viernes, 23 de noviembre de 2007

EL SERVICIO A DIOS

¿Dónde y cómo...?

Les suplico por las compasiones de Dios, hermanos,
que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo,
santo, acepto a Dios,
un servicio sagrado con sus facultades de raciocinio.
Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas.
(Romanos 12:1, 2)

Los judíos estaban estupefactos. Pedro les estaba diciendo que estaban viviendo en un error terrible. Sus líderes religiosos los habían llevado a asesinar al Mesías y hasta ese momento estos judíos habían aceptado el crimen, habían aplaudido la crucifixión como si ésta tuviera el aval del mismo Dios. Hasta ese momento, ellos habían dado por cierto todo lo que sus pastores, maestros y demás líderes les predicaban como la verdad.

Ahora, estaban escuchando a Pedro hablando en el poder del Espíritu Santo, revelándoles que todo el sistema religioso que ellos creían aprobado por Dios, era culpable de la muerte del Hijo de Dios.

Ante la evidencia escritural sustentada por Pedro, con el poder del Espíritu, los judíos no tuvieron más alternativa que aceptar que Jesús –a quien habían crucificado- era el Mesías esperado. Y se sintieron muy compungidos. Con el corazón profundamente herido, como si hubiera sido atravesado por una lanza, ellos le preguntaron a Pedro y los demás apóstoles: "Varones hermanos, ¿qué haremos...? (Hechos 2: 37)

La respuesta de Pedro fue sencilla y poderosa: "Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo" (v.38)

¿Qué significaba esto para aquellos judíos...? Lo que Pedro les estaba diciendo era que repudiaran las acciones de sus líderes religiosos, que se apartaran de ellos aceptando a Cristo como su Salvador para que pudieran recibir de ahí en adelante la dirección invisible del Espíritu Santo, la promesa, que los conduciría personalmente hacia la verdad. A nosotros nos puede parecer muy sencillo este acto. Sin embargo, lo que Pedro les estaba exhortando a hacer, era a abandonar su organización religiosa, aquella a la que ellos y sus antepasados habían servido durante muchas generaciones, para servir de ahí en adelante a Jesucristo de una manera totalmente nueva y desconocida.

Es exactamente lo mismo que si hoy se le dijera a una persona que se considera a sí misma como cristiana, que abandone su denominación religiosa porque Jesucristo requiere que se le sirva de otra manera a como se le está "sirviendo" en las llamadas "iglesias cristianas". Traumático ¿verdad..? ¿Cómo respondería usted...?

Casi con seguridad, podemos afirmar que la mayoría de los creyentes ni siquiera tomarían en consideración contemplar la posibilidad de cambiar su forma de adoración, sus ritos y servicios religiosos. Multitudes de cristianos se sienten cómodos con asistir a sus templos, células y demás reuniones, diezmando, cantando, llorando, ayunando, clamando y haciendo todo lo que sus líderes religiosos les dicen que es correcto hacer. Nunca se han preguntado si a Dios le agrada lo que hacen y si a Él le agrada la manera en que ellos lo están adorando. Y, la verdad sea dicha, a muy pocos creyentes les interesa averiguarlo. Se convencen fácilmente con dos o tres pasajes bíblicos que sus líderes les enseñan sin contexto alguno, y no ahondan más allá de lo que sus líderes les permitan profundizar.

La situación en la fiesta de Pentecostés era exactamente la misma. Pedro les estaba diciendo a los judíos que su forma de adoración estaba mal y que era necesario que se arrepintieran, que se volvieran a Dios. Los judíos aceptaron el mensaje sustentado en las Escrituras e inmediatamente se bautizaron en el nombre de Jesús, en el nombre de aquel a quien hacía pocos días sus líderes habían asesinado con el consentimiento del resto de judíos.

Evidentemente, hoy en día los líderes religiosos "cristianos" no rechazan de palabra a Jesús. Pero, aún así, la situación en el primer siglo era asombrosamente similar: los líderes religiosos de entonces no renegaban de Dios con palabras; es más, creían firmemente en un Mesías que los salvaría.... pero cuando éste llegó lo crucificaron. Y lo paradójico del asunto es que quienes enviaron a Jesús a la muerte estaban convencidos de que con ese acto estaban rindiendo servicio a Dios.

De igual manera sucede hoy. Aunque los líderes religiosos crean que están rindiendo servicio a Dios, es muy posible que la verdad sea totalmente lo contrario: pueden estar rechazando a quien aseguran estar sirviendo.

Las formas de adoración bajo el Viejo Pacto y el Nuevo Pacto
Los judíos del Pentecostés aceptaron a Cristo y de inmediato quisieron saber qué hacer para adorarle. La respuesta de Pedro, "arrepentíos y bautícese cada uno" significaba que debían dar un giro total a su forma de adoración ya que esa forma de servicio no agradaba a Dios. Debían ir en una dirección totalmente nueva.

A lo largo del Nuevo Testamento, vemos que esa dirección totalmente nueva, esa adoración aprobada por Dios, no requería de edificios especiales de adoración, ni ritos particulares, ni códigos de ley escritos ni actividades ceremoniales distintivas. La diferencia entre el viejo sistema y el Nuevo Pacto eran evidentes: La vieja forma de adoración requería de edificios especiales (ostentosos, por cierto), ritos ceremoniales, una clase sacerdotal mediadora entre Dios y los hombres, un extenso compendio escrito de leyes y ordenanzas que los israelitas debían obedecer. Cada judío sabía qué hacer ya que cada aspecto de su forma de adoración estaba explícito en la ley.

Por el contrario, esa nueva forma de adoración, el cristianismo, no estaba orientado hacia organizaciones religiosas, edificios especiales, sacrificios ceremoniales ni código de leyes; en el cristianismo tampoco estaban destinados ciertos días especiales para la adoración ni lugares específicos para tal fin. Los nuevos creyentes debieron haberse sentido aturdidos cuando, en su nuevo estado de libertad, se preguntaron qué tipo de adoración requería ahora Dios, y de qué manera debían llevarla a cabo.

Los judíos cristianos debieron aprender que "El Altísimo no habita en templos hechos de mano" (Hechos 7:48)

Sino que: ¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está en vosotros? (1Co 3:16)

Eso significaba que ya no era necesario acudir a edificios o templos religiosos para rendir servicio sagrado a Dios. Siendo –como somos- cada uno templo de Dios, eso significa que de manera individual estamos permanentemente en presencia del Altísimo. No acudimos a su presencia yendo a templos –que Dios no mora en ellos- sino que la casa de Dios somos cada uno de los creyentes que hemos nacido de nuevo. Si no hay tal cosa como templos "cristianos", entonces, ¿cuál es hoy día el altar del sacrificio prefigurado por el altar del Viejo Pacto..? ¿Cuál sería hoy el sacrificio...?

La respuesta la podemos encontrar en Hebreos:

Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. (Hebreos 9:28-10:1).

Es decir, el sacrificio único y perfecto de Cristo reemplazó a los sacrificios expiatorios del Antiguo Testamento, aquellos sacrificios levíticos se describen como "la sombra de los bienes venideros". El pasaje nos explica que el sacrificio de Cristo fue suficiente para pagar por todos nuestros pecados, por lo que no es necesario repetirlo. Es el medio que Dios escogió para nuestra salvación y, como tal, fue prefigurado por los sacrificios del Antiguo Testamento. No hay necesidad de más sacrificios expiatorios.

Siendo que los sacrificios del Viejo Pacto fueron reemplazados con el único y solo sacrificio de nuestro Señor, es fácil encontrar lo que el altar levítico prefiguró: la cruz del calvario. Esto no quiere decir que debamos acudir a una cruz literal, que debamos rendir algún tipo de adoración o reverencia a una representación de la cruz, tal y como hacen los católicos y el G12 en sus "Encuentros". Cristo hizo de una sola vez y para siempre su sacrificio para perdonar nuestros pecados. No hay necesidad de otros sacrificios.

Y así, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (Hebreos 10:14)

Pretender que se necesitan más ofrendas o sacrificios es un insulto al sacrificio expiatorio de Cristo.

En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (Hebreos 10:10)

En el Antiguo Pacto eran necesarios los sacrificios y ofrendas recurrentes y, con todo, estos no hacían posible la salvación: "porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados (Hebreos 10:4). Con el único y todo suficiente sacrificio de Cristo, ya recibimos la santificación.

Llegamos a otra conclusión interesante: Puesto que ya no necesitamos de templos o edificios religiosos (nosotros somos templo de Dios) para ir a ofrecer sacrificios expiatorios (Cristo ya lo hizo de una vez y para siempre), ¿qué hay de las iglesias "cristianas" (los edificios) a las que los pastores y demás líderes se refieren como "la casa de Dios"..? Naturalmente, esto no tiene sustento neotestamentario. Somos nosotros la Casa de Dios, no edificio alguno.

Surge otra pregunta: Puesto que nosotros somos el Templo de Dios, ¿no necesitamos otro lugar externo "adicional" especial para ir a orar, cantar y a congregarnos...?

No. Los cristianos del primer siglo se reunían en hogares comunes y corrientes. No había días especiales para que se reunieran ni ningún hombre "espiritualmente superior" que los convocara a la reunión. Cristo ya lo había dicho:

Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18:20)

El sencillo hecho de estar reunidos en el nombre de Jesús, es suficiente para que nuestro Señor esté allí. Ya no hacen falta líderes espirituales, una clase de clero sacerdotal, para que acredite la reunión. La iglesia cristiana no es un sistema humano, una organización, una denominación o un edificio. La iglesia somos todos de manera individual y colectiva. No necesitamos un clero para ser considerados por Dios como iglesia. Donde quiera que haya dos o más reunidos en el nombre de nuestro Señor, ahí estará Él. Es una promesa. No hay necesidad de acudir los domingos a un lugar específico, no hay necesidad de hacer rituales de alabanza, bailes "cristianos", "bandas cristianas", ni nada de esa parafernalia absurda y seudo levítica que vemos en las "iglesias cristianas" de hoy alrededor del mundo.

Así que, puesto que no necesitamos a una clase clerical (todos somos sacerdotes) que dirija nuestras reuniones, ni son necesarios los rituales ni los sacrificios.. ¿por qué nos deberíamos reunir..?

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Heb 10:25)

Nos reunimos para exhortarnos unos a otros...No para que un "pastor" o líder espiritual nos exhorte. Todos debemos exhortarnos unos a otros. En el versículo 24 se nos dice algo importante: "Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.."

Ese es el objetivo de las reuniones cristianas: estimularnos a las buenas obras, exhortarnos mutuamente, ayudarnos mutuamente, apoyarnos unos a otros. No hay nada en el Nuevo Testamento que nos indique que las reuniones deberían tener una especie de "orden del día", un itinerario especial a seguir. El único requisito que recomienda Pablo, es el de que todas las cosas deben hacerse "decentemente y con orden" (1 Cor.14:40), instrucciones necesarias porque algunos "cristianos" de Corinto sembraban mucho desorden, haciendo escándalo, hablando a los gritos, "profetizando" desordenadamente alegando que el Espíritu Santo los obligaba a hacerlo así. Pablo los reprendió severamente recordando que tales "manifestaciones del Espíritu" no podían provenir de Dios puesto que Él no era Dios de desorden. Valiosa exhortación para muchas iglesias pentecostales donde todos al mismo tiempo, gritan, lloran, patalean, se desmayan, claman, hablan en lenguas, son poseídos por el "espíritu de risa", el del llanto u otros espíritus más cuya procedencia es fácil suponer.

En la iglesia primitiva tampoco era imperativa la presencia de algún miembro especialmente "ungido" o sabio. Cada asistente cristiano era –de por sí- un ministro (servidor). Cada asistente a una de estas iglesias servía a los demás de la manera en que Dios le daba el servir. Así, mientras uno tenía especial disposición para la enseñanza, otro la tenía para el obispado, que era un servicio de superintendencia o visitas; el "obispo" o "superintendente" visitaba a los hermanos en la fe que estuvieran en cárceles, o que tuvieran algún tipo de problemas. El servicio que "pastores" o "maestros" prestaban a los nuevos creyentes, era el de enseñarles la doctrina básica hasta que los conversos estuvieran en capacidad propia de seguir adelante por su cuenta. Nunca existió algo así como una "autoridad espiritual" en las congregaciones, alguien a quien los creyentes debieran obedecer. Todos sabían que el único Cabeza era Cristo y no hombre alguno. También estaban los "ancianos", cuyo término es traducido errónea e indistintamente como "obispo". Los ancianos sólo eran eso: ancianos, hombres de mayor edad y experiencia que eran buscados en busca del sabio consejo que podía emanar de su edad y fe. (Para más detalles, ver la serie de artículos "¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional..?." y "Pastores y autoridad" publicados en este foro)

El servicio a Dios... ¿Qué es...?
La pregunta es, de nuevo: Siendo que ya no necesitamos de lugares especiales "sagrados", ni ceremonias, ni una clase clerical, ni sacrificios expiatorios, ni nada de lo que era obligatorio bajo el Viejo Pacto de la Ley, ¿Cómo debe ser nuestro servicio a Dios hoy, bajo el Nuevo Pacto, la ley de la libertad...?

Conociendo que, como cristianos, somos nosotros Templo de Dios, es obvio suponer que Dios habita permanentemente en cada uno de nosotros: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él" (Juan 14:23) Siendo así, nuestro servicio sagrado a Dios ya no es esporádico ni está destinado a ciertos días especiales; cada día de nuestras vidas, cada actividad, cada pensamiento se convierte, a partir del Nuevo Nacimiento, en un servicio sagrado a Dios:

Sigan haciendo todo como para Jehová, sea el comer o el beber, o el hacer cualquier otra cosa. (1 Cor. 10:31)

Les suplico por las compasiones de Dios, hermanos, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, acepto a Dios, un servicio sagrado con sus facultades de raciocinio. Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas. (Romanos 12:1, 2)

Así que cada rasgo de nuestra vida se convierte en servicio sagrado a Dios. Siendo nosotros "sacrificio vivo" significa que absolutamente TODO lo que envuelva nuestra vida debe hacer "como para Jehová". Comer, dormir, trabajar, divertirse... todo debe hacerse pensando en que es un servicio sagrado a Jehová. De esta manera, entendemos que las madres creyentes que cuidan de sus hijos, los hijos que cuidan de sus padres, los esposos que proveen para sus hogares, los cristianos que ayudan amablemente a sus vecinos.. cuando se hacen todas estas cosas "como para el Señor", se está rindiendo servicio sagrado a Dios, se está dando testimonio del evangelio con nuestra conducta.

La forma de adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de nuestro Dios y Padre es esta: cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación, y mantenerse sin mancha del mundo (Santiago 1:27)

Esto es lo que requiere nuestro Dios de nosotros; esa es la forma de adoración que Él reclama. Hacer el bien y mantenernos sin mancha del mundo. ¿Hacer el bien a quién..? ¿Solamente a nuestros hermanos en la fe...?

Sed hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol igualmente sobre buenos y malos, y envía la lluvia sobre honestos y deshonestos. Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué recompensa podéis esperar? Seguramente los recaudadores de impuestos hacen tanto como eso. Y si sólo saludáis a vuestros hermanos, ¿qué hay de extraordinario en eso? Hasta los paganos hacen eso. No debe haber límite a vuestra bondad, igual que no conoce confines la bondad de vuestro Padre celestial. (Mateo 5:45-48)

Veamos de nuevo el texto de Romanos:

Les suplico por las compasiones de Dios, hermanos, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, acepto a Dios, un servicio sagrado con sus facultades de raciocinio. Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas. (Romanos 12:1, 2)

La palabra griega usada aquí para "servicio sagrado" es "latreuo". The New International Dictionary of New Testament Theology comenta el uso que hace el apóstol de este término:

Envuelve la dedicación de la persona entera a Dios de un modo racional, abarcando la mente entera, y de un modo práctico, extendiéndose a la práctica de la vida diaria en la iglesia y en el mundo.

Cuando Pablo define cómo se ofrece esa "ofrenda viva", no menciona en ningún lugar la asistencia a las reuniones, el servicio en alguna sede institucional religiosa, el dedicar el día domingo al Señor, ni otra actividad de ese tipo. El considerar el servicio a Dios del modo en que insisten las iglesias "cristianas" de hoy, es una regresión al viejo pacto de la Ley según lo vivían los israelitas: es decir, con una actitud legalista, orientada a las obras, carente de aprobación por parte de Dios.

Es a través de la fe en el sacrificio de Cristo que entramos en una relación personal con Dios. Es por medio de la fe que hacemos parte de ese "pueblo libre" cuya ley ya no es la ley mosaica sino la "ley de la Libertad", "la ley del amor"

porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gálatas 5:14)

Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace. (Santiago 1:25)

Si ciertamente vosotros cumplís la ley real conforme a la Escritura, es a saber: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; bien hacéis.
(Santiago 2:8)

Esta ley del amor, llamada por Santiago como "ley real" o "ley de la libertad" no está escrita en tablas ni papiros sino en corazones humanos.

Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días -declara el Señor-. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (Jer 31:33)

El Nuevo Pacto que habla el profeta, es éste que estableció Dios mediante el sacrificio de Jesús en la cruz. Es mediante este Nuevo Pacto que somos libres; es mediante este nuevo pacto que cada uno de nosotros es guiado de manera personal e invisible por el Espíritu Santo a través de su Palabra.

Mediante la fe en el sacrificio de Jesús, entramos a formar parte del cuerpo de Cristo. Nos convertimos en parte de ese cuerpo cuando aceptamos de manera personal a Cristo como nuestro único Cabeza. El formar parte de ese pueblo libre que es el cuerpo de Cristo, no tiene nada que ver con el ingreso a una organización o denominación religiosa. Es la fe individual de cada uno de nosotros, lo que nos conecta al Cabeza, Cristo; para formar parte del cuerpo de Cristo no necesitamos de pastores, maestros, ancianos, sacerdotes ni como sea que se llamen quienes pretenden ejercer como intermediarios humanos; es mediante nuestra fe personal que podemos obtener la jefatura directa de nuestro Señor.

Cualquiera de nosotros, cualquier ser humano, que pretenda "organizar" la iglesia de Cristo definiendo lo que Cristo no definió, "ordenando" lo que Dios no ordenó, "delegando autoridad" que Cristo no delegó o tratando de reglamentar lo que Cristo no reglamentó, está evidenciando ser un petulante jactancioso. Pero su condición empeora cuando tal persona, además, procura que los otros se sientan obligados a obedecerle sin más respaldo que sus propias pretensiones.


Que la paz de Dios esté con todos nosotros.


Ricardo Puentes M.
Julio de 2007