; obras que muestran que el Espíritu de Dios vive dentro de él.

Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. (1 Juan 3:9)

Una persona con la simiente de Dios dentro de él, tendrá que manifestar obligatoriamente que en realidad ha nacido de Dios. No solamente se apartará del pecado sino que la semilla de Dios lo moverá a hacer cosas que su Salvador haría. Una persona nacida de nuevo pensará como Cristo pensaría, y actuará como Cristo actuaría. Y es una verdad incuestionable que nuestro Señor no solamente se apartó del pecado, sino que también hizo el bien. Hizo obras de fe.

En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22-24)

Un creyente nacido de nuevo, renovado en el espíritu de su mente y vestido del nuevo hombre actuará justicia de ahí en adelante.

Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (Santiago 1: 23-25)


Ejemplos de fe
Observemos los ejemplos de fe citados por Santiago.

¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar..? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. (Santiago 2:21-23)

Santiago nos dice que Abraham creyó a Dios y esto le fue contado por justicia. Quienes afirman que la sola fe (sin obras) de Abraham lo salvó, tienen razón. Sin embargo, Abraham manifestó en acciones que tenía fe en su corazón. No se quedó inerme sino que su fe lo impelió a actuar, a ponerse en acción. Su fe lo movió a salir de Ur; su fe lo movió a ofrecer a Isaac en un altar, en obediencia a Dios. Cada paso de obediencia preparaba a Abraham para el siguiente, fortaleciendo así su fe.

La fe de Abraham fue puesta cuando Dios le ordenó sacrificar a su hijo Isaac: Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; (...) pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos. (Hebreos 11:17-19)

Para ese momento, Abraham había obedecido en todo a Dios, había ejercitado su fe paso a paso, y ésta se había fortalecido hasta el grado de estar absolutamente convencido de que Dios podía resucitar a su hijo y regresárselo. Por esta razón, Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac y sólo la intervención directa de Dios impidió que lo matara.

Fue la última vez que su fe estuvo sometida a prueba. Después de esto, Dios lo bendijo prometiéndole que en su descendencia serían benditas todas las naciones de la tierra.

El otro caso que menciona Santiago es el de Rahab:

Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino..? (Santiago 2:25)

Rahab era una prostituta cananea que vivía en Jericó, ciudad que Dios había condenado a la destrucción en manos de Josué. Como todos los pueblos vecinos, los habitantes de Jericó habían escuchado acerca de la manera en que Dios libro a Israel de las manos de faraón. Al contrario de los demás habitantes de Jericó, Rahab estaba convencida de que ese Dios Yahvé era el verdadero Dios y tenía la seguridad de que así como había vencido al poderoso faraón, entregaría a Jericó en manos de los hebreos. Pero no solamente creía eso; Rahab también creía que Yahvé era misericordioso y que podría salvarla a ella y su familia de la destrucción. Rahab no ofrecía sacrificios a Dios puesto que no era israelita, no hacia ceremonias, no diezmaba, no guardaba el sábado... pero su fe la llevó a actuar.

Cuando Josué envió sus espías a Jericó, Rahab los hospedó, los escondió y luego los obligó a escapar a riesgo de su vida y la de su familia. Debido a este acto de fe, Rahab y su familia fueron salvos. Rahab no se contentó con saber que había un Dios verdadero, sino que esa fe la movió a realizar obras y así pudo salvarse.

Santiago también nos habla de otros seres que creen en Dios:

Tú crees que Dios es uno; bien haces: También los demonios creen, y tiemblan. (Santiago 2:19

Los demonios creen en Dios. Y tiemblan de terror. Ellos saben que Dios existe pero esa creencia no les trae salvación sino destrucción. No tienen fe, solo tienen la certeza de que Dios existe pero su carencia de fe hace que no sean movidos a obras de fe. De hecho, es imposible que ellos tengan fe, ya que –como hemos visto- la fe la produce Dios en cada corazón arrepentido.

De igual manera que saber que Dios existe no les trae beneficio a los demonios, en los creyentes que creen pero no actúan su confesión de fe es una falsedad. No tienen fe porque la fe siempre produce actos que la evidencian y la perfeccionan.

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha..? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. (Santiago 2:15-17)

El "creyente" que ve en necesidad a un hermano y no le provee lo necesario –pudiendo hacerlo- no tiene fe. Sus palabras de "Id en paz, calentaos y saciaos", son una confesión vacía; ellos están en la misma posición de los demonios que saben que Dios existe pero eso no los salva. El "creyente" que no actúa en beneficio de un hermano necesitado está demostrando que no tiene fe. Lo más grave de todo es que si el "cristiano" no se siente impelido a actuar está evidenciando que no ha nacido de nuevo, y por tanto es necesario que acuda a Dios en oración y suplique su misericordia, que lo provea del regalo de la fe.

La fe siempre, siempre, produce el querer y mueve hacia el actuar:

Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. (Filipenses 2:12-13)

Si bien es cierto que no recibimos la salvación por las obras, éstas son la prueba de que tenemos fe. Es mediante las obras que nuestra fe se perfecciona.

Si usted no se siente movido a ayudar a su prójimo, eso quiere decir que Dios no está actuando en su corazón. Por tanto, ocúpese de su salvación urgentemente porque no la ha experimentado. Pida a Dios que lo ayude a fortalecer la fe que produce salvación.

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto (la fe) no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

La fe es un regalo de Dios; búsquela. Busque a Dios y verá que él no lo rechazará.

"Al que viene a mí, no le echo fuera.." (Juan 6:37)

¡Qué tremenda promesa de misericordia y amor....!

Dios los bendiga abundantemente.


Ricardo Puentes Melo
Julio 2007.

"HÁGASE TU VOLUNTAD"

¿En realidad deseamos esto...?
(Mateo 6:10)

- Llamo para decirte que de hoy en adelante no puedo volver a hablarte. Eso que estás haciendo es apostasía. Nunca más podremos volver a vernos y espero de todo corazón que regreses a la verdad para que podamos vernos en el Nuevo Orden-. Y colgó el teléfono sin esperar respuesta.

Quien así habló fue una octogenaria tía mía que pertenece a los Testigos de Jehová. Le hizo la llamada a mi madre que por esos días estaba en búsqueda de Cristo en la iglesia de César Castellanos, la Misión Carismática Internacional, y que por obvias razones descubrió que nuestro Salvador no se encontraba en la pirámide del G12. Mi madre no continuó la búsqueda y decidió regresar de cuando en vez a los Salones del Reino de los Testigos de Jehová. Por supuesto, mi tía volvió a hablarle y le quitó el rótulo de "apóstata" que le había colgado antes. De vez en cuando –solo de vez en cuando- mi madre acepta algunas explicaciones bíblicas que refutan sus creencias impuestas por el Cuerpo gobernante de los Testigos de Jehová mediante publicaciones como La Atalaya, Despertad y otros libros y folletos.... pero aún así no actúa conforme a lo que aprende de la Biblia.

Al igual que mi madre, muchos Testigos de Jehová perciben que "algo anda mal" en su religión pero no se atreven a hacer manifiesto esa inquietud por temor a ser tachados de apóstatas y de –sinceramente lo creen- ser rechazados por el mismísimo Creador.

Este temor, sin embargo, no es exclusivo de los Testigos de Jehová; también forma parte de las creencias de los llamados "cristianos evangélicos" pertenecientes a las denominaciones más diversas. Todos ellos se sienten en la obligación de permanecer donde están –en sus denominaciones- porque están convencidos de que Dios los colocó allí y que es la voluntad Suprema que permanezcan en esas iglesias o sectas.

Es conmovedor ver a estos creyentes sinceros luchar contra sus conciencias mientras se aferran angustiosamente a su religiosidad tratando de ocultar la gran verdad: No tienen fe.

Por supuesto, la falta de fe de las personas no se debe a que "no hacen lo suficiente" para desarrollarla. La verdad es exactamente lo contrario: Si una persona quiere tener fe, debe –primeramente- dejar de actuar y permitir que Dios lo haga. Un creyente que se esfuerce por lograr una medida de fe sin haberse arrepentido antes, sin haber tomado la decisión de regresar a Dios, está arando en el mar; sus esfuerzos nunca fructificarán.

¿Qué es la fe..?
Como ya lo hemos visto antes, fuera de las Escrituras la palabra fe tiene varios significados. Pero nos interesa conocerla desde el punto de vista de las Escrituras, la fe bíblica tiene dos características bien definidas: La fe siempre se origina en la palabra de Dios y 2) La fe siempre está relacionada en forma directa con la palabra de Dios.

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1)

Muchos cristianos que no conocen bien la Palabra, están convencidos de que fe es la certeza de lo que se espera, cualquier cosa, incluso si lo esperado no tiene nada que ver con la voluntad de Dios registrada en la Biblia. Nada más falso. Esa "certeza de lo que se espera" únicamente está relacionada con la Palabra de Dios, esa "convicción de lo que no se ve" es únicamente lo que se nos ha revelado en las benditas Escrituras.

Esta "falsa fe" que se nos enseña a tener en las diversas denominaciones y sectas, tiene que ver más con nuestras propias expectativas y deseos, que con la voluntad divina. Se nos dice que debemos tener fe en que Jesús le habla audiblemente a César Castellanos ordenándole que le exija a cada creyente ofrendar uno o dos millones de pesos para que él compre un jet o construya un gran complejo de edificios; se nos enseña a comprar milagros con nuestros diezmos y ofrendas, se nos dice que si ofrendamos generosamente, Dios multiplicará por mil nuestra "inversión"; pero esto no sucede para muchos creyentes que se frustran al ver que a otras personas aparentemente sí les funciona esta especie de negocio con Dios. Otros ven cómo personas se sanan físicamente mientras ellos mismos no encuentran remedio para sus propios males y se culpan entonces de su poca fe. Sea cual sea el caso, en la mayoría de las ocasiones, el creyente tiene una falsa idea de lo que es la fe.

Sabiendo que la fe solamente se origina en la Palabra de Dios, y que está relacionada con ella, podremos entender que únicamente lo que está contenido en las benditas Escrituras es susceptible de nuestra fe. Si la Biblia nos dice que por la herida de Cristo hemos sido sanados, hay que creerle a ella, no a nuestra experiencia física; si la Palabra de Dios nos asegura que ningún cristiano será abandonado ni su prole tendrá que mendigar por pan, pues hay que creer firmemente en ello; de igual manera, si la Biblia nos dice que quien busque primeramente el reino y su justicia tendrá por añadidura las otras cosas necesarias, no hay otro camino válido que creerle al Señor; si la bendita Palabra de Dios nos dice que todas las cosas las recibimos de Dios de manera gratuita, sin necesidad de comprarlas con nuestros diezmos y ofrendas, pues esa es la verdad.

Naturalmente, es muy difícil que un recién convertido tenga fe en estas cosas. Un bebé espiritual, que no haya andado en el camino de la fe, jamás podrá experimentar lo que es descansar en las promesas del Señor. Mientras solamente le crea a su pastor o líder religioso, su fe jamás podrá perfeccionarse; solamente será posible hasta que aplique la instrucción bíblica de: Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (Romanos 10:17). Solamente el mensaje de la Palabra de Dios puede producir la fe. Ningún discurso humano, de ningún líder espiritual, puede lograr producir un céntimo de fe. De esta manera, podemos ver la importancia de cotejar con la Palabra de Dios lo que nos enseñan tales líderes.

Muchos que se llaman a sí mismos "cristianos" consideran que escuchar a un pastor, anciano o líder religioso, es lo mismo que escuchar la Palabra de Dios. Asisten a sus oficios religiosos, escuchan una predicación, leen brevemente algunos textos bíblicos y creen que eso es escuchar la palabra de Dios. Por supuesto, no todos los mensajes predicados desde los púlpitos están alejados de la Biblia; la mayoría de nosotros hemos empezado nuestro camino en la fe gracias a un mensaje escuchado en una denominación, en la calle o a través de un medio de comunicación. Ese primer acercamiento a Dios donde alguien nos ha hablado de su existencia y de algunos de sus propósitos, nos lleva a tener una pequeña medida de fe. Pero tal pequeña medida pronto se extinguirá si no avanzamos en el estudio personal de las Escrituras, cual es la única manera en que el Espíritu Santo entrará en nuestras vidas para guiarnos a "toda verdad".

Tristemente, millones y millones de "cristianos" jamás dejan de ser "bebés espirituales". No importa que lleven años y años asistiendo a una iglesia denominacional, nunca avanzan hacia la perfección en Cristo simplemente porque prefieren ser guiados por pastores, ancianos, líderes religiosos o concilios, que por el Espíritu Santo de manera personal e invisible.

Esta clase de "cristianos" no permite que su fe crezca. Y ésta no puede crecer simplemente porque no avanzan en ella fijando su vista en el Invisible, aceptando la guía del Espíritu de Dios. En cambio, depositan su fe en lo que los líderes religiosos les obligan a creer. A su vez, los pastores y demás líderes no están interesados en que los feligreses conozcan realmente las Escrituras ya que es ese "conocimiento" lo que les da a estos guías espirituales el poder que detentan sobre el resto de fieles. Su "autoridad espiritual" está sustentada en el desconocimiento escritural del resto de los creyentes. Y, hay que decirlo, su sustento económico depende de la sujeción de los fieles a su autoridad humana.

De esta manera, la fe inicial que Dios siembra en el recién convertido, pronto se va extinguiendo hasta que se apaga totalmente para convertirse en una serie de meros servicios religiosos sin ninguna aprobación de Dios. La acción sobrenatural del Espíritu Santo va perdiendo fuerza debido a nuestra comodidad, a nuestro miedo a ser guiados por Él hacia Cristo.

No apaguéis al Espíritu. (1 Tesalonicenses 5:19-21)

¿Qué es la verdad..?
A lo largo de muchos siglos, filósofos, antropólogos y psicólogos han afirmado que el testimonio de nuestros sentidos físicos es variable y subjetivo. Lo que para una persona puede ser de color verde, para otra puede ser azul; lo que para una persona puede ser peligroso, para otra puede ser un juego; lo que para un grupo cultural es pecado, para otra cultura puede ser sagrado. Debido a este "relativismo cultural" es que se han desarrollado sangrientas guerras y asesinatos fraticidas. Simplemente, lo que para uno puede ser verdad, para otra persona no lo es.

Por esto, Pilato le preguntó a Jesús: "¿Qué es la verdad...?" (Juan 18:38)

Jesús no le respondió en esta ocasión puesto que ya lo había dicho: "Tu palabra es verdad..". (Juan 17:17)

Ese es el meollo de todo. Reconocer que solamente la bendita palabra de Dios es la verdad, y actuar conforme a ella, es lo que verdaderamente se define como fe. Creer que solamente la palabra de Dios es la verdad, es lo que nos dará la salvación.

Increíblemente, ni Testigos de Jehová ni cristianos denominacionales, ni católicos, quieren considerar lo que la palabra de Dios dice. Ellos solamente quieren creer en lo que les dice el Cuerpo Gobernante, el Concilio, el pastor, el "profeta" o cualquier otro líder, sin sentarse a considerar personalmente lo que Dios enseña en su Palabra. Y es que esta actitud es mucho más fácil y cómoda.

Tristemente, además de cómoda, esta postura también es sumamente peligrosa.

La clave de la fortaleza espiritual de los primeros cristianos, estaba precisamente en que ellos no daban por sentado ni siquiera lo que los apóstoles les enseñaban. Ellos acudían a las Escrituras para corroborar lo dicho. Tenían la experiencia de la fe, que producía un conocimiento definido de lo que ellos habían creído.

Yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. (2 Timoteo 1:12)

Note que Pablo no dijo: "Yo sé en qué he creído". Dijo: "Yo sé a quién he creído".

Pablo no tenía depositada su fe en ningún humano; el fundamento de su fe no era una iglesia, un credo o una denominación, sino que su fe se centraba en una persona a quien él conocía en una relación personal y directa: Jesucristo. Una relación personal y directa que también se hace posible para nosotros hoy. Cuando le creemos a Cristo, reconocemos que solamente él es la verdad: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". (Juan 14:6)

Alrededor del mundo existen personas que prefieren depositar su fe en lo que les dice un líder espiritual, en las reglas y dogmas dictados por una iglesia o concilio, despreciando de esta manera la personal e invisible guía del Espíritu Santo.

La enseñanza bíblica de la salvación que proviene de la fe en el sacrificio de rescate de Jesucristo ha sido complementada con enseñanzas de hombres que le han añadido detalles que sobrepasan lo que enseña la propia Escritura. Nadie puede ser salvo, aseguran, si no permanece dentro de la iglesia denominacional, sujeto al obispo, anciano, pastor o superintendente. El papel distintivo del Hijo de Dios con respecto a la salvación pierde su exclusividad. Los líderes religiosos involucran dentro de este papel salvador a otros hombres –ellos mismos-, o a los superintendentes, pastores, ancianos y a la propia organización eclesiástica, usurpando el papel dador de vida de Cristo, y auto-convirtiéndose también en algo necesario para la salvación.

Ellos sencillamente no saben explicar el verdadero significado de las palabras inspiradas y resumidas en esta gran verdad:

El justo por su fe vivirá. (Habacuc 2:4)

Esta declaración de Habacuc se cita 3 veces en el Nuevo Testamento: Romanos 1:17; Gálatas 3:11; y en Hebreos 10:38.

Esta corta oración contiene una verdad tan grande e intensa, que ha sido capaz de impactar de una manera sobrenatural la historia de la humanidad.

Esta verdad hizo posible que la iglesia apostólica, siendo una minoría despreciada, haya puesto de rodillas, derrotado, al mismo emperador romano, la cabeza del imperio más poderoso que haya existido jamás. Esta verdad fue la que hizo posible que otro puñado de cristianos, al colocar Lutero la Biblia al alcance de todos, lograra hacer temblar a la poderosa y demoniaca iglesia Católica al verse expuesta y desenmascarada por la misma palabra de Dios.

Cuando el pasaje menciona la palabra "vivirá", lo que nos quiere decir es que el justo depende de la fe para todos los ámbitos concebibles de su existencia. "Vivir" abarca todas las dimensiones de la personalidad y el diario vivir del ser humano. "Vivir", involucra cualquier actividad física, mental y espiritual del hombre. Así que podemos ir dándonos una idea de la grandeza de esta verdad: "El justo por su fe vivirá.."

El justo por su fe vivirá, quiere decir ni más ni menos que todas las facetas de nuestra vida deben estar motivadas y controladas por la fe. Si esto no sucede, la persona no será aceptada por Dios.

Hasta un sencillo acto, como dormir o comer, debe hacerse con fe.

Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado. (Romanos 14:23)

Como ya sabemos que la fe es creer en lo que la palabra de Dios nos dice, podemos entender que "comer con fe" sencillamente significa reconocer que Dios nos provee el alimento (Santiago 1:16,17; Filipenses 4:19; Salmo 136:25; Lucas 12:24); sabiendo que Dios es nuestro proveedor, actuamos conforme a esto y le damos gracias antes de comer (1 Timoteo 4:4,5; Mateo 26:26; 1 Samuel 9:13; Mateo 14:19; Hechos 27:35; 1 Corintios 10:30); también, sabiendo que el alimento viene de Dios, inferimos que la fortaleza y salud que éste provee, debe ser utilizada consecuentemente en el servicio a Dios (1 Corintios 6:13)

Todo lo que no proviene de fe, es pecado. (Romanos 14:23); puede sonar un tanto exagerado pero de ninguna manera lo es. No hay ninguna otra manera de ser acepto a los ojos de nuestro Dios. Toda nuestra existencia debe estar gobernada por el principio supremo de la fe. Toda nuestra existencia debe estar controlada por el Espíritu Santo ya que solamente Dios nos provee la fe necesaria para poder vivir de acuerdo a su santa voluntad;

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

Esta verdad es muy simple. El único camino que nos da vida eterna es Jesucristo, no hombre u organización religiosa alguna. Cuando el hombre busca la dirección y guía divinas en cada acto de su vida, cualquiera que éste sea, experimentará esta verdad tan sencilla como maravillosa de "el justo por su fe vivirá". Esa es la gran respuesta de Dios para todas las dificultades del hombre. Esa es la respuesta de Dios a las oraciones del hombre.

Si las personas aplicaran este principio en sus vidas podrían superar confiadamente cualquier tipo de problema. Lamentablemente ese no es el caso para la mayoría de personas –ni siquiera de creyentes. Incluso quienes ya han recibido a Cristo en sus vidas, han puesto su esperanza en otros hombres desatendiendo el consejo divino y despreciando el don gratuito e inmerecido que Dios ha preparado para ellos.

En "El justo por su fe vivirá", la palabra hebrea traducida por fe incluye al mismo tiempo las ideas de lealtad y firme confianza. ¿Lealtad a quién...? A Dios. ¿Confianza en quién..? En Dios; confianza en que Él hará lo que ha prometido en su palabra.

Y ahora, Señor, que la palabra que tú has hablado acerca de tu siervo y acerca de su casa, sea afirmada para siempre, y haz según has hablado. (1 Crónicas 17:23)

HAZ SEGÚN HAS HABLADO. En esa petición se concreta nuestra fe. Ni más ni menos.

Esta es la misma clase de fe que manifestó la joven virgen María cuando el ángel Gabriel la visitó con un mensaje procedente de Dios. Ella dijo:

Hágase conmigo conforme a tu palabra. (Lucas 1:38)

Ese es el secreto, grande y simple a la vez, de la fe bíblica: Hágase conforme a tu palabra. Una vez que la fe bíblica se ha formado dentro en nuestro corazón escuchando la palabra de Dios, nuestra reacción siguiente producida por el Espíritu Santo, es el rendirnos totalmente a Dios expresándole nuestro deseo de que se haga Su voluntad en nosotros, no la nuestra.

Vosotros, pues, oraréis así: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos metas en tentación, sino líbranos del mal, porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén". (Mateo 6:9-13)

Y conocer cuál es la voluntad de Dios solamente es posible mediante escudriñar las Escrituras; la voluntad de Dios no se nos revelará acudiendo a falsos profetas o pronosticadores de sucesos, pastores, o cualquier otro tipo de líderes religiosos. Sean o no hombres temerosos de Dios, ningún ser humano puede convertirse en el camino, ningún hombre puede obligar a otros a hacer su voluntad.

La tendencia de los hombres a buscar la imposición de su propia voluntad sobre otros, es una disposición contra la que Jesucristo vio necesario hacer frecuentes y contundentes advertencias a sus discípulos.

Si todos los cristianos nos despojáramos de creencias preestablecidas y nos centráramos en estudiar la Palabra de Dios prescindiendo de la influencia de organizaciones y de la imposición autoritaria de pastores y líderes religiosos, podríamos comprobar la certeza escritural de que el Espíritu Santo nos guiará a toda verdad (Juan 16:13), es decir, a Jesucristo mismo. Podríamos comprobar entonces que la jefatura legítima y única de nuestro Señor es la vía para obtener la verdad, el conocimiento de Dios, y la verdadera unidad cristiana.

Esa es, a mi modo de ver, la fe que nos da vida eterna y que nos permite clamar gozosamente a nuestro Padre celestial: "Hágase tu voluntad".


Ricardo Puentes M.
Junio de 2007

"Si no os arrepentís, pereceréis igualmente"

¿Cómo evitar perecer ...?

Le respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo
que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
(Juan 3:3)

En Juan 3:3, Jesús habla de la necesidad de nacer de nuevo. Como vimos en el estudio anterior, ese "nacer de nuevo" significa literalmente "nacer de lo alto", "nacer de arriba". Y vimos también que este nuevo nacimiento es producido mediante el bendito Espíritu Santo que actúa cuando estudiamos las sagradas Escrituras. O sea, este nuevo nacimiento es un proceso que requiere de un tiempo no especificado. De esto hablaremos en otra ocasión.

Lo importante aquí, referente al tema que tratamos, es que ese nuevo nacimiento jamás será posible sin el arrepentimiento, que significa tomar la decisión de cambiar de opinión y regresar a Dios.

Vimos también que es imposible que uno se arrepienta sin que en este proceso intervenga Dios. Nadie puede arrepentirse si Dios no lo toca para arrepentimiento:

"Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no le atrajere." (Juan 6: 44).

"Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.." (Santiago 1:18)


El arrepentimiento es la primera respuesta del pecador ante la Palabra
Cuando una persona estudia las Escrituras, el Espíritu Santo la "toca" para arrepentimiento. Todos los que hemos leído la Biblia, hemos sentido ese "toque" para arrepentimiento. Si estamos en una denominación y leemos en la Biblia que ciertas cosas que suceden allí no son correctas, no hay que dudarlo, es el Espíritu Santo en acción. Igual es ese sentimiento de descontento que albergan muchos cristianos. Puede que estén asistiendo a una iglesia, que oren más o menos frecuentemente, que canten, que ofrenden; pero ese vacío permanece allí. Es por esto que muchos creyentes asisten religiosamente a los cultos de su denominación buscando llenar ese vacío; y lo logran por un poco de tiempo, pero ese mismo sentimiento regresa haciendo necesario que se acuda de nuevo al templo a cantar y llorar una y otra vez sin encontrar remedio permanente para esta situación. Eso quiere decir que falta verdadero y bíblico arrepentimiento.

Estos sentimientos de descontento y duda internos, les suceden a muchos creyentes sinceros que perciben mucha dicotomía entre lo que se enseña y lo que se hace en sus respectivas religiones. Conozco un hombre, un "líder" de la Misión Carismática Internacional G12 que lleva muchos años experimentando serias dudas sobre la validez de las alegaciones de esta religión. No encuentra sustento bíblico en el despliegue publicitario que hacen los Castellanos de sí mismos y de su familia, ostentando con vanidad lo enormemente que han sido "bendecidos" por Dios en sus riquezas materiales, pasando por alto los principios bíblicos de humildad y mesura:

Los que confían en sus bienes y de sus muchas riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá, en manera alguna, redimir al hermano ni pagar a Dios su rescate. (Salmo 49:6,7)

Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. (Filipenses 2:3)

Igual sucede en todas las religiones del mundo. Sin embargo, estas personas que se sienten "incómodas", con las cosas que ven en los líderes religiosos de sus denominaciones, "sienten" que esa iglesia donde están es la iglesia verdadera de Dios y están convencidos de que "Dios se hará cargo de la situación". Casi por unanimidad, estas personas no aceptan que se hable negativamente de sus líderes alegando que si lo permiten, es como si tocaran a "la niña de los ojos de Jehová", y cosas terribles vendrán sobre ellos. Este pensamiento es más común de lo que se cree. Y es notoriamente especial en las organizaciones religiosas tipo "sectas" donde se les enseña a los seguidores a no escuchar a los disidentes ni a leer literatura que ataque a los líderes ya que éste es –aseguran- apóstata.

Como asegura un comentarista bíblico: "La verdad, es que no hace falta ser una persona espiritualmente fuerte para simplemente aceptar sin discutir lo que la iglesia particular enseña y obedecerla estricta y ciegamente. Por el contrario, sí que se requiere fortaleza de personalidad y de espíritu para debatir, investigar, probar, y entonces actuar por convicción propia, sin importar lo que diga la iglesia o cualquier otro."

Cuando el creyente sabe que algo anda mal con su modo de adoración, debe arrepentirse, debe regresar a Dios, debe tomar la decisión de cambiar de rumbo y, entonces, volver a Dios. Y la única manera de volver a Dios es, como ya vimos, mediante Cristo, mediante el estudio de su Palabra.

Como dijo Lutero, "no es prudente ni correcto obrar en contra de la conciencia propia".

Esto significa que si uno no hace caso de su conciencia, puede ser muy peligroso... Puede hasta perder su propia salvación.

"Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente". (Lucas 13:3, 5)
Jesús estaba hablando de unos hombres que murieron cuando estaban realizando un rito religioso. Mientras estaban ofreciendo sus sacrificios en el templo, estos hombres murieron ejecutados por Pilato. Su sangre se mezcló con la sangre de sus sacrificios. Pero Jesús aseguró que estos hombres no habían salvado sus almas porque no se habían arrepentido. Sus sacrificios religiosos no estaban fundados en el verdadero arrepentimiento.

Esa terrible advertencia también nos atañe hoy día. Muchos creyentes practicantes están convencidos de que sus ceremonias religiosas, sus cánticos, sus llantos, sus ayunos, sus diezmos y ofrendas podrán salvarlos, cuando lo cierto es que, si no están basados en el arrepentimiento, perecerán, irán a condenación eterna. De nada valdrá la "sinceridad" del error. Si no se han vuelto de su camino para encontrar a Jesús a través de la Biblia –solamente su Palabra- puede caber la posibilidad de que llegue la hora en que sea demasiado tarde. Hay un punto sin retorno donde el Espíritu Santo deja de actuar para arrepentimiento.

¿Es posible llegar a un punto donde no haya lugar para el arrepentimiento...?
Definitivamente sí.

El ejemplo perfecto de un hombre que, a pesar del intenso dolor y angustia, no haya encontrado arrepentimiento, fue Judas.

Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Más ellos dijeron ¿Qué nos importa a nosotros..? ¡Allá tú..! (Mateo 27:3-4)

Muchas versiones usan la palabra "arrepentido" en este pasaje. Sin embargo, la palabra griega usada en este texto, no es "metanoein", sino "metamelein", que se traduce frecuente y erróneamente como "arrepentimiento", pero que significa exactamente: "remordimiento", "angustia". Vemos que Judas sintió un intenso dolor y una enorme angustia pero no pudo cambiar de idea ni de rumbo. En cambio, tomó la decisión de ahorcarse y eso hizo. Cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar.. (Hechos 1:25). Judas no cambió de decisión ni de rumbo. No regresó a Dios.

Fíjese que ese intenso dolor y angustia de Judas no significaban que estaba arrepentido. Tampoco quiere decir que se soslayaba con la muerte de Jesús, no sintió placer por sus actos una vez cometidos. Por el contrario, -es necesario recalcarlo- sintió angustia y dolor. Pero ya no podía arrepentirse. Sus actos lo habían llevado demasiado lejos y el camino de regreso al Padre ya no existía. Sobrepasó el "punto del arrepentimiento" y el Espíritu Santo había dejado de moverlo al arrepentimiento.

Así, vemos que la idea generalizada de que arrepentirse significa sentir angustia y dolor, llorar por el pecado cometido, es totalmente errónea. Los gnósticos aseguran que Judas fue un pobre mártir que no tuvo otra opción que entregar a Jesús porque "alguien debía hacerlo" para que la Escritura se cumpliera. Nada más falso y perverso.

El ejemplo de Judas nos enseña que es posible que un hombre, por su obstinación y maldad, por empecinarse en seguir su propio camino, llegue a un lugar en donde sea imposible volver atrás; es posible que el Espíritu Santo se aleje de él y, así que la puerta del arrepentimiento se cierre para el pecador.

Otro ejemplo fue el de Esaú . Por una sola comida vendió su primogenitura:

Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. (Hebreos 12:17)

Esaú repudió las bendiciones de Dios relacionadas con la primogenitura. Posteriormente, lo lamentó e intentó recuperar la bendición, pero fue "desechado". "no hubo lugar para el arrepentimiento". No había oportunidad de cambiar lo sucedido.

Muchos creyentes hacen lo mismo hoy que lo que hicieron Esaú o los galileos asesinados por Pilato. Por complacencia carnal o por aferrarse a su religiosidad desprecian las bendiciones de Dios. Luego, cuando entienden su error, se lamentan por esas eternas bendiciones que despreciaron pero ya no es posible el arrepentimiento para ellos. De igual manera, como los galileos asesinados, también es posible que mueran sin saber que despertarán en una eternidad perdida, alejados de Dios.

El mejor ejemplo de arrepentimiento
En el relato del libro de Lucas, capítulo 15, versículos 11 al 32, nos enteramos de un hijo que le dio la espalda a su padre. Pidió su herencia y partió hacia una tierra lejana donde despilfarró todo lo que tenía viviendo en pecado. Tiempo después se encontró hambriento, vestido con harapos, viviendo en medio de los cerdos. Este hijo pródigo, entonces, "volvió en sí" y tomó la decisión de "regresar" a su padre; dijo: Me levantaré e iré a mi padre (v.18). El hijo no solamente tomó la decisión sino que, llevó a cabo esa decisión: Y levantándose vino a su padre. (V.20).

Ese es el verdadero arrepentimiento. El hombre, cuando nace en este mundo, ya ha partido lejos de su hogar y de su Padre celestial; ha nacido en pecado. Todo lo que haga de ahí en adelante es pecado, no importa si a sus propios ojos son justicias (Isaías 64:6). Es entonces cuando el Espíritu Santo lo hace darse cuenta de la terrible realidad en que vive. Todos los hombres, alejados de Dios, hemos estado viviendo entre la inmundicia de los cerdos. Igualmente, todos, por la misericordia de Dios, nos hemos dado cuenta de ello en algún momento de nuestras vidas. Pero la salvación no se gana por uno darse cuenta de su situación. La salvación se consigue solamente si uno lleva a cabo la decisión de "volver al Padre".

En denominaciones alrededor del mundo, las personas se dan cuenta de que sus iglesias y líderes están llenos de inmundicia y pecado. Piensan erróneamente que Dios cambiará la situación de tal iglesia cuando la verdad es que, como en la parábola del hijo pródigo, el Padre no cambia a los cerdos en príncipes, ni cambia la situación de la porqueriza. Uno es el que debe salir de tal situación.

Jamás será cierto lo que aseguran los líderes religiosos cuando dicen que "si Dios te puso en una iglesia, quédate en esa iglesia", culpando a Dios de la situación y aseverando que no importa dónde esté uno congregándose, si se es sincero Dios lo salvará. Parte de esto es cierto: Dios toca al creyente sincero para que se salga de ese lugar y vuelva a Dios. Pero es el creyente el que ejecuta la acción. La Biblia es clara al mencionar que sí interesa en qué religión esté uno y también urge a salirse de ella para no ser partícipe de sus pecados y su castigo:

Y oí otra voz del cielo, que decía: "¡Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!, (Apocalipsis 18:4 )

"¡Huid de en medio de Babilonia¡!Poneos a salvo, para que no perezcáis a causa de su maldad!, porque es el tiempo de la venganza de Jehová: él va a darle su merecido, ¡Salid de en medio de ella, pueblo mío, y salvad vuestra vida del ardor de la ira de Jehová! (Jeremías 51:6,45)

La decisión es solamente suya. ¿Está dispuesto a escuchar la voz de Dios o, por el contrario, desatenderá su llamado...?

Si decide simplemente sentarse a esperar a que Dios "cambie las cosas en la iglesia", tenga muy presente que el Espíritu Santo extenderá su misericordia tanto como sea posible pero que -es bíblico- llegará un momento en que sea imposible regresar a Dios.

Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano (Isa 55:6)

Gracias a Dios, Él sigue llamando a sus escogidos al arrepentimiento:

Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme, y viviréis; (Amós 5:4 )

Nadie podrá decir que ha buscado y no ha encontrado. Nadie podrá decir que está engañado.

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (Mat 7:7,8)



Dios los bendiga con creces


Ricardo Puentes M.
Junio 2007

Arrepentimiento

¿Sabemos realmente lo que significa...?

Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
(Lucas 13:3, 5)

Todos conocemos el caso de personas cuyas vidas son un rosario interminable de desgracias, enfermedades, frustraciones y verdaderas tragedias que nunca terminan. Nos parece extraño e injusto que junto a esta clase de personas, existan otras con antecedentes similares de crianza y educación cuyas vidas marchan de éxito en éxito, llenos de felicidad y carentes de problemas realmente serios.

Incluso personas que se consideran cristianas, personas que llevan años asistiendo a una iglesia, que oran frecuentemente, que hacen obras de caridad, que sienten en su corazón que realmente aman a Dios, no encuentran el alivio que Jesús prometió traer a quien lo buscara:

"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.." (Mateo 11:28)

Muchos creyentes sinceros sienten que en las iglesias donde asisten no encuentran alivio a sus cargas ni ese descanso prometido sino, por el contrario, cada día se encuentran más cargados y trabajados. Por supuesto, jamás se atreven a exteriorizar sus dudas ni a hablar de cómo realmente se sienten debido al temor de ser señalados como débiles en la fe o, lo que es peor, a ser acusados de pecadores o de ser portadores de una maldición generacional, una cadena de iniquidad que aún no ha sido rota y a la cual se le atribuyen la razón de todos sus males y desdichas.

Aún cuando el creyente no se vea atacado por toda una serie de males y desventuras, es posible que haya un área de su vida donde perciba que no tiene ningún control o que éste es difícil de lograr. También en este caso, la debilidad se atribuye a una maldición generacional que ha generado la potestad demoniaca sobre esta área en particular.

Siendo sinceros, muchos no encuentran razones para creer totalmente en que las palabras de Jesús se pueden cumplir de una manera literal y completa en sus propias vidas.

También existe otro tipo de creyentes que sienten que sus problemas, sus penurias, hambres y necesidades son una especie de castigo autorizado por Dios como expiación por los pecados pasados que se cometieron antes de haber conocido a Cristo.

En cualquiera de estos casos, los creyentes basan sus conclusiones en meras especulaciones basadas en un conocimiento insipiente de la palabra de Dios. Casi sin excepción, quienes creen de esta manera tienen un conocimiento fragmentado de las Escrituras o, por cualquier razón, nunca han profundizado en el estudio de éstas.

¿Por qué sucede esto..?

Básicamente porque una vez que han oído acerca de Cristo, y han creído en él, consideran que con tal acción es más que suficiente para ganar su salvación.

Lamentablemente, esto no es enteramente cierto. La Biblia enseña claramente que una vez que se ha aceptado a Cristo, se debe iniciar una instrucción de las doctrinas fundamentales del cristianismo (Hebreos 5 y 6). Aunque la salvación depende de tener fe en Cristo y su sacrificio expiatorio, tal fe es mucho más que el conocimiento o aceptación mental de este hecho. En realidad, la fe bíblica no tiene nada que ver con el concepto de fe que la gente comúnmente maneja. Cristianos por millares están convencidos de que su fe, por sí sola, sin necesidad de estudiar las Escrituras les ganará la salvación. Pero la misma Biblia contradice tal cosa. La bendita palabra nos asegura que la verdadera fe se produce únicamente por el escuchar atentamente la palabra de Dios.

Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (Romanos 10:17)

Ignorando esto, algunos usan la palabra "fe" con mucha ligereza. Se habla de tener fe en algo, en una persona o en cualquier cosa que se desee creer. Sin embargo, la fe bíblica no significa creer en cualquier cosa que nos parezca o que deseemos tener, así estemos convencidos en nuestros corazones que Dios nos la dará por el sólo hecho de desearla.

La fe bíblica es creer que Dios significa lo que ha dicho en su Palabra; que Dios hará lo que ha prometido hacer en su palabra. Así, si –por ejemplo, nosotros decimos tener fe en que seremos millonarios y le pedimos a Dios con fervor que ese deseo se cumpla mientras nos autoconvencemos de que así será, estamos alejándonos peligrosamente de Dios permitiendo que deseos engañosos se confundan con la fe. Dios no habla de que nuestro propósito en esta tierra sea el convertirnos en millonarios o dirigentes políticos. Y por más que hagamos esfuerzos mentales por creer esto último, el asunto no tiene nada que ver con la fe.

Esto se puede evitar fácilmente con el conocimiento correcto de la Biblia. Pero cuando se plantea el asunto a muchos creyentes, estos rechazan de plano la idea asegurando que Dios puede actuar en ellos sin necesidad de conocimiento bíblico profundo. Esta clase de creyentes le dan más importancia al "sentir" que al "estudiar" confiando su crecimiento espiritual a lo que le dicte su corazón. Pero un corazón que no haya sido entrenado y ocupado por el bendito Espíritu Santo, será un corazón engañoso que lo conducirá al error donde será presa fácil del enemigo. De igual manera, el Espíritu Santo no ocupará un corazón donde no haya entrado la verdad bíblica.

Otro tipo de cristianos creen sinceramente que con hacer una oración para recibir a Cristo en su corazón y de ahí en adelante mantenerse alejado del pecado y hacer obras buenas, tales cosas le asegurarán su salvación. Nuevamente, y por desgracia para ellos, esto no es cierto.

Si se dedicaran al estudio sistemático de la Palabra, junto a la oración constante, sabrían que este tipo de obras, por más "buenas" que las consideremos, no son para Dios más que "obras muertas", inmundicia; si conocieran la doctrina del arrepentimiento de obras muertas, sabrían que éstas comprenden todos los actos de nuestra vida que no están basados en el arrepentimiento y la fe, y que tales actos incluyen actos religiosos, incluso del cristianismo practicante, si estos no se hacen con base en el arrepentimiento. Si ellos supieran esto, podrían entender las palabras del profeta Isaías:

Y todas nuestras justicias (son) como trapo de inmundicia. (Isaías 64:6)

¿Cuál es la razón por la que no se da al estudio de la Biblia la importancia que ésta misma reclama...?

Básicamente, porque la mayoría de líderes religiosos desvían la atención debida a las Escrituras hacia sí mismos; desvían la fe de los hombres hacia sistemas humanos, hacia personas que se apropian de la autoridad bíblica y se autoproclaman como canales de Dios para los hombres y viceversa. Al hacer esto, descarrían del camino a las personas que andan en busca de Dios, ocultando –intencionalmente o no- que el Espíritu Santo es quien guía a cada persona a la verdad; de esta manera, las personas que andan en busca de Dios no llegan nunca a encontrarlo ni a conocerlo plenamente, tal como Él desea que cada uno de nosotros lo conozca. Por otro lado, para la inmensa mayoría de las personas, es mucho más fácil esperar a que alguien le señale el camino que el investigarlo por cuenta propia guiados por el invisible Espíritu de Dios.

Esa guía personal del Espíritu Santo comienza con una milagrosa operación dentro del corazón de cada creyente a la que la Biblia denomina como "nacer de nuevo" o "nacer del Espíritu". Esta operación milagrosa es el inicio de la vida de todo creyente y conduce al arrepentimiento de obras muertas como primer paso hacia nuestra salvación.

Pero, ¿qué significa exactamente el arrepentimiento...?

Al contrario de lo que muchos creen, arrepentirse –bíblicamente hablando- no es acongojarse por las cosas malas que uno pueda haber hecho. Algunas personas creen que arrepentirse es pedir perdón y derramar muchas lágrimas de dolor por causa de algún pecado cometido. Sin embargo, a la luz de la Biblia, es posible que una persona llore amargamente por su pecado y, con todo, jamás haberse arrepentido. Es posible que una persona haya pasado el umbral donde ya no es posible arrepentirse.

En el Nuevo Testamento, la palabra "arrepentimiento" en griego es metanoein. Este verbo griego significa "cambiar de idea", "reversar la decisión". Así, es muy claro que el "arrepentimiento" tiene que ver más con una decisión que con un sentimiento. El arrepentimiento es un cambio de decisión.

En el Antiguo Testamento, la palabra más comúnmente traducida para arrepentirse, significa "volverse", "retornar", "volver atrás", "retractarse". Un comentarista bíblico dice que: "Esto concuerda con el significado del arrepentimiento del Nuevo Testamento. La palabra en éste significa tomar una decisión interna, un cambio de idea; mientras que en el Antiguo Testamento significa tomar una acción basada en ese cambio de idea. Y tal acción es "volverse", "darse vuelta"."

Así que, resumiendo, podemos decir acertadamente que el arrepentimiento es un cambio de idea; tal cambio de idea genera una acción que nos conduce en una dirección totalmente nueva, diferente al camino que llevábamos; el cambio de idea nos hace "regresar de vuelta".

La pregunta es ¿regresar a dónde...?

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (Juan 3:3)

Este "nacer de nuevo" no significa que tengamos que regresar al vientre materno. El término griego traducido aquí como "de nuevo" es (ánodsen), que significa también "desde su origen", o, literalmente: "de arriba".

Así que la frase, "nacer de nuevo" estaría correctamente traducida como "nacer de arriba" e indica la intervención directa y sobrenatural del Espíritu Santo.

Esto nos permite entender que arrepentirse es cambiar de decisión y regresar a Dios, nacer de nuevo. Cuando nacemos, ya lo hacemos totalmente apartados de Dios debido a nuestra herencia de pecado. De esta manera, cualquier cosa que hagamos en esta condición, sea buena o mala ante nuestros ojos, para Dios son obras muertas; cualquier obra de caridad o "amor" que efectuemos sin haber regresado a Dios, sin habernos arrepentido, son meros trapos de inmundicia para el Creador. Pero Dios nos permite en su infinita misericordia que recobremos la condición de Hijos suyos.

Y, ¿cómo sabemos que somos Hijos de Dios...? Mediante la aceptación del sacrificio de Cristo por nuestros pecados, el Espíritu inicia nuestra guía hacia la verdad, hacia Cristo.

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:14)

Es aquí donde muchas personas se equivocan y creen que el Espíritu Santo provee una guía etérea, sin definir. Creen que la guía del Espíritu Santo es como un "sentir"; otros escuchan voces; otros utilizan la Biblia como una especie de oráculo, abriéndola al azar y colocando su mirada en cualquier versículo creyendo con este procedimiento que es así que el Espíritu Santo nos habla hoy. Otros más acuden a iglesias extrañas donde reciben "palabra profética" que no es otra cosa que burda adivinación demoniaca camuflada bajo el uso apóstata del nombre de Cristo.

La guía del Espíritu Santo

Cuando Jesús estaba a punto de separarse de sus discípulos para ir al cielo, les dijo que aunque no estaría con ellos en presencia física, los acompañaría de otra manera. Los discípulos no entendieron cómo podría ser esto posible. Jesús dijo:

Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis. (Juan 14:19)

Note que Jesús es claro al afirmar que el mundo no lo verá pero que sus discípulos sí lo harán. Muy extrañado, Judas (no el Iscariote, sino el otro, pregunta: "Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo..?" (Juan 14:22). Es decir, "¿Qué clase de comunicación mantendrás con nosotros y no con el mundo..?"

Jesús contesta:

El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amara, y vendremos a él, y haremos morada con él. (Juan 14:23)

La clave es: "Mi palabra guardará". La diferencia entre el verdadero discípulo y quien no lo es, es que el discípulo guardará la palabra de Dios. Esta es la manera en que Jesús puede comunicarse con sus discípulos: Guardando su palabra. Pero, ¿cómo guardar su palabra si no se conoce...? Honestamente, ¿sería posible conocer la voluntad de Dios mediante voces de ultratumba o visiones celestiales...? La respuesta es que la única manera segura de conocer la voluntad de Dios es estudiando su bendita palabra, las santas Escrituras.

"Bien, -dirán algunos- pero ¿cómo entra el Espíritu Santo ahí...?"

Como todos sabemos, el Espíritu Santo es el autor de las Escrituras. Aceptar a Cristo significa por tanto, aceptar las Escrituras. No podemos darle mayor importancia a uno que al otro. Jesús es la palabra encarnada de Dios; la Biblia es la palabra escrita de Dios. Tanto Cristo como la Biblia son manifestaciones autorizadas de la divinidad.

Siendo el Espíritu Santo quien nos guía a toda verdad (Juan 16:13), tenemos la certeza de que lo hará infaliblemente mediante las sagradas Escrituras.

Esto no significa que se desechen las manifestaciones o revelaciones personales del Espíritu. Pero no podemos negar que existen espíritus engañosos, que Satanás sigue vistiéndose como ángel de luz y que puede traernos una revelación o una visión y hacer que creamos que procede de Dios.

Afortunadamente, contamos con la Palabra de Dios, la Biblia, que es la autoridad suprema y autorizada mediante la cual Él habla a su pueblo. Cualquier otro tipo de revelación debe ser cuidadosamente examinada a la luz de las Escrituras teniendo presente que si la revelación extrabíblica procede de Dios, ésta jamás podrá contradecir la autoridad suprema: La Biblia. La supuesta revelación o visión extrabíblica deberá guardar plena armonía con las Escrituras.

Por supuesto, la guía personal del Espíritu Santo siempre será una operación milagrosa. Una vez que hayamos decidido "regresar" a Dios, el Espíritu Santo será quien nos guíe a Él a través del discernimiento personal de las Escrituras.

El proceso es simple de entender: Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos no podían reconocerlo. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. (Lucas 24:16)

Hablaban de Jesús solamente como un varón profeta (Lucas 24:19) pero no lo reconocían como el Mesías, el Salvador esperado. Entonces, Jesús les habla de las Escrituras y de lo que éstas dicen de él: "Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían." (Lucas 24:27).

Jesús está diciendo que para conocer al Mesías, a él, es necesario conocer las Escrituras. No hay otra manera. Nótese que los discípulos lo estaban viendo con sus ojos físicos, pero sus sentidos espirituales no estaban alertas. Y, también, estos sentidos espirituales sólo pueden ser abiertos por el Espíritu Santo mediante la palabra de Dios.

Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; (Lucas 24:45)

Es muy importante esto. Note que Jesús consideró vital el que sus discípulos comprendieran las Escrituras. No se limitó a que tuvieran suficiente con las manifestaciones milagrosas que él efectuó en su ministerio terrestre; por el contrario, dejó constancia de la enorme importancia de entender las Escrituras.

Otra asunto primordial, es que el verdadero arrepentimiento comienza con Dios y no con el hombre. El verdadero arrepentimiento se origina en la voluntad de Dios y no en la del hombre. El arrepentimiento bíblico nace en la soberana y misericordiosa voluntad de Dios. Y es por esta razón que nadie, ningún ser humano independiente del obrar de la gracia y el mover del Espíritu de Dios, no puede arrepentirse por su propia cuenta.

Oh Dios, restáuranos (...) y seremos salvos.. (Salmo 80:3,7) La palabra "restáuranos" es, literalmente: "haznos volver".

Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos. (Lamentaciones 5:21).

Jeremías usa aquí una palabra que en hebreo significa literalmente, "volver del pecado a Dios" o "arrepentirse".

En ambos textos aprendemos que, a menos que Dios actúe primero, el hombre no puede –por sí solo- volver a Dios para ser salvo. Es Dios quien hace que cada persona reflexione en algún momento de su vida sobre la necesidad de buscar a Dios. Por supuesto, aunque Dios produce esa "necesidad", es cada persona la que toma la decisión de "volver a Dios". Dios inicia el arrepentimiento pero éste debe ser completado por el hombre.

Y ésta es otra prueba del inmenso y bendito amor de Dios por nosotros.

En la segunda parte entenderemos un poco más la razón por la cual uno puede adentrarse tanto en su perdido camino, que ya no hay posibilidad de arrepentimiento.


Ricardo Puentes M.
Junio 2007