martes, 13 de noviembre de 2007

¿ES NECESARIO ASISTIR A UNA IGLESIA DENOMINACIONAL?

¿Es necesario asistir a una iglesia denominacional
para ser salvo..?
2ª parte


También debes saber esto: que en los postreros días
vendrán tiempos peligrosos.
(2 Tim. 3:1)

Las Escrituras predijeron la adulteración de la comunidad cristiana. Pablo hace clara referencia a estos tiempos peligrosos en 1 Timoteo 4:1:

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios.

Claramente, Pablo nos dice que seguir a los apóstatas es lo mismo que escuchar y seguir a doctrinas de demonios; también nos dice que los apóstatas tendrán apariencia de piedad, pero que su estilo de vida negará la eficacia de ella. De igual manera, coloca en el mismo lado de la balanza a los engañadores y a quienes se dejan engañar:

que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita (..) mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. (2 Timoteo 3:5,13)

Al criterio de algunas personas, parecería injusto que Dios coloque en la misma categoría a los engañadores y los engañados; pero de ninguna manera esto va contra la justicia de Dios. Él nos ha dado su palabra y nos ha dicho que allí es donde podemos encontrar la verdad y a donde debemos acudir para constatar la veracidad de cualquier doctrina que se nos presente.

Jesucristo nos advierte contra la aparición de estos falsos maestros:

Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. (...) Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; (Mateo 24: 4,5,9-11)

No obstante, nos deja una reconfortante promesa:

Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. (Mateo 24:13)

Nuestro Señor nos reitera versículos más adelante que estamos advertidos. Cierto que vendrían falsos profetas y falsos Cristos con señales y prodigios, pero no es menos cierto que Dios nos provee lo necesario para reconocerlos y apartarnos de ellos. Las Escrituras Cristianas nos advierten una y otra vez que no debemos creer en los hombres, sino que nuestra confianza debe estar centrada en Cristo, que es el único camino, verdad y vida. Lo único verdaderamente confiable es la palabra de Dios, las Escrituras; y si dudamos de la exactitud de tal o cual versión, siempre tendremos a mano muchas versiones, transliteraciones del griego y hebreo, etc., que, pidiendo guía al Espíritu Santo, podemos estar seguros de que Él nos conducirá a toda verdad.

A pesar de las advertencias en contra de los apóstatas, con todo, las Escrituras no establecen una fórmula exacta y definida para identificar alguna confesión religiosa en particular como la única asociación religiosa verdadera. Nos asegura Jesús que la separación entre cristianos genuinos y falsos es algo que va más allá de la capacidad humana y, por esto, el trabajo será realizado por los ángeles; también nos dice la Biblia que esta separación e identificación se hará evidente en el Día del Juicio; pero no nos muestra que exista algún grupo particular, alguna denominación especial a la que debamos ingresar para ser salvos. Lo que sí nos aseguran las Escrituras, es que Dios es el único que conoce nuestros corazones y lo más íntimo de nuestro ser y, por tanto, el juicio le pertenece a Él y a nadie más.

Sin embargo, aunque se nos dice que el juicio pertenece solamente a Dios, también se nos muestra que debemos tener una actitud valerosa contra los apóstatas, quienes entre otras características poseen la de negar la única soberanía de Dios sobre nosotros. (Carta de Judas)

Las Escrituras, pues, no nos dicen que debemos formar parte de alguna denominación o confesión religiosa para ser salvos; sino que nosotros seremos juzgados de acuerdo a la Palabra de Dios

En ninguna parte de las Escrituras Cristianas encontramos ejemplo de iglesias corporativas así como tampoco que la asistencia a esas iglesias definan nuestra salvación.

La iglesia del primer siglo

En ocasiones anteriores hemos analizado que el término griego ekklesia, que generalmente se traduce como "iglesia" o "congregación", sencillamente significa "asamblea o reunión"; y que cuando las Escrituras mencionan esta palabra, habitualmente se refieren a una reunión de personas que se congregan juntas como compañeros de creencia. Durante la época apostólica, esas personas reunidas eran, en sí mismas, una "asamblea" o "ekklesia" debido a que se congregaban o se reunían juntos. Excepto en los primeros tiempos, cuando los cristianos todavía eran recibidos en las sinagogas, las reuniones se celebraban principalmente y, en la práctica, casi exclusivamente, en hogares privados. (Ver artículo de Pastores y autoridad 1 parte publicado en este foro)

Así que la ekklesia no era un edificio ni una organización corporativa con algún nombre denominacional especial. Era el acto de reunirse o congregarse lo que los constituía a ellos como iglesia, no la pertenencia como miembros a un grupo constituido u "organizado" bajo cierta "cobertura". El término ekklesia se aplicaba a ellos como un pueblo reunido, una asamblea de gente, una congregación de personas, considerado de manera local o como un cuerpo colectivo que forma el pueblo de Dios, El formar una "iglesia" cristiana simplemente era reunirse para adorar a Dios, estudiar su palabra o, simplemente, para animarse unos a otros. Donde quiera que hubiera dos o más reunidos en el nombre de Cristo, allí ya había una iglesia cristiana. No había necesidad de nada más. Cualquier cosa que se agregue a este concepto enseñado por Cristo, es puro adorno. Si alguien afirma que se debe añadir algo más para ser iglesia, es evidente que las palabras de Cristo no le están apoyando.

La ekklesia se empieza a desviar de su esencia
Aunque el término ekklesia no dejó de ser utilizado con esos significados, en los siguientes siglos se apadrinó otra manera de entenderlo. El término "iglesia" (ekklesia) llegó a significar la autoridad religiosa apropiada por quienes ejercieron un control cada vez mayor sobre los reunidos. Lealtad a la "iglesia" ahora llegó a significar, no sencillamente lealtad a la comunidad cristiana, sino especialmente lealtad a los líderes de la misma y a su dirección. Así, cuando hablaba la "iglesia", no se refería a lo que expresaba la comunidad, sino a lo que decía la autoridad religiosa. Y esto sigue siendo cierto hasta el día de hoy.

Debido a que los miembros que ejercieron dominio sobre el resto del cuerpo reclamaron esa lealtad para sí mismos, la iglesia de Cristo empezó a dividirse en denominaciones cuyos líderes convirtieron a las ovejas en objeto de rapiña esgrimiéndolas como trofeo ante las otras denominaciones y arguyendo mayor o menor "unción" o aprobación divina de acuerdo al número de ovejas que siguieran a este líder.

Pablo y los demás apóstoles ya había advertido sobre este sutil pero peligroso cambio. Reiteraron que los cristianos no debían dejarse esclavizar por otros hombres que estaban usurpando a los apóstoles y que deberían seguir la guía del Espíritu Santo; también enseñaron que el servicio a Dios, la adoración, no consistía, no dependía, o ni siquiera se enaltecía por la asistencia a algún lugar especial, algún edificio "sagrado".

Durante el período apostólico, ni siquiera el reunirse juntos no se veía como algo distintivamente "religioso", es decir, más que otras facetas de la vida. Nos dice un comentarista bíblico que: "Los cristianos de la época llegaron a apreciar que el reunirse juntos era para edificación mutua y para expresión de amor fraternal, animándose unos a otros, manifestando amor unos por otros, como parte de una relación de familia bajo el Hijo de Dios, no para tener un sentimiento especial de "religiosidad" o un sentido de estar "religiosamente limpios" por el mero hecho de reunirse".

Aún durante la vida de los apóstoles, algunos que se apartaron de la fe comenzaron a enseñar la necesidad de regresar a lo "viejo", es decir, a la ley dada a Israel por medio de Moisés, y que requería de los ritos complicados, de la magnificencia, de lo visible para adorar a Dios; la exigüidad del cristianismo, con su ausencia de templos y clase clerical con un nivel espiritual diferente al del resto de creyentes, con sus sacrificios y ritos, y la inexistencia de la pompa y el ornamento característico de la adoración israelita, todo esto, fue visto por los falsos maestros ansiosos de poder como revolucionario y contrario a la verdadera adoración. En tiempos posteriores a la muerte de los apóstoles, ocurrió un retroceso gradual a mucho de lo viejo.

Muchos cristianos –la mayoría- regresaron a lo que apela a los sentidos físicos, contrarios a la fe (Romanos 1:17; 2 Corintios 5:7). A medida que transcurrieron los años, volvieron una vez más a edificios sagrados, altares visibles, una clase separada de "siervos de Dios" especiales (sea sacerdotes, pastores o ministros) vestidos distintivamente, y a muchas cosas similares que impresionan la vista y atraen el oído y que se pueden tocar.

Influidos por la magnificencia de los ritos, el entendimiento fue reemplazado por el sentimiento emocional. La conmemoración de la cena del Señor, caracterizada inicialmente por la informalidad y la familiaridad cálida de los congregados, en una expresión de fe compartida, se convirtió a menudo en una rito ceremonial, en la que el participante acudía al oficiante religioso quien, de modo sacerdotal, administraba el "sacramento".

La responsabilidad individual enseñada por Cristo y los apóstoles, se olvidó progresivamente porque el pueblo, el laicado, se sentía "cómodo" en su relación con Dios en virtud de su regularidad en los servicios religiosos, o por realizar ciertos actos religiosos de modo regular. El tener conocimiento de que formaban parte de un gran sistema religioso, reconocido políticamente, les fue dando a los "cristianos" un sentimiento de seguridad, de rectitud y de importancia. De ser perseguidos pronto se convirtieron en perseguidores, merced a su reconocimiento político, y antes de darse cuenta, ya estaban apartados de lñas enseñanzas de Cristo.

Desde esa época, se distorsionó el concepto cristiano de lo que envolvía el servicio sagrado, y se regresó al antiguo concepto de que practicar la "adoración" era "ir a la iglesia". Lo que se "hacía en la iglesia", adquirió de esta manera un nivel superior a lo que un creyente hiciera por "fuera" de la iglesia. Los edificios donde se reunían estos creyentes adquirieron pronto el concepto de "sagrados", "casa de Dios", así que los hombres que ministraban en tales edificios, fueron vistos también como si poseyeran un nivel espiritual diferente, más elevado, que el resto de fieles y su "servicio" a Dios fue catalogado como de mayor mérito. El sacerdote, ministro, pastor o anciano, fue visto como un "hombre de Dios" mientras que los demás eran catalogados como laicos (del pueblo). Los líderes religiosos se auto-endilgaron el derecho de todos los cristianos de administrar las cosas de Dios y, al carácter espiritual de este derecho le añadieron lo material encontrando excusa para administrar las finanzas y propiedades que pronto adquirieron convirtiéndose prontamente en hombres poderosos.

La simplicidad del acto de reunirse constituyendo automáticamente una "ekklesia", fue suplantada así por complicados requisitos de membresía, divisiones administrativas, pirámides jerarquizadas de autoridad religiosa y, en diferentes grados, por la suplantación legítima de Cristo como cabeza de la iglesia de parte de hombres que exigieron obediencia arguyendo la misma autoridad de Cristo; "quien desobedece al pastor, desobedece a Cristo", siguen clamando hoy en día los líderes religiosos de todas las denominaciones. La fe cristiana fue enjaulada dentro de las estructuras rígidas y vetustas de las confesiones existentes.

"Salgamos a Cristo, fuera del campamento"
Las denominaciones actuales han convertido el cristianismo en una poderosa institución política, en un reino visible, en una "ciudad" fortificada que contradice lo ordenado por el escritor inspirado:

Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. (Hebreos 13:12-14)

Interesante la exhortación del escritor para que salgamos fuera de la seguridad del "campamento" (dejando claro que no tenemos aquí "ciudad permanente"), llevando el vituperio de Cristo.

Antiguamente, las ciudades eran vistas como medios humanos para buscar refugio y seguridad. Caín fue el primer constructor de una ciudad evidenciando falta de confianza en la promesa de Dios de que su vida no sería tomada por ningún otro humano. Después del diluvio, los hombres buscaron la seguridad de una ciudad que, además, les proveía de un sentimiento de poder y prominencia. Lot prefirió la comodidad de la ciudad aún a pesar de la corrupción que reinaba allí. Por el contrario, hombres como Abraham, Isaac y Jacob, no buscaron la seguridad y la comodidad de las ciudades, sino que vivieron en tiendas porque esperaban y buscaban otra ciudad, la "por venir", la "Jerusalén celestial" que no engendra esclavos sino hijos (Gálatas 4).

La ciudad en términos escriturales se nos muestra como la búsqueda de seguridad por medios humanos, propios. Por el contrario, el vivir en "tiendas" esperando la ciudad celestial, la que tiene "fundamentos verdaderos cuyo edificador y hacedor es Dios", es la actitud correcta de fe.

Igual que las ciudades de la antigüedad, las organizaciones religiosas actuales proveen a la persona de un gran sentido de seguridad. Estas organizaciones, al igual que las ciudades, brindan al individuo una gran oportunidad de poder y prominencia. El ser cristiano hoy en día, depende de si uno pertenece a esa gran "ciudad", a esa gran organización corporativa compuesta de muchas organizaciones más pequeñas, y esto se demuestra –según los requerimientos de tales organizaciones- con una membresía, con una certificación emanada por la "autoridad" religiosa correspondiente. Al tener la membresía que lo acredita como perteneciente a cualquiera de las confesiones y denominaciones que componen esa gran "ciudad" en que se ha convertido la cristiandad, los creyentes se sienten seguros, cómodos y salvos.

No formar parte de esta "ciudad" lo convierte a uno en un paria, sin importar cuán grande sea la fe personal o cuán estrecha sea la relación con Dios. No formar parte de esta ciudad, hace que uno sea catalogado de rebelde y hasta siervo de Satanás, como fueron las acusaciones hechas por los fariseos contra Jesús, a quien señalaban y atacaban por no ser parte de su sistema religioso.

La exhortación del escritor de Hebreos era muy clara en cuanto a "salir fuera del campamento" llevando el vituperio de Cristo, lo que significaba ser catalogados como "vasallos de Satanás", proscritos sin autorización para enseñar y negados para tener los privilegios que tenían quienes estaban en el "campamento" de la religiosidad. Sin embargo, junto a este vituperio, estaba la seguridad de que se colocarían más cerca de Cristo. Al abandonar la seguridad del "campamento", esperando por la ciudad celestial, se pueden ofrecer a Dios esos sacrificios de alabanza que son aceptos por Él.

Las Escrituras nos muestran que las personas pueden ayudar a otras a crecer en conocimiento y entendimiento, pero nunca nos dice que hombre alguno, concilio, reunión o asamblea de hombres sean consustanciales a ese conocimiento y entendimiento de las Escrituras. Nadie, ninguna persona, puede alegar poseer el derecho de estar en el mismo rango de nuestro único cabeza, Cristo Jesús; pretenderlo sería negar automáticamente a nuestro gran Maestro y a nuestro guía autorizado para este tiempo, el Espíritu Santo.

Usurpando la autoridad de Cristo
Cipriano, así como otros "Padres de la Iglesia", que prepararon el camino para la gran Ramera, la iglesia Católica, advirtieron que el rechazo de las instrucciones de los obispos (superintendentes presidentes) equivalía a rechazar a Dios y a Jesucristo.

Ignacio de Antioquía dijo lo siguiente en el capítulo VII de su Epístola a los de Trales: Puesto que el obispo no es más que uno que por encima de todos los demás, detenta todo el poder y autoridad, al grado que una persona humana puede ejercerlo, quien conforme a sus cualidades se ha constituido en imitador del Cristo de Dios ... El que, por tanto, no le rinde tal obediencia, ha de ser alguien enteramente sin Dios, un hombre impío, el cual desprecia a Jesucristo y desestima sus mandamientos.

Increíblemente, este mismo argumento lo esgrimen pastores y demás líderes de iglesias "cristianas" hoy en día cuando hacen su estridente llamado a la obediencia debida a ellos. Se colocan al mismo nivel de Cristo suplantando su derecho a ser cabeza de cada cristiano.

Fue así como siguiendo este llamado a la obediencia a humanos, desde los primeros siglos, hombres tomaron control de cada congregación y de cada una de las "hijas" o iglesias que nacían de ésta. Pronto, dominaron áreas geográficas extensas y surgieron los "concilios" como cuerpos reguladores centralizados que con el transcurso del tiempo tomaron poder a nivel internacional. Así fue con la Iglesia Católica, así fue con Asambleas de Dios y, en general, así ha sido con todas las denominaciones con mayor o menor grado de "cobertura".

La usurpación del papel del Hijo de Dios como el único "camino" hacia la verdad y la vida, es especialmente notoria en las organizaciones religiosas de hoy. Sus poderosos líderes, y quienes aspiran a aumentar su influencia, alegan ser co-gobernantes con Cristo al exigir la misma obediencia (quien nos desobedece, desobedece a Cristo); suplantan al Hijo de Dios en su alegación de ser "el camino, la verdad y la vida" al colocarse como mediadores para la salvación; dicen que nadie puede entender las Escrituras si no han pasado por sus seminarios y colegios teológicos y que nadie puede obtener la salvación si no tiene la membresía de alguna de sus organizaciones religiosas; exigen sumisión semejante –si no igual- a la que cada individuo le debe sólo a Cristo y poner en tela de juicio su autoridad lo convierte a uno, de manera inmediata y automática, en un apóstata para ellos. Porque la cuestión de fondo es esa: la autoridad. Y el nivel de autoridad la miden por el número de sus subordinados o "fieles".

En un elevado número de las iglesias denominacionales (por no decir que en todas) existe una preocupación seria por el tamaño de sus iglesias, por la cantidad de fieles congregados. Solamente hay que ir a cualquier librería "cristiana" o encender la televisión para ver uno de estos canales "cristianos", para verse saturado con llamados a crecer. Los pastores de iglesias pequeñas son mirados con cierto pesar, y hasta desdén, mientras que los que dirigen grandes iglesias son admirados con respeto y reverencia. Rick Warren, Yonggi Cho, y otros apóstoles del "iglecrecimiento" venden por millones sus libros repletos de fórmulas para alcanzar el soñado crecimiento ignorando que la iglesia no es números sino personas, individuos y nuevos creyentes que necesitan de atención y guía. ¡Que gran contraste con el pastor de la parábola de Jesús, que estuvo dispuesto a abandonar las noventa y nueve ovejas para ir a rescatar la oveja perdida...!

La razón de esta concepción de iglesia es apenas obvia: mientras mayor sea el número de congregados subordinados, mayor será el poder que detente el pastor, ministro o sacerdote y menos incuestionable será su autoridad.

Algunos teólogos "cristianos", tratan de establecer una analogía entre la relación de Dios con los hombres durante el Antiguo Testamento y después del sacrificio de Cristo. Aducen que así como Israel tenía sus sacerdotes y reyes como intermediarios, hoy en día están los pastores y "ministros" cristianos. Sin embargo, ignoran abiertamente que el sacrificio de Cristo dejó atrás esas diferencias y que nos dio el derecho a todos los creyentes de ser parte de un nuevo tipo de sacerdocio real.

Teólogos y pastores que reclaman autoridad para el hombre citan continuamente el ejemplo de David y Saúl, arguyendo que David siempre reconoció y respetó la "autoridad" de Saúl. Con todo, y aunque Dios nunca le ordenó a David que se mantuviera subordinado a Saúl, al joven pastor le pareció prudente hacerlo y, de acuerdo con esta decisión personal, Dios lo apoyó. Usando este mismo ejemplo, podemos darnos cuenta de que Saúl era la cabeza de la organización establecida y que este corrupto rey proscribió a David, quien tenía la aprobación de Dios. O sea, ser el dirigente de una organización religiosa, poderosa o no, no lo convierte automáticamente en poseedor de la razón y el favor de Dios. Es notable que a pesar de que David vio más seguro vivir entre los filisteos paganos que en su propia tierra, Dios no se apartó de él.

También es notable que, descontando a David y a Salomón que formaban parte de la estructura organizacional humana, la mayoría de las Escrituras fueron inspiradas en hombres que no hacían parte de la estructura organizacional instituida y que eran vistos negativamente; estos hombres no tenían credenciales del sistema religioso y jamás pidieron la autorización de quienes detentaban el poder religioso y político para expresar sus opiniones siguiendo la guía directa de Dios. Su valiente proceder no reparó en reyes ni sacerdotes a la hora de denunciar sus malas actuaciones. En casi todos los casos, los profetas eran considerados como subvertidores del orden a los ojos de sacerdotes, reyes y del pueblo de Israel. Estos hombres santos no se detuvieron ante el ropaje de autoridad de soberanos ni sacerdotes y valientemente denunciaron públicamente las tergiversaciones de la voluntad de Dios y la apostasía en que cayó ese sistema supuestamente "aprobado" por Dios. Estos hombres aprobados por Dios no se detuvieron a considerar siquiera si esa organización visible, compuesta de reyes y sacerdotes de Israel, había sido establecida originalmente por Dios. Su fidelidad siempre estuvo al lado de Dios, no de ningún hombre ni sistema humano.

En la tercera y última parte de este estudio, veremos el papel de los concilios en el ámbito de la conciencia personal y las implicaciones espirituales de depositar nuestra obediencia en hombres antes que en Dios.

Dios los bendiga

Ricardo Puentes M.
Mayo 2007

3 comentarios:

  1. Cuando usted habla de no estar sujetos a ninguna autoridad y rechazar a pastores, profetas, etc...me parece que está ignorando claramente el pasaje bíblico que dice muy claro: "Y él mismo (Cristo) constituyó a unos, apostoles; a otros profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor." Efesios 4: 11-16

    Y cuando nos motiva a dejar de asistir a una iglesia olvida este: "Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos (reunirnos como comunidad o familia), como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos (animándonos, aconsejándonos,etc), y tanto más cuando véis que aquel día se acerca." Hebreos 4: 24, 25
    La unidad como cuerpo de Cristo (en donde El es la cabeza como bien usted lo dice) es tan importante como la misma presencia de la iglesia de Cristo (el mismo cuerpo) en la tierra y esa unidad no se logra si todos somos perfectos sino por el contrario, en medio de nuestras debilidades y luchas podemos amarnos y aceptarnos mutuamente mostrando así el amor de Dios en nosotros y cumpliendo con lo que el mismo Señor jesús dijo: "En en esto conocerán todos que sòis mis discípulos, si tuviéreis amor los unos con los otros."...y aprender amar no se logra cuando estamos aislados, ni del mundo ni de quienes son nuestros hermanos porque creyeron en jesús como el ünico capaz de salvarnos. Todos tendremos que dar cuentas a Dios Padre...y allí esta´n incluídos aquellso que pastorean las almas... Dios sea el juez de ellos...y nosotros puestos en Jesús el Autor y Consumador de la fe.

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  2. Vamos por partes, sr, o sra. Anónimo: El texto de Mateo7 no me aplica porque no estoy criticando a hermanos sino a personas que considero que son apóstatas.
    Hechos 2: fue cumplido el día de Pentecostés, tal y como lo señala Pedro.
    1 Corintios 14: Le recomiendo que busque en este blog sobre el tema. He explicado ampliamente este asunto.

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  3. Sobre el texto de Efesios 4:11, ya he publicado también en la serie "Autoridad y pastores", que puede encontrar en este mis mo blog.
    Nunca he dicho que nadie debe asistir a una Iglesia. Eso depende de cada quien. Lo que sí he dicho es que las organizaciones de hombres, donde éstos se erigen como autoridades nombradas por Dios, son claramente apóstatas. Pero ciertamente la Palabra nos insta a reunirnos, no para seguir un programa preestablecido por los líderes, sino para "animarnos al amor y las cosas excelentes".
    No se trata de estar aislados, sino de predicar el evangelio. No se trata tampoco de ir a expiar culpas cada domingo en un sitio donde no se encuentra Dios. Espero ser claro.
    Un saludo

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